A proposito de un comentario dejado por Isabel en mi blog - esa otra parte interesantísima de los blogs, que a veces algunos menosprecian y que yo considero esencial, ya que en ella se establecen los diálogos y hace que los blogs no sean monólogos - se me ocurrió comentar algo que a veces no es tenido en cuenta y que en la escuela deberían de estudiar los responsables. Decía Isabel: "También yo pienso que a los lectores nos seduce el sentir emociones. Chandler es un maestro y por eso no importa que su obra pueda tener algún defecto: hace sentir y si hay otros fallos el lector ni siquiera los detecta." (O los perdona, que es lo mismo.) Y eso me lleva a pensar en la verdadera importancia de ciertos escritores. Yo prefiero a los que me dan ganas de seguir leyendo, a los que me impulsan a escribir, a los que considero autores abiertos, plurales. A todos nos ocurre que se nos indigestan ciertos libros porque no conectamos, no podemos con ellos. Pero también hay otros que nos raptan, nos llevan a su isla, pero al acabarlos y volver nos sentimos vacíos, como si regresáramos de un viaje largo y agotador. Mi defensa de la novela negra es firme porque encuentro muchos libros que me impulsan a viajar a otras islas, que conectan mundos, que ofrecen ventanas por las que mirar. Chandler y Macdonald, por quedarnos con dos ejemplos clásicos, no sólo son de los que te atrapan y te llevan a sus escenarios y ante sus personajes vívidamente, sino que también te impulsan a entrar en otros escenarios y a conocer las vidas de otros personajes. Así pues, la pregunta es: ¿cuántas veces acabas de leer una novela y te sientes pletórico, lleno del mundo del autor, y a la vez deseoso de ir a otros mundos literarios?