Jonathan Valin: La calera (y 2 )

En 1980, cuando se publicó esta novela, Alejandro Amenábar no había rodado aún "Tesis", no se hablaba de películas snuff. No se había rodado tampoco "Asesinato en 8 mm." Pero esas dos películas están en La calera, aunque no sé si habrá sido ésta una decisiva influencia para los guionistas. Hay épocas en que ciertos temas nos preocupan y ocupan, rondan por nuestras mentes y los periódicos les dedican titulares, artículos, y ciertos programas de televisión los abordan, los filman, los muestran, de manera cruda o suavizada, depende de a qué hora se vayan a emitir, de a quién estén destinados. En esta novela hay mucha novela negra, de la de verdad: la que profundiza e hiere, la que destapa y llama por su nombre a la corrupción, los abusos a menores, la violencia, el asesinato. Es una obra emblemática, un paso más en la senda que empezaron a transitar Hammet, Chandler y Macdonald, los tres grandes. Valin buceó en su década y sacó a la luz la podredumbre que encontró, la expuso para que la conociéramos, llamó suciedad a lo que es suciedad y se anticipó a momentos como los vividos en España con el Caso Alcasser. Valiéndose de un detective privado, que a nadie se debe, que no tiene presiones por arriba - como sí tiene un policía-, nos mueve por un escenario de pesadilla pero tan real que asusta, que encoge el ánimo: las últimas treinta páginas de la novela se leen con un nudo en la garganta, porque el lector se sorprende pero también reconoce: los datos están ahí, los delitos, la manipulación, la crueldad. Vemos a niños indefensos pero -Valin es un escritor completo- también a adultos que los explotan y dan sus razones -¿qué puede haber más importante que el dinero, si hablamos de un mundo salvaje, depredador?-, se mueven como personajes y no como muñecos a los que se viste y se les da alegremente un monolítico papel de villanos. Vemos que hay corrupción y vemos un final en que se destapa cuanto se tapaba porque un solo hombre ha expuesto su vida -un individuo solo pero no individualista, pues actúa no en propio beneficio, sino como prolongación de los brazos y los deseos de otros- para llegar a un lugar sin vuelta atrás, a un punto en el que ya no es posible hacer la vista gorda, mirar para otro lado, eludir responsabilidades: todo está oculto, disimulado, pero si alguien lo muestra -como ocurre en los casos de corrupción política- ya no queda otra solución que empezar a acusar, a señalar con el dedo, a responsabilizar. Pequeños terremotos que dan la vuelta a la superficie, duran unos instantes y luego todo sigue igual, no nos engañemos, amigos. La diferencia, la cualidad que añade y distingue a Jonathan Valin es la piedad. Ajeno al maniqueísmo, a la fácil mostración de lo podrido, este autor no se olvida de que todos los personajes, buenos y malos, están hechos de la misma pasta. A unos ganas dan de escupirles y otros nos emocionan, pero todos están tratados de una manera inteligente. Un gran novelista puede mirar al mundo y señalar sus maldades, pero si lo hace con piedad puede llegar a escribir además una obra maestra. Dentro del mundo de la novela negra, La Calera, de Jonathan Valin es, sin duda, algo muy cercano a una obra maestra.


piedad