Película memorable por su fotografía, debida a Vernon Layton, que es lo más cercano que puede existir en color al blanco y negro clásico, con esos colores tan contrastados, las escenas con los rostros medio iluminados y exteriores con zonas completamente oscuras. Un deleite visual y un ejemplo de cómo se puede fotografiar el cine negro actual. Destacable es también la música de David Arnold, que literalmente devora las imágenes en algunos momentos, algo que siempre critican los expertos en bandas sonoras pero que a mí no me importa, máxime cuando la historia de la película da para tan poco. Protagonizan Harvey Keitel, con caras apretadas algunos ratos, y Viggo Mortensen, muy joven. Dirige Danny Cannon. Lo mejor, la escena del asesinato del principio y cuando al muchacho le ponen el micrófono, con la música de Arnold subiendo hasta la cima de la emoción.