Una detective de la policía, dedicada a buscar a desaparecidos, se halla metida en un caso inesperado: la búsqueda de su propio marido, también policía. Su trabajo es una inmersión en la memoria, porque Compton presenta una historia con continuas vueltas al pasado, muy bien seleccionadas y entremezcladas con los acontecimientos que vive la detective Pribek en su presente. Ella es la que narra en primera persona la historia y la que recuerda cómo conoció a su marido, de dónde vienen ella y él, quiénes fueron su padres y hermanos. Con una estructura inteligente y sin aceleramientos innecesarios, vamos ahondando al lado de Pribek en el pasado y nos interesamos por las vidas de esas dos personas que formaron pareja sin esperárselo. Una prosa matizada, con frases que destellan a veces como piedras preciosas, es el vehículo que nos lleva por interesantes meditaciones sobre la familia y sobre el carácter de los que optan por vivir solos, sobre la pérdida y el desamparo. Me parece además destacable que estemos ante una novela con dos policías como protagonistas, trufada de pequeñas historias que ha vivido la detective en su carrera, y no sea la violencia un elemento destacado y lleguemos interesados más allá de la mitad del libro sin haber presenciado aún ningún asesinato. Como Hitchcock muy bien demostró, un thriller no es sólo presentar escenas de sangre.