Tráfico humano

Después de los negocios de las armas y de las drogas, el negocio más rentable es el del tráfico humano. Así concluye esta serie que pudo verse en televisión hace unos meses. Dividida en dos capítulos, el primero está dedicado a mostrar cómo captan a las víctimas los traficantes de seres humanos y el segundo a cómo se desmantela una organización. Son valientes los que han producido y protagonizado esta serie, porque se echan - en la alocución final de la policía protagonista- las culpas primero a ellos, los estadounidenses, el primer país en la demanda. La serie - o película larga - adolece de los defectos que podemos presuponerle a una producción para televisión, pero los compensa con la valentía reseñada y con otras que le hacen pensar a uno si el futuro del cine crítico, combativo, no estará en la televisión, donde ya sabemos que se hacen concesiones muy claras, pero es también donde últimamente veo más tramas que abordan la actualidad, donde se atreven los guionistas con asuntos que requieren compromiso y sirven de denuncia, algo que raramente se da ya en el cine, quizá porque la mayor parte de los espectadores son adolescentes. Hay escenas muy duras - mi mujer soñó el día que vimos la primera parte con una sobrina suya y con que intentaban raptarla dos integrantes de una de estas mafias -, de las que ves apretando los dientes, pero su inclusión es necesaria para aportar realismo y aumentar el grado de denuncia. Lo que más se me ha quedado a mí es la escena en que detienen a un médico estadounidense en un burdel en que las prostitutas son niñas de diez o doce años, forzadas, vejadas, tratadas como animales. Y es que esta prostitución está destinada en parte a las clases altas, las pudientes, que se decía antes, porque sólo los ricos pueden pagar por hacer lo que les viene en gana y con quien les viene en gana y, además, el silencio, la complicidad de quienes se prestan a colaborar en tareas que a cualquier ser humano deberían de repugnarle.