Segunda crítica

En el blog de Elèna Casero, escritora, autora de "Tribulaciones de un sicario", el segundo comentario que recibe "Última noche en Granada":

Luis Castillo es un ex policía. Tras dejar el cuerpo se dedica a vigilante de obras.
Su vida transcurre entre la vigilancia nocturna, el descanso tras el trabajo y su vida con Beatriz. Una vida a salto de mata ya que ella está casada con Pablo. Su relación se basa en mensajes de móvil y las visitas que ella le hace a su piso. Una relación amorosa difícil pero que a Luis parece redimirle de todos los malos momentos de su presente y de su pasado.
Todo parece discurrir con la normalidad habitual hasta que un día los fantasmas dormidos vuelven a aparecer.
Y recuerda lo sucedido aquellos días, Pedro y él, las pistolas, los cargadores, la mirada acuosa de Pedro, su mano fría, que Eladio lo tenía todo planeado y que él sólo tenía que hacer su parte: un tiro de frente y a la cabeza. Los días posteriores a aquel suceso no hubo arrepentimiento, ni intranquilidad. Como Pedro repetía: Lo hemos hecho, a la mierda esos hijosputas. Hecho está.”


Sólo su madre, con su inteligencia natural, con una ternura que se transmite en unas pocas líneas, parece darse cuenta de que algo le ocurre a Luis, algo grave que transita por su cerebro sin darle salida. “Ese es el vacío, Luis, me decía con su silenciosa presencia, el vacío es algo que se ha cerrado dentro de ti, se ha quedado seco, escúpelo, escúpelo, escúpelo.”

La vida da una vuelta de tuerca cuando Beatriz, víctima de los celos y los malos tratos de Pablo, huye de su casa y se refugia en la suya, en él. Donde solo el amor es capaz de mitigar los hematomas del cuerpo y del alma, páginas descritas por Francisco con gran ternura, con el lenguaje adecuado para que cada uno se coloque en el lugar de Beatriz y en el de Luis.
Francisco consigue en esas páginas que sintamos el mismo asco y la misma rabia que puede sentir Beatriz ante el hombre que la ha maltratado, ante los recuerdos que Pablo le provoca y que debe contar en voz alta para que vayan desapareciendo.
Los acontecimientos se van sucediendo con rapidez y se siente el vértigo y la tensión de la emboscada que le han preparado a Luis. Las horas que transcurren casi frente a frente agresor y agredido. Hueles el humo del tabaco del matón que va por él, escuchas sus pisadas en el suelo descarnado y la muerte acechando entre las paredes del edificio vacío, como si jugaran al escondite, como Luis hacía con su hermano cuando eran pequeños.
Es el momento, a pesar de la tensión, de las consideraciones, de las reflexiones.

“¿A quién le he hecho yo bien? ¿A mi familia? ¿A Beatriz? ¿A mis semejantes?

Y todas las preguntas que subyacen en su interior, mezcladas con los recuerdos. ¿Es posible, a pesar de haber matado a un hombre, sin saber por qué, seguir siendo una buena persona? ¿Es posible la inocencia?
El desenlace de la novela nos dará la respuesta a tantas preguntas.
Una novela que se lee con rapidez porque necesitas seguir adelante, porque te mantiene en vilo, incluso deteniéndote en los pasajes más narrativos referidos a las relaciones entre Beatriz y Luis. Quieres saber más de él, de Luis, que vive acorralado por sus recuerdos desde el momento en que Julián Casamayor aparece de nuevo en su vida. ¿Por qué? ¿Qué sucedió? Y te vas dejando llevar por la escritura de Francisco hasta el momento del desenlace.
Como se dice en la contraportada, una novela no sólo entretenida, también tiene un trasfondo muy humano, alejado de la vacuidad.
Esperemos la siguiente novela de Francisco Ortiz.