Ross Macdonald: El blanco móvil (3). Romántica y egoísta.

Lew Archer está metido en un caso relacionado con la desaparición de un magnate del petróleo que de repente le escribe a su mujer para que reúna cien mil dólares. No quiere que sea en billetes mayores de cincuenta y de cien, no quiere que estén marcados ni que el banco anote la numeración. Lew está siguiendo una pista aún sin definir. Le aconseja a la esposa del rico que informe a la policía y presencia una discusión entre ella y su hijastra. El mundo de Archer incluye la introspección psicológica, los diálogos en que las personas se definen y hablan de sus interioridades. Así, cuando luego conversa con la hijastra, joven y bella muchacha de la que está enamorada el abogado del magnate, un hombre de cuarenta años, amigo de Archer, las palabras son reveladoras, es un instante de rara sinceridad que suele provocar con su actitud y sus propósitos nuestro detective. Él le dice que el abogado la ama y ella contesta: " Sé que me ama... Por eso no puedo abandonarme a él. Y por eso me molesta." Él se atreve a decirle, con tacto, lo que piensa: "Usted es romántica y egoísta. Algún día se precipitará a tierra, y con tanta fuerza que probablemente se rompa el cuello. O se le fracture, de todos modos, el ego, como espero." Ella no se achanta, sabe que le está recriminando algo muy visible: "Le advertí que era una inmunda arrogante - dijo demasiado ligera y fácilmente.- ¿Le parece un diagnóstico grave?" Archer no cae en la trampa: "No sea arrogante conmigo ahora."

Encadenados

Nada se le puede negar a Enrique Ortiz. Así que allá voy:


¿Eres hombre o mujer?: Big Jake ( Elmer Bernstein).
Descríbete: Ya quisiera yo (Ismael Serrano).
¿Qué sienten las personas cerca de ti?: Cuadros de una exposición (Mussorgsky. Intérprete al piano: Vladimir Askenazy).
¿Cómo te sientes?: Going home: Theme from Local Hero (Dire Straits).
¿Cómo describirías tu anterior relación sentimental?: Soleá (Miles Davis).
Describe tu actual relación con tu novio/a o pretendiente: Canon (Johann Pachelbel).
¿Dónde quisieras estar ahora?: Once upon a time in the west (Ennio Morricone).
¿Cómo eres respecto al amor?: Humility (Wim Mertens).
¿Cómo es tu vida?: Another brick in the wall ( Pink Floyd).
¿Qué pedirías si tuvieras sólo un deseo?: Rogativa de agua ( José Antonio Labordeta).
Escribe una cita o frase famosa: Round about midnight (Monk. Trompeta: Wynton Marsalis).
Ahora despídete: The end of affair ( Michael Nyman).


Como esto es una cadena, va para Clarice Baricco y Ninoska.

Ross Macdonald: "El blanco móvil" (2). Lew Archer.

Un detective privado puede ser también autocrítico. Lejos de los modelos que presentan a tipos intrépidos, atractivos, con vidas llenas de aventuras, el personaje de Ross Macdonald es de los que utilizan más la cabeza que los músculos. Y es consciente de dónde está, con quiénes se codea, de qué argucias se vale para obtener información y seguir adelante en los casos que le encargan. Por eso, cuando está fingiendo ser otro y anima a una vieja gloria del celuloide a beber para acabar llevándola al lugar que necesita, se ve en un espejo y su mirada se vuelve dura: " Intenté sonreír para alentarme. Yo era un buen tipo, después de todo. Compañero de la dureza, de lo mordaz, casos difíciles y marcas fáciles; ojo privado en el hueco de la cerradura de dormitorios ilícitos; informante de los celos, rata detrás de las paredes, revólver contratado por cualquiera a cincuenta dólares el día; pero un buen tipo, después de todo. Se formaron las arrugas en las comisuras de los ojos, junto a las aletas de mi nariz, los labios se despegaron de los dientes, pero no hubo sonrisa. Todo lo que conseguí fue una aviesa mirada famélica, como la burla de un coyote. La cara había visto demasiados bares, demasiados hoteluchos y baratos nidos de amor, demasiadas cortes de justicia y prisiones, postmortem y fichas policiales, demasiadas terminaciones nerviosas con el aspecto de torturados gusanos. Si hubiera encontrado esa cara en otro, no habría confiado en ella."

Ross Macdonald: "El blanco móvil". Fuera tópicos.

Sí, fuera tópicos. El detective privado que creó Ross Macdonald los elimina en el primer capítulo de la novela, publicada el año 1949 (qué bueno si hubieran tomado nota tantos que vinieron después). No se trata de un detective bruto, poco preparado, sino de alguien que tiene una cultura asentada y que narra de manera consciente y madura, utilizando un lenguaje muy literario, lleno de metáforas y de comparaciones, aunque no por ello sobrecarga el texto, no vuelve morosa la acción, no resulta cargante ni pesado. Lew Archer es un detective que narra y llena sus historias de sutiles destellos y acertadas imágenes. "Propiedad privada: color indeleble garantizado; no encoge los egos". "Después de llamar otra vez, abrió la puerta de acceso a una habitación alta y blanca, demasiado amplia y desnuda para ser femenina. Encima de la sólida cama había una lámina de un reloj, un mapa y un sombrero de mujer colocado sobre un tocador. Tiempo, espacio y sexo. Parecía un kuniyoshi." "Su voz era clara y fresca, pero había algo morboso en su risa, un ligero martilleo de amargura bajo la emoción." Son frases del primer capítulo, de las tres primeras páginas de la novela. Y no falta después la acción, la investigación, todo lo que esperamos de una novela negra de magna categoría. Fuera tópicos.

Ross Macdonald, Archer y Kerouac.

Existe un blog dedicado a Lew Archer, personaje creado por Ross Macdonald, el autor al que con más pasión he leído y seguido. Amílcar Romero es el artífice y quien además nos propone un encuentro entre Archer y el escritor Jack Kerouac, de la mano de William Pilgrim. La siguiente novela que comentaré en este blog es "El blanco móvil", de Ross Macdonald. Gracias, Amílcar.

José Carlos Somoza: La caja de marfil (y 8)

No es ésta una novela de un autor menor o de best sellers. Hay una creación, unas apuestas eminentemente literarias que no rebajan la categoría de la novela, sino que la elevan. Hay muchas frases llenas de poesía, de creatividad, evocadoras, magnas. La novela tiene su mayor defecto en la estructura, pues al final parece acelerarse, querer cumplir con lo previsto, dar muchas respuestas en poco espacio. Pero deja un personaje en pie muy creíble, el asesino, y nos abofetea en las últimas páginas con revelaciones que realmente le dejan a uno paralizado. Lo que en esta historia hay de novela negra mal entendida quizá le resta verismo a las conclusión, al deseo de dejarlo todo bien explicado, pero Somoza no ha fallado en la plasmación ni en el ritmo. Hay una intensa meditación sobre la realidad y su apariencia, sobre la literatura, sobre el bien y el mal, sobre el bien transparente y el mal que crece y se expande y se vuelve, cuanto más palpable, menos comprensible. En esta época nuestra en que parece que desde los medios de comunicación y desde los libros juzgados convenientes todo parece estar claro y explicado, novelas como "La caja de marfil" son un exabrupto, una queja, una llamada a mirar al dolor con otros ojos, a ver lo comprensible con los ojos cerrados, a saber de lo ignoto con el alma abierta y presta a recibir heridas. Probablemente haya que mirar al horror con ojos vacíos para entenderlo.

José Carlos Somoza: La caja de marfil (7). La mirada del asesino.

Quirós es un matón, un asesino a sueldo de los ricos, los poderosos. Acostumbra a matar con sus manos. Pero antes de matar algo cambia en él, brevemente. Cuando se dispone a matar a una mujer con la que ha pasado la noche su mirada cambia. "Sin duda, vio algo en la mirada de él que ni siquiera había visto en los momentos más intensos, con los ojos de ambos casi rozándose en medio de la noche. Quirós recuerda que estuvo a punto de preguntarle: ¿Qué ves en mi mirada? Le hubiese gustado saberlo para conocerse mejor a sí mismo. Puede que ella advirtiera la certidumbre, la solidez del guardián que, apostado junto a la puerta en arco de la torre, y únicamente tras un atento y despiadado escrutinio, deja pasar sólo a los elegidos sin importarle a quién rechaza o admite. O puede que vislumbrara su lealtad ante los grandes señores, su obediencia ciega. Fuera lo que fuese, se supo indefensa. A partir de entonces ya no le exigió: solo le rogó."

José Carlos Somoza: La caja de marfil (6)

La novela avanza y, sorprendentemente, apenas pasa nada. La chica desaparecida ha dejado tras de sí un colgante con una cadenilla rota, parece que estaba interesada en un escritor de pueblo que financiaba la publicación de su propia obras y, ante todo, el matón y la profesora pasan muchas horas juntos. Aquí se ve que la novela tiene calidad, que Somoza ha entrado en el género negro pero no para dejarse llevar por él sino para pisar un territorio conocido en el que se mueve a su entera libertad y a su entero capricho, sin dejarse comer el terreno. El viejo matón, junto a la delicada profesora, componen una figura original y digna de ser seguida: una cabeza, la de ella, bien amueblada, y un cuerpo, el de él, con muchas muertes en sus manos. Ella habla, deja que su mente vague, y él la escucha y se siente vagamente atraído, la protege, empieza a respetarla y a gozar hondamente de su compañía. Una sola figura, una pareja que centran la atención del lector, que contempla sus gestos y acercamientos, su improbable unión. Pero es en la provisionalidad cuando en ocasiones surge lo verdaderamente revelador, lo auténtico, lo definitivo.

José Carlos Somoza: "La caja de marfil" (5). Imágenes.

La escritura de Somoza está llena de aciertos visuales y líricos. Se trata de un autor que escribe consciente de que tiene un público amplio, seguramente fiel, y se muestra confiado, seguro, a ratos pletórico. La novela les debe mucho a sus personajes, a sus impresiones, y aunque no hay una trama original - la búsqueda de una chica, preguntas a posibles testigos, reconstrucción de sus últimos días antes de desaparecer - es la creatividad del autor la que nos guía y hace que en ningún momento decaiga el interés. Manejando a su antojo elementos propios de la novela policíaca y añadiendo un mundo propio, cuajado de originales imágenes, Somoza demuestra ser un escritor con una mirada amplia y una voz que transmite y comunica con claridad. En algunos fragmentos hay destellos de una calidad sin techo. "Sabía que no era verdad. Había muertos. Estaba acostumbrado a ellos y podía sentir su presencia. Lo que ocurría con los muertos era que no hacían ruido. Y tampoco tenían motivo alguno para quejarse, porque los vivos les habían construido bonitas y sosegadas casas con techo de flores. Quirós pensaba, incluso, que se sentían muy orgullosos de hallarse allí, cada uno con la piedra de su nombre a cuestas, como hormigas afanosas. Envidió sus vidas ocultas y quedas."

José Carlos somoza: "La caja de marfil" (4). Solidaridad.

Acaba la primera parte - o primer libro -de la novela, llevada de manera inteligente y con detalles originales, y empieza la segunda, en la que se nos cuentan momentos del pasado de Nieves, la profesora que investiga junto a Quirós porque le preocupa qué le ha pasado a la niña. Nieves, educada con las monjas, había pensado en la posibilidad de entregarse también a la tarea religiosa. Estaba concienciada de que lo más importante era el amor al prójimo. "Meses antes la televisión la había hecho temblar con las imágenes de un seísmo en Yemen del Norte, los muertos se contaban por millares, las organizaciones humanitarias reclutaban la compasión ajena. ´¿Por qué no ayudamos?´Lanzó aquella pregunta sobre la mesa mientras almorzaban frente al televisor. ´Ya hemos enviado un donativo´, repuso su madre. Pero ella no se refería a eso. ´¿Por qué no damos más? Eres joyero, papá. Puede vender parte del negocio y enviar ayuda. Al fin y al cabo, son joyas. ¿Por qué no lo hacemos? ¿Por qué nadie hace nada? ¿Por qué ningún cristiano hace nada?´ ´Las joyas no son de papá´, comenzó a decir su madre, pero su padre la interrumpió y sonrió. ´Por mí, de acuerdo, Nieves. Vamos a dar. Yo daré las joyas y mamá sus vestidos, y tú darás los tuyos, y tus libros de cuentos, incluyendo tu preferido, ´Las mil y una noches´, y tus salidas al cine, tus vacaciones...´" Realmente, aprecio en lo que vale que Somoza se acuerde de abordar temas que nos dan que pensar, actuales pero a la vez eternos.

José Carlos Somoza: "La caja de marfil" (3). La juventud actual.

Le ayuda en la búsqueda de la chica desaparecida la profesora. Ella habla y habla, él no le presta apenas atención, pero la utiliza para que lo acompañe a ver gente, a hacer preguntas. Visitan un albergue y Quirós le atiza a un muchacho engreído. Ella se lo reprocha y le habla de su experiencia con los jóvenes de ahora. " El mundo en que viven es terrible, los aísla, ellos buscan una identidad. Los grupos fanáticos se la ofrecen bajo cualquier tipo de bandera. Por ejemplo, esos cabezas rapadas del albergue. Adoptan un disfraz para creerse alguien. Necesitan reafirmarse, hacerse notar. Y lo hacen violentamente, porque quieren recibir una recompensa rápida. Pero el mundo, que antes los había abandonado, los castiga por esa violencia. Y ellos responden reafirmándose más y con mayor violencia: todo es un círculo." Dice que antes pensaba que la solución estaba en inculcarles valores religiosos, pero ahora duda de que eso sea efectivo. Quirós la escucha y no piensa en lo que ella le dice. Es un hombre de pocas palabras, escasos pensamientos, un hombre de acción.

Javier Ortiz

Un artículo de Javier Ortiz que merece la pena leer, que dice verdades que pueden resultar incómodas pero no dejan de ser verdades.

Una carta.

A veces, un descanso y dejar la literatura y tomar la vida. En el blog Periodista/Vendedora.

José Carlos Somoza: "La caja de marfil" (2). El amor.

Para un hombre como Quirós, matón a sueldo de los señores y los señoritos, el amor no es algo fácil. Se ve con una viuda cincuentona. Y sus esperanzas, sus deseos, son limitados. " Y Pilar seguía gustándole. Dentro de lo que cabía, que no era mucho a su edad. Es decir, sin pasión. Aunque sospechaba que ella sí se apasionaba. O quizá tampoco. El amor, le había dicho una vez un gran señor, vive en una habitación distinta conforme transcurren los años: comienza en el dormitorio, pasa al comedor y casi siempre acaba en el cuarto de baño. El de ellos se alojaba en la cocina. Pilar, sobre todo, guisaba bien. Y cosía como casi nadie sabe coser, exceptuando algunas viejas y ciertos hombres. Junto a ella Quirós sentía un reflejo de felicidad."

José Carlos Somoza: "La caja de marfil". Un pueblo para los turistas.

Una chica de quince años desaparece y Quirós es el encargado de buscarla. En su pasado hay al menos un asesinato y su trabajo es el de servir a los ricos en todo lo que le manden. El padre de la niña le envía aunque ésta no quiere volver a su lado. Quirós llega a un pueblo, el último lugar en el que se la ha visto. Le espera una profesora que ha conocido a la chica. Y ella le habla del pueblo, con palabras que definen muy bien: " Este pueblo es una pena... Tiene cosas muy bonitas, como ese espigón, o esa torre de allá, que es muy antigua, de tiempos árabes. Pero el resto está destinado al turista... Fíjese en esos edificios en obras...Cuánta especulación. Parece un animal al que quitáramos la piel para hacernos abrigos. Y esas barcas en la arena, sólo un decorado... Por lo visto, aquí no se pesca desde tiempos de san Pedro. Eso sí, quieren darle aires de gran ciudad y mantener, simultáneamente, el aspecto de aldea. Es lo que ha pasado con las bombillas: mucha iluminación, pero... Todo falso por dentro."

Policías de Nueva York (NYPD Blue). Enfermedades mentales.

En la segunda temporada de esta serie, que corresponde a los años 1994 y 1995, hay una historia que se desarrolla en segundo plano, mientras los detectives de la Comisaría del Distrito Quince llevan adelante sus investigaciones. Un antiguo policía le pide ayuda a Andy Sipowicz para encontrar a su hijo, que padece algún tipo de problema mental y se toma unas pastillas para combatirlo. Lo encuentran, lo llevan a casa y días después le pega al padre, que vive con él. Sipowicz le habla de la conveniencia de que se mude a otro piso y el padre le hace caso. Pero decide más adelante volver con su hijo, porque tiene más de setenta años ya y es lo que más quiere, quien más le importa. Sipowicz le hace prometer que le llamará cada cuatro horas, porque sabe que el estado que padece el hijo le convierte en un ser peligroso. Va a visitarles y se encuentra muerto al padre. Busca al hijo por las calles y lo detiene. Lo primero que le oye decir es que le ha hecho daño a su padre. Tiene sangre en la ropa y lleva puestos los auriculares: No me los quites, dice, mientras le esposa Sipowicz, porque no quiere oír ningún ruido exterior. Tienen que quitárselos cuando lo llevan a una celda de la comisaría pero momentáneamente se los devuelve Sipowicz cuando le trasladan a la cárcel. Vemos que no están conectados, que no hay un casete del que pueda conseguir música fuerte, atronadora, que tapone sus oídos y algunos conductos de la mente.

Jodi Compton: "37 horas" ( y 5 )

Impecable estructura la de esta novela. Cuando leemos ciertos capítulos tenemos la sensación de que la novela se alarga o toma un camino a la deriva que no le favorece. Nada de eso. Acostumbrados a los choques inmediatos, a los disparos rápidos de la novela negra menos buena, la historia de Compton parece avanzar lastrada, demasiado reconcentrada, pero el error no es de la autora, sino una mala apreciación del impaciente lector. Nada sobra en esta novela, su desarrollo tiene mucho que ver con el de otras historias que nada le deben al género negro, pero también el sentido del misterio, del desvelamiento progresivo de hechos fundamentales en la vida de los personajes remite a la clásica novela detectivesca. Compton se maneja con igual destreza dentro de la novela negra y dentro de la novela mayor, llena de ambición, tanto en estilo como en trama. Cuando llegas al final del libro, que gana conforme avanza en todos los sentidos, ves que la autora es muy valiente -no desvelaré los temas, la manera de tratarlos, pero sí os adelanto que detrás de estas páginas late una mente que ama a las personas y que escribe para entenderlas y seguir amándolas, aunque sus actos no sean siempre secundables -, muy buena creando una historia y presentándola, avanzando, llenándola de meandros que luego concurren en un río que da sentido a todo. Pero no hay aquí una sorpresa final que nos deslumbra un instante y nos deja indiferentes después: se trata de ver qué son las personas, qué las mueve a amar, matar, huir, qué huellas dejan en ellas sus actos y sus deseos. El marido de la detective Pribek es un personaje tan bien contruido y tan bien presentado que parece absolutamente real, con sus contradicciones, sus miedos, sus secretos. Sí, los secretos. Los secretos que ocultan pero no te insertan en la oscuridad. Los secretos que marcan y dejan vestigios. Los secretos que no impiden del todo que dos se amen. Los secretos que son armas que nos esperan agazapadas para herirnos, para matarnos. Los secretos que nos conforman y dan sentido a alguna parte indescifrable de nuestras vidas. Una gran novela, no lo dudéis, obra de una lectora aventajada de "El largo adiós", de "Crimen y castigo". Una novela con mayúsculas con varios personajes dentro que son auténticas creaciones, auténticas y perdurables. Y con un mensaje final muy claro: "Acaso había tenido razón desde el principio. Quizás el hecho de concluir las cosas se sobrestimaba". Para saberlo habrá que ir a buscar la segunda novela dedicada a la detective Pribek.

Blog de Ninoska

Visita obligada al blog de mi amiga Ninoska, generosa y acertadísima como siempre.

Jodi Compton: " 37 horas " (4). Nuestra pareja.

¿Cuánto conocemos de la persona a la que amamos, con la que compartimos nuestra vida? ¿Nos interesa de verdad saberlo todo de ella, conocer las partes menos visibles, sus zonas oscuras? La detective Pribek visita a los hermanos de su desaparecido marido y a la vez deja que las dudas, los miedos, las incertidumbres aneguen su mente. Recordando un caso en el que participó su marido y que él le narró, llega a una conclusión soprendente: " Aquella noche escuché en su voz el resuelto credo del bien y del mal de su infancia y me pregunté si, después de todo, existía mucha distancia ideológica entre el reverendo Shiloh y su hijo". Y es sorprendente porque su marido dejó la casa paterna por desobedecer los dictados del padre y no ha seguido la religión de su progenitor, alguien recto e intratable, insufrible. Y es soprendente porque no quiso saber nunca más de su padre. ¿Conocemos a los que están tan cerca de nosotros, nos conocemos a nosotros mismos? Jodi Compton, conforme avanza la novela, consigue lo más difícil: crear un personaje, con su luces y sombras, desde la ausencia.

Jodi compton: "37 horas" ( 3 ). Una historia de amor.

Hay que destacar también la capacidad que tienen muchas escritoras para los detalles: su visión parece ser más amplia y profunda que la de muchos escritores varones. Compton tiene esa capacidad y otra también muy destacable: la de intercalar pequeñas historias en la novela que la hacen más amena y más completa a la vez. Son casos que ha vivido o le han contado a la detective Pribek. Os transcribo: " Una vez me contaron que una mujer viuda, un mes después de que su marido muriera en accidente de coche, había empezado a consolarse con una fantasía. La fantasía era que su marido no había muerto, sino que la había dejado y se había mudado a otra región del país. Por aquel entonces no me había parecido que pensar en aquello antes de dormirse tuviera que suponerle un consuelo, pero ahora lo comprendía perfectamente. El amor de esa mujer había sido incondicional; sólo deseaba que su marido se encontrara sano y salvo, con o sin ella". Ahora que ella busca a su marido, que teme que su marido esté muerto, comprende ciertas cosas que antes sólo juzgaba desde fuera, como nos ocurre a todos. Amigos, en la novela negra y en el cine negro hay un lugar importante para historias como ésta. Para historias de amor.

Jodi Compton: "37 horas" ( 2 )

Insisto en que no creo que la novela negra tenga que obedecer forzosamente unas reglas. En "Días difíciles", de Miguel Mena, no hay ningún asesinato, ningún tiroteo, pero el ambiente y la trama tienen que ver con la novela negra. Tampoco en " 37 horas" se investiga un asesinato ni hay tiroteos. Se trata de una investigación de otra clase: la que realiza una policía para encontrar a un desaparecido. Compton no carga las tintas incluyendo cadáveres ni misterios secundarios que aporten emoción e irrealidad a la historia. El interés es humano: saber por qué su marido ha desaparecido sin dejar rastro en un momento en que aparentaba ser feliz, tener planeado su futuro, estar seguro de que amaba a su esposa. La investigación lleva a la detective Pribek donde menos se lo esperaba: al corazón de la familia de su marido, para ella totalmente desconocida. Y ese ir de un lado para el otro, buscando pistas, hallando fotos de la niñez y adolescencia de su marido, conversando con sus hermanos, que le dicen que se comportaba de tal manera cuando era un chaval, tenía tal carácter de joven, es tan emocionante como ir detrás de un asesino que deja pistas para que el detective las vea y le encuentre.

Jodi Compton: 37 horas ( The 37th hour)

Una detective de la policía, dedicada a buscar a desaparecidos, se halla metida en un caso inesperado: la búsqueda de su propio marido, también policía. Su trabajo es una inmersión en la memoria, porque Compton presenta una historia con continuas vueltas al pasado, muy bien seleccionadas y entremezcladas con los acontecimientos que vive la detective Pribek en su presente. Ella es la que narra en primera persona la historia y la que recuerda cómo conoció a su marido, de dónde vienen ella y él, quiénes fueron su padres y hermanos. Con una estructura inteligente y sin aceleramientos innecesarios, vamos ahondando al lado de Pribek en el pasado y nos interesamos por las vidas de esas dos personas que formaron pareja sin esperárselo. Una prosa matizada, con frases que destellan a veces como piedras preciosas, es el vehículo que nos lleva por interesantes meditaciones sobre la familia y sobre el carácter de los que optan por vivir solos, sobre la pérdida y el desamparo. Me parece además destacable que estemos ante una novela con dos policías como protagonistas, trufada de pequeñas historias que ha vivido la detective en su carrera, y no sea la violencia un elemento destacado y lleguemos interesados más allá de la mitad del libro sin haber presenciado aún ningún asesinato. Como Hitchcock muy bien demostró, un thriller no es sólo presentar escenas de sangre.

Excepción Cine 1: La tapadera, de Martin Ritt ( The front )

No todo ha de ser lectura de novela negra ni noches ante la pantalla viendo cine negro para el aficionado. Ser devoto de un género no debe de servir para excluir, sino para sumar. Cuando me encuentro con gente que ama la ciencia ficción y sólo lee y ve ciencia ficción pienso que se equivoca, que juega tontamente al enroque. Pienso lo mismo de los amantes de la novela negra, del cine negro. Llamo Excepción a esta entrada pero sólo para diferenciarla: debería de llamarla de otra forma, que si se os ocurre, amigos, por favor no os calléis, hacédmelo saber. Elijo la película protagonizada por Woody Allen porque su compromiso, su valentía, su oportunidad en la época actual me parecen incuestionables. Que al leer los nombres en los títulos de crédito veamos que, entre paréntesis, va junto a ellos una palabra y un año (blacklisted 1951, por ejemplo), o sea, el año en que al artista lo incluyeron en la lista negra, me deja la boca seca. Por comunistas, por ser amigos de comunistas, por no ser como quería el malnacido comité, por no denunciar, por callar, por no colaborar en su labor de limpieza (tan semejante en algunos aspectos a la que hicieron otros, con cascos y cruces gamadas, pocos años antes): qué tremendo dolor, qué tremenda infamia. La película está adornada con algunos chistes alleninianos, tiene alguna caída, pero también una escena tan memorable que la engrandece aún más: el suicidio del actor al que interpreta Zero Mostel, en un hotel, con ese plano en que dejamos de verle y luego la cámara se mueve un poco y nos muestra la ventana por la que se ha arrojado. Películas como ésta son tan necesarias, tan interesantes que el aficionado a la novela negra, al cine negro puede verlas y no aburrirse ni un segundo, puede imaginarse a Marlowe ayudando a un amigo que ha caído en las garras del innombrable senador y sufriendo a su lado, como en "El largo adiós" sufría por su amigo Terry Lennox.

La ley de la droga ( The young americans). Cine negro en color.

Película memorable por su fotografía, debida a Vernon Layton, que es lo más cercano que puede existir en color al blanco y negro clásico, con esos colores tan contrastados, las escenas con los rostros medio iluminados y exteriores con zonas completamente oscuras. Un deleite visual y un ejemplo de cómo se puede fotografiar el cine negro actual. Destacable es también la música de David Arnold, que literalmente devora las imágenes en algunos momentos, algo que siempre critican los expertos en bandas sonoras pero que a mí no me importa, máxime cuando la historia de la película da para tan poco. Protagonizan Harvey Keitel, con caras apretadas algunos ratos, y Viggo Mortensen, muy joven. Dirige Danny Cannon. Lo mejor, la escena del asesinato del principio y cuando al muchacho le ponen el micrófono, con la música de Arnold subiendo hasta la cima de la emoción.

Gabriel Báñez: "Los chicos desaparecen". Adaptación al cine.

Leyendo el blog de este escritor me entero de que adaptan al cine una de sus novelas. Marcos Rodríguez será el encargado de dirigir la película, cuya historia está presentada en clave policial, y contará con los actores Norman Brisky y Lorenzo Quinteros. Visita obligada a la casa de Gabriel Báñez, para saber más y mejor de la película y de él mismo. Ya estamos esperando verla, que llegue aquí o nos la hagan llegar de alguna manera. Qué bueno sería poder verla en algún cine de allá, la verdad.

Libros que son amigos

A proposito de un comentario dejado por Isabel en mi blog - esa otra parte interesantísima de los blogs, que a veces algunos menosprecian y que yo considero esencial, ya que en ella se establecen los diálogos y hace que los blogs no sean monólogos - se me ocurrió comentar algo que a veces no es tenido en cuenta y que en la escuela deberían de estudiar los responsables. Decía Isabel: "También yo pienso que a los lectores nos seduce el sentir emociones. Chandler es un maestro y por eso no importa que su obra pueda tener algún defecto: hace sentir y si hay otros fallos el lector ni siquiera los detecta." (O los perdona, que es lo mismo.) Y eso me lleva a pensar en la verdadera importancia de ciertos escritores. Yo prefiero a los que me dan ganas de seguir leyendo, a los que me impulsan a escribir, a los que considero autores abiertos, plurales. A todos nos ocurre que se nos indigestan ciertos libros porque no conectamos, no podemos con ellos. Pero también hay otros que nos raptan, nos llevan a su isla, pero al acabarlos y volver nos sentimos vacíos, como si regresáramos de un viaje largo y agotador. Mi defensa de la novela negra es firme porque encuentro muchos libros que me impulsan a viajar a otras islas, que conectan mundos, que ofrecen ventanas por las que mirar. Chandler y Macdonald, por quedarnos con dos ejemplos clásicos, no sólo son de los que te atrapan y te llevan a sus escenarios y ante sus personajes vívidamente, sino que también te impulsan a entrar en otros escenarios y a conocer las vidas de otros personajes. Así pues, la pregunta es: ¿cuántas veces acabas de leer una novela y te sientes pletórico, lleno del mundo del autor, y a la vez deseoso de ir a otros mundos literarios?

Alfredo arias: Estudio de "El largo adiós" (y 2). Raymond Chandler Square.

Varios apuntes más: uno, muy interesante, sobre el uso de la comparación y la metáfora en la obra de Chandler: recurso, el primero, que sus seguidores copiaron claramente. Un estudio sobre los antecedentes de Marlowe, observaciones sobre sus "antepasados" caballerescos. Una noticia: existe una Plaza de Raymond Chandler (Raymond Chandler Square) en Los Ángeles. Y un detalle que habla bien y define mejor la pujanza de internet, la creciente importancia de los textos que están en la red: al acabar la presentación de la novela hace Arias un repaso de obras, autores, menciona algunas revistas, cómics, en que la novela negra está presente y cita a nuestros amigos más próximos, con enlace aquí al lado: La Gangsterera.

Alfredo Arias: Estudio de "El largo adiós". Cátedra.

Nada como volver la vista atrás para recuperar la perspectiva. Nada como volver a leer a los maestros para recordar de qué va esto. Estudia Arias la obra maestra de Raymond Chandler e inserta un texto del autor: "Me propuse probar que estaban equivocados. Mi teoría era que los lectores sólo se imaginaban que les interesaba únicamente la acción; que, en realidad, aunque no lo sabían, la acción les importaba muy poco. Lo que les gustaba, igual que a mí, era la creación de emociones a través de la descripción y el diálogo". Lo que lleva a Arias a afirmar que " Esto explica que el desarrollo de las tramas en la novelística de Chandler no sea lo más conseguido, por no ser lo pretendido...en comparación con la porfía en resaltar matices psicológicos o en redondear ácidas reflexiones sobre la condición humana". Bueno, un vaso de agua limpia y fresca.

Philip Marlowe

Esta semana, en la revista "Así son las cosas", el coleccionable dedicado a los detectives de ficción está dedicado al personaje de Raymond Chandler: "El tipo más cínico", lo catalogan. Su ficha, fotos de Bogart, Mitchum, Garner, y una página dedicada a su creador.

"Contra todo riesgo", de Taylor Hackford (Against all odds).

Remake de "Retorno al pasado". Demasiado larga, porque se entretiene en exceso en contar el idilio de los protagonistas, es una pena que sea una mala película, ya que la interpretan Jeff Bridges (al que considero uno de los mejores actores de su generación), James Woods y Richard Widmark, el malo de algunas cintas inolvidables. Fruto de su época, gasta la pólvora en salvas (las tórridas escenas en que Bridges y Rachel Ward exhiben sus tostados cuerpos) y cuando da paso a la verdadera historia negra, con corrupciones en apuestas deportivas (mirad hacia Italia y el fútbol), en asuntos inmobiliarios (mirad hacia Marbella), en sentimientos manipulados y chantajes emocionales, nos hemos aburrido y nos nos creemos a ningún personaje ni la trama, porque todo parece encajado a la fuerza, sólo para justificar la historia de amor /desamor.

Juan Marsé: " Canciones de amor en Lolita´s Club" (Crítica)

( Crítica para La Gangsterera)
A veces tiene uno la suerte de asistir a una representación de primera clase, a una obra que te deslumbra y guardas la entrada como un gran recuerdo. Lástima que no se pueda hacer lo mismo con una novela. "Canciones de amor en Lolita´s club" es una obra maestra de la novela negra, en la que hay un policía airado y violento, narcos, un asesinato, palizas. Pero quien escribe esto es Juan Marsé y eso convierte esta novela en una pieza indiscutible para cualquier lector, además. La historia de dos hermanos gemelos que vuelven a juntarse cuando a uno le preparan un expediente para expusarle de la policía por brutalidad nos lleva al escenario de un club de alterne donde el otro hermano, inocente como un niño a causa de una deficiencia mental, pasa las horas por culpa de un amor medio correspondido, medio realizado con una prostituta. El policía busca la manera de echar a su hermano de ese lugar y recurre a sus manos rápidas y certeras y a sus expresiones cortantes y contundentes. La historia avanza con escenas propias de la novela negra y sobre todo con la atmósfera de una película del cine negro de los cuarenta. Los personajes están tan bien dibujados que crees en ellos y en lo que hacen en todo momento, los ves moverse pasmosamente ante tu cara como si los estuvieras viendo en la realidad, tan bien los lleva y les da vida el maestro Marsé. La estructura, tan clara, tan sencilla, pero con tanta sabiduría dentro, es una lección más de cómo contar y guardar a la vez -la relación del policía con la mujer de su padre es un destacado ejemplo-, esa teoría del iceberg que echan en falta tantos libros que leemos. Con valentía, Marsé acepta el reto del presente y nos habla lateralmente de los programas de cotilleo, en profundidad de la prostitución, las mafias y sus damnificados, trata las relaciones familiares con una hondura y sobriedad abrumadoras, hasta suelta una pincelada que retrata el terrorismo. Con detalles de un lirismo marca de la casa, avanzamos hasta un final comprometido, en el que el autor toma partido, se moja, baja a las aguas sucias y se mancha. Sin maniqueísmo - qué fácilmente podría habérsele ido la mano retratando al bueno como buenísimo y al malo como malísimo -, sin dar un solo paso meditado, sin dejar nunca de lado al lector, esta novela negra sin abundancia de tiros, sin investigación, pero con todo el mundo que la novela negra actual ha de abordar para entrar en la categoría, es la obra maestra que el género en español esperaba. Desde "Los mares del Sur" nadie había entregado a los lectores un libro tan acabado, tan perfecto, tan abierto a la imaginación y a perdurar en la memoria de cualquier lector interesado.

Juan Marsé: "Canciones de amor en Lolita´s Club" (12). Violencia azul y negra.

Pero después llega la violencia, la definitiva, la que no tiene remedio y aboca a cada personaje a su oscuridad interior y le pone ante el espejo de sus propias miserias, sus miedos, sus desesperanzas. Porque cuando llega la violencia y trae consigo sangre y muerte no quedan resquicios para el optimismo, no sirven los recuerdos de celebraciones ni de momentos que creímos guardados indelebles en el lugar más grato de la memoria. Porque al ver muerto a quien querías dudas de la vida y de tu propia vida y sabes que nada tiene un sentido definitivo, nada ocupa un lugar eterno. La violencia es siempre azul y negra, está llena del azul que ven los moribundos en el cielo o en el suelo, está llena del negro que vela nuestra mirada al enfrentar la escena en que hay alguien que nunca más nos dirá una sola palabra. No hay muertes justas, seguramente, por muy deseadas que sean, pero hay muertes como la de esta novela, cerca de su final, que orillan la luz y llenan de oscuridad el entendimiento, la razón y la voluntad. Una muerte que cierra una vida y quizá clausura también la de todos los que rodeaban al que muere. Y ahora cada uno ha de buscarle un sentido individual a la tristeza, a la pesadumbre, al desconsuelo.

Juan Marsé: "Canciones de amor en Lolita´s Club" (11). Dos hermanos, una mujer.

Previsiblemente, el hermano policía siente una especial e irreprimible atracción por la mujer a la que ama su hermano el disminuido, la que le tiene atrapado en el club, anclado al club como se ancla el enamorado a la belleza, a la presencia de su amada. Y quiere hacer el amor con esa prostituta, con la que su hermano, sin pulsiones ni actividad sexual, no puede hacerlo. Y aunque haya algo de simbólico en todo esto, también hay una emoción que recorre al lector en un nivel profundo y le lleva a meditar sobre la violencia del policía, la ingenuidad del hermano y la indefensión de la prostituta. Y sobre esa imagen que se forma en su cabeza: el policía de métodos violentos encuentra lo mejor donde su hermano se lo señala sin palabras, en el mismo lugar y la misma persona, quizá porque su mirada limpia, inocente, ve lo que de limpio e inocente hay en la prostituta, lo que a él y a su hermano puede enamorar.

Relato: "Frente a frente", de Francisco Ortiz

Para Ninoska Mermoud-Santiago


- Me decía usted antes de empezar que le gustan mucho las matemáticas.
- Sí. Los números son para mí muy importantes. Tres pasos desde la escalera. Siete escalones. Tres ventanas. Y, ya un poco más maniático, si ponía en la plancha pescado o setas, tenían que ser trozos que quedaran armoniosos a la vista.
- ¿Se puede ser maniático cuando se es un asesino?
- También tenía manías con las cantidades que cobraba.
- ¿Mató usted alguna vez a un niño, a una mujer embarazada?
- No me importa decírtelo ni decirlo delante de las cámaras. Sí.
- Como le gustan tanto las matemáticas, sabrá a cuánta gente ha matado.
- Sé el número exacto. Por supuesto. Pero no lo voy a decir.
- ¿Está próximo al número probado, por el que tiene las condenas que le han traído a esta cárcel?
- La verdad es que no. No se parece. Ni el primer número ni el segundo.
- Se le achacan más de veinte muertes. ¿Nunca mató usted por propio designio, porque alguien le molestara, porque alguien le estorbara?
- Nunca. Siempre hubo un contrato de por medio. El que me buscaba era igual que el que va al carnicero.
- Es usted un cínico.
- A la gente le gusta oír cosas así. Que un asesino a sueldo es un tío despiadado, que mataría hasta a su madre por dinero. Y a la gente le guste que le den explicaciones, ¿no? Que mataba porque las personas eran para mí como reses, como pollos, como cerdos.
- Pero usted no cree eso, no cree lo que dice.
- Lo digo para tranquilizarlos, para que tengan una explicación lógica. Es lo que esperan y estamos en la tele, ¿no?
- Prefiero que diga sólo la verdad, su verdad.
- ¿Qué mataba por falta de amor, por culpa de una infancia frustrada por la separación de mis padres, todo eso que escriben en las revistas los periodistas que no saben ni ir solos al servicio a mear? El mundo está lleno de tópicos. Cada palo que aguante su vela.
- Le gustaba a usted cuidar mucho sus macetas.
- Sí, hombre. Me gustaba cuidar macetas que se estaban secando o a punto de secarse. Es verdad. Algunas de mis mayores alegrías en la vida me las he llevado viendo un brote nuevo en una maceta casi seca, con el resto de la planta casi seca. Pero que nadie interprete estas cosas demasiado. En mi casa, de pequeño, había macetas. Nada más. Si hubiera habido otra cosa, me habría fijado en esa otra cosa y ya está.
- En los momentos de mayor tristeza ha dicho usted que a veces pensaba en armas.
- Permíteme que me ría un poco. Bueno, vale. Soy un asesino y habrá que hablar de estas cosas. No íbamos a hablar de fútbol o de las obras que infectan esta ciudad, claro. No soy un político ni un futbolista, como otros invitados de tu programa.
- Lo ve usted.
- Lo veía. Tienes un programa muy interesante. Aquí dentro ya me pliego a lo que me mandan. Fuera sí lo veía.
- Continúe usted, por favor.
- Me pasaba que entraba en ratos de depresión y me imaginaba con la Luger en la mano, apuntándole a alguien, vagando por ahí con ella en el bolsillo. Y me daba fuerzas para seguir viviendo. Es verdad. Pero, vamos, que me supongo que un cazador soñará que caza un pájaro o un pescador que pilla un gran pez.
- No insista usted en hacernos creer que es un hombre lleno de tópicos, Martín. En su cabeza hay fuerza y hay claridad. Usted nunca se ha dejado llevar.
- Gracias. Es cierto. He matado porque no he aceptado nunca que me lleven, que me dirijan.
- Dejó usted la escuela pronto.
- Soñaba que le pegaba un tiro a un profesor.
- Me contagia usted su risa. Ejem. ¿Por dónde iba? Nunca se casó.
- Pero me han gustado mucho las mujeres.
- ¿Alguna le traicionó alguna vez?
- ¿Y la maté? No, nunca he matado en mi vida privada, digámoslo así. Claro que me han traicionado las mujeres. Como los hombres. Las mujeres me han querido y algunas me han respetado. Más que los hombres. En los hombres he visto más desconfianza y más competencia. He visto mucho machote que luego se cagaba fácilmente en los pantalones.
- Una vez le encargaron matar a un alcalde corrupto.
- Me daba igual que fuera o no corrupto. Todos, alcaldes, votantes, ciudadanos, gente de pueblo, trabajadores, empresarios, banqueros, gente normal y gente normalísima, todos hemos hecho algo en la vida, alguna vez, por lo que merecemos morir, por lo que habríamos merecido que nos mataran. Puede que algo gordo, grave, imperdonable. O puede que algo que parece que no tiene mucha importancia. Pero hemos hecho daño, hemos sido crueles, hemos merecido que alguien nos buscara y nos pegara tres tiros.
- ¿También un niño de diez años, una mujer embarazada?
- Maté a los que no se lo merecían porque no me quedaba más remedio. Sólo maté a un niño y a una mujer embarazada. Pero fue una prueba. Al principio, cuado empezaba. Lo hicieron para probarme. Estábamos en una calle de Madrid. El que después fue mi contacto hasta que me metieron aquí, en el talego, me puso a prueba. Estábamos hablando de otra cosa y de repente me señaló a una mujer que iba por un paso de peatones con un niño de la mano. Y estaba también embarazada.
- ¿Supo usted cómo se llamaban?
- Claro. Tuve que averiguarlo. Mira, te los voy a decir. Andrea, Juan Carlos. Esos nombres no se me han olvidado.
- ¿Los miraba usted antes de dispararles con su pistola alemana?
- No los miraba atentamente, si es eso lo que me pregunta. No porque fueran a darme lástima, sino porque tenía que estar pendiente de muchos detalles, de que no me sorprendieran. Ah, y mi pistola es una Luger nada más que porque fue la primera que me compré. Me gusta que tenga muchos años, eso sí, y que no haya sido yo el primero en utilizarla. Seguro que habrán muerto más personas con balas que dispararon con esta pistola sus anteriores dueños. No me consuela ni nada. Pero se lo digo para que vea que la vida es repetitiva, unos empiezan un camino y otros lo andan también después. En lo bueno y en lo malo.
- Usted ya nunca saldrá de la cárcel. Tiene cuarenta y seis años. ¿Ha valido la pena todo lo que hizo?
- Yo no saqué los grandes beneficios que sacaron los que buscaban ver a muerto a alguien. Casi todos los encargos eran para matar a gente con poder, a gente rica, a poderosos. Un poderoso mandaba matar a otro. No se perdía gran cosa.
- ¿Qué cambiaría usted si volviera a tener veinte años?
- El arrepentimiento, ¿no, Ernesto? Me preguntas sin nombrarlo. Bueno, pues para que algunos se queden más tranquilos y duerman relajados, te diré que me gustaría no haber tenido que matar a ningún niño y a ninguna mujer embarazada.
- ¿Qué te queda por hacer?
- Conseguir una pistola y meterme un tiro en la boca.

Justo Navarro, "La dalia negra".

Hoy, en El País, Justo Navarro habla de la novela negra, de James Ellroy y la adaptación al cine de su novela "La dalia negra". Hay que leerlo, todo lo que escribe este gran autor tiene mucho sentido, tanto si estás de acuerdo con él como si no lo estás.

Juan Marsé: " Canciones de amor en Lolita´s Club" (10)

¿Por qué si digo que Juan Marsé es el mejor novelista español vivo sé que apenas habrá cuatro voces que puedan llevarme la contraria? ¿Por qué si digo que ésta es una novela negra habrá también sólo cuatro voces que se quejen? Una novela negra lo es no por el número de tiros, las veces que aparecen pistolas o los asesinatos que vemos que se cometen. Llevo tiempo defendiendo que la gran novela negra española aún por escribir necesita una buena prosa, unos personajes bien definidos, una trama en que se vean cosas y se supongan y se detecten otras muchas no visibles, que cree un mundo y que este mundo no ofrezca un camino unidireccional, sino muchas pequeñas vías. Vale todo esto para presentar el fragmento que os transcribo y que es un ejemplo de lo que hay en la novela negra sin asesinatos - un clima moral, unas actitudes chocantes, más desencuentros que abrazos, un pasado tan vivo y candente como un hierro que te marca-esa novela que yo reclamaba. Raúl, el policía, hace el amor con una mujer a la que conoce desde hace tiempo: "Acelera las embestidas cada vez que sus ojos tropiezan con los zapatos de tiritas abandonados en el suelo al lado de su americana, como si el pálido fulgor blanquecino en la penumbra del cuarto ejerciera sobre él un extraño magnetismo, como si la fantasmal insolencia que ha dejado en los zapatos el erguido empeine que los calzaba unos minutos antes prefigurase otros pies en otros ámbitos, en otra penumbra y en otro arrebato más febril y desesperado, mientras María, de bruces sobre la mesilla de noche, junto a la cama sin deshacer, aguanta el acoso con los ojos cerrados, debatiéndose entre el placer y el dolor, con la falda subida y sin desnudarse del todo, como si hubiese sido sorprendida por el apremio y la brutalidad de Raúl. Gime y protesta e intenta darse la vuelta, pero él la sujeta firmemente contra la mesilla hasta vencer su resistencia. Lo hace con una premura falaz y una premeditada violencia, con una aparente urgencia sexual que esconde una secreta revancha, el deseo de hacer daño y hacérselo a él mismo. Cuando termina, hunde la cara en los cabellos de María, que se vuelve hacia él llorosa y apenada, intentando comprender. Con ambas manos levanta la cabeza abatida de Raúl y busca sus ojos."

"Shadowboxer", de Lee Daniels

Hay películas que sabes que te resultarán inolvidables. No son obras maestras, no tienen por qué pertenecer a tu género preferido, tampoco las guardas en la memoria completas ni hablas de ellas como si fueran parte esencial de tu vida. Pero sales del cine y sabes que hay varias imágenes, algunos fragmentos que no olvidarás jamás. El final de esta película, la útima escena, es inolvidable. Un niño habla, dice una sola frase, y esa frase es un golpe en tu conciencia. "Shadowboxer" es la historia de dos asesinos a sueldo, una blanca mayor con cáncer y un negro joven. Su siguiente encargo es matar a la esposa de un mafioso, pero no la matan porque está embarazada y la asesina la adopta, también a su hijo. La trama es previsible y no se juega a engañar. El director nos presenta pura poesía en varios momentos, alterna la frialdad de los disparos y las ejecuciones de los asesinos con plácidas secuencias en que hay amor, hay ganas de vivir, hay voluntad de vivir. Ciertos planos te prendarán. Ciertos disparos te dañarán no sólo la piel, querido espectador, sino lo que tienes detrás. No te la pierdas. Éste sí es cine hecho con libertad, cine con grandes actores dentro, cine contado para la mente y para el corazón. Este es el cine que siempre estamos reclamando que se haga, así que no busquéis excusas. Es cine diferente, intenso y para adultos. No saldréis del cine igual que entrasteis, tendréis después mucho de que hablar.

Juan Marsé: "Canciones de amor en Lolita´s club" (9). Programas del corazón.

Y también el humor. Hay una escena divertida pero también creada muy a propósito, deudora de las realidades de nuestro tiempo, en que el hermano disminuido juega a conducir un coche imaginario en una máquina recreativa mientras en un cercano chiringuito estalla una discusión entre los partidarios de ver en la tele un programa de los llamados del corazón y un señor calvo que está haciendo un crucigrama y se opone a que en el local la televisión tenga el volumen tal alto sólo para que se oigan auténticas sandeces. Las señoras y los maridos embelesados con la cutrez le increpan y el hombre apaga el televisor. Las mujeres se le abalanzan y le golpean con los bolsos y le obligan a salir del local. Victoriosos, siguen tragando mierda televisiva y Valentín, el hermano disminuido, de repente, cree que le hablan a él desde el televisor y se descuida y el coche que conduce en la pantalla del juego se estrella. Con humor, Marsé sigue hablándonos de lo que define-desgraciadamente-nuestra vida cotidiana: el entretenimiento a toda costa, el chismorreo, la pequeñez elevada a categoría de ejemplo definitivo, la estolidez mental.

Juan Marsé: " Canciones de amor en Lolita´s Club" (8). Ni buenos ni malos.

Porque el policía puede ser un salvaje y puede pegarle a un tipo que defiende a los terroristas (él estuvo destinado en El País Vasco) sin mediar palabra, en los servicios de un bar, pero Marsé no quiere jugar tontamente al bueno y al malo y le dedica estas líneas en las que hay comprensión y una gran sensibilidad: "Está comiendo solo y pensando que nadie sabe los años que lleva comiendo solo, las incontables veces que se ha sentado a comer solo en solitarias mesas. Y a quién cojones le importa. Ensaladilla rusa, alitas de pollo fritas y una botella de vino casi enterita, tumbado en la hamaca a la sombra del porche. El siseo de las olas en la rompiente acrecienta su ritmo implacable al abrirse la tarde. Más allá de las dunas, el horizonte atrae su mirada, como siempre: una vaga propensión a hacerse preguntas sin respuesta. Ese tenso alambre sin funámbulo, sin imágenes tangibles por encima y por debajo, ni en el cielo azul ni en el mar cárdeno, sostiene sin embargo en algún punto un enjambre de sueños que zumba en su mente desde que era un niño."

Juan Marsé: "Canciones de amor en Lolita´s Club" (7). La transición española.

Hablaba Alicia en su blog, Atravieso el espejo, hace un tiempo de la transición. Dejamos allí mensajes muchos de sus lectores. El tema aún preocupa. Marsé lo aborda en su novela -más interesante cuanto más lees- cuando el policía, que está apartado del servicio, visita a un rico doctor que quiere contratarle como escolta para su esposa, diputada. El hombre, amigo del padre de Raúl, tiene ganas de conversar, dice: " ¿No cree usted que los hombres como su padre son dignos de admiración?...¿No cree que supieron aceptar la transición política sin ánimo revanchista, y que eso tiene mérito? Perdieron la dignidad de la derrota, es cierto, pero ganaron la libertad del olvido". Marsé, de izquierdas, plantea temas y los deja ahí, vivitos y coleando, para que pensemos en ellos. La dignidad de la derrota, la libertad del olvido. Qué conceptos. Qué palabras en la boca de un rico y vencedor. La dignidad del olvido y la libertad de la derrota, diría yo, cambiando un poco las palabras. ¿Por qué será que en nuestro país el vencedor siempre quiere reírse del vencido, por qué necesita, además de la victoria, su humillación?

Juan Marsé: "Canciones de amor en Lolita´s Club" (6). Defensor de los terroristas.

Lo que más admiro de escritores como Vázquez Montalbán o Marsé es que verdaderamente afrontan los temas de su tiempo. Hay una escena en esta novela que resulta polémica, porque es incisiva. Dos hombres hablan en la barra de un bar cerca de Raúl, el hermano policía, que está bebiéndose un whisky. Uno dice que un chico que ha muerto preparando una bomba en el País Vasco es, para muchos, un héroe de la patria. Raúl lo escucha y entra en el servicio detrás de él. Sin mediar palabra, golpea la cabeza del hombre varias veces contra la pared y le suelta un rodillazo en la entrepierna y le castiga el rostro con el puño. La actitud del policía, su violencia desatada, es sin duda reprobable, pero Marsé sabe que eso que él hace es lo que otros no se atreven a hacer, otros ciudadanos pacíficos, que se acaloran en la intimidad, que apoyarían a Raúl. Marsé lo cuenta y lo deja ahí, para que cada cual piense lo que quiera.

Juan Marsé : " Canciones de amor en Lolita´s Club" ( 5 ). Narrador y personajes.

Otro acierto más de esta novela radica en incluir sin separación en la narración los pensamientos de los personajes, de una manera actual y sabia, sin entrecomilado que los diferencie de la voz narrativa de tercera persona. Así, a veces el narrador calla y oímos directamente lo que piensan los personajes y estamos mejor situados en la escena: presenciamos lo exterior y sabemos de lo interior. Es una especie de democratización que le da a la historia un valor añadido y le exige al autor una mayor diversidad en el lenguaje y en la concepción y plasmación de los personajes. Y también ofrece una mayor inmediatez a lo que se está leyendo, una ampliación del ritmo: " ella se gira disponiéndose a montar. Un culo plano, domado. Raúl busca los ojos de su padre." Claro que en Marsé hay mucho cine, mucho y muy buen cine.

Juan Marsé : " Canciones de amor en Lolita´s Club" ( 4 ). La verdad de la novela.

Por supuesto, hay un secreto fluir - obra de un maestro de la novela - que atrapa al lector y le va llevando por un camino del que difícilmente se saldrá: cada vez nos interesa más qué le pasará a Valentín, el hermano retrasado, si Raúl, el policía, se dará por vencido en su intento de sacar a su hermano del club - donde va libremente, enamorado, a realizar tareas de cocina -, si la violencia será el único lenguaje posible cuando lleguemos al final, al punto de las conclusiones. Porque Marsé no fuerza la máquina, no impone, sino que va soltando y planteando sin agobiar, con materiales exclusivamente narrativos, sin trampa ni cartón, diríamos, y la intriga está en saber qué decidirá cada personaje, en saber si la indiscutida unión de los hermanos se romperá, si alguno acabará mal. La maestría de Marsé le lleva a ser cauto, a ganarse al lector sustrayendo información, evitando las definiciones categóricas y el maniqueísmo. Podrá o no gustarte esta novela, pero no tiene trampas detrás, no hay mentira detrás, no hay manipulación detrás. Seguramente a la mitad nos habremos decidido y estaremos del lado de uno de los hermanos, nos fastidiará que algo le salga mal o que le maltraten, pero Marsé no ha pintado a ninguno absolutamente bueno ni absolutamente detestable, sino que parece estar sentado en la sombra, viendo lo que ocurre y transmitiéndonoslo con voz serena, con voz de amigo.

Juan Marsé: " Canciones de amor en Lolita´s Club" (3)

Obviamente, tratándose del autor que se trata, no estamos ante una novela de género puro y duro, sino ante una novela que bebe en los clásicos literarios y en los clásicos del cine negro. Marsé es un experto en atmósferas, en sugerencias, en diálogos, en contar con un pie en el presente de la historia y otro en el pasado que va saliendo en pinceladas, en frases reveladoras, en negaciones y en seguras afirmaciones, sobre todo de la personalidad. No hay en la novela la acción que tienen las obras de Andreu Martín o de Juan Madrid porque Marsé toma elementos prestados de la serie negra y los hace suyos, los desmenuza y los cocina en su taller a su manera, y también porque quizá, en su más claro acercamiento al género, ha evitado algunas tentaciones, se ha refugiado en algunas imágenes y nos las muestra como si fueran fotos, instantes congelados que encierran dentro negros presagios e invencibles confirmaciones. La violencia está presente - el polícía sólo sabe hacerse entender aplicándola, en especial a la prostituta de la que se ha enamorado su hermano - y no se rehuye, pero la historia que se nos cuenta vive más en los intersticios de los grandes momentos que en esos grandes momentos, lo que es una interesante forma de abordar unas situaciones que en otras manos se desbocarían como caballos locos y sólo darían momentos tarantinianos.