Sé que no se debe escribir emocionado, pero lo hago. Se lo decía a Inma, mi compañera, cuando aparecían los títulos de crédito: Tenemos la suerte de estar presenciando algo histórico. La entrada hay que guardarla. Porque esta película es una obra maestra. El cine español tiene pocas obras maestras y nosotros hemos asistido esta tarde a la proyección de una de ellas. Hemos tenido que levantarnos e irnos porque no quedaba nadie en la sala, pero yo me sentía pegado a la butaca y volando con la música de Krishna Levy a la vez. Fuera hemos esperado un poco, porque nos costaba separarnos de la sala en que habíamos presenciado una película tan memorable. Hay una escena en que se ve desde lejos a un personaje junto a un fuego y un vehículo a su espalda, él tan pequeño en ese encuadre y el vehículo situado con tanto acierto en una esquina, que me ha dejado absolutamente admirado y pensando que sólo en el cine se puede ver esto, que en el televisor perderá toda su fuerza. Contar el argumento es destrozar la estructura, hablar de un personaje es quitarle importancia a otro y ninguno carece de fuerza, definición, valor dentro de la trama. Sólo añadiré que está todo planteado y mostrado de una manera tan inteligente y magistral que poco lugar habrá para las críticas negativas, ya lo veréis. Los temas: el mundo rural, la desaparición de los pueblos y sus habitantes, el odio, la infidelidad, la frustración laboral, la mentira, el pecado del dinero, el asesinato, el valor de matar y de morir, el amor, la verdad y las apariencias y el significado de lo que es la media verdad y las medias apariencias, las decisiones morales. Escribo estas líneas de noche, con la cabeza llena de imágenes - las escenas de violencia, pocas veces rodadas en nuestro país de forma tan veraz; las miradas de Carmelo Gómez y Judith Diakhate; el caminar roto de Cesáreo Estébanez; la radio del pastor; la voz del guardia civil hastiado - y convencido de que es una película inolvidable.