"El amigo americano", de Wim Wenders

La película tiene imágenes fijas - que duran uno o dos segundos - inolvidables, no en vano Wim Wenders es también fotógrafo. Hay unos colores rojos que imantan la mirada y dotan de un contraste algunas imágenes con fondos azules verdaderamente impactantes. Pero lo mejor de esta película, basada en una novela de Patricia Highsmith, es la toma de decisiones morales del personaje principal y sus implicaciones. Conocedor de que va a morir pronto, no duda en matar para ganar dinero y dejárselo a su mujer y su hijo. Primero en unas escaleras del metro y más tarde en un tren, el hombre normal muta en asesino sin que el peso de la culpa lo destruya. Y cuanto más mata, menos le cuesta, acaso porque el hombre que está cerca de su propia muerte deja de temerle a todo, a la vida y a la muerte también, a los hombres y a lo que estos representan, aunque sean poderosos y puedan dañarle. La interpretación de Bruno Ganz es sencillamente prodigiosa: encarna a ese hombre normal, anónimo sin ningún gesto de más, sin estropear su actuación con tics ni excesos de ninguna clase, como si no actuara. Por otro lado, Ripley, el catalizador de la historia, es un personaje más complejo aún, capaz de gestos cómicos tras matar, apesadumbrado por llevar demasiado lejos una venganza, cómplice de su víctima, a la que ayuda cuando está en el tren y tiene que matar para ganar más dinero. En definitiva, una película de muchas estrellas, que no ha perdido nada, sino que ha ganado con el paso del tiempo: lo silencios, esos momentos en que no se habla y la acción lenta y parsimoniosa lo dice y lo demuestra, suponen una lección de cómo filmar y hacer buen cine.