¿Por qué si digo que Juan Marsé es el mejor novelista español vivo sé que apenas habrá cuatro voces que puedan llevarme la contraria? ¿Por qué si digo que ésta es una novela negra habrá también sólo cuatro voces que se quejen? Una novela negra lo es no por el número de tiros, las veces que aparecen pistolas o los asesinatos que vemos que se cometen. Llevo tiempo defendiendo que la gran novela negra española aún por escribir necesita una buena prosa, unos personajes bien definidos, una trama en que se vean cosas y se supongan y se detecten otras muchas no visibles, que cree un mundo y que este mundo no ofrezca un camino unidireccional, sino muchas pequeñas vías. Vale todo esto para presentar el fragmento que os transcribo y que es un ejemplo de lo que hay en la novela negra sin asesinatos - un clima moral, unas actitudes chocantes, más desencuentros que abrazos, un pasado tan vivo y candente como un hierro que te marca-esa novela que yo reclamaba. Raúl, el policía, hace el amor con una mujer a la que conoce desde hace tiempo: "Acelera las embestidas cada vez que sus ojos tropiezan con los zapatos de tiritas abandonados en el suelo al lado de su americana, como si el pálido fulgor blanquecino en la penumbra del cuarto ejerciera sobre él un extraño magnetismo, como si la fantasmal insolencia que ha dejado en los zapatos el erguido empeine que los calzaba unos minutos antes prefigurase otros pies en otros ámbitos, en otra penumbra y en otro arrebato más febril y desesperado, mientras María, de bruces sobre la mesilla de noche, junto a la cama sin deshacer, aguanta el acoso con los ojos cerrados, debatiéndose entre el placer y el dolor, con la falda subida y sin desnudarse del todo, como si hubiese sido sorprendida por el apremio y la brutalidad de Raúl. Gime y protesta e intenta darse la vuelta, pero él la sujeta firmemente contra la mesilla hasta vencer su resistencia. Lo hace con una premura falaz y una premeditada violencia, con una aparente urgencia sexual que esconde una secreta revancha, el deseo de hacer daño y hacérselo a él mismo. Cuando termina, hunde la cara en los cabellos de María, que se vuelve hacia él llorosa y apenada, intentando comprender. Con ambas manos levanta la cabeza abatida de Raúl y busca sus ojos."