No es ésta una novela de un autor menor o de best sellers. Hay una creación, unas apuestas eminentemente literarias que no rebajan la categoría de la novela, sino que la elevan. Hay muchas frases llenas de poesía, de creatividad, evocadoras, magnas. La novela tiene su mayor defecto en la estructura, pues al final parece acelerarse, querer cumplir con lo previsto, dar muchas respuestas en poco espacio. Pero deja un personaje en pie muy creíble, el asesino, y nos abofetea en las últimas páginas con revelaciones que realmente le dejan a uno paralizado. Lo que en esta historia hay de novela negra mal entendida quizá le resta verismo a las conclusión, al deseo de dejarlo todo bien explicado, pero Somoza no ha fallado en la plasmación ni en el ritmo. Hay una intensa meditación sobre la realidad y su apariencia, sobre la literatura, sobre el bien y el mal, sobre el bien transparente y el mal que crece y se expande y se vuelve, cuanto más palpable, menos comprensible. En esta época nuestra en que parece que desde los medios de comunicación y desde los libros juzgados convenientes todo parece estar claro y explicado, novelas como "La caja de marfil" son un exabrupto, una queja, una llamada a mirar al dolor con otros ojos, a ver lo comprensible con los ojos cerrados, a saber de lo ignoto con el alma abierta y presta a recibir heridas. Probablemente haya que mirar al horror con ojos vacíos para entenderlo.