Relato: "Frente a frente", de Francisco Ortiz

Para Ninoska Mermoud-Santiago


- Me decía usted antes de empezar que le gustan mucho las matemáticas.
- Sí. Los números son para mí muy importantes. Tres pasos desde la escalera. Siete escalones. Tres ventanas. Y, ya un poco más maniático, si ponía en la plancha pescado o setas, tenían que ser trozos que quedaran armoniosos a la vista.
- ¿Se puede ser maniático cuando se es un asesino?
- También tenía manías con las cantidades que cobraba.
- ¿Mató usted alguna vez a un niño, a una mujer embarazada?
- No me importa decírtelo ni decirlo delante de las cámaras. Sí.
- Como le gustan tanto las matemáticas, sabrá a cuánta gente ha matado.
- Sé el número exacto. Por supuesto. Pero no lo voy a decir.
- ¿Está próximo al número probado, por el que tiene las condenas que le han traído a esta cárcel?
- La verdad es que no. No se parece. Ni el primer número ni el segundo.
- Se le achacan más de veinte muertes. ¿Nunca mató usted por propio designio, porque alguien le molestara, porque alguien le estorbara?
- Nunca. Siempre hubo un contrato de por medio. El que me buscaba era igual que el que va al carnicero.
- Es usted un cínico.
- A la gente le gusta oír cosas así. Que un asesino a sueldo es un tío despiadado, que mataría hasta a su madre por dinero. Y a la gente le guste que le den explicaciones, ¿no? Que mataba porque las personas eran para mí como reses, como pollos, como cerdos.
- Pero usted no cree eso, no cree lo que dice.
- Lo digo para tranquilizarlos, para que tengan una explicación lógica. Es lo que esperan y estamos en la tele, ¿no?
- Prefiero que diga sólo la verdad, su verdad.
- ¿Qué mataba por falta de amor, por culpa de una infancia frustrada por la separación de mis padres, todo eso que escriben en las revistas los periodistas que no saben ni ir solos al servicio a mear? El mundo está lleno de tópicos. Cada palo que aguante su vela.
- Le gustaba a usted cuidar mucho sus macetas.
- Sí, hombre. Me gustaba cuidar macetas que se estaban secando o a punto de secarse. Es verdad. Algunas de mis mayores alegrías en la vida me las he llevado viendo un brote nuevo en una maceta casi seca, con el resto de la planta casi seca. Pero que nadie interprete estas cosas demasiado. En mi casa, de pequeño, había macetas. Nada más. Si hubiera habido otra cosa, me habría fijado en esa otra cosa y ya está.
- En los momentos de mayor tristeza ha dicho usted que a veces pensaba en armas.
- Permíteme que me ría un poco. Bueno, vale. Soy un asesino y habrá que hablar de estas cosas. No íbamos a hablar de fútbol o de las obras que infectan esta ciudad, claro. No soy un político ni un futbolista, como otros invitados de tu programa.
- Lo ve usted.
- Lo veía. Tienes un programa muy interesante. Aquí dentro ya me pliego a lo que me mandan. Fuera sí lo veía.
- Continúe usted, por favor.
- Me pasaba que entraba en ratos de depresión y me imaginaba con la Luger en la mano, apuntándole a alguien, vagando por ahí con ella en el bolsillo. Y me daba fuerzas para seguir viviendo. Es verdad. Pero, vamos, que me supongo que un cazador soñará que caza un pájaro o un pescador que pilla un gran pez.
- No insista usted en hacernos creer que es un hombre lleno de tópicos, Martín. En su cabeza hay fuerza y hay claridad. Usted nunca se ha dejado llevar.
- Gracias. Es cierto. He matado porque no he aceptado nunca que me lleven, que me dirijan.
- Dejó usted la escuela pronto.
- Soñaba que le pegaba un tiro a un profesor.
- Me contagia usted su risa. Ejem. ¿Por dónde iba? Nunca se casó.
- Pero me han gustado mucho las mujeres.
- ¿Alguna le traicionó alguna vez?
- ¿Y la maté? No, nunca he matado en mi vida privada, digámoslo así. Claro que me han traicionado las mujeres. Como los hombres. Las mujeres me han querido y algunas me han respetado. Más que los hombres. En los hombres he visto más desconfianza y más competencia. He visto mucho machote que luego se cagaba fácilmente en los pantalones.
- Una vez le encargaron matar a un alcalde corrupto.
- Me daba igual que fuera o no corrupto. Todos, alcaldes, votantes, ciudadanos, gente de pueblo, trabajadores, empresarios, banqueros, gente normal y gente normalísima, todos hemos hecho algo en la vida, alguna vez, por lo que merecemos morir, por lo que habríamos merecido que nos mataran. Puede que algo gordo, grave, imperdonable. O puede que algo que parece que no tiene mucha importancia. Pero hemos hecho daño, hemos sido crueles, hemos merecido que alguien nos buscara y nos pegara tres tiros.
- ¿También un niño de diez años, una mujer embarazada?
- Maté a los que no se lo merecían porque no me quedaba más remedio. Sólo maté a un niño y a una mujer embarazada. Pero fue una prueba. Al principio, cuado empezaba. Lo hicieron para probarme. Estábamos en una calle de Madrid. El que después fue mi contacto hasta que me metieron aquí, en el talego, me puso a prueba. Estábamos hablando de otra cosa y de repente me señaló a una mujer que iba por un paso de peatones con un niño de la mano. Y estaba también embarazada.
- ¿Supo usted cómo se llamaban?
- Claro. Tuve que averiguarlo. Mira, te los voy a decir. Andrea, Juan Carlos. Esos nombres no se me han olvidado.
- ¿Los miraba usted antes de dispararles con su pistola alemana?
- No los miraba atentamente, si es eso lo que me pregunta. No porque fueran a darme lástima, sino porque tenía que estar pendiente de muchos detalles, de que no me sorprendieran. Ah, y mi pistola es una Luger nada más que porque fue la primera que me compré. Me gusta que tenga muchos años, eso sí, y que no haya sido yo el primero en utilizarla. Seguro que habrán muerto más personas con balas que dispararon con esta pistola sus anteriores dueños. No me consuela ni nada. Pero se lo digo para que vea que la vida es repetitiva, unos empiezan un camino y otros lo andan también después. En lo bueno y en lo malo.
- Usted ya nunca saldrá de la cárcel. Tiene cuarenta y seis años. ¿Ha valido la pena todo lo que hizo?
- Yo no saqué los grandes beneficios que sacaron los que buscaban ver a muerto a alguien. Casi todos los encargos eran para matar a gente con poder, a gente rica, a poderosos. Un poderoso mandaba matar a otro. No se perdía gran cosa.
- ¿Qué cambiaría usted si volviera a tener veinte años?
- El arrepentimiento, ¿no, Ernesto? Me preguntas sin nombrarlo. Bueno, pues para que algunos se queden más tranquilos y duerman relajados, te diré que me gustaría no haber tenido que matar a ningún niño y a ninguna mujer embarazada.
- ¿Qué te queda por hacer?
- Conseguir una pistola y meterme un tiro en la boca.