En Patricia Highsmith no cuesta detectar una clara influencia de Dostoievski y un gran aprecio por Crimen y castigo. Es muy evidente en esta buena novela negra, que parte de una idea muy original -dos hombres se conocen en un tren y se cuentan sus problemas, cuya solución pasa por dos crímenes, que cometerán ayudándose y encubriéndose el uno al otro- y un desarrollo acaso demasiado extenso, ideal para una novela más corta. Medita, como el maestro ruso, Highsmith sobre el bien y el mal, el crimen y los criminales, si es deseable matar y si es posible el perdón después del asesinato. Aún no está aquí la valentía posterior de la autora, tan bien plasmada en las aventuras de Ripley, su emblemático personaje, en una serie de novelas menos atentas a la investigación criminal y la condena y el castigo de los culpables, algo, esto último, que ya sabemos que no siempre halla eco en la realidad en que vivimos. La novela adolece de una pasable liviandad y cierta frialdad expositiva que le restan credibilidad, y está lastrada por la aparición de un detective prototípico y molesto que desentona y nunca parece cierto, sino tan sólo un arquetipo desprendido de algunas lecturas de obras menores y olvidables que Highsmith debió de hacer mientras velaba armas. En todo lo que se palpa la meditación dostoievskiana sobre el crimen y los criminales no hay otra califación posible que la de notable, aunque el libro no llega a mantenerse en un punto óptimo para alcanzar esa calificación media.
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Patricia Highsmith: Las dos caras de enero

Lectura: En el blog "En la Aurora", un poema: "Los ojos cerrados"
Patricia Highsmith: Un juego para los vivos

En manos de Patricia Highsmith, la historia no puede resultar sino fascinante. Con un desarrollo que le debe mucho a "Crimen y castigo", de Dostoievski, pues no en vano hay conversaciones sobre el sentido de la vida, la culpabilidad, la iglesia católica, la libertad que seguramente sin las sabias y resposadas lecturas que la autora hizo del gran maestro ruso no existirían.; con la misma facilidad, con la misma hondura que no cansa ni embota, con la misma sencillez para incluir debates sobre temas eternos (o casi) que Dostoievski, con la misma habilidad para que los personajes sean a la vez ideas personificadas y personajes de los pies a la cabeza, Highsmith enfrenta dos visiones de la vida, dos maneras de sentir, estar y de pensar y, con mucha inteligencia, no deja a ninguno fuera del podio, a ninguno por encima del otro. Resulta fascinante verlos en la intimidad, volviendo a ser amigos, comunicándose con los silencios. No creo que exista otro escritor capaz de contar la normalidad de las vidas de dos seres heridos con la solvencia y la sensación de verdad que muestra Patricia Highsmith a lo largo de este libro que no es una obra maestra pero que tampoco necesita serlo para quedarse en nuestra memoria, para fustigarnos a ratos y a ratos conmovernos, con ese sistema que llamaba con tanto tino Francisco Umbral "el de la rosa y el látigo". Si se reeditan sus obras, si sigue mostrándose inclasificable, incómoda en sus afirmaciones novelísticas, es porque hay Patricia Highsmith para rato. Algún día ya vendrá quien diga que es un clásico universal de las letras.
Patricia Highsmith: El juego de Ripley (El amigo americano)

La literatura de Patricia Highsmith es tan fascinante que no le perjudica que uno antes haya visto una película basada en una de sus novelas para abordar la lectura y sentirse deslumbrado, atrapado en un diálogo autor/lector que pocas veces encontramos en las letras universales de cualquier época, y que a mí me remite a Dostoievski y a los autores existencialistas.
Rastrear las pistas de Dostoievski no supone un gran trabajo: la misma autora reconocía su admiración por el genial ruso y, además, no parece posible pensar que Ripley pudiera existir si antes no hubiera existido Raskolnikov. Tom Ripley es el Raskolnikov del siglo XX, el personaje que se asoma al abismo del asesinato cuando no le queda más remedio para seguir manteniendo su estatus social y la tranquilidad de su vida cotidiana, tan vulgar y aburrida como la de cualquier burgués de su época. Ripley es de izquierdas -a su mujer quiere hacerla de izquierdas en esta novela-, pero ejerce poco, como es fácil de entender. Es un tipo que mira lo que le rodea y llega a la conclusión de que él también se merece vivir bien, cueste lo que cueste: moral que en nada se distingue de la que ostentan los ricos de nuestro mundo, que acaso no matan con sus manos directamente pero sí lo hacen por medios interpuestos o por omisión, sencillamente. Ninguna gran fortuna resistiría una revisión a fondo de su gestión ni de las fechas de su fundación. Así piensa Ripley. Y actúa para no ser una víctima, sino otro privilegiado que vive cómoda, muellemente. Si tiene que matar, mata. Pero no tiene remordimientos, porque sólo mata a quienes él cree que se lo merecen.
Parece más arriesgado situar a Patricia Highsmith cerca de los escritores existencialistas, pero quien se acerque a esta singular novela encontrará muchas expresiones y páginas y preocupaciones sobre la vida y la moral que le harán pensar lo mismo que a mí. Highsmith nos traslada meditaciones de sus personajes sobre la temporalidad de todas las cosas, la corrupción del alma en un mundo descaradamente materialista, la volubilidad de carácter y la facilidad con que se puede manejar a las personas débiles, el sentido de la vida cuando todo está predestinado a la absoluta desaparición. Lo que ocurre es que Highsmith narra una historia criminal y quizá a veces nos quedamos en lo más evidente, lo más cercano, lo más obvio, y creo que si dejamos la primera lectura a un lado hay una segunda existencialista, valiente, honda y trágica, que define a la perfección qué intenta contar con esta novela la gran escritora estadounidense, libre, alejada de tópicos, de convencionalismos vacuos, arriesgada y lúcida como pocos. No en vano, las últimas líneas de la novela están dedicadas a una meditación sobre el uso que hace de su conciencia una persona que nunca ha matado, pero que se beneficia de las muertes de otros, del dinero ganado de manera nada legal por otros.
Es "El juego de Ripley (El amigo Americano)" una novela negra, pero también deudora de la narrativa de Henry James (qué bien estructuraba Highsmith sus historias, lo que le valió ser la reina del suspense, pero más allá de la emoción hay mucho más, hay una inteligencia eficiente que dosificaba, situaba a la perfección cada elemento y lo acercaba a lo real, pues sus personajes siempre están haciendo cosas palpables, como comer, llevar ropa de un cuarto a otro, cerrar el marco de un cuadro, cuidar un jardín), de Dostoievski, de los existencialistas franceses. Es una lección honda sobre las pasiones humanas. Es un libro lleno de amargas verdades que no pueden obviarse. Una obra maestra de la literatura, un libro que jamás dejará de tener sentido y valor, que le ha ganado un respeto y un reconocimiento incontestable a su autora, que pisó los lados oscuros y supo volver para narrarlo. Una obra de un ser humano al que hay que agradecerle mucho por su valentía y su honestidad, su compromiso con la verdad, una verdad difícil y dura, pero en cualquier caso verdad.
Texto recomendado: "Raymond Chandler: El largo adiós", en el blog de Elena, una de las mejores, más cualificadas lectoras de la red.
Parece más arriesgado situar a Patricia Highsmith cerca de los escritores existencialistas, pero quien se acerque a esta singular novela encontrará muchas expresiones y páginas y preocupaciones sobre la vida y la moral que le harán pensar lo mismo que a mí. Highsmith nos traslada meditaciones de sus personajes sobre la temporalidad de todas las cosas, la corrupción del alma en un mundo descaradamente materialista, la volubilidad de carácter y la facilidad con que se puede manejar a las personas débiles, el sentido de la vida cuando todo está predestinado a la absoluta desaparición. Lo que ocurre es que Highsmith narra una historia criminal y quizá a veces nos quedamos en lo más evidente, lo más cercano, lo más obvio, y creo que si dejamos la primera lectura a un lado hay una segunda existencialista, valiente, honda y trágica, que define a la perfección qué intenta contar con esta novela la gran escritora estadounidense, libre, alejada de tópicos, de convencionalismos vacuos, arriesgada y lúcida como pocos. No en vano, las últimas líneas de la novela están dedicadas a una meditación sobre el uso que hace de su conciencia una persona que nunca ha matado, pero que se beneficia de las muertes de otros, del dinero ganado de manera nada legal por otros.
Es "El juego de Ripley (El amigo Americano)" una novela negra, pero también deudora de la narrativa de Henry James (qué bien estructuraba Highsmith sus historias, lo que le valió ser la reina del suspense, pero más allá de la emoción hay mucho más, hay una inteligencia eficiente que dosificaba, situaba a la perfección cada elemento y lo acercaba a lo real, pues sus personajes siempre están haciendo cosas palpables, como comer, llevar ropa de un cuarto a otro, cerrar el marco de un cuadro, cuidar un jardín), de Dostoievski, de los existencialistas franceses. Es una lección honda sobre las pasiones humanas. Es un libro lleno de amargas verdades que no pueden obviarse. Una obra maestra de la literatura, un libro que jamás dejará de tener sentido y valor, que le ha ganado un respeto y un reconocimiento incontestable a su autora, que pisó los lados oscuros y supo volver para narrarlo. Una obra de un ser humano al que hay que agradecerle mucho por su valentía y su honestidad, su compromiso con la verdad, una verdad difícil y dura, pero en cualquier caso verdad.
Texto recomendado: "Raymond Chandler: El largo adiós", en el blog de Elena, una de las mejores, más cualificadas lectoras de la red.
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