Las novelas están compuestas de pequeños fragmentos, como cuentos, que a veces nos paran y nos llenan como si en ellos hubiera una historia completa. El hermano disminuido - los llamábamos antes tontos, sin desprecio, sin sarcasmo - está en el cuarto de baño, se mira en el espejo y mira las cosas que tiene allí, en el club, que son suyas. Varios objetos que lo dicen todo, que enternecen sólo con ser nombrados: " Ordena en la repisa algunos objetos de su pertenencia: maquinilla de afeitar y hojas, cepillo de dientes en un vaso con un Superman pintado, un frasco de masaje, un programa del ogro Shrek encajado en un ángulo del espejo, la gorra de ciclista colgada en la percha..." Tiene que afeitarse, imaginamos, tiene que echarse loción para cerrar las pequeñas heridas de la piel de la cara, porque es un hombre pese a lo que dicen sus actos y sus gestos, pero es también un niño, indefinidamente un niño que tiene un Superman o un Shrek al lado. Sólo las novelas pueden darnos estos fragmentos de vidas, sugerir tanto como para que cerremos el libro e imaginemos durante un buen rato, sólo la literatura puede mover, activar partes dormidas de nuestro ser.