Y también el humor. Hay una escena divertida pero también creada muy a propósito, deudora de las realidades de nuestro tiempo, en que el hermano disminuido juega a conducir un coche imaginario en una máquina recreativa mientras en un cercano chiringuito estalla una discusión entre los partidarios de ver en la tele un programa de los llamados del corazón y un señor calvo que está haciendo un crucigrama y se opone a que en el local la televisión tenga el volumen tal alto sólo para que se oigan auténticas sandeces. Las señoras y los maridos embelesados con la cutrez le increpan y el hombre apaga el televisor. Las mujeres se le abalanzan y le golpean con los bolsos y le obligan a salir del local. Victoriosos, siguen tragando mierda televisiva y Valentín, el hermano disminuido, de repente, cree que le hablan a él desde el televisor y se descuida y el coche que conduce en la pantalla del juego se estrella. Con humor, Marsé sigue hablándonos de lo que define-desgraciadamente-nuestra vida cotidiana: el entretenimiento a toda costa, el chismorreo, la pequeñez elevada a categoría de ejemplo definitivo, la estolidez mental.