Obviamente, tratándose del autor que se trata, no estamos ante una novela de género puro y duro, sino ante una novela que bebe en los clásicos literarios y en los clásicos del cine negro. Marsé es un experto en atmósferas, en sugerencias, en diálogos, en contar con un pie en el presente de la historia y otro en el pasado que va saliendo en pinceladas, en frases reveladoras, en negaciones y en seguras afirmaciones, sobre todo de la personalidad. No hay en la novela la acción que tienen las obras de Andreu Martín o de Juan Madrid porque Marsé toma elementos prestados de la serie negra y los hace suyos, los desmenuza y los cocina en su taller a su manera, y también porque quizá, en su más claro acercamiento al género, ha evitado algunas tentaciones, se ha refugiado en algunas imágenes y nos las muestra como si fueran fotos, instantes congelados que encierran dentro negros presagios e invencibles confirmaciones. La violencia está presente - el polícía sólo sabe hacerse entender aplicándola, en especial a la prostituta de la que se ha enamorado su hermano - y no se rehuye, pero la historia que se nos cuenta vive más en los intersticios de los grandes momentos que en esos grandes momentos, lo que es una interesante forma de abordar unas situaciones que en otras manos se desbocarían como caballos locos y sólo darían momentos tarantinianos.