Historia del anarquismo en España, de Laura Vicente




   El anarquismo ha sido un elemento innegable de la cultura política española de los últimos dos siglos. Los “ideales” que lo sustentaron fueron definiendo un movimiento complejo, poliédrico, contradictorio y con un gran potencial disgregador que supo encontrar su unidad. Tanto por sus dimensiones como por su pervivencia en el tiempo, tuvo en España un desarrollo excepcionalmente fuerte, gracias al sindicalismo revolucionario, que le dio protagonismo al transformarse en movimiento de masas. Este libro recorre los hitos principales de un movimiento con una larga tradición de desconfianza hacia la política parlamentaria y que fue capaz de arropar a su militancia con una cultura propia que supo construir al margen del Estado. Laura Vicente reflexiona sobre la posibilidad de que el anarquismo subsista a partir de unas ideas que son una amalgama de actitudes antidogmáticas inspiradas en la libertad pura y que pueden aportar su estela a los nuevos movimientos que luchan contra el pensamiento único.


                                                                           Edita: Los libros de la Catarata

Graham Swift: Ojalá estuvieras aquí (Galaxia Gutenberg -Círculo de Lectores)


 



Jack Luxton es el último descendiente de una familia de campesinos en Devon, Inglaterra. Durante generaciones han sido ganaderos hasta que las autoridades les obligaron a sacrificar su ganado por la crisis de las vacas locas. Las imágenes de las piras ardiendo se mezclan en la retina de Jack con las de la destrucción de las torres gemelas que contempla en televisión.

«No hay límite para la maldad humana», piensa, sentado solo en la habitación de su cottage en la isla de Wight, mientras contempla el camping bañado por la lluvia que ha regentado durante los últimos diez años con su mujer Ellie. Jack acaba de regresar de la repatriación y el funeral de su hermano Tom, muerto en la guerra de Irak. Ellie y Jack se han cruzado unas palabras terribles, desconocidas para el lector, y ella se ha marchado con su coche. Ahora, con una escopeta cargada, él la espera.

Escrita con una extraordinaria intensidad y una soberbia delicadeza, la novela evoca la existencia cotidiana de un hombre y una mujer en busca de la salvación cuando todo se hunde a su alrededor.


Alice Munro: Demasiada felicidad

   Estupendo texto de mi amigo Juan Herrezuelo dedicado a un gran libro de la reciente ganadora del premio Nobel.

Aquí. 

Carlos Taibo: Repensar la anarquía




    No todo está dicho sobre el tema, ni mucho menos. Y, además, en este momento en el que se confunde desde los medios interesados y se desinforma desde casi cualquier esquina, repensar no va ser malo, ¿no creéis? Este libro de Carlos Taibo, autor también de Libertari@s, es muy oportuno y está muy bien pensando y mejor estructurado. Otro gran acierto de una editorial imprescindible, Los libros de la Catarata, que tiene un catálogo variado y crítico que invita con mucho tino a la reflexión, a repensar la realidad. 

Guillermo Saccomanno: Cámara Gesell

 


   Galardonada con el reputado Premio Hammett 2013, aparece ahora en nuestro país esta novela del escritor argentino Guillermo Saccomanno, nacido en 1948, ganador del Biblioteca Breve en 2010 con El oficinista. Ha recibido elogios de Adolfo García Ortega, Jorge Fernández Díaz y Marcelo Figueras, entre otros, y no son elogios menores ni parecen simplemente destinados a procurarle mayor atractivo al lector indeciso. La lectura del libro lo refrenda: es una novela singular, escrita a muy cortos trechos -aproximadamente de una página de media- y con una hábil mezcla de relatos cortos conjugados con una narración que avanza a fragmentos basada en una serie amplia de personajes que aparecen de cuando en cuando. La intención de Saccomanno tiene mucho de cronista y, sin que le falte nada de literatura al intento, es precisamente en la distancia corta donde se encuentran los mejores logros, en las pequeñas historias que, a modo de microrrelatos, nos cuentan las vidas, los momentos más destacados, las pequeñas hazañas y las tristeza y sinsabores de los habitantes de una Villa en la que hay mucha violencia, muchas mentiras y un poder corrupto que lo salpica todo. Crítica es la mirada del autor, que no se detiene ante nada y que no disfraza lo que ha visto y nos hace llegar -con su prosa ajustada, atentísima a lo coloquial y al hallazgo verbal logrado gracias a un buen oído y una mejor disposición literaria ante un material extensísimo, visto de manera algo pesimista y a ratos cruel, nunca exenta de buen humor y con un guiño puesto en la picaresca y otro en la memoria del cronista de sucesos- un puñado de fragmentos de vida que no aspiran a ser ejemplares en absoluto y que, dentro de muchos años, vistos en conjunto o por separado, nos servirán para saber por dónde andaban, qué motivaba, qué escondían los habitantes de las ciudades medias, esas que no son pueblos ni disponen tampoco de las ventajas de las grandes ciudades en cuanto a lugares de distracción, a lugares deparadores de agradables o desagradables sorpresas.
   Hay mucho Faulkner en Cámara Gesell, y eso me parece motivo de regocijo, pues está bien asumida la herencia del gran escritor estadounidense, imposible de imitar pero creador de mundos y cultivador de puntos de vista narrativos que siguen siendo ejemplares y generadores de muy buena literatura. Quizá a Saccomanno le podríamos exigir algo de novedad en las historias principales, o preámbulos menos previsibles, pero eso  quizá chocaría con la voluntad de decir verdades del autor, que lucha con lo ya sabido o conocido antes -y que nos ha llegado mediante otros libros, series de televisión y algunas películas que abordaron unas temáticas parecidas-, pero el uso de elementos ya conocidos supongo que tenían una intención de trampolín, de muelle con el que saltar a otros territorios y zonas que en manos de escritores de género con poca imaginación devienen simplemente literatura de fácil consumo y más rápido olvido. No es este el caso: Cámara Gesell fue escrita para durar y no seré yo quien apueste por que no será así. 

Isaac Rosa: La habitación oscura

Una de los novelistas esenciales de nuestro país tiene nuevo libro, publicado por Seix Barral. Es una recomendación segura.



Ross Macdonald: La piscina de los ahogados (4). Máquinas de juegos.

   Las investigaciones de Archer ocurren en un corto espacio de tiempo, pero son muy intensas. Viaja mucho y conversa con muchos desconocidos hasta llegar a las personas involucradas en el caso, sin descansar apenas y manteniéndose despierto con café y su buen humor, que nunca es cinismo, algo que sí destila el Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán. Archer, por el contrario, reprime algún puñetazo porque quiere seguir mirándose en el espejo, aunque el destinatario sea un tipo que ha colaborado para meterlo en problemas. Archer es siempre juicioso y mide muy bien sus pasos y detrás del sincero y adecuado lirismo de sus narración late una verdad que se corresponde con sus actos. En un bar observa a una mujer a la que estaba buscando y espera la oportunidad de abordarla. Y cuenta de una manera original, transparente y llena de creatividad en la que laten las palabras, pero siempre laten al servicio de las personas, sus sentimientos, sus frustraciones, jamás laten en su propio beneficio, para parecer bellas por sí mismas y para sí mismas.


El barman la abordó:
-¿Algo para ti, Elaine?
Ella arrojó un billete sobre la agujereada superficie de madera.
-Veinte monedas de veinticinco - gruñó con una voz alcohólica que no era desagradable-. Para cambiar.
-Tu suerte puede cambiar - dijo él con una sonrisa insincera-. La máquina con la que has estado jugando está cargada para pagar todo el tiempo.
-¿Qué diablos importa? - dijo inexpresivamente ella. -Lo gané fácilmente, que se vaya fácilmente.
-Sobre todo, se va fácilmente - le dijo el muchacho que estaba junto a mí a la espuma de cerveza del fondo de su vaso.
Mecánicamente, sin ninguna excitación y sin el menor signo de interés, la mujer puso las monedas, una por una, en una máquina cercana a la puerta. Parecía alguien llamando telefónicamente a larga distancia a algún otro que estaba muerto desde hacía años. Algunos dos y cuatros, un solo doce, estiraron su dinero. Volvieron como algo natural. Jugaba con la máquina como si fuera un instrumento mudo hecho para expresar la desesperación.

Laura Restrepo: Hot sur

   


   No es Hot sur una novela negra a la antigua usanza, con asesinatos e investigaciones, y tarda en mostrar sus cartas pese a que el episodio inicial nos sitúa en un ambiente inquietante, incluso apremiante. Sabe la autora llevarnos muy bien por la trama, que muestra y esconde con habilidad sus flecos y sus coyunturas mientras va dotando de fuerza y de serio ropaje literario a unos personajes vigorosos que son sin duda lo mejor del libro. Se alterna, así, el detalle de pasada con la exploración a fondo de temas que van situando a la novela en un paisaje híbrido, personal, nunca desfalleciente, aunque quizá en algunos momentos prolijo. La facilidad de Laura Restrepo para contar es a la vez el mayor aliciente y el peor exceso de la novela, que tiene más de quinientas páginas y parece apuntar que no habría mostrado problema alguno en sumar otras cien o doscientas. Se nos cuentan muchas cosas, bien es cierto, pero se tiene la sensación de que ha habido una tendencia a lo verboso que no siempre es  justificable, no porque quiera yo sujetar a la novela a los postulados del género -a lo que soy contrario-, sino a lo que estimo que son desajustes internos al otorgarle mucho espacio, por ejemplo, a todo lo que ocurre en la cárcel y tan poco a suministrarnos información y sentido a la configuración del serial killer, uno de los cuatro personajes claves de la novela, cuya presencia la vertebra claramente, pues con él empieza y acaba. 
   Hot sur cuenta con elementos suficientes como para no orillarla ni catalogarla en tres frases. La historia de una colombiana que va a parar a la cárcel tras un asesinato del que no tiene culpa está pensada para enganchar y engancha porque el personaje tiene una poderosa voz propia, es creíble y arroja tantos aciertos compositivos que sencillamente encadila. Bien secundada por el padre de un amante que la ayuda cuando sale de la cárcel, otro personaje de una pieza, brillante y sólido, basta seguir la historia de la colombiana en Estados Unidos para disfrutar de eso que definimos como buena literatura. Pero la apuesta de Restrepo por la historia policíaca no cuaja y hay dos espejos enfrentados, dos imágenes enfrentadas en la novela, no complementarias sino paralelas, en vías que no pueden encontrarse felizmente. Esto no lleva a Hot sur al límite del despeñadero, pero sí fuerza al lector a reconocer demasiadas referencias cinematográficas y literarias, nobles referencias en las que se apoya Restrepo como para justificar que no está bajando a la arena movediza de la novela de género y vuelve endeble el andamiaje, la verosimilitud de lo que se nos narra, lo que desemboca en un final apresurado, como impuesto para alumbrar un casi happy end imposible, increíble y que solo añade un aire deslustrado y demasiado literario, demasiado novelesco, donde se ve una vez más el conflicto interior de este proyecto fallido: la conjugación de alta y perdurable literatura con el destilado algo acomplejado de materiales de derribo que no renacen, no acompañan como es debido, muestran sus costuras aunque haya muchas justificaciones y referencias cultas. Le ocurre a Hot sur lo que a otras muchas novelas negras firmadas por grandes escritores -y que nadie dude de que Restrepo lo es; yo no-: hubieran sido mucho mejores alejadas del género, sin escenas planas que se diría sacadas de películas o de otras novelas, contadas pues sin convicción, usadas sin ánimo de renovación  alguna, equivocadamente tocadas al desgaire como melodías ya demasiado conocidas y desgastadas, como viejos instrumentos en los que no hay convicción para sacar sonidos nuevos. El personaje femenino de esta novela, la caracterización casi magistral de los dos personajes principales empujaban a Restrepo a una historia más sencilla, nada negra, más atenta al sano e inmortal realismo, a un bien medido costumbrismo incluso, y habría sido sin duda una novela mejor, no sólo de absorbente lectura y de fácil y perdurable acomodo en la memoria, sino hasta excelente y vindicable en todo foro y todo espacio de crítica y estudio. 

Ross Macdonald y Lew Archer

En El País, escrito por Juan Carlos Galindo, un exacto y muy bien documentado retrato de Lew Archer. Aquí. 

Rafael Chirbes: En la orilla




   Seres desamparados, desesperanzados habitan en la nueva novela de Rafael Chirbes, personas que se sienten solas y que sufren por estarlo, que se hablan y se cuentan sus penas con rabia y desilusión, sabedoras de que han perdido mucho y han encontrado poco que merezca la pena en este valle de lágrimas que es la época en la que nos ha tocado vivir, con poco trabajo y mucha necesidades, con muchos desencuentros y demasiados sentimientos oprimidos o falsos, con tanta voluntad y tan poco premio. Narra como apenas uno o dos escritores más de nuestro país podrían hacerlo (equilibrando muy rigurosamente realidad y literatura), cuenta Chirbes cosas necesarias y evidentes, palpables para cualquiera que sale a la calle con los ojos abiertos y el corazón sin armadura, con tanta sabiduría narrativa y vital que casi se queda solo en su cénit autoral: por amargo, sí, pero también por sincero, por atrevido, por radical y por auténtico.
 
  La narración de un carpintero que ha perdido su empresa y ha tenido que despedir a su empleados tras haber querido invertir en el ladrillo y haberse dado de bruces contra la realidad de la quiebra de las empresas y del paro y la crisis galopante se alterna con los monólogos y los diálogos de otros personajes imprescindibles para comprender mejor qué pasa ahora y aquí mismo: una empleada del hogar colombiana, un ex trabajador que por su avanzada edad laboral teme que nunca más volverá a trabajar, el fracasado que no sabe encauzar de nuevo su vida si no es partiendo del respeto que se le tiene a quien sale cada mañana a cumplir un horario y a ganarse el pan con sudor y aclimatándose a lo que se presente, la mujer que solo en su perro ve alegría y bondad y ternura, la ironía distanciadora del que triunfó y supo guardar dinero para cuando los demás se quedaran con poco o con nada. Y en ese ir y venir de voces, en el repaso a lo último no hace más que aguijonear sin equivocarse una vez y otra el gran escritor valenciano sacando de la realidad fragmentos representativos y furiosos diálogos y agonizantes quejas que conmueven y no suenan en ningún caso exagerados ni insinceros: corremos hacia la desgracia, dice Chirbes, y no nos paramos ni siquiera cuando vemos el abismo, así es el hombre de nuestro tiempo, así es empujado el hombre de nuestro tiempo (tanto si lo sabe como si lo ignora o finge ignorarlo). En la orilla se quedan los que han sabido mentir o mentirse, los que han ganado mucho dinero sin escrúpulos, pero los que sufren caen y los que aún tienen capacidad de empatía caen. Es tiempo de borrón y cuenta nueva: Chirbes ha levantado acta y deja para el futuro la crónica de un suicidio colectivo, de un homicidio colectivo, esta novela dura, brava, cabreada, esta obra mayor de nuestras letras que es una sacudida y un epitafio, sí, pero también un saludo a lo que vendrá después, alguna vez, mejor y limpio, de una vez limpio y para todos, sin excepciones. 

Ross Macdonald: "La piscina de los ahogados" (3). Descripción de una mujer.

   No afirmo gratuitamente, ciegamente que Ross Macdonald es el mejor escritor de novela negra. Aporto explicaciones, ejemplos. El presente ejemplo es la descripción de una mujer. En palabras de Archer. Subjetivas, líricas en muchas ocasiones son las palabras del detective privado creado por Macdonald. Veamos este ejemplo:
La tercera persona de la mesa era una joven de cabello ceniciento que llevaba un túnica blanca y plisada. Cuando inclinó la cabeza, su corto cabello brillante cayó hacia adelante enmarcando castamente su rostro como una toca.
...Eché una rápida mirada a la mujer para confirmar mi primera impresión. Su atmósfera era como oxígeno puro: si se respiraba profundamente podía causar vértigo y alegría, o podía envenenar. Tenía unos ojos melancólicos, bajo largas pestañas, y mejillas ligeramente hundidas, como si se hubiera alimentado de su propia belleza. Sus carnes tenían ese levísimo exceso que hace que los hombres sigan a una mujer por la calle.

   Vemos perfectamente al personaje. Macdonald, con un par de comparaciones -la más hermosa de las figuras literarias, en mi opinión, la más rica, pues pone en relación dos elementos inesperados- y un par de imágenes plenas, algo hiperbólicas -elemento requerido por el tipo de novela y muy adecuado- nos ha puesto delante a una mujer que puede o no recordarnos a otra que conozcamos, pero que seguro que ha adquirido presencia, se ha corporeizado.

Cuando las películas votan




   Lo edita Los libros de la Catarata, que cuenta en su catálogo con más novedades bien seleccionadas, ensayos que ayudan a entender mejor nuestro mundo y a meditar con acierto acerca de cuestiones que a todos nos inquietan y nos interesan. Cuando las películas votan ve la luz con la firma de Pablo Iglesias Turrón en su portada, ya que es el compilador de 18 textos (autor, además, de dos de ellos) que, partiendo de series y películas muy conocidas -Espartaco, Lawrence de Arabia, American Beauty, Blade Runner-, nos acercan a temas como el liberalismo, los neocon, la violencia política, le democracia, la revolución con miradas agudas y abiertas al diálogo con el lector.  A mí me atrapó el dedicado al personaje de James Bond, que apareció extractado en un adelanto editorial en eldiario.es y me resultó atrevido, divertido y profundo a la vez que muy ameno, así que me imagino que el resto del libro será igual y por eso lo recomiendo aquí y ahora a todo aquel que no se conforme con lo que vierten los medios de comunicación como masa trillada y aún quiera ejercitar el poderoso músculo mental. 

Antonio Benítez Barrios en el CAF




La exposición de este fotógrafo algecireño, dedicada a Chernobyl, se inauguró ayer en el Centro Andaluz de la Fotografía y cuenta con 37 imágenes captadas con paciencia y mucha intuición certera que invitan a  recordar y a pensar.  Conocí a Antonio en Sevilla hace muchos años casualmente y en mi casa tengo una foto suya, dedicada, en un lugar principal. Cómo me alegra ver el buen fruto de su perseverancia y de su gran talento. 

Ross Macdonald: "La piscina de los ahogados" (2). Jóvenes prostitutas.

El caso se complica, como suele ocurrir cuando Archer aparece. La suegra de su clienta aparece muerta en la casa, ahogada en la piscina. A continuación, Archer oye discutir al matrimonio, ella dice que se va, él le pega, él le ruega que no se vaya y no lo deje solo y luego ella lo consuela. Por si se trata de un asesinato, Archer va tras Reavis, el chófer de la familia, al que ha conocido y que le ha abandonado en medio de una conversación en un bar en cuanto ha aparecido la policía. Habla con una de sus amigas, una muchacha que ejerce la prostitución, en la caravana en la que vive.

-En cierto modo me gusta usted, señor. ¿Habría algo que yo pudiera hacer?
Sus pechos se erguían como los cuernos de un dilema. Me apresuré a pasar junto a ella...
-¿Cuántos años tiene, Gretchen? - pregunté desde la puerta.
Ella no me siguió hasta la puerta.
-No es de su incumbencia. Unos cien, aproximadamente. Por el calendario, diecisiete.
Diecisiete. Un año o dos más que Cathy. Y tenían en común a Reavis.
-¿Por qué no vuelve con su madre?
Su risa resonó como papel desgarrado en una cámara con eco.
-¿Volver a a Hamtramck? Ella me abandonó en la Sociedad de Beneficiencia Stanislaus cuando obtuvo su primer divorcio. He vivido por mi cuenta desde 1946.
-¿Cómo se las arregla, Gretchen?
-Como usted decía, lo paso bien.
-¿Quiere que la lleve de vuelta al local de Helen?
-No. Gracias, señor. Tengo bastante dinero para vivir una semana. Ahora que sabe dónde vivo, venga a verme de vez en cuando.
Esas palabras despertaron un eco que duró cincuenta millas. La noche estaba llena de las voces de muchachas que dilapidaban su juventud y se despertaban aterrorizadas a las tres o las cuatro de la mañana.

Archer está de nuevo inmerso en un caso criminal que vuelve a ser también el escenario de una tragedia que supera ampliamente los -para otros- estrechos límites de la novela policial.

Mesa Estatal Pro-Referéndum de las pensiones

  Desde aquí, presento todo mi apoyo a la Mesa Estatal Pro-Referéndum de las pensiones (MERP). Si visitáis su página, veréis que destacados escritores, científicos, economistas, actores, poetas, pintores, cineastas, cantantes han firmado para que las pensiones salgan del juego político. 

Ross Macdonald: "La piscina de los ahogados"




   Archer es un observador. Es un hombre que se pasea entre sus semejantes y los mira y se interesa por ellos, lee sus gestos y en sus caras. "Cuando la muchacha mencionaba a su padre, como hacía con frecuencia, su boca se ablandaba y sus manos permanecían quietas. Sin embargo, cuando él subió a la galería, pocos minutos después, junto a Marvell, ella lo miró como si le tuviera miedo. Sus dedos se entrelazaron y permanecieron tensos." Archer ha recibido la visita de una mujer cuyo marido ha recibido un anónimo en que se le advierte que su esposa, la cliente de Archer, no le es fiel: frase en desuso pero válida para el año en que se publicó la novela: 1950. Ella ha interceptado la carta y quiere que Archer descubra al autor del anónimo. Fingiendo ser un agente que trabaja para alguien de Hollywood, visita la casa de la familia, medio interesado en las dotes de actor del marido, algo desganado y frío, como correspondería a la actuación de tal personaje inventado. Algo va a pasar, todo va a pasar. Archer es un catalizador, una pieza en un engranaje que está en marcha y que con él en funcionamiento nos va a deparar sorpresas y acción, tanto dentro como fuera de los personajes.

Nicolas Freeling: ¿Por qué suenan las cornetas? (y 5). Crítica

   Cuesta llegar al final de esta novela, porque no es fácil enfrentarse al último acto de un condenado a muerte. La historia empieza cuando el Presidente de la República francesa se enfrenta a una petición insólita: un condenado a muerte quiere morir. Se reconstruye a partir de ese momento el crimen, la investigación, hasta llegar al momento en que sabremos si morirá ejecutado. El crimen: un hombre descubre a su mujer y a su hija en la cama con un pintor que está realizando un retrato de su esposa, no lo duda un instante y los mata disparándoles con una pequeña pistola que le había regalado a su mujer. De inmediato llama a la policía para entregarse y en todo momento defiende su culpabilidad e incluso, más tarde, su voluntad de ser guillotinado. La maestría de Freeling, desplegada en su mirada amplia, llena de sabio humor, capaz como pocas en el género de crear personajes creíbles, hace que nos sintamos involucrados en el caso y no le pidamos al autor demasiada acción, demasiado entretenimiento, y así vemos que estamos ante una novela importante, de eficaz discurso humanitario y profunda confianza en la sensibilidad humana, por muy equivocados que puedan ser todos nuestros actos si se los mira con frío distanciamiento o quemante lupa. Una novela que basa su acción en los diálogos, los pensamientos, la profundización psicológica, social y hasta política de un asunto que quizás nunca tendrá fin: la abolición o el mantenimiento de la pena capital. No nos da Freeling una de esas novelas fórmula que mienten por los cuatro costados, que parten de premisas reaccionarias, que manipulan al lector para llevarle con los ojos vendados al lugar en que se le dejará solo ante una conclusión inamovible y enteramente falsa, sino que, por el contrario, muestra todos los puntos de vista, los condicionantes, las dudas, las severas seguridades de todos los actores de un drama de este tipo, dándole un papel destacado a un pequeño policía de provincias que no es ningún héroe, que no aspira a serlo y que no lo es y, por eso mismo, representa la mirada de una parte de los implicados en el caso -ya sean como meros testigos, curiosos o lectores -, la mía incluida, sin ir más lejos, pues ambos vemos las cosas desde nuestra posición de hombres estupefactos, cabreados y descontentos ante lo que el mundo crea y sanciona. Con algunas intervenciones directas del narrador que me parecen acertadísimas, con un sentido del ritmo absolutamente envidiable y digno de ser resaltado y alabado, con ecos de los mejores logros psicológicos de escritores de la talla de Dostoievski, con verdades que conmueven hondo pero sin empañar tontamente los ojos, con años de oficio y de grandes reconocimientos detrás a su obra, creo que Nicolas Freeling logró con ésta una de esas novelas que ensanchan los cauces del género, lo elevan a la categoría de alta literatura y nos plantan ante una cita ineludible, una pregunta esencial, que así plasmó en sus papeles el condenado a muerte: "¿Qué necesitamos: un arte de vivir o un arte de morir? "

No a la reforma de las pensiones

No, porque equivale a más pobreza.
No, porque no se puede recortar a quien menos tiene.
No, porque solo se busca el hachazo, no nuevas medidas que ayuden a que los ingresos aumenten y se mantengan las actuales cuantías. 
No, porque la Seguridad Social no tiene por qué autofinanciarse. 
No, porque es un engaño en toda regla. 

Nicolas Freeling: ¿Por qué suenan las cornetas? (4). Policías y detenidos

   Cómo me espantan esos policías que acosan a los detenidos, que parecen saberlo todo, que piensan que el mundo es una mierda, todos sus habitantes unos infames, y que ellos, por pertenecer a un grupo cercano a la justicia, tienen derecho a mirar a todo el mundo de soslayo, como a presuntos. Ese nihilismo horrible, doloroso que ves en televisión -en cualquier serie de televisión, sobre todo las españolas: y jamás le piden luego perdón al presunto con el que se han equivocado- y que, exento de cualquier atisbo de humanidad, no es sino militarismo encubierto, exceso de celo, prepotencia, desconocimiento de verdades humanas profundas. No es de extrañar que a Freeling lo considerasen "el único autor del género que puede compararse a Simenon", claro que no: frente a los personajes de cartón piedra provenientes de la literatura negra estadounidense, con malos malísimos y buenos buenísimos (que, aunque cometan errores, como Harry el Sucio, lo hacen por el bien de todos: menuda monserga), debidos al empeño en la mímesis de muchos escritores que no quieren profundizar, que se limitan a contar siguiendo los dictados de la moda, las películas de acción y la sociología de salón, Nicolas Freeling no ofrece respuestas a todo, sino que inteligentemente plantea muchas preguntas y ofrece esbozos, caminos que pueden llevar a algunas respuestas que no existen sin la participación del lector (ay, aquello de lectores machos y hembras de Cortázar, y que no era una diferenciación de género): cuando el detenido porque ha asesinado a su esposa y a su hija y al amante de ambos se niega a colaborar durante el juicio, es Castang, el policía que lo detuvo, quien habla con él, quien le pide que se sincere, que le diga a qué se debe su actitud, quien le pide que sea coherente con su actitud de culpable declarado. Y la conversación es de las que emocionan, porque se percibe autenticidad, vemos a personajes llenos de vida, de vericuetos, de dudas, de insatisfacciones, hondamente humanos, tanto el policía como el asesino, y en esa grandeza narrativa Freeling señala un camino, se distancia de tantos otros y nos comunica una de sus verdades esenciales: el ser humano está solo, sus actos le definen, y en su búsqueda de la paz interior a veces comete gravísimos errores, como matar. Y se habla aquí de alienación, se habla aquí de seres humanos - y se podría hablar del mal visto y no del todo bien definido, de una crueldad que supongo que nace en el corazón humano y escapa a la comprensión humana, por lo que ciertos horrores sólo piden a veces que contestemos con más horror-, de heridos solitarios y de incomprendidos y de papeles sociales y de cómo, con tres crímenes a las espaldas, alguien es capaz de tener una conversación razonable y de hacerle caso a un policía que no acosa, que respeta, que sabe que la distancia entre el detenido y el policía no es tan abismal como parece, pues al fin y al cabo están en el mismo lugar, aunque,  por supuesto,  no en el mismo lado.

Eugenio Fuentes: Literatura del dolor, poética de la bondad

 


   Eugenio Fuentes y Lorenzo Silva son los dos mejores escritores de novela negra de nuestro país. El conjunto de la obra y la mejor prosa aventajan a Fuentes, que ahora además nos entrega un ensayo con un título muy sugerente y un contenido muy atractivo, en el que medita sobre la novela negra, la tragedia y algunos personajes esenciales del género. Como ya sabemos que en todo gran escritor hay también un atento lector, un apasionado lector, el libro estoy seguro de que no defraudará a ninguno de los habituales del autor y además le abrirá nuevas puertas al reconocimiento de público y crítica, que sin duda se merece y se ha ganado con su constante buen hacer. 

Fiódor M. Dostoievski: Los hermanos Karamázov




   Obra magna de Fiódor Mijáilovich Dostoievski, quizá la mejor obra de ficción jamás escrita, Los hermanos Karamázov es también una novela indispensable para el lector de novela negra, para el cultivador y el aprendiz, ya que una buena parte de ella está dedicada a un crimen y al juicio subsiguiente en que se valora la culpabilidad del presunto asesino. 
Son cuatro los hijos de Karamázov, cuatro que en muy poco se parecen pero que han nacido de un mismo hombre. Uno de ellos mata al padre y otro pensó matarlo, otro cree que lo mató, el último todo lo ve y todo lo comprende y todo lo perdona. El Dostoievski de más amplias miras aparece libre y completo en esta gran obra en la que hay espacio para las ideas más variadas y para el análisis más riguroso de una época y un país que pueda esperarse. Y, sin embargo, por encima de todo sobresale la lucidez del genio que apuesta por lo que no caducará nunca: el entendimiento entre los hombres, el deseo de ese entendimiento y del encuentro con quien seguramente nos creó. 
Pero diálogo, pluralidad no faltan en Los hermanos Karámazov, y  así encontramos la loa de Dios junto a la crítica más dura a la existencia del mismo -Si Dios no existe, todo está permitido-, la defensa del amor al prójimo junto al ensalzamiento de la individualidad cínica, el amor por el hogar junto a la podredumbre de las relaciones sociales. Dostoievski tenía ideas, pero no las impuso, y no vaciló en mostrar otras que estaban terriblemente alejadas de las que profesaba. Entendía muy bien qué es una novela, qué es una obra de ficción. 
Conmueve leer esta novela -o releerla, como es mi caso- en pleno siglo XXI. Si uno no se ha atrincherado en sus convicciones más profundas, si uno aún no ha renunciado a aprender de los demás, ni ha hundido en la nada su capacidad de sorpresa, no le resulta difícil reconocer que personajes como Aliosha e Iván Karamázov están tan bien hechos y presentados que pueden emocionar mientras se siguen sus historias. El puro y amante de todo lo vivo que es Aliosha, protagonista principal del libro, constituye una viva representación de la bondad natural del niño que ve y no juzga, que se deja encandilar y sabe perdonar con candor pero también con firmeza: emociona porque conecta con algo que todos llevamos dentro, algo que nunca muere en nosotros, en ninguno de nosotros. Iván es el descreído y provocador que no da el siguiente paso, que amaga y teme a la vez, que cuestiona y mantiene a raya sus más íntimas pasiones, que están pese a todo a punto de desbordarse para mal, casi siempre para mal, porque hasta el diablo lo visita y lo sacude y se ríe de él: emociona con su agudeza y su templanza y también con su carácter en algún momento ridículo y flojo, enteramente vulnerable, que a todos nos refleja también de alguna manera, a todos y cada uno de nosotros, los lectores. Dos personajes tan importantes como Don Quijote y Sancho, tan conmovedores e igual de inmortales. 
Y no me olvido del juicio al hermano acusado del asesinato, largo, de parlamentos fecundos en los que se siembran semillas de las que luego surgieron obras de Faulkner y Kafka, que sirven como base a cientos de relatos y a una gran multitud de historias protagonizadas por abogados y fiscales. Los trucos, las anécdotas, las interpelaciones, las refutaciones menudean para confundir y mostrar una verdad pulida como una piedra en un lecho de río, acaso dorada pero nunca verdadero oro, pues la verdad -nos dice Dostoievski- no es patrimonio de un solo ser pensante. Y tampoco de las páginas dedicadas al ermitaño, en las que religión y descreimiento no son más que las dos caras de la misma moneda, balbuceos a la orilla de un cielo que se va detrás del horizonte cuando cae el día, al anochecer. Y tampoco de los niños que insuflan ánimo con su leal presencia en el amigo moribundo. Y tampoco de las fiestas que empujan y alejan momentáneamente la angustia. Y tampoco de la visión valiente y justa del autor con los gestos y los movimientos y las acciones de algunas mujeres de la obra, que no están jamás en segundo plano, que no están en un banquillo esperando y copan con todo merecimiento el mejor lugar del escenario. 
Obra total, obra magistral, obra única, obra absolutamente recomendable para estos tiempos anegados de tantas falsas novelas maestras, de tantas creaciones metaliterarias e inanes, de tanto vano intento por vendernos como sublime lo que no ha sido concebido sino para el uso y disfrute únicamente momentáneo, Los hermanos Karámazov es sin duda la mejor novela que he leído, ese libro cuyo título esgrimo convencido cuando se habla de crisis de la novela y defiendo como ejemplo a seguir, como semilla de frutos inagotables, y aquí quería decíroslo, hoy y sin dejarlo para mañana, amigos. 

Mucha novela negra

Lo lamento - y no puedo dejar de decirlo-, pero veo cada vez menos novela negra que interese de verdad, que aporte algo. Cada vez hay más productos editoriales, cada vez vez hay menos literatura.

Rafael Chirbes: En la orilla







Un acontecimiento literario de primer orden: la aparición de la nueva novela de Rafael Chirbes, el autor de Crematorio, una de las dos mejores novelas españolas de lo que llevamos de siglo (la otra es Tu rostro mañana, de Javier Marías). En la orilla apunta a ser una nueva obra maestra, así que recomiendo su inmediata lectura, amigos.  

Cuestionario

En el blog de Miguel Sanfeliu, Cierta distancia, he contestado a un cuestionario ideado por este amigo y admirado escritor.

Aquí podéis verlo.

Sergio Álvarez: La vida como novela negra




Sergio Álvarez acaba de publicar su segunda novela, 35 muertos.
Aquí tenéis el enlace para leer un texto -publicado en su blog- muy interesante de este autor colombiano que tiene mucho que decir:  http://sergioalvarezguarin.blogspot.com.es/2012/02/la-vida-como-novela-negra.html

Nicolas Freeling: ¿Por qué suenan las cornetas? (3). Y llega la violencia

Siempre he pensado que el gran problema de la novelas de Raymond Chandler era que la violencia no molestaba, no sorprendía, no aparecía golpeando al lector. Una violencia asumida campea por esas novelas y no nos extraña que surjan cadáveres, que haya tiros, que alguno acabe en el suelo herido, muerto. Me ha parecido siempre un gran error. Estamos predispuestos, nos pertrechamos, por tanto, y sabemos que al empezar a leer una novela negra nos servirán las dosis de violencia seguras e insoslayables. Al maestro Chandler le faltaba sorprendernos en este aspecto. Lo logra, en cambio, Freeling porque la violencia no es un elemento común en sus obras, porque aparece como en la vida real: cuando menos te lo esperas y en un momento en que nada indica que pueda surgir. El policía Henri Castang sufre un ataque al bajarse de su coche: un tipo con una media en la cabeza y una cadena se abalanza sobre él. Freeling no narra nada que no podamos haber visto o leído antes, pero gracias a la absoluta credibilidad de sus tramas, a la sensación mantenida de que sus personajes son reales y no meras encarnaciones literarias, sólo papel, la violencia es un ingrediente necesario pero no excesivo, no es grandilocuente sino preciso, tan creíble como las comidas en casa del inspector, las conversaciones con su mujer, todo aquello que normalmente los autores que no tienen tanta categoría como Freeling desechan, centrados únicamente en la investigación, la emoción, las armas y las descripciones de cada cadáver y cada autopsia, elementos recurrentes y que acaban por saturar, aburrir, descabalgar al género de los logros mayores: el análisis de la sociedad, de ciertas conductas y hechos, de ciertas personas y de ciertos representantes de la ley. Con más autores como Freeling, la novela negra sería considerada un género mayor.

Nicolas Freeling: ¿Por qué suenan las cornetas? (2). Vidas privadas

No hay en Freeling los elementos repetitivos que invitan a tener la sensación de déjà vu. No insiste en los tópicos y no existe ese cansancio, propio de la fórmula repetida, que nace en el escritor y se transmite con facilidad al lector, que se siente lento y se aburre con la lectura. Freeling medita mucho y bien antes de contar, de narrar, y eso se nota porque conforme la novela avanza vemos que no estamos ante una historia que nos atrape por su intensidad, su acción, sino por su inteligencia, por el acierto con que Freeling acerca la lupa a determinados momentos de la investigación policial y, con una voz y una mirada propias e inconfundibles, nos acerca a donde verdaderamente está el interés de lo que cuenta, el meollo, que se decía antes. Hay muchos ingredientes psicológicos, políticos, sociales en esta novela -"Un pisito sobrio en un edificio ni limpio ni sucio. La pintura verde desconchada no indicaba ni riqueza ni pobreza"-, y nada es gratuito. Han matado a un pintor. Castang, el policía, visita a la viuda, y en seguida vemos que se nos dan más detalles para saber quién era ese personaje, qué le motivaba, qué le hacía singular. Hay una construcción de este personaje que después hemos visto en autores como Vázquez Montalbán -pienso en Los mares del Sur y en su protagonista ausente, muerto, en cuya vida ahonda Carvalho buscando un patrón, una lógica- y un interés por lo psicológico que estaba ya en Ross Macdonald, autor más preocupado por el ambiente, las pulsiones ocultas, las taras consecuencia de un pasado que es como una herida aún sin cerrar. Freeling posee voz propia, y me apena que no se le recupere, no se le lea más, no se le nombre más, porque su talento es innegable y muy, muy perdurable.

Francisco González Ledesma y Qué leer




   Un memorable artículo de Antonio G. Iturbe, en la revista Qué leer de este mes, centrado en la última novela de Francisco González Ledesma, que lleva por título Peores maneras de morir y protagoniza el entrañable inspector Méndez.

Miguel Mena: Todas las miradas del mundo




   Miguel Mena nos trae de nuevo al inspector Mainar, que protagonizó la excelente Días de tregua, una de las mejores novelas negras escritas en nuestro país, y de la que hablé aquí. Es una gran noticia.

José Abad: El vampiro en el espejo




    Muy pronto, el libro de este gran escritor granadino estará en las librerías. Será, seguro, una obra de referencia.

Nicolas Freeling: ¿Por qué suenan las cornetas? (1). Autorrespeto




   Supongo que a todos nos pasa: leemos a determinados escritores como si les oyéramos, nos resultan cercanos, tanto que parece que estamos con el libro y el autor al mismo tiempo, en el cuarto elegido para nuestros ratos de lectura, tan acompañados que parece absolutamente real. Con estos escritores el tiempo transcurre deprisa y sin agobio, sin desesperación, y nos sentimos como cuando se cumple un deseo: todo es memorable y ensancha los cauces por los que se mueve nuestra vida. Así, leer no es ya tan sólo un acto placentero y mágico -saber de otra gente, inventada, de otros lugares, inventados, de otras historias, inventadas, y todo resultándonos tan cierto como la existencia que vemos latir en nuestras manos y sentimos en nuestro pecho, en nuestra piel -, sino además un acto justo: nos merecemos haber encontrado a este autor, nos merecemos leerle, nos merecemos ser felices con esas páginas ante nuestros ojos: una recompensa. Freeling es, para mí, uno de esos autores que escriben con tanto acierto para lo que reclama mi sensibilidad lectora que, al cerrar la novela para salir con mi mujer a dar un paseo o para hacer la comida o para dormir, me siento satisfecho, compensado, hasta diría que -es una hipérbole, pero bueno- me siento justificado -porque a ratos parece que hasta el vivir ha de justificarlo uno: exceso de exigencia, de confirmación de lo vivido -, me siento también a gusto como lector, como ser pensante. En esta novela llego a ese punto pronto, en la página 33, y entonces me paro y escribo esto. Un inspector de finanzas, un hombre importante, telefonea a la comisaría y pide que la policía vaya de inmediato a su casa. Ha matado a su mujer y a su hija, también a un pintor, mientras estaban haciendo lo que sus desnudeces claramente indican. El encargado del caso, Henri Castang -personaje habitual en una serie de novelas de Freeling-, le interroga con tacto y prudencia y hábilmente se nos muestran sus pensamientos mientras escribe a máquina transcribiendo las declaraciones del autoinculpado. Hay una gran sensibilidad, una hondura admirable en la narración, y uno siente que Freeling no le da gato por liebre, no se apresura ni nos fascina con artes bajas, sino que medita conforme va contando la historia y deja lugar para que percibamos sus meditaciones y a la vez surjan y se expresen por sí mismas las nuestras. (Freeling trata al lector como a un ser adulto, ya que para lectores adultos escribe sus novelas.Y no es ésta una afirmación baladí: podéis recordar cuántas novelas habéis dejado de leer porque el autor os tomaba el pelo, se pasaba de listo o no había sido capaz de esconder las costuras). Así, en el momento en que van a meter al detenido en una celda, este gran novelista inglés escribe: La Touche miró con indiferencia los dibujos pintados en las paredes; ni siquiera arrugó la nariz por el olor a sopa de col rancia, desinfectante y suciedad impregnada, que contribuían poco al autorrespeto del detenido. Una caracterización, una percepción de las cosas, una manera de contar que me admira y me parece sumamente adecuada y plena. Como si el autor de verdad sintiera su novela, sintiera lo que escribe, lo que dice. Y me parece estar leyendo una página más del gran Dostoievski, llena de realidad y atino, y sigo leyendo con la plena atención que le dedico a quien me cuenta algo esencial y verdadero que él mismo ha vivido o presenciado.

Giorgio Scerbanenco: "Venus privada" (y 4)

 Venus privada me parece una novela muy superior a la mayor parte de las que se publican actualmente en España. Resiste el paso del tiempo porque hay en ella personajes -Duca Lamberti es uno de esos que se vuelven inolvidables, imprescindibles para el buen aficionado-, porque la acción nunca rebasa el límite lógico en una novela que lleva dentro muchas ideas además de ser policíaca, porque Giorgio Scerbanenco es sin duda unos de los mejores autores que han visitado el género negro. En Venus privada hay escenas que el cine repitió incansablemente mucho después: interrogatorios salvajes, una mujer como cebo, víctimas que aparentemente sólo al azar y a la desgracia personal deben su situación definitiva. El género tiene estas cosas: lo que hoy es innovador, mañana ha sido tan repetido que puede cansar y aburrir. No ocurre eso aquí, en estas páginas escritas por una mano cómplice y con un estilo lleno de aciertos creativos, porque nos importan los personajes, que nos hablan con cercanía, porque la intriga es policíaca pero también humana a la vez, porque no hay buenos corriendo detrás de los evidentes malos, sino hombres y mujeres involucrados en unas circunstancias que ponen a prueba su concepción del mundo. Duca Lamberti sale de la cárcel tras cumplir una condena impuesta y sellada con el epígrafe: Eutanasia. El muchacho al que cuida e intenta que deje de beber guarda un secreto que le invita a suicidarse: no fue bueno con una mujer. La profesora que se arriesga a morir intentado ayudar a esclarecer dos asesinatos lo hace porque se siente fría, pero también por fidelidad y por compasión. Son personajes que están en esta novela pero que podrían aparecer en otra que no fuera negra, que podría ser sentimental o psicológica: uno de los grandes méritos de Scerbanenco, padre del giallo, que luchó por ser reconocido como escritor y cuando al fin lo logró no tuvo demasiado tiempo para disfrutarlo porque la muerte no quiso esperar y concederle más años y más escritos y más novelas memorables. Una pena: nos privó de muchos momentos cargados de lecturas que no se agotan en sí mismas, que son puertas y fuentes y felices estancias en un lugar al que uno desea volver pronto.