La maldad acechante, inmisericorde. Es la historia de dos hermanos mellizos: uno deficiente mental; el otro se cree demasiado listo. El primero trabaja, por amor, en un club de alterne. El segundo es un policía brutal al que seguramente van a expulsar del cuerpo. Vuelven a verse y el segundo, excesivamente protector, le reprocha al padre de ambos que deje al inocente trabajar en un sitio tan desagradable. Como el padre acepta las decisiones del hermano retrasado, se niega a obligarlo. Y el policía va al club, se encara con la encargada, con la prostituta a la que ama su hermano castamente, le hincha la cara al proxeneta de la chica y trata de convencer al inocente de que sólo él tiene la razón, sólo él puede tenerla. Y cuando no lo consigue, recurre a la vileza, al daño que sólo el que no alberga maldad puede encajar y olvidar en el acto: le dice que, como es una prostituta, se va a acostar con ella, porque seguro que sabe hacerlo muy bien, porque seguro que "la mama como los ángeles"- expresión soez y comparación sin desperdicio, pues la pureza define a los ángeles - ya que ella está para eso, para acostarse con todo el que se presente. Esta actitud, de hermano contra hermano, me ha recordado otras y me ha detenido en seco mientras leía. Cainismo, sí, John Steinbeck, "Al este del edén", pero también un eco de otro libro de este autor, necesario, conmovedor y con uno de los finales más inolvidables de la literatura universal: "De ratones y hombres". O sea, Marsé acercándose a la novela negra pero también al cine clásico, a la literatura clásica estadounidense de principios del siglo XX. Porque hay ciertas historias que sólo pueden abordarse desde un punto de vista emparentado con el mito.