Forajidos, de Robert Siodmak


La gran potencia del cine clásico está en sus mitos, tanto los narrativos como aquellos que los encarnaron. Una película protagonizada por Burt Lancaster y Ava Gardner ya invita a sentarse y verla con los sentidos alerta. En esta cinta, como en muchas otras del género negro de los años cuarenta y cincuenta, la mala es ella. Perdón, Ella. Como si reviviéramos el mito de Sansón y Dalila, una vez más tenemos a un hombrón fracasado, con presente y pasado turbios, que pierde la cabeza por una mujer de dudosa reputación y peores intenciones. Que estas malas han de ser también bellas para tapar lo que de siniestro alberga su alma es un cliché, una obligación. O acaso una razón: son hermosas y, como se saben superiores a cualquier hombre, se vuelven malas. La fama, el éxito, nos endurecen y envilecen, nos vuelven egoístas y despóticos. Está por escribirse una novela negra que actualice estas historias y nos dé la contracara: el hombre pérfido y malvado que, con cara de bueno, engaña, manipula y arrastra a una mujer tras sí sólo con mirarla y hacerle mudas promesas con los ojos entornados. Ava Gardner, en un final que yo no sé si estará en el relato de Hemingway que sirve de inspiración a esta película, se echa al suelo y le suplica a uno de los hombres a los que ha engañado, manipulado, e intenta hacerle confesar que es buena, inocente, que la deje fuera de todas las manipulaciones y falsedades ante los ojos y oídos de la ley. Pero no lo consigue. Forajidos, como la mayor parte del buen cine negro, es un tratado sobre las pasiones del alma.