Walter Mosley: " Muerte escarlata"

Los Ángeles, 1965. Un negro no puede caminar por los barrios de los blancos, no puede estar cerca de ellos, no puede ni mirarlos a la cara. Para los policías, un negro es un delincuente o un delincuente en potencia, alguien a quien llaman "chico". Hay disturbios, 33 muertos. Y el muerto que hace el número 34 es una negra a la que quizá haya matado un blanco. La policía lo calla y le encarga el caso a un detective privado sin licencia, Easy Rawlins, que tiene dos hijos adoptivos, un mejicano al que le ha permitido dejar los estudios para que trabaje y se dedique a la pesca, una niña de 9 años de "raza negra americana: es decir, negro mezclado con algo más". Cuando Rawlins ve a la muerta dice que "Lo que me llamó la atención fue el hilillo de sangre roja que partía de algún lugar de su labio, pasaba por sus dientes y bajaba goteando por su mejilla. Era como si al morir sus labios hubieran susurrado secretos de color bermellón", los que ahora se encargará él de descubrir.