En noventa páginas ha muerto un hombre y ha desaparecido una mujer, han asesinado a un mafioso primero y a otro después. Sí, estamos ante una novela negra. Pero no dentro de un ritmo frenético, no llevados por una prosa notarial, sino acompañando a un personaje que lo ve y nos cuenta cosas y se sincera y comparte sus pensamientos sin quedar siempre bien. " A las mujeres con las que había vivido las había amado. A todas. Y con pasión. Ellas también me habían amado. Pero seguro que más de verdad. Me habían regalado tiempo de sus vidas. El tiempo es algo esencial en la vida de una mujer. Es real para ellas. Relativo para los hombres. " Y Montale sigue pensando y sigue llevándonos a lo profundo de su alma. "Era después del amor cuando todo se me venía abajo. Cuando ya no era capaz de dar. Cuando ya no sabía recibir. Después del amor me pasaba al otro lado de mi propia frontera. A ese territorio en el que tengo mis reglas, mis leyes, mis códigos. Prejuicios estúpidos. En los que me pierdo. Donde perdía a las que por allí se aventuraban. A Leila podía haberla llevado hasta allí. A aquellos desiertos. Tristeza, cólera, gritos, lágrimas, desprecio, eso era todo lo que había al final del camino. Y yo ausente. Huidizo. Cobarde. Con miedo de volver a la frontera y probar a ver qué pasa en el otro lado. Quizá, como me dijo un día Rosa, no me gustaba la vida. " Qué contundencia, qué sinceridad, qué lección de Izzo sobre lo que debe de ser una voz narradora en primera persona, un monólogo, un aparte en que el personaje suelta lo que lleva dentro sin censura y con total profundidad. En el arte de la novela debe de haber un capítulo en que se hable de la voz narradora en primera persona, de la profundidad de esa voz, de la inmersión de esa voz. Debe de haber una parte que habla de por qué se elige la primera persona, qué se puede conseguir con ella. Izzo sabía mucho de estos temas. Estos dos fragmentos de su novela podrían servir como ejemplo porque son sencillamente magistrales.