Lew Archer y Ross Macdonald, Ninoska Mermoud-Santiago, Miguel Ángel Muñoz, Lorenzo Silva y todos los amigos

Hay que despedir el año. Es el primero -espero que no sea el último - de este blog. Vinieron por aquí nuevos amigos, sin los cuales nada tendría sentido, y dedicamos horas a leer libros y ver películas, a comentarlas y a darnos puntos de vista enriquecedores y sustantivos en este espacio y también en el de Comentarios. Cualquiera de los que aparecen aquí al lado en ese lugar de enlaces vale tanto como cualquier otro y es tan importante para el que esto suscribe como cualquier otro. Dice Lorenzo Silva -un abrazo, por cierto - que Nadie Vale Más Que Otro, y me parece muy cierto. Pero contradiciéndome brevemente, sólo por un instante, quiero dar particularmente las gracias a Ninoska Mermoud-Santiago y a Miguel Ángel Muñoz, destinatarios de muchos de estos textos y sin cuya presencia no habrían surgido igual. Y, como colofón, quiero destacar que esta semana la revista Así son las cosas dedica el coleccionable Detectives de Ficción al que podría ser el principal inspirador de este blog, una creación de Ross Macdonald: Lew Archer.

Marcia Muller: " Juegos para ahuyentar la oscuridad " ( y 7 )

Nos gustan las novelas en las que hay una investigación porque intuimos la presencia de verdades ocultas. Sharon McCone llega hasta el final en cada caso porque anhela pisar el punto en que están enterradas esas verdades. Puede haber una situación difícil de creer, de aceptar. Que obligue a tomar partido o a dudar. En este caso, tras la maraña, hay una persona que mata a enfermos terminales. No de manera altruista, sino cobrando. Eutanasia. El lector se para, piensa, recuerda, imagina. Como Sharon, el lector está en una encrucijada. ¿En qué creo, a quién creo? Ve moverse a esa persona y tiene que decidirse: verdugo, asesino, cobarde, necesario, cruel, moral, inmoral. Sharon resuelve el caso. Sabemos entonces si la persona que practicaba la eutanasia es definitivamente buena o mala, aceptada o rechazada. Desembocamos en la verdad última, que no revelaré. Y al llegar el libro a su final comienza el proceso más apasionante: el lector lleva dentro el espíritu de la novela, el espíritu de las opiniones del autor. Asiente o niega en silencio, se vuelve cómplice o detractor en una charla, un comentario, un pensamiento acaso aislado. Cada lector es un mundo. Y yo, con mi propio mundo a cuestas, con mis propias opiniones, tras disfrutar de la lectura de esta novela tan bien escrita y tan interesante, concluyo que tras la verdad también hay sombras.

Marcia Muller: "Juegos para ahuyentar la oscuridad" ( 6 )

Presuponemos debilidad en las mujeres. Pero son prejuicios. Sharon McCone no abandona el caso cuando se queda sin cliente y no se da por vencida, sino que insiste - como otros colegas - en seguir hasta el final, baja la corriente sin importarle los bamboleos porque no puede quedarse cruzada de brazos tan cerca del lugar donde se hallan las respuestas. Sola, con un mínimo apoyo verbal de la policía, Sharon se enfrenta a dos asesinatos y una noche decide abrazar y hacer el amor con un hombre al que acaba de conocer y acaso sea un asesino, pese a su atractivo y sus buenas maneras. ¿Es un síntoma de debilidad, le pasa porque es una mujer? Nada obliga a pensar en otros miedos más profundos que la acechen, aparte de los propios de los momentos oscuros y solitarios, así que Sharon va a seguir haciendo preguntas - que le contestan, ya que no tiene cara de usarlas luego en contra del que ha sido sincero y confidencial - y va a lograr que los juegos para ahuyentar la oscuridad no le resulten mortales.

Raúl Tristán: El crimen de Nochebuena

Hay algunas colecciones de novela negra en editoriales que no son de las grandes y que van publicando a autores interesantes y libros que merecen la pena. Cada vez creo más en las pequeñas y menos en las grandes, porque veo que es en aquéllas donde les están dando la oportunidad a muchos nuevos y talentosos escritores. UnaLuna Ediciones, de Zaragoza, en su Colección Serie Negra, presenta este libro en el que hay un detective privado, un muerto hallado en una plaza pública, una investigación que no resulta fácil y unos amigos dispuestos a echar una mano. Felicito a Raúl Tristán por su novela, a UnaLUna por fijarse en nuestro querido género, y les deseo lo mejor a ambos. Espero en breve comentar el libro aquí, pero no quería esperar para recomendar su lectura.

Marcia Muller: "Juegos para ahuyentar la oscuridad" (5). La adjetivación.

Admiro la prosa que no se ahoga en frases largas, estiradas, que denotan demasiada voluntad y estilo esforzado. Hay quienes escriben con frases largas porque sus pensamientos son complejos, las acciones que ven sólo saben describirlas como hablarían de la bajada de las aguas de un río. Si son así, si les sale natural, aplaudo esa manera de escribir. Pero me pasman cada vez más aquellos que con tres palabras sugieren tanto o más que otros en un párrafo completo. Hay algo aquí de devoción por ese estilo que tan bien interpretó Hemingway (lo digo como si fuera música porque algunos estilos lo son: las palabras entran por el oído, por la vista con un ritmo que sólo ciertas composiciones clásicas o jazzísticas pueden igualar), que encumbró a Llamazares, autor de una gran novela, "Luna de lobos", que pasmó al viejo y generoso Onetti. En la novela negra no escasea este estilo del que hablo, pero ni tiene la musicalidad deseada ni escapa al uso y abuso de la frase hecha, que en música sería como si el intérprete sólo nos diera estribillos. Marcia Muller esquiva la tentación y presenta una prosa limpia, un fraseado medido y con un swing que también tiene -algo superior, eso sí- Walter Mosley. Me gusta cómo adjetiva, además, y qué bien elige algunos adjetivos para darle mayor vigor al sustantivo y crear de paso sensibles imágenes: "su preciada soledad", "un descarnado sarcasmo", "constante y agotador conflicto","severo estilo moderno". Y eso sin divagar, sin empedrar la narración, sin entorpecerla ni llenarla de babas puramente literarias que nos abocarían a cerrar la novela al sentirnos pesados e indigestos, sino de esa sabia forma en que los buenos autores utilizan los adjetivos con la conseguida intención no de adornar, sino de alumbrar con ellos.

El color del crimen (Freedomland), de Joe Roth

Nefasto título para una buena película que me parece que no ha sido vista con buenos ojos. Antes, hace años, el cine de denuncia, el cine crítico, el cine político era visto con buenos ojos. Ahora cualquier tipo de cine que escape a lo obvio es mirado con lupa, con desconfianza, con desinterés. A esa conclusión llego después de ver la valoración crítica que obtuvo esta película. Pero el problema es que a veces los árboles no dejan ver el bosque, y me temo que aquí pasa algo parecido: se quedan los críticos con los excesos interpretativos y con lo puramente fílmico y se olvidan de la historia, interesantísima, y del ritmo, y de que el director ha optado por el drama y no por lo policíaco cargado de acción, disparos y muertos por doquier. A mí me parece muy estimable esta película que habla de las relaciones familiares - el padre policía con el hijo en la cárcel, la mujer despreciada por la familia que al tener un hijo ve restañarse su dignidad - y de cómo la muerte de un niño es algo verdaderamente irreparable y también destructivo para cuantos afecta su desaparición. Vivimos en una época confusa, con las relaciones amistosas y familiares en plena transición, con el crimen acechando tras cada esquina para mostrarnos que estamos hechos de dolor y que del dolor venimos y en el dolor nos consumimos. Y esta película nos ayuda a verlo, a meditarlo, a objetivarlo. Se merece una oportunidad.

Marcia Muller: "Juegos para ahuyentar la oscuridad" ( 4 )

¿A qué responde ese título? Leemos en la novela: " Pese a ser temporada baja, no faltaban los turistas. Paseaban cogidos de la mano o juntos, y a un tiempo separados. Me figuré que para algunas parejas las vacaciones habían sido motivo de acercamiento; para otras, sólo habían servido como recuerdo de su soledad.... A veces dudaba de si volvería a ser en alguna ocasión una de esas personas que iban cogidas de la mano y mantenían a raya, por un tiempo, la soledad... si entraría en el juego para ahuyentar mi propia oscuridad".

Marcia Muller: "Juegos para ahuyentar la oscuridad" ( 3 )

Y otros temas: "En Salmon Bay son muy pueblerinos. El medio de vida principal es la pesca, pero cuando la industria pesquera se automatizó la mayoría de pesquerías familiares se fueron a la ruina. La gente aún sigue allí, pero malviviendo. Se pasan la vida sentados en su punta de tierra, remendando sus redes y soñando con los viejos tiempos de bonanza. Naturalmente, todo aquel que se aventure a salir al mundo real está mal visto ". Que hablan de un pasado reciente que no nos es desconocido, que nos llena de recuerdos y a algunos de añoranza.

Marcia Muller: "Juegos para ahuyentar la oscuridad" (2)

Lo bueno de la novela negra es que aporta datos, informaciones, sugiere temas. Como éste:
-Un sanatorio donde se atiende a enfermos terminales...
- ¿Dónde está La Pozas? -
-En Salmon Bay, pero alejado del pueblo. Es un edificio de varias alas con tejado de tablillas, situado junto al acantilado que domina una playa rodeada de arrecifes y hoyos que se llenan con la marea. Está en un paraje francamente hermoso, con bosquecillos de cipreses y eucaliptos. Nadie se imaginaría, viéndolo, que la gente va allí a morir.
- ¿Y usted y Jane trabajaron juntas allí?
- Durante más de cinco años.
- Tuvo que ser deprimente.
- Oh, no -negó con aire de sorpresa Liz-, en absoluto. La idea fundamental que inspira el sanatorio es morir sin miedo, con dignidad. En Las Pozas, los pacientes viven en plenitud, con dicha incluso, el tiempo que les queda de vida. A veces puede ser hasta un estímulo.
No puede ningún lector quedarse indiferente leyendo esto, cada uno sentirá removerse algo en su interior.

Francisco González Ledesma: Méndez.

Apuesta la editorial Almuzara por un escritor que se merece mayor reconocimiento crítico, pero ya se sabe que en España los críticos están muy ocupados en leer lo que hay que leer. Almuzara tiene una colección de novela negra, "Tapa negra", que ha publicado a pocos autores por el momento y que evidencia un gran error: la falta de apuesta por jóvenes escritores de novela negra. Que publiquen este libro de González Ledesma es una buena noticia, ya que las novelas en catálogo no son realmente muy destacables y hay caídas graves como "Muerte de una heroína roja", de Qiu Xiaolong, en lo que parece una decisión escapista y poco comprometida con el aquí y ahora de los narradores españoles y su presente, con una visión crítica de nuestra realidad que esta editorial obvia claramente. Que aparezca, pues, este libro de Ledesma es una gran noticia, porque el creador del inspector Méndez es de los que, con ironía y sagacidad, cuenta historias de una manera absolutamente personal y con un humor que le arranca sonoras y curativas carcajadas al lector. La vida de los viejos barrios, los viejos delincuentes barceloneses está aquí expuesta con una mirada nostálgica y sabia, apta como pocas para la anécdota y el pequeño cuento, ese que luego puede repetirse en voz alta a un oyente que con toda seguridad sonreirá mientras presta atención. Pero no hay aquí escapismo, fácil burla, sino un humor maduro, compartible, rebosante de vitalidad y necesaria crítica: "La callecita, o mejor el paisaje urbano, aún estaba allí, con sus árboles melancólicos y sus casitas llenas de olvido, sin que ningún alcalde vestido de gala las señalase para derruirlas." Con una prosa creativa, verdaderemante literaria y creadora de ecos: "Méndez tuvo que desviar la mirada. Era como si el tiempo estuviera allí, hecho luz antigua, cristal empañado, tirador de una puerta rota, mano de muerto todavía pegada a la mesa." El veterano Ledesma - al que algunos consideran el abuelo de la novela negra española, definición que pondrá una risa en su cara de hombre noble e íntegro - es uno de esos escritores que repasan la historia de su tiempo - y del nuestro - y perdurará. No lo dejéis para más tarde. Leedlo ahora, en el momento.

Marcia Muller: " Juegos para ahuyentar la oscuridad"

Me alegra que cada vez haya más mujeres escritoras de novela negra. Gracias a ellas es más fácil que se integren en el género perspectivas e historias que los escritores duros orillaron para no parecer blandos. Si el cine nos ha dado inolvidables historias que eran mitad negras y mitad de amor, la novela aún no ha incidido demasiado en eso: amor y muerte, ya se sabe, van cogidos de la mano muy a menudo. Fijémonos si no en la cruda realidad, en la violencia de género, con hombres que han amado a mujeres y que más tarde las matan. Marcia Muller publicó esta novela en 1984 y la protagoniza su detective Sharon McCone, que investiga el caso de una mujer desaparecida. La facilidad narrativa, plástica, y la limpieza con que narra y nos mueve por la historia es el primer punto a su favor. Y las descripciones el segundo: "El pelo negro, severamente peinado hacia atrás, acentuaba su prominente nariz y el marcado avance de la barbilla. No era una cara bonita, sino autoritaria." Y sus opiniones el tercero: " Aquél era el último de los establecimientos chic que estaban invadiendo la zona y amenazaban con transformar el ambiente sencillo y afable de clase trabajadora del barrio. Ellen T era toda una institución que habría lamentado que se perdiera. No obstante, estaba casi segura de que mientras continuaran al frente Ellen y Stanley Tortelli seguiría siendo la misma taberna acogedora en la que se dispensaba buena comida, buena bebida y, de tanto en tanto, buenos consejos."

Lillian Hellman y Dashiel Hammett

Releo con el ánimo encogido el prólogo que escribió Lillian Hellman para el libro "The big knockover" de Hammett, en España transformado por Bruguera en dos volúmenes. Ella, compañera del gran escritor durante treinta particulares e intensos años, le recuerda y vierte algunos momentos de la vida en común y otros que le refirió Dash, como solía llamarle, en unas páginas singularmente emotivas. Hay, por encima de las demás, una anécdota que define a Hammett a la perfección y que desde que la leí pasó a formar parte de mi vida: "... en cierta ocasión, Hammett se compró una cara ballesta en un momento en que ese gasto significaba dejar a un lado otras cosas necesarias. El mismo día en que la tuvo entre sus manos, probándola y tensándola, gozando del objeto, llegaron unos amigos con su hijo de diez años. Dash y el niño se pasaron la tarde jugando con la ballesta y la cara del muchachito se oscureció cuando tuvo que abandonar el juguete para irse. Hammett abrió la puerta trasera del auto, acomodó la ballesta dentro y se volvió de prisa hacia la casa, sin hacer caso de las expresiones de negativa y protesta de los padres del niño. Cuando nuestros amigos partieron le pregunté: ¿Era imprescindible?Hammett me respondió: El niño la quería más que yo. Los objetos pertenecen a quien más los desea." Palabras del autor de "El halcón maltés". Como digo, convivieron durante treinta años, pero no estaban juntos siempre, no tenían una casa en común, y Hammett nunca se vanaglorió de nada. El día que ella le dijo que habían pasado años hermosos juntos, él le contestó: "Hermoso es una palabra demasiado importante para mí. Digamos sólo que lo hemos pasado mejor que mucha gente." El sentido de la justicia, de lo justo de Hammett, que en los peores momentos de su vida, ya al final, sí le pidió ayuda claramente a Lillian. "Un libro vuelto al revés tendría que haberme servido para darme cuenta de que el final estaba cercano, pero no quise aceptar esta idea y volé a Cambridge pensando encontrar un internado para Dash. Esa misma noche cogí un vuelo de regreso para anunciarle a Dash qué pensaba hacer. Me preguntó: Pero ¿cómo llegaremos a Boston? Le dije que en una ambulancia, y creo que por primera vez en su vida su reparo fue: ´Eso costará demasiado dinero.´Entonces le respondí: ´En ese caso, alquilaremos un camión.´Sonrió al comentar: ´Tal vez tendríamos que haber viajado siempre de ese modo.´Aquella noche me sentí aliviada, segura de que aún teníamos tiempo por delante; pero me equivocaba. Antes de las seis de la mañana siguiente recibí una llamada del hospital: Hammett había entrado en coma. Mientras me precipitaba por el cuarto hacia su cama hubo un último signo de vida: sus ojos se abrieron con una expresión de sorpresa e intentó levantar la cabeza. Pero ya no volvió a recuperar la lucidez, y dos días después sobrevino su muerte." La muerte del padre de la novela negra.
Os recomiendo este artículo de Javier Ortiz: http://www.javierortiz.net/jor/elmundo/vendra-piso-de-pisar

Andreu Martín: "Amores que matan. ¿Y qué? ( 5 )

Utiliza un interesante recurso Martín en su narración. Repite a veces una palabra varias veces en el mismo párrafo como en una canción, como una letanía, como una llamada. Recurso éste poético y muy efectivo en sus manos. Veamos dos ejemplos: "Aquella tarde, Enrique lloró. Lloró como no lo había hecho desde la infancia. Con esas lágrimas que brotan desde el fondo del pecho, esas lágrimas que desbordan y ciegan, lágrimas inevitables, imposibles de disimular, lágrimas en solitario que sacuden todo el cuerpo y lo convierten en un mudo grito viviente" (154-155, Edición Alfa). "Alicia no podía saberlo porque ya estaba en la calle corriendo despavorida y tomando conciencia a cada paso de que Eva había sido asesinada, de que Eva estaba muerta, de que habían matado a Eva, y un instante después ya caía en brazos de Enrique tartamudeando el nombre de Eva, Eva, Eva..." Ambos prueban que se puede utilizar una prosa sencilla, con préstamos del lenguaje hablado, y con habilidad y sapiencia dotarla también de gran viveza, gran profundidad, incluso lirismo.

Relato a veinte manos: Unos cuantos años (9)

El inspector Lage me saludó levantando una ceja. Intentaba parecer un policía típico o quizás se burlaba de sí mismo. Tuve que pedirle una hora libre a mi jefe, que también levantó una ceja, pero él eligió la del lado derecho de su cara. Bajamos a la cafetería de Anselmo. (Francisco Ortiz)
Nos instalamos en una mesa al fondo y pedimos café, que era por mucho mejor que el de la oficina.Era sin embargo, un lugar poco usual para reunirnos. El inspector Lage no perdió el tiempo en rodeos, una vez que sirvieron el café, me dijo que necesitaban de mis servicios para un trabajo muy peculiar y peligroso. (José Romero)
Le expliqué que ya no era el mismo, que estaba cansado. Le dije que la cara del tipo del último encargo todavía se me aparecía por las noches. Pero a él mis problemas nunca le importaron lo más mínimo. Aún así, me esforcé por explicarle que no podía actuar siempre por libre, que mi jefe empezaba a estar descontento conmigo. El café empezó a hervir en mi estómago mientras sentía que estaba a punto de escupirle a la cara todas las cosas de él que me desagradaban. Lage mantuvo en todo momento su estúpida sonrisa. (Miguel Sanfeliu)
Y pensar que una vez esa sonrisa no me resultó estúpida, que una vez, cuatro años antes, aquella primera llamada del inspector fue como una bocanada de aire fresco que me hizo pensar que mi vida al fin se movía, que, de alguna manera, más allá de los engaños y las palizas, de todos los hombres que acabarían llorando frente a mí, y de todas las mujeres a las que mi comportamiento hacia ellos haría llorar, lamentarse, enviudar, alguien confiaba por fin en mí, tal y como yo merecía. Cuatro años después, cómo pasa el tiempo, Lage tenía muchos menos problemas, todos los que yo le había ahorrado, pero mi vida seguía en el mismo sitio, parada, a la espera. (Miguel Ángel Muñoz)
Y no es que no lo hubiera disfrutado un tiempo, le confesé a Lage. Antes al contrario. Yo creo que todos podemos ser artistas en nuestro curro si le echamos un poco de alma. Hasta putas he conocido que saben gemir como primadonnas cuando su cliente se les derrumba sobre las tetas como niñito tembloroso. Lage sabía que yo era un artista en lo mío, que nadie había como yo para descerrajar cráneos o astillar huesos. Pero un artista también necesita su reconocimiento, qué coño, y cuatro años de ver pasar los bonitos trenes es demasiado tiempo. Se lo expliqué a Lage más o menos con estas palabras. Él asintió al final, comprensivo, dándoselas de hombre de mundo o de filósofo. A continuación, antes de responder, encendió un cigarrillo mientras borraba la sonrisilla de la jeta y me miraba con los ojos un poco vidriosos, como de pariente pedigüeño. (Ricardo Vigueras)
Son demasiados años como para no saber que cada segundo de esa dilación llevaba implícito el grado de dificultad del trabajo. Pegó una calada profunda, la cosa iba a ser complicada. La segunda me dejó claro que sería dura. La tercera me encogió el estómago. La cuarta no la habría resistido, pero empezó a hablar antes.
- Alguien de la fiscalía está fisgoneando en asuntos que no le incumben.
Hice un gesto con la cabeza para que siguiera hablando, pero se limitó a escrutarme como si albergara alguna duda sobre si yo era la persona adecuada. Eso me hizo preguntarle:
- ¿Alguien a quien conozco?
Asintió mientras daba una última calada al cigarrillo y lo aplastaba medio consumido contra el cenicero. La forma en que me miró despertó en mí una terrible sospecha:
- ¿Una mujer? (Rosa Ribas)
Debí haberle dicho que estaba loco y negarme, pero Lage me tenía atrapado, nunca iba a poder sacármelo de encima, tuve que aceptar. Terminé el café de un sorbo y me despedí no sin antes decirle que estaríamos en contacto. Al salir de la cafetería miré el reloj, todavía me quedaban 20 minutos de la hora que le había solicitado al jefe, así que encendí un Marlboro, cerré el abrigo y me eché a caminar sin rumbo. ¿Por qué Lage me lo estaba pidiendo a mí?, ¿qué era lo que pretendía con semejante propuesta? Claudia F. había sido mi amante y ahora, Lage, que muy bien lo sabía, me estaba pidiendo que la eliminase. ¿Qué era lo que el inspector escondía tras todo esto? Los recuerdos se agolparon en la memoria, se mezclaron con las preguntas, perdí la noción del tiempo. (José Antonio Galloso)
No, no podía matarla. La amé demasiado y la envenené con mi amor. No era necesario que le apuñalara su piel, cuando su corazón se desangraba cada día. Cómo matarla cuando yo lo hice con mis ojos, con mi boca, con mis palabras, con mis silencios. Ella es una muerta viva.Me quedé parado en una esquina, deseando que el semáforo estuviera siempre en verde para permanecer ahí, estático en mis pensamientos. Los recuerdos empezaron a acecharme y busqué en la bolsa de mi pantalón la moneda que ella me regaló. Por años la he cargado, como una prueba de que sigue viva y cuando la vuelva a ver, le enseñaré la moneda. Ahora esa moneda me pesaba. Tenía que aventarla al vacío. Quizá dejarla en una calle parisina o en un rincón mexicano, o simplemente regresarla al Puente de los Suspiros.Me sentía como aquellos prisioneros que contemplan el mar y el cielo por última vez.No. No podía matarla. (Clarice Baricco)
Y tan no “podía” hacerlo que mis labios comenzaron a dibujar una curva que en el mejor de los casos se había convertido en una sonrisa. Recordé una frase escuchada en cierta mala película de detectives, cuando el subordinado recibía una orden similar a la mía: “Ella traicionó a la corporación y ahora sabes qué hacer, lo de rutina en estos casos”. Y esa rutina, válgame tanta claridad, era degollar a la señalada. Pero una cosa era rebanar el cuello de alguien en tiempos donde era tan lícito que policías y ladrones jugaran a los balazos y otra en días como estos, cuando del telenoticiero a la telecomedia hay sólo un paso. Pero se entiende que ya no eran momentos como para ponerme sentimental o dramático; si evaluaba los hechos sólo era un peón de rey y en el ajedrez, las enanas y tristes figurillas de avanzada no tiene otra opción… ¿Matarla como si fuera una desconocida? Evidentemente mi embrollo era ese: la conocía y de qué forma. (Omar Piña)
Avanzamos. Ahora es el turno de Ninoska Mermoud-Santiago.

Andreu Martín: "Amores que matan. ¿Y qué? " ( 4 ). Violencia en aumento.

Hay escenas de violencia en las novelas de Andreu Martín, pero son escenas necesarias, es una violencia real y casi diría que palpable: la que sacude nuestra mirada en la portada del periódico, la que recitan impávidos los locutores de los noticiarios, la que comentan los tertulianos después del primer café de la mañana. Pero Andreu Martín se ha documentado, ha llevado su nariz al lugar donde quedan restos de lo ocurrido, se plantea qué hay detrás y a quién beneficia - por algo es un autor con el corazón a la izquierda -, quién engaña mostrando sólo lo evidente y quién mueve en verdad los hilos. La violencia - los disparos, los muertos, los heridos - no está servida como un plato truculento y rebosante de sangre, sino como un plato necesario que se mira, se rechaza porque da asco pero no se puede negar que existe y sí les apetece a otras bocas. Nuestra sociedad está fundada, basada en una violencia latente, sorda, reprimida, a veces institucionalizada, y creo innegable que además es una violencia en aumento, que refleja los rencores, las frustraciones, los desarreglos amorosos, los desencuentros, pero también la insatisfacción, la desrrealidad creciente, la agonía de ciertas maneras de control y sometimiento a través de la manipulación y el miedo: a perder el trabajo, el estatus, la integración en lo que llamamos sociedad. La obra de Andreu Martín, tan necesaria, nos habla de todo eso, ayuda a ver y descubrir y destapar lo que se oculta en las cloacas del poder y en las alacenas de los poderosos.

James Bond

Vuelve ese agente con licencia para matar, un hombre al que le encomiendan casos que resuelve a su manera, ya que sólo le piden resultados, como ocurre en los actuales partidos de fútbol, ejemplo claro de lo que el capitalismo puro y duro hace con las sociedades que crea, en que no importa el pueblo, sino tan sólo los números. Siempre he detestado al personaje, siempre he detestado lo que representa y las películas que le tienen como protagonista me parecen un rancio ejemplo de machismo y salvajismo con coartada política y cultural, como mi admirado Vázquez Montalbán diría. El maniqueísmo de las tramas es tan claro - casi infantil - y los perpetradores actúan con tantos deseos de atontar al espectador, de dar gato por liebre, que me indigna y me produce una grave repulsa cada nueva película de este personaje literario y cinematográfico. Viene a nuestro país ahora una nueva película del agente que mata y come sin perder la sonrisa y creo oportuno recuperar las palabras que Luis Izquierdo le dedicaba en la introducción a la novela "La maldición de los Dain", de Dashiell Hammett (Biblioteca Básica Salvat, 1982), autor éste en las antípodas ideológicas de la creación de Ian Fleming: "Es bien sabido que, en el caso de James Bond, el individuo es sólo un vehículo de la organización que lo dirige y máscara que se pretende atractiva de la voracidad occidental encarnada en sus espías. Instrumento eficiente, su individualidad jamás podrá interferir la trayectoria ciega de su victoria, que, por cierto, jamás será personal. James Bond es un número en movimiento, jamás un ciudadano ni, mucho menos, un rebelde que consuma sus ansias de aventura apoyándose en la famosa ´licencia para matar´. Bajo su aparente desgarro, actúa la monstruosa agresividad del orden establecido. "


Andreu Martín: "Amores que matan. ¿Y qué?" ( 3 )

Para Andreu Martín la realidad no es transparente, sino opaca. Cada personaje tiene dos caras, oculta algo, sustrae información, se enfrenta al que aparentemente es amigo con una sorpresa en la manga, fingiendo, callando. Se utilizan los personajes buscando su exclusivo beneficio. Alguno puede condescender, soltar algo gratuito y sincero, pero sólo es la excepción. Hay rivalidad entre el comisario y el detective, entre el cliente y el detective, hay desconfianza, unos juegan con otros, como el gato con el ratón. No me parece nada exagerado: Martín cuenta la vida real sin censuras, sin falsos adornos, sin medias verdades. No hay nada oculto en esta novela, al contrario, hay un desvelamiento de actos y deseos, de movimientos ocultos, de ideas reprimidas. A veces pienso que dentro de cien años se leerá a autores como Andreu Martín para saber cómo era nuestro actual presente. Quedarán en el olvido libros de alta prosa y de intención puramente literaria, como siempre ha ocurrido, porque la novela es un ejercicio ideal para la memoria, la preservación de huellas y designios que de otra manera no llegarían íntegros, sino contaminados por la mirada de los historiadores del futuro.

Andreu Martín: " Amores que matan. ¿Y qué ? ( 2 )

Pero un buen inicio requiere una posterior buena continuación. La niña violada ha crecido y Andreu Martín tiene que dibujarla, presentárnosla creíble con un trauma como el que sufre marcándola en su vida diaria. Y narra que conoció a un médico en prácticas un día que acudió a urgencias con las marcas de unos golpes que le había propinado su padre. El joven médico vuelve a verla y la anima a irse de casa, la invita a vivir a su lado. Ella acepta. Y el chico la ve así: " una chica de personalidad conflictiva y frágil, tan conflictiva y frágil que sólo sabía defenderla con súbitas reacciones animales". "Era solitaria y rebelde, callada y hosca, analítica, exigente y brusca. No tenía ningún interés por hacerse querer. Y esta postura que adoptaba era como una cárcel para ella. Porque, en el fondo, se moría de ganas de salir de su encierro, de liberarse, de amar. De vez en cuando, su mirada se dulcificaba y buscaba en derredor un apoyo, una mano amiga. Era demasiado joven para haber sufrido tanto. " Y es que Andreu Martín sabe hablarnos como pocos de lo que anda suelto en el fondo de nuestra mente.

El arma perdida, de Chuan Lu ( The Missing Gun)

Una película china en la que hay un asesinato, un homicidio y un robo. Sin el gran presupuesto de que disponen las películas estadounidenses pero utilizando los recursos de manera creativa y muy válida, el director narra una historia interesante, sin héroes (el único, supuesto héroe muere y, una vez muerto, le vemos salir del cuerpo y reírse de su estupidez como humano, de su obsesión por recuperar el arma perdida, en una escena onírica y llena de sentido), en un pueblo chino donde todos se conocen y no hay motivos para pensar que entre los habitantes se oculta un asesino. La razón de que le roben la pistola al policía - una gran meditación sobre de quién es un arma, para qué sirve, quién puede hacer uso de ella - y la explicación de los actos de violencia es social y nos devuelve curiosamente a la época de la ley seca imperante en los Estados Unidos allá por los veinte del pasado siglo, como si se tratara además de un guiño, ya que la película también es un pequeño homenaje a los clásicos de la serie negra, pensado de una forma libre y con mucho sentido del humor. Una película china, amigos, que también existen y pueden verse por aquí.

Excepción cine 3: "Remake", de Roger Gual

Juntar a unos antiguos hippies, muchos años después, en la casa de uno que ha seguido siéndolo y dejarlos a su libre albedrío, para que hablen y se definan. La idea, de partida, ofrece muchas posiblidades. Por las que se opta en esta buena película acaban por llevarnos a pensar que no hay remedio, que los seres humanos no nos entendemos, que a ratos parece que nos oímos y nos aceptamos y hasta puede parecer que estamos unidos, pero en definitiva somos islas. Estamos cargados de rencor y de falsos recuerdos, adaptados a nuestros intereses. Somos crueles, egoístas, y si nos juntamos y demostramos de verdad lo que somos y lo que llevamos dentro acabamos por crear una situación de pesadilla. Y es que en "Remake" hay momentos, como en alguna película del Dogma, en que parece que se inventa un nuevo género: el realismo terrorífico. No hay sangre, no hay peleas, pero los sustos nos encogen el ánimo, el alma. Los sustos porque vemos que nadie está preparado para hablarle al otro sin menospreciarlo, porque vemos que cuando se crean diferencias entre dos o más personas nada puede remediarlo y revertir verdaderamente la situación, porque los actos imprevisibles suelen ser de desvergüenza sexual incompetente y de violencia inútil, arbitraria y que en realidad oculta las frustraciones, los padecimientos, los miedos y las impotencias. Los sustos porque vemos que el ser humano puede ser terrible, destructivo, autodestructivo, y aun así estar lleno de ingenuidad, como el personaje que recuerda haber comido mierda de perro cuando tenía cinco años porque su hermano y otro niño le habían dicho que tenía el mismo color que el chocolate y sabía igual, y ahora, de adulto, al contárselo a la novia de uno de esos dos que le mintieron y le indujeron a comer mierda, le dice que no lo haga, que no coma mierda, ya que es desagradable tener un trozo de mierda en la boca: una experiencia que parece incompleta mientras no se le transmite a otro que acaso la acoja con igual ingenuidad. "Remake " es una película adulta y para mentes adultas. Las interpretaciones son excelentes: Juan Diego borda su papel, y todo el reparto. Buscadla.

Andreu Martín: "Amores que matan. ¿Y qué ? "

Andreu Martín es, junto a Juan Madrid, el más conocido, respetado y celebrado autor de novela negra español. Esta novela, del año 1984 (Editorial Alfa), empieza con una escena en que una niña de trece años es violada por su padre, rico empresario (" la garra que desgarra"). El mismo que, pasados los años, le paga dinero a su hija para que no desvele tal acto. Pero la chica desaparece y el empresario contrata a un detective privado para que la encuentre. No es un inicio convencional, se han puesto algunas cartas bocarriba y no se juega con el ilusionismo de la intriga y la promesa de ir topándose con constantes sorpresas, giros que enganchen al lector por el procedimiento de hurtarle datos. No: Andreu Martín nos enfrenta desde las primeras líneas a un hecho cruel, un personaje abyecto que se las da de no serlo y que le dice al detective que desea que encuentre a su hija porque "la quiero más que a nada en el mundo", no más que a nadie, sino más que a nada, porque para él su hija es algo, no alguien, un objeto, una cosa, importante, muy importante, pero una cosa al fin y al cabo. Novela negra, sí, pero dotada de unas finas trazas psicológicas. Fijaos qué detalle en la descripción del detective: "boca cuya elocuencia se veía acrecentada por profundas arrugas cultivadas con sonrisas durante más de cincuenta años". ¿No véis perfectamente a esos tipos en la pantalla blanca de vuestra imaginación?

Ángel Zapata entrevistado

Pues este escritor no es uno de la nómina de autores negros, pero sin duda se merece estar en este rincón porque sus meditaciones valen para la mitad de las intenciones de lo que este espacio pretende: la meditación, la crítica al poder, el análisis certero de la realidad actual. Sólo con la respuesta a la primera pregunta que le formula Miguel Ángel Muñoz me gana como futuro- más bien inmediato - lector. Para saberlo todo, entrad en El Síndrome Chéjov.

James C. Mitchell: "Lovers Crossing" (y 4). Crítica.

Hay novelas en las que la influencia de la televisión se deja sentir de manera casi palpable. La Factoría de ideas creo que está apostando por las novelas negras más aceptables en los gustos del público y más cercanas a las inquietudes televisivas. “Lovers Crossing” es una buena muestra de lo que afirmo. No se trata de una mala novela, pero no es sin duda una gran novela. Es un entretenimiento. Está bien escrita, mejor documentada, el pulso narrativo es correcto y el enfoque de los temas incluso diferente, personal, pero se percibe una dejadez que atañe a la ambición, al deseo de afrontar los materiales con vigor y con la enjundia en el horizonte.
Brinker es un detective privado que trabajó en la frontera y conoce a la perfección los anhelos de los mexicanos que quieren cruzarla y poner sus pies en el falso paraíso de los Estados Unidos, sabe que las balas vuelan sueltas a veces y que ni siquiera puede uno fiarse siempre de los agentes que patrullan contigo: una vez estuvo a punto de morir y aún no se ha aclarado si el disparo provenía de una pistola fronteriza o de la pistola de un agente, Sánchez, que le acompañaba y tenía gran habilidad para escabullirse en las sombras. Ahora, Brinker se encarga de un caso de asesinato, pero en todo momento el lector sabe que el epílogo le llevará al prólogo de la novela, que lo improbable no será imposible: una muerta rica en una ciudad devolverá a Brinker a la frontera. He aquí el problema: sabemos lo que pasará, imaginamos el final y no acabamos de creernos nada, pese a que la voz narrativa en primera persona de Brinker está bien construida y nos resulta simpática.
Creo que es un error atarlo todo, ofrecerle al lector siete cosas y luego moverse en torno a ellas, hilvanarlas y deshilvanarlas, como si se tratara de una pieza musical y la redujéramos a unas variaciones. En un guión cinematográfico sería aceptable, porque se cuenta con poco espacio temporal y cada detalle ha de responder a una lógica. Pero una película está más cerca de ser como un cuento que de parecerse a una novela. Si un autor escribe doscientas páginas no debe de quedarle la sensación al lector de que ha salido airoso de la prueba, de que los personajes y la trama están bien mostrados, porque sólo eso nos deja papel muerto en las manos. Que las explicaciones vengan de la boca del asesino justo cuando va a matar al detective es ya un tópico insoportable. Que no lo mate cuando lo tiene todo a favor, simplemente una treta. Valoro en su justa medida que James C. Mitchell se enfrente a temas interesantes y no nos dé una visión manida y absolutamente correcta. Que una hija del mejor amigo de Brinker sea adoptada – ilegal o irregularmente -, que la mujer a la que quiere le deje, que no se ofrezca sólo la cara conocida y se profundice un poco no es suficiente y no me convence y no me aparta del convencimiento de que para que una novela nos sacuda, nos emocione, el autor no necesita sólo sinceridad ni talento, sino deseos de dar un paso más, de pisar las fronteras de sus ideas y sus razonamientos, de sus convicciones y sus miedos.
Recomendación: El blog de Alicia Liddell, su texto "¿Ciudadanos?"
Meditación: Mañana, primera huelga de 24 horas en la Atención Primaria. Reclaman más tiempo, entre otras cosas, para atender a los pacientes: http://www.elmedicointeractivo.com/noticias_ext.php?idreg=13050)
Un relato con calidad y acertadísima concisión: "Una discusión", de Miguel Sanfeliu

James C. Mitchell: "Lovers Crossing" (3). Tus compañeros.

Estas páginas me parecen las más importantes de la novela. Una meditación sobre el corporativismo, la maldad, la indefensión. Recuerda Brinker sus años de patrullero en la frontera y su novia le pregunta: " Si se producían tantos abusos, ¿como es que nunca los denunciaste? ¿Por qué no deshacerse de las manzanas podridas?" Él le habla de viejos soldados, los que se reúnen cuarenta o cincuenta años después de que acabe una guerra. "Lloran por los camaradas caídos... Puede sonar a tontería, Dolores, pero en la patrulla fronteriza teníamos ese mismo tipo de camaradería. Los polis también. Por muy mal que se pongan las cosas, haces piña. Incluso cuando sabes que tus amigos, tus camaradas, están haciendo algo malo, haces piña. Es la única manera de sobrevivir bajo el fuego... Así es como nos sentíamos todos en la patrulla. Bajo el fuego. Algunos caían heridos, otros muertos. No era sólo yo. Las únicas veces que salíamos en las noticias era cuando un agente se metía en problemas. Cuando lo acusaban de abusar de una inmigrante ilegal, de aceptar sobornos o de traficar con drogas. Algunos de los cargos solían ser ciertos, pero otros eran pura mentira. Pero nunca se oía hablar del descargo. Así que pensábamos que éramos los únicos que estábamos de nuestro propio lado." Esta meditación moral es lo mejor de la novela.

"Match Point", de Woody Allen

Las películas de los autores que se convierten en clásicos nos brindan una enseñanza fundamental: la sencillez. Allen cuenta su historia sin complicarla, rodea a los personajes importantes y principales de secundarios con poca entidad, apenas esbozados, que sirven deliberadamente sólo de telón de fondo. Es una enseñanza más. Nos cuenta una historia evidentemente moral, en la que un personaje se enfrenta a la vida, al éxito, al dinero, al egoísmo, a la paternidad, a la victoria, a la muerte y ha de tomar decisiones de honda importancia, sin vuelta atrás, trágicas y severas. Hay una meditación en esta historia en torno al azar, qué duda cabe, pues el protagonista es un ex jugador de tenis. Pero hay ante todo una insistencia en la idea de que las personas no somos apenas nada en el contexto social, en la organización de la ciudad y sus componentes, en la importancia general de lo que define a nuestro mundo en el siglo XXI. Cuando el protagonista decide matar a su amante y a la vecina que puede reconocerle, no mata con odio ni desesperación, no es un actuante, sino más bien la mano de que se vale el orden, lo trascendente para que se cumpla su lógica implacable. Desde ese punto de vista, el asesino es otra víctima, es ejecutor y, en cuanto que queda vivo, ejecutado que no muere pero ha de pagar todas sus faltas con la vida infame que le queda por vivir. Así, Allen da una obra mayor, absolutamente adulta en un mundo lleno de fragilidades expositivas y de apariencias con ínfulas explicativas que en realidad sólo son verdades huecas. En el siglo XXI, dice Woody Allen, el hombre y sus creaciones no han avanzado y el análisis de un Balzac, un Dostoievski, un Stendhal, un Marx siguen siendo válidos y, lo que es más, totalmente indispensables.

Relato a veinte manos: "Unos cuantos años" (8)

El inspector Lage me saludó levantando una ceja. Intentaba parecer un policía típico o quizás se burlaba de sí mismo. Tuve que pedirle una hora libre a mi jefe, que también levantó una ceja, pero él eligió la del lado derecho de su cara. Bajamos a la cafetería de Anselmo. (Francisco Ortiz)
Nos instalamos en una mesa al fondo y pedimos café, que era por mucho mejor que el de la oficina.Era sin embargo, un lugar poco usual para reunirnos. El inspector Lage no perdió el tiempo en rodeos, una vez que sirvieron el café, me dijo que necesitaban de mis servicios para un trabajo muy peculiar y peligroso. (José Romero)
Le expliqué que ya no era el mismo, que estaba cansado. Le dije que la cara del tipo del último encargo todavía se me aparecía por las noches. Pero a él mis problemas nunca le importaron lo más mínimo. Aún así, me esforcé por explicarle que no podía actuar siempre por libre, que mi jefe empezaba a estar descontento conmigo. El café empezó a hervir en mi estómago mientras sentía que estaba a punto de escupirle a la cara todas las cosas de él que me desagradaban. Lage mantuvo en todo momento su estúpida sonrisa. (Miguel Sanfeliu)
Y pensar que una vez esa sonrisa no me resultó estúpida, que una vez, cuatro años antes, aquella primera llamada del inspector fue como una bocanada de aire fresco que me hizo pensar que mi vida al fin se movía, que, de alguna manera, más allá de los engaños y las palizas, de todos los hombres que acabarían llorando frente a mí, y de todas las mujeres a las que mi comportamiento hacia ellos haría llorar, lamentarse, enviudar, alguien confiaba por fin en mí, tal y como yo merecía. Cuatro años después, cómo pasa el tiempo, Lage tenía muchos menos problemas, todos los que yo le había ahorrado, pero mi vida seguía en el mismo sitio, parada, a la espera. (Miguel Ángel Muñoz)
Y no es que no lo hubiera disfrutado un tiempo, le confesé a Lage. Antes al contrario. Yo creo que todos podemos ser artistas en nuestro curro si le echamos un poco de alma. Hasta putas he conocido que saben gemir como primadonnas cuando su cliente se les derrumba sobre las tetas como niñito tembloroso. Lage sabía que yo era un artista en lo mío, que nadie había como yo para descerrajar cráneos o astillar huesos. Pero un artista también necesita su reconocimiento, qué coño, y cuatro años de ver pasar los bonitos trenes es demasiado tiempo. Se lo expliqué a Lage más o menos con estas palabras. Él asintió al final, comprensivo, dándoselas de hombre de mundo o de filósofo. A continuación, antes de responder, encendió un cigarrillo mientras borraba la sonrisilla de la jeta y me miraba con los ojos un poco vidriosos, como de pariente pedigüeño. (Ricardo Vigueras)
Son demasiados años como para no saber que cada segundo de esa dilación llevaba implícito el grado de dificultad del trabajo. Pegó una calada profunda, la cosa iba a ser complicada. La segunda me dejó claro que sería dura. La tercera me encogió el estómago. La cuarta no la habría resistido, pero empezó a hablar antes.
- Alguien de la fiscalía está fisgoneando en asuntos que no le incumben.
Hice un gesto con la cabeza para que siguiera hablando, pero se limitó a escrutarme como si albergara alguna duda sobre si yo era la persona adecuada. Eso me hizo preguntarle:
- ¿Alguien a quien conozco?
Asintió mientras daba una última calada al cigarrillo y lo aplastaba medio consumido contra el cenicero. La forma en que me miró despertó en mí una terrible sospecha:
- ¿Una mujer? (Rosa Ribas)
Debí haberle dicho que estaba loco y negarme, pero Lage me tenía atrapado, nunca iba a poder sacármelo de encima, tuve que aceptar. Terminé el café de un sorbo y me despedí no sin antes decirle que estaríamos en contacto. Al salir de la cafetería miré el reloj, todavía me quedaban 20 minutos de la hora que le había solicitado al jefe, así que encendí un Marlboro, cerré el abrigo y me eché a caminar sin rumbo. ¿Por qué Lage me lo estaba pidiendo a mí?, ¿qué era lo que pretendía con semejante propuesta? Claudia F. había sido mi amante y ahora, Lage, que muy bien lo sabía, me estaba pidiendo que la eliminase. ¿Qué era lo que el inspector escondía tras todo esto? Los recuerdos se agolparon en la memoria, se mezclaron con las preguntas, perdí la noción del tiempo. (José Antonio Galloso)
No, no podía matarla. La amé demasiado y la envenené con mi amor. No era necesario que le apuñalara su piel, cuando su corazón se desangraba cada día. Cómo matarla cuando yo lo hice con mis ojos, con mi boca, con mis palabras, con mis silencios. Ella es una muerta viva.
Me quedé parado en una esquina, deseando que el semáforo estuviera siempre en verde para permanecer ahí, estático en mis pensamientos. Los recuerdos empezaron a acecharme y busqué en la bolsa de mi pantalón la moneda que ella me regaló. Por años la he cargado, como una prueba de que sigue viva y cuando la vuelva a ver, le enseñaré la moneda. Ahora esa moneda me pesaba. Tenía que aventarla al vacío. Quizá dejarla en una calle parisina o en un rincón mexicano, o simplemente regresarla al Puente de los Suspiros.
Me sentía como aquellos prisioneros que contemplan el mar y el cielo por última vez.
No. No podía matarla. (Clarice Baricco)
Avanzamos. Ahora es el turno de Omar Piña.

James C. Mitchell: "Lovers Crossing" (2). Policías suicidas.

El caso avanza lentamente. Brink habla con las personas que conocieron a la mujer asesinada y recaba una información que le lleva a concluir que no había motivo alguno para que la mataran: era una mujer rica pero noble, colaboradora de causas sociales, sin amantes y sin una vida oculta. Cuando acaba la jornada, va con su novia a la casa de su amigo Al Ávila, el policía que le ha recomendado al hombre rico para que le encargara el caso. Su esposa y la novia de Brink, Dolores, son hermanas. Cuando se marchan, tras una agradable velada, Brink le cuenta a Dolores un caso en el que participó, la desaparición de una niña, y recuerda que asistía con Al a las charlas que la policía daba en su instituto. Una vez "Un empollón levantó la mano y preguntó que cómo era que no se habían suicidado, ya que había oído que muchos polis se suicidan por la cantidad de cosas horribles que ven... Todo el mundo se echó a reír...pero se dio cuenta de que era también una pregunta significativa. ¿Cómo aguantan los polis veinte o veinticinco años escarbando entre cadáveres y desgracias? Entonces el más voluminoso de los polis lo miró y dijo, con toda la tranquilidad del mundo: Porque si tenemos éxito, podemos decirle a la gente qué es lo que ha pasado, y puede que por qué. Podemos llevarles un poco de paz." Y Brink afirma que él sigue siendo detective privado porque la mayor recompensa es encontrar a un desaparecido y ver la cara de los familiares cuando lo trae de vuelta a casa. Les lleva también un poco de paz.

Relato a veinte manos: "Unos cuantos años" (7)


El inspector Lage me saludó levantando una ceja. Intentaba parecer un policía típico o quizás se burlaba de sí mismo. Tuve que pedirle una hora libre a mi jefe, que también levantó una ceja, pero él eligió la del lado derecho de su cara. Bajamos a la cafetería de Anselmo. (Francisco Ortiz)
Nos instalamos en una mesa al fondo y pedimos café, que era por mucho mejor que el de la oficina.Era sin embargo, un lugar poco usual para reunirnos. El inspector Lage no perdió el tiempo en rodeos, una vez que sirvieron el café, me dijo que necesitaban de mis servicios para un trabajo muy peculiar y peligroso. (José Romero)
Le expliqué que ya no era el mismo, que estaba cansado. Le dije que la cara del tipo del último encargo todavía se me aparecía por las noches. Pero a él mis problemas nunca le importaron lo más mínimo. Aún así, me esforcé por explicarle que no podía actuar siempre por libre, que mi jefe empezaba a estar descontento conmigo. El café empezó a hervir en mi estómago mientras sentía que estaba a punto de escupirle a la cara todas las cosas de él que me desagradaban. Lage mantuvo en todo momento su estúpida sonrisa. (Miguel Sanfeliu)
Y pensar que una vez esa sonrisa no me resultó estúpida, que una vez, cuatro años antes, aquella primera llamada del inspector fue como una bocanada de aire fresco que me hizo pensar que mi vida al fin se movía, que, de alguna manera, más allá de los engaños y las palizas, de todos los hombres que acabarían llorando frente a mí, y de todas las mujeres a las que mi comportamiento hacia ellos haría llorar, lamentarse, enviudar, alguien confiaba por fin en mí, tal y como yo merecía. Cuatro años después, cómo pasa el tiempo, Lage tenía muchos menos problemas, todos los que yo le había ahorrado, pero mi vida seguía en el mismo sitio, parada, a la espera. (Miguel Ángel Muñoz)
Y no es que no lo hubiera disfrutado un tiempo, le confesé a Lage. Antes al contrario. Yo creo que todos podemos ser artistas en nuestro curro si le echamos un poco de alma. Hasta putas he conocido que saben gemir como primadonnas cuando su cliente se les derrumba sobre las tetas como niñito tembloroso. Lage sabía que yo era un artista en lo mío, que nadie había como yo para descerrajar cráneos o astillar huesos. Pero un artista también necesita su reconocimiento, qué coño, y cuatro años de ver pasar los bonitos trenes es demasiado tiempo. Se lo expliqué a Lage más o menos con estas palabras. Él asintió al final, comprensivo, dándoselas de hombre de mundo o de filósofo. A continuación, antes de responder, encendió un cigarrillo mientras borraba la sonrisilla de la jeta y me miraba con los ojos un poco vidriosos, como de pariente pedigüeño. (Ricardo Vigueras)
Son demasiados años como para no saber que cada segundo de esa dilación llevaba implícito el grado de dificultad del trabajo. Pegó una calada profunda, la cosa iba a ser complicada. La segunda me dejó claro que sería dura. La tercera me encogió el estómago. La cuarta no la habría resistido, pero empezó a hablar antes.
- Alguien de la fiscalía está fisgoneando en asuntos que no le incumben.
Hice un gesto con la cabeza para que siguiera hablando, pero se limitó a escrutarme como si albergara alguna duda sobre si yo era la persona adecuada. Eso me hizo preguntarle:
- ¿Alguien a quien conozco?
Asintió mientras daba una última calada al cigarrillo y lo aplastaba medio consumido contra el cenicero. La forma en que me miró despertó en mí una terrible sospecha:
- ¿Una mujer (Rosa Ribas)
Debí haberle dicho que estaba loco y negarme, pero Lage me tenía atrapado, nunca iba a poder sacármelo de encima, tuve que aceptar. Terminé el café de un sorbo y me despedí no sin antes decirle que estaríamos en contacto. Al salir de la cafetería miré el reloj, todavía me quedaban 20 minutos de la hora que le había solicitado al jefe, así que encendí un Marlboro, cerré el abrigo y me eché a caminar sin rumbo. ¿Por qué Lage me lo estaba pidiendo a mí?, ¿qué era lo que pretendía con semejante propuesta? Claudia F. había sido mi amante y ahora, Lage, que muy bien lo sabía, me estaba pidiendo que la eliminase. ¿Qué era lo que el inspector escondía tras todo esto? Los recuerdos se agolparon en la memoria, se mezclaron con las preguntas, perdí la noción del tiempo. (José Antonio Galloso)

Lentos, pero seguros. Avanzamos. Ahora es el turno de Clarice Baricco.

Richard Ford: crónica y realidad.

En el blog de referencia del mundo del relato, de Miguel Ángel Muñoz, un texto sobre Richard Ford - autor de una novela policíaca, de varias obras maestras- y su última novela.

James C. Mitchell: "Lovers Crossing". Los ricos.

Los ricos, como los tiempos, cambian. No es lo mismo ser un rico cuando hay cámaras que te persiguen. Antes imaginábamos - y sufríamos, unos más que otros - a los ricos como seres distantes, tocados por alguna gracia que a nosotros nos era negada. Se les veía de lejos y nunca se les hablaba, a menos que se dignaran hablarte. Podían ser- y eran - altivos y prepotentes. No tenían que mezclarse con la chusma. Pero ahora la chusma - tú y yo, hermano, que no poseemos acciones y soportamos una hipoteca y acabaremos de pagarla ya calvos - se planta delante del televisor y ve más cosas que antes. Sigue esa chusma - el pueblo llano - sin tener acceso a los privilegios de los verdaderos ricos pero ahora los nombra con cariño o con desprecio incluso por sus nombres de pila y hasta por los íntimos, que últimamente parece que ya todo se sabe. Por tanto, los ricos han tenido que cambiar: se adaptan a los nuevos tiempos y ya no son altivos ni despectivos, sino seres próximos, que también lloran y padecen, como el resto de los humanos - aunque el resto seguro que no puede permitirse ni el diez por ciento de lo que ellos consumen y despilfarran -, y han mutado en seductores, amables, cordiales personajes a los que se les hacen preguntas o te venden sus éxitos como si fueras de su camarilla, su ejército, su tribu. Al detective privado Roscoe Brinker, antiguo policía de fronteras, le encarga un caso un rico: averiguar quién y por qué, sobre todo, mató a su maravillosa, atractiva mujer. Brinker duda, y entonces el rico vendedor de coches Mo Crain, medio dueño de la ciudad de Tucson, muestra la nueva cara del rico en el siglo XXI: "Crain se levantó y rodeó el escritorio. Su cara no tenía nada de extraordinario, pero su constante presencia en la televisión había hecho de ella una medida de la belleza masculina, la forma en la que los buenos hombres de negocios debían presentarse. Tenía un aspecto joven y lleno de energía a pesar de sus prematuras canas. Los jóvenes ejecutivos y los hombres de mediana edad pedían a sus barberos que les diesen el aspecto de Mo. Profesional, pero accesible, un cabello lo bastante largo como para que se agitara en la brisa cuando bajaba la capota. Transmitía un aspecto amistoso y cándido, curtido en televisión y con planta de tenista. Cuando estaba de pie, moviéndose, haciendo algo, irradiaba una sencilla confianza." ¿Quién dijo que ya no hay lucha de clases, que desaparecen las diferencias sociales?

Novelas negras publicadas

Que me perdone el autor de la frase por no citar su nombre, pues la culpa sólo es de la mala memoria. Dijo que la diferencia entre la novela negra y la novela sin etiquetas era que se podía señalar más fácilmente a la primera que a la segunda, porque se publican más malas novelas negras que malas novelas a secas, ya que éstas quedaban inéditas para siempre.

Un relato a veinte manos: "Unos cuantos años" (6)

El inspector Lage me saludó levantando una ceja. Intentaba parecer un policía típico o quizás se burlaba de sí mismo. Tuve que pedirle una hora libre a mi jefe, que también levantó una ceja, pero él eligió la del lado derecho de su cara. Bajamos a la cafetería de Anselmo. (Francisco Ortiz)
Nos instalamos en una mesa al fondo y pedimos café, que era por mucho mejor que el de la oficina.Era sin embargo, un lugar poco usual para reunirnos. El inspector Lage no perdió el tiempo en rodeos, una vez que sirvieron el café, me dijo que necesitaban de mis servicios para un trabajo muy peculiar y peligroso. (José Romero)
Le expliqué que ya no era el mismo, que estaba cansado. Le dije que la cara del tipo del último encargo todavía se me aparecía por las noches. Pero a él mis problemas nunca le importaron lo más mínimo. Aún así, me esforcé por explicarle que no podía actuar siempre por libre, que mi jefe empezaba a estar descontento conmigo. El café empezó a hervir en mi estómago mientras sentía que estaba a punto de escupirle a la cara todas las cosas de él que me desagradaban. Lage mantuvo en todo momento su estúpida sonrisa. (Miguel Sanfeliu)
Y pensar que una vez esa sonrisa no me resultó estúpida, que una vez, cuatro años antes, aquella primera llamada del inspector fue como una bocanada de aire fresco que me hizo pensar que mi vida al fin se movía, que, de alguna manera, más allá de los engaños y las palizas, de todos los hombres que acabarían llorando frente a mí, y de todas las mujeres a las que mi comportamiento hacia ellos haría llorar, lamentarse, enviudar, alguien confiaba por fin en mí, tal y como yo merecía. Cuatro años después, cómo pasa el tiempo, Lage tenía muchos menos problemas, todos los que yo le había ahorrado, pero mi vida seguía en el mismo sitio, parada, a la espera. (Miguel Ángel Muñoz)
Y no es que no lo hubiera disfrutado un tiempo, le confesé a Lage. Antes al contrario. Yo creo que todos podemos ser artistas en nuestro curro si le echamos un poco de alma. Hasta putas he conocido que saben gemir como primadonnas cuando su cliente se les derrumba sobre las tetas como niñito tembloroso. Lage sabía que yo era un artista en lo mío, que nadie había como yo para descerrajar cráneos o astillar huesos. Pero un artista también necesita su reconocimiento, qué coño, y cuatro años de ver pasar los bonitos trenes es demasiado tiempo. Se lo expliqué a Lage más o menos con estas palabras. Él asintió al final, comprensivo, dándoselas de hombre de mundo o de filósofo. A continuación, antes de responder, encendió un cigarrillo mientras borraba la sonrisilla de la jeta y me miraba con los ojos un poco vidriosos, como de pariente pedigüeño. (Ricardo Vigueras)
Son demasiados años como para no saber que cada segundo de esa dilación llevaba implícito el grado de dificultad del trabajo. Pegó una calada profunda, la cosa iba a ser complicada. La segunda me dejó claro que sería dura. La tercera me encogió el estómago. La cuarta no la habría resistido, pero empezó a hablar antes.
- Alguien de la fiscalía está fisgoneando en asuntos que no le incumben.
Hice un gesto con la cabeza para que siguiera hablando, pero se limitó a escrutarme como si albergara alguna duda sobre si yo era la persona adecuada. Eso me hizo preguntarle:
- ¿Alguien a quien conozco?
Asintió mientras daba una última calada al cigarrillo y lo aplastaba medio consumido contra el cenicero. La forma en que me miró despertó en mí una terrible sospecha:
- ¿Una mujer (Rosa Ribas)

Lentos, pero seguros. Avanzamos. Ahora es el turno de José Antonio Galloso.

Excepción libros 1: "La punta de la lengua", de Álex Grijelmo

Lo primero, el idioma. Siempre he pensado así. Con algunas traducciones me desespero: tantos errores me enervan. El libro de Grijelmo pretende, de manera breve, sin predicamento alguno y con humor, opinar sobre algunas expresiones y nos ayuda a corregir errores. Dice: "Hay quien cree más moderno y progresista aceptar cuantos anglicismos se nos vienen encima. Sin embargo, eso constituye un hecho antidemocrático: el idioma ya no evoluciona como lo decide el pueblo, sino como lo deciden las clases cultas que están en contacto con el inglés y se sienten perplejas ante él. O como deciden las grandes empresas y sus productos de aparente prestigio anglicado". Utiliza como ejemplo e-mail, que es perfectamente sustituible por mensaje o carta, según su extensión. Cree que e-mail desaparecerá. Interesante libro que repasa muchas expresiones cotidianas y nos quita algunos velos de los ojos.

Ross Macdonald: "El blanco móvil" (y 9). Crítica.

Era su propósito y lo consiguió: “El blanco móvil “es una novela negra que cuenta algo muy parecido a una tragedia griega. Hay dos temas que destacan: la guerra y el dinero. Publicada en 1949, es la primera novela de Ross Macdonald que protagoniza el emblemático, profundo y lírico detective privado Lew Archer. Le encargan el caso porque se acuerda de él un amigo y abogado de una familia cuyo padre ha desaparecido. Es un magnate del petróleo y un hombre respetado pero poco querido, ni siquiera por su esposa. Archer empieza a investigar y la primera pista le lleva a conocer a una actriz venida a menos, de la que saca poca información. Tampoco obtiene demasiada de un santón al que el magnate, reblandecido por su creencia en la astrología, le ha cedido un terreno. La trama avanza lenta pero segura y al poco unos secuestradores le exigen a la familia cien mil dólares por liberar al padre. Archer actúa solo y cada vez está más cerca de la verdad, de los secuestradores y del lugar donde se encuentra el poderoso secuestrado. Pero la codicia no respeta a nadie, no se priva de guiñarle un ojo a nadie. En un tiempo en que los hombres habían vuelto de la guerra y muchos se hallaban fuera de lugar, aún sin adaptarse a la vida civil, con marcas que jamás nada podría borrar en su cuerpo y en su mente, las vidas habían perdido valor y el dinero reemplazaba cualquier creencia. Algunos acaban muertos por no cejar y otros desearán estarlo más tarde, cuando los instintos y el deseo de revancha los hayan convertido en peleles. Macdonald desnuda a una sociedad que devino superficial y cautiva del poder y de las posesiones. Valiéndose de un estilo lleno de aciertos expresivos y una sinceridad sin igual crea unos personajes a los que vemos por fuera y también por dentro, con todas sus miserias y sus pasiones y sus miedos y sus frustrados deseos. Porque el crimen transforma y destruye, le oímos decir y meditar entre líneas, anula y deja al hombre sin sus valores, hace más débiles a las víctimas y aumenta la desigualdad. No hay esperanza, tal vez, y quizá un hombre solo no sirva más que para levantar acta de la maldad que anda suelta. Al acabar la novela sabemos que no es fácil seguir creyendo en el ser humano, que es tarea de idiotas no ver la realidad. “El blanco móvil” puede considerarse acaso la novela mejor escrita de todo el género negro, una de las que más hieren y más se recuerdan. También una de las más útiles, de las más necesarias. La mirada llena de piedad que el narrador dirige a la hija del magnate, la caracterización fría de la esposa de éste, la evolución inquietante que padece el abogado, ciego ante el amor, revelan a un autor dotado como pocos para la traslación al papel de realidades palpables. Macdonald es uno de los grandes escritores del pasado siglo, más acá y más allá de los géneros, y alguna editorial debería rescatar sus novelas, ponerlas a disposición de un público que seguro las acogerá con los brazos abiertos.

Un relato a veinte manos: "Unos cuantos años" (5)

El inspector Lage me saludó levantando una ceja. Intentaba parecer un policía típico o quizás se burlaba de sí mismo. Tuve que pedirle una hora libre a mi jefe, que también levantó una ceja, pero él eligió la del lado derecho de su cara. Bajamos a la cafetería de Anselmo. (Francisco Ortiz)Nos instalamos en una mesa al fondo y pedimos café, que era por mucho mejor que el de la oficina.Era sin embargo, un lugar poco usual para reunirnos. El inspector Lage no perdió el tiempo en rodeos, una vez que sirvieron el café, me dijo que necesitaban de mis servicios para un trabajo muy peculiar y peligroso. (José Romero)Le expliqué que ya no era el mismo, que estaba cansado. Le dije que la cara del tipo del último encargo todavía se me aparecía por las noches. Pero a él mis problemas nunca le importaron lo más mínimo. Aún así, me esforcé por explicarle que no podía actuar siempre por libre, que mi jefe empezaba a estar descontento conmigo. El café empezó a hervir en mi estómago mientras sentía que estaba a punto de escupirle a la cara todas las cosas de él que me desagradaban. Lage mantuvo en todo momento su estúpida sonrisa. (Miguel Sanfeliu)
Y pensar que una vez esa sonrisa no me resultó estúpida, que una vez, cuatro años antes, aquella primera llamada del inspector fue como una bocanada de aire fresco que me hizo pensar que mi vida al fin se movía, que, de alguna manera, más allá de los engaños y las palizas, de todos los hombres que acabarían llorando frente a mí, y de todas las mujeres a las que mi comportamiento hacia ellos haría llorar, lamentarse, enviudar, alguien confiaba por fin en mí, tal y como yo merecía. Cuatro años después, cómo pasa el tiempo, Lage tenía muchos menos problemas, todos los que yo le había ahorrado, pero mi vida seguía en el mismo sitio, parada, a la espera. (Miguel Ángel Muñoz)
Y no es que no lo hubiera disfrutado un tiempo, le confesé a Lage. Antes al contrario. Yo creo que todos podemos ser artistas en nuestro curro si le echamos un poco de alma. Hasta putas he conocido que saben gemir como primadonnas cuando su cliente se les derrumba sobre las tetas como niñito tembloroso. Lage sabía que yo era un artista en lo mío, que nadie había como yo para descerrajar cráneos o astillar huesos. Pero un artista también necesita su reconocimiento, qué coño, y cuatro años de ver pasar los bonitos trenes es demasiado tiempo. Se lo expliqué a Lage más o menos con estas palabras. Él asintió al final, comprensivo, dándoselas de hombre de mundo o de filósofo. A continuación, antes de responder, encendió un cigarrillo mientras borraba la sonrisilla de la jeta y me miraba con los ojos un poco vidriosos, como de pariente pedigüeño. (Ricardo Vigueras)


Lentos, pero seguros. Avanzamos. Ahora es el turno de Rosa Ribas.

Ross Macdonald: El blanco móvil (8). Irónico y lírico.

Como muy bien lo define Ricardo Vigueras en su blog, el personaje de Ross Macdonald posee una mirada irónica y lírica: una manera de enfrentarse al mundo sin ser un cínico y sin dejar de ver con pasión las cosas. Así, cuando va a visitar a una implicada en el secuestro del magnate - que acaba de perder a su compañero por culpa de unos disparos -, nos narra Archer que para defenderse de ella la arroja sobre una cama y no quiere lastimarla. "Su boca redonda y abierta chilló en mi cara. El grito se quebró en un seco hipar. Fue hacia un lado y se arrebujó entre las mantas. Su cuerpo se movía en un rítmico orgasmo de pena. Me quedé de pie escuchando su seco hipo...Filtrada por sucias ventanas y reflejada por manchadas paredes y el miserable mobiliario, la luz que penetraba en el cuarto se volvía gris, apocada. Encima de una vieja radio de batería, junto a la cama, había un puñado de fósforos y un paquete de cigarrillos. Después de un rato, se sentó y encendió un cigarrillo pardo e inspiró profundamente. Su albornoz se entreabría como si sus flojos senos ya no importaran... La voz que surgió junto con el humo era desdeñosa y chata." Un cuadro digno de Dostoievski, de la mejor literatura realista y con detalles que nos hacen sentir, estar dentro de esa escena. Una prosa, un escritor que no han sido superados, que siguen vivos y vigentes, con mucho por decir y comunicar aún. Ahora entenderéis por qué su nombre es el primero que aparece en el pórtico de este blog.

Un relato a veinte manos: "Unos cuantos años" (4)

El inspector Lage me saludó levantando una ceja. Intentaba parecer un policía típico o quizás se burlaba de sí mismo. Tuve que pedirle una hora libre a mi jefe, que también levantó una ceja, pero él eligió la del lado derecho de su cara. Bajamos a la cafetería de Anselmo. (Francisco Ortiz)
Nos instalamos en una mesa al fondo y pedimos café, que era por mucho mejor que el de la oficina.Era sin embargo, un lugar poco usual para reunirnos. El inspector Lage no perdió el tiempo en rodeos, una vez que sirvieron el café, me dijo que necesitaban de mis servicios para un trabajo muy peculiar y peligroso. (José Romero)
Le expliqué que ya no era el mismo, que estaba cansado. Le dije que la cara del tipo del último encargo todavía se me aparecía por las noches. Pero a él mis problemas nunca le importaron lo más mínimo. Aún así, me esforcé por explicarle que no podía actuar siempre por libre, que mi jefe empezaba a estar descontento conmigo. El café empezó a hervir en mi estómago mientras sentía que estaba a punto de escupirle a la cara todas las cosas de él que me desagradaban. Lage mantuvo en todo momento su estúpida sonrisa. (Miguel Sanfeliu)

Y pensar que una vez esa sonrisa no me resultó estúpida, que una vez, cuatro años antes, aquella primera llamada del inspector fue como una bocanada de aire fresco que me hizo pensar que mi vida al fin se movía, que, de alguna manera, más allá de los engaños y las palizas, de todos los hombres que acabarían llorando frente a mí, y de todas las mujeres a las que mi comportamiento hacia ellos haría llorar, lamentarse, enviudar, alguien confiaba por fin en mí, tal y como yo merecía. Cuatro años después, cómo pasa el tiempo, Lage tenía muchos menos problemas, todos los que yo le había ahorrado, pero mi vida seguía en el mismo sitio, parada, a la espera. (Miguel Ángel Muñoz)


Lentos, pero seguros. Avanzamos. Ahora es el turno de Ricardo Vigueras.

Ross Macdonald: El blanco móvil (7). Las secuelas de la guerra.

Inteligente, Ross Macdonald hizo con esta novela una crónica de la posguerra. La mejor novela negra alberga un realismo vivificante dentro, es un testimonio a la vez que una creación. Esta obra maestra no lo pasó por alto. Los personajes están marcados por la guerra que acabó tres o cuatro años antes. "Ahora que el revólver estaba en su mano, preparado para la violencia, su cara se había suavizado y estaba relajada. Era la cara de una nueva clase de hombre, calmado y sin miedo, porque no le concede valor especial alguno a la vida humana. Aniñado y más bien inocente, porque puede hacer el mal casi sin saberlo. Era de esa clase de hombres que ha crecido y se ha encontrado a sí mismo en la guerra." "No conoces a ese tipo de hombre como yo - dijo Graves-. He visto que lo mismo les ha sucedido a otros muchachos. No hasta semejante extremo, por supuesto, pero lo mismo. Salían del colegio secuandario e ingresaban en el ejército o en la fuerza aérea y les iba muy bien. Eran oficiales y caballeros con un sueldo alto, y una más alta opinión sobre ellos mismos, y todo el éxito que necesitaban para mantener la vanidad hinchada. La guerra era su elemento, y cuando la guerra terminó, ellos también terminaron. Tuvieron que volver a trabajos civiles y a aceptar las órdenes de otros civiles de edad mediana. Con la estilográfica en la mano o la máquina de sumar en lugar de encontrarse en un ataque aéreo o con un arma. Algunos de ellos no pudieron resistirlo y tomaron el mal camino. Pensaron que el mundo era su caparazón y no podían comprender cómo se lo habían arrancado. Quisieron arrebatarlo a su vez. Quisieron ser libres y felices y laureados, sin fundamento alguno para la libertad o la felicidad o el éxito. Y ahí tienes su manera de sobresalir. - Miró hacia el cadáver que yacía en el suelo."

"Un relato a veinte manos": "Unos cuantos años" (2 y 3)

El inspector Lage me saludó levantando una ceja. Intentaba parecer un policía típico o quizás se burlaba de sí mismo. Tuve que pedirle una hora libre a mi jefe, que también levantó una ceja, pero él eligió la del lado derecho de su cara. Bajamos a la cafetería de Anselmo. (Francisco Ortiz)
Nos instalamos en una mesa al fondo y pedimos café, que era por mucho mejor que el de la oficina.Era sin embargo, un lugar poco usual para reunirnos. El inspector Lage no perdió el tiempo en rodeos, una vez que sirvieron el café, me dijo que necesitaban de mis servicios para un trabajo muy peculiar y peligroso. (José Romero)
Le expliqué que ya no era el mismo, que estaba cansado. Le dije que la cara del tipo del último encargo todavía se me aparecía por las noches. Pero a él mis problemas nunca le importaron lo más mínimo. Aún así, me esforcé por explicarle que no podía actuar siempre por libre, que mi jefe empezaba a estar descontento conmigo. El café empezó a hervir en mi estómago mientras sentía que estaba a punto de escupirle a la cara todas las cosas de él que me desagradaban. Lage mantuvo en todo momento su estúpida sonrisa. (Miguel Sanfeliu)


Lentos, pero seguros. Avanzamos. Ahora es el turno de Miguel Ángel Muñoz.

Ross Macdonald: El blanco móvil (6). Tragedia Shakespeariana.

Hay momentos, cuando la historia se va acercando al final, en que los diálogos parecen teatrales, las pasiones estallan y se mueven por los cuartos como algo sólido y dañino, los personajes mudan su piel y muestran otra que no siempre parece ser humana. La hija del magnate es clave en la historia, no como sujeto activo, sino como sujeto paciente, contra quien van a parar las desatadas pasiones y los deseos más firmes, que podrían volverla loca o hacerla actuar locamente pero de una manera que a ojos de algunos podría parecer la más cuerda, la más esperada, sobre todo para el abogado, que espera que cambie y le ame, aunque si quisiera ver se daría cuenta de que es imposible. Pero lo imposible desaparece a veces, se diluye como azúcar o sal en el agua, y pasmosamente vemos que deviene algo concreto e innegable. Archer dialoga con ella y la ve niña, muchacha enamorada sin fundamento, mujer joven presa de los celos, mujer desengañada, mujer casi loca, mujer que se entrega a lo imposible para seguir siendo niña. En sólo unos minutos, tras unos cientos de palabras dichas y pensadas, con un muerto por un disparo en la sien al que ella no quiere ver, no quiere reconocer, no quiere mirar para concederle su estatus definitivo. No es la primera vez que leo esta novela - y no soy un devoto de las relecturas - y me alegro: es una de las mejores novelas negras que he leído en toda mi vida, es una de los mejores libros que he leído jamás.

Un relato a veinte manos: "Unos cuantos años".

La idea se la debo a José Romero y a Miguel Sanfeliu, pero en lugar de continuar un relato ya acabado os propongo algo diferente: escribir todos un nuevo relato, juntos, como una especie de meme, pero que sea creativo, un cuento. Creo que Lorenzo Silva hizo algo parecido con sus lectores y luego incluso publicaron un libro. Os pido que escribáis de una a diez líneas como máximo. Yo pongo las primeras, hago el envío y os ruego que a mi correo electrónico - está en el perfil - me hagáis llegar vuestra continuación( o en los comentarios si no hay otra posibilidad). Yo iré subiendo el relato actualizado cada vez que tenga el nuevo material. Creo que deben de empezar primero José Romero y Miguel Sanfeliu, si aceptan la invitación, y luego el resto, a los que iré nombrando en el blog. Si no tengo el correo de alguno, espero que lo vea en mi blog y me lo envíe. En fin, empecemos el juego.
El relato se llama provisionalmente " Unos cuantos años" (El título no está elegido al azar, ya os desvelaré en su momento el motivo).
Y empieza así:
El inspector Lage me saludó levantando una ceja. Intentaba parecer un policía típico o quizás se burlaba de sí mismo. Tuve que pedirle una hora libre a mi jefe, que también levantó una ceja, pero él eligió la del lado derecho de su cara. Bajamos a la cafetería de Anselmo.
Ahora, José Romero tiene la palabra. A la espera quedo, pues.

Relato: "Una mente llena de luz"

Para Graciela Barrera
e Inmaculada Lucena


Aún está en el piso y ya pienso en ella como si se hubiera marchado. Sé que sale y baja las escaleras despacio, saluda a algún vecino y se sube al coche. No se para a pensar en nada antes de arrancar. Le cuesta levantarse por la mañana. Conecta la radio y ahí empiezan algunas de las dudas. La ansiedad. Una emisora de música reciente. No. Mejor una de música de los setenta, ochenta y noventa. Pero esas voces pastelosas. La apaga. Se desespera con los semáforos, el tráfico lento, tantas obras en la ciudad que obligan a tomar desvíos. Se mira a veces las piernas cuando lleva falda. O las manos. Le preocupa que le duelan los dedos, que pueda tener las articulaciones afectadas por algún mal que debería de estar reservado para la vejez.
Me ha dejado la comida preparada y me ha dicho cómo preparar un sobre de salsa para añadírselo al pescado ya frito. He oído su voz en el centro del cuarto pero no he levantado la cabeza. Me ha besado. De soslayo, en la frente. Sus labios, un contacto suave pero frío. He vuelto a acostarme. También yo oigo música. Mis discos de soul. A veces me froto los ojos y no noto nada, bueno, sí, que son dos piedras secas. A las once el cartero pulsa el botón del interfono del piso. Una carta certificada. Se da cuenta de que estoy ciego y me coge la mano para que firme en el sitio indicado.
Hablo por teléfono imaginando rostros, aunque sobre todo imagino bocas. Delgadas de hombres, llenas de mujer, casi sin labios de niños. Mis sobrinos llaman y hablamos durante horas. Me cuentan todo lo que se les ocurre. Javier me habla de su último viaje, de la escalada. Es como si me llenara la cabeza de nieve. Ayer Leticia me contó que ha ascendido: jefa de departamento.
Ella vuelve cansada. Yo noto aún la caricia del sol en las manos. Han pasado dos o tres horas desde que oscureció, pero yo me fuerzo a sentir en la piel los efectos de la única visita diaria que tengo. Me pongo junto a una ventana y duermo. Me he quemado algunos días. Ella me unta crema y sus manos son otra caricia más. La oigo entrar en el baño, comer en la cocina de pie, ducharse con el agua a la máxima presión. Quiere borrar lo que se trae pegado de fuera y también se castiga de esa forma. Me dice que no hay pistas. El tío que me agredió en la entrada del hotel sigue siendo un fantasma. Descripción: alto, pelo oscuro, nariz prominente, barba de chivo, pelirrojo. El primer golpe no me hizo ni cosquillas, el segundo me dejó ciego para siempre, acabó conmigo y con mi fama, joder, un solo golpe certero. Con mi fama y con mi futuro. Veo la canasta y elevo los brazos, suelto el balón con el swing inimitable, como lo llamaba el locutor de la Sexta. El jugador poeta, me llamaban.
Ella guarda la pistola en el cajón y sale a comprar carne o bebidas. Yo lo abro y la huelo. No soy un experto, pero dicen que en las armas se queda pegado el olor después de usarlas. Nunca detecto otro que el de la grasa. Me lavo las manos y la espero sentado en el sofá largo. Hablamos, escuchamos discos, bebemos chupitos de Baileys. Le pregunto si ha tenido algún problema, si ha sido necesario que le partiera la cara a algún detenido, nos reímos, sé que ella está triste, como agazapada, y entonces me acerco y la beso en el pelo. Los policías sois todos unos borrachos en potencia, le digo más tarde, a la altura del tercer o cuarto chupito. Se queda dormida con la cara medio hundida en un cojín. Recorro su frente con mis dedos. Espero y la despierto. Va al baño, bebe agua, se desviste en el dormitorio. ¿Dónde te duele más hoy?, le pregunto. Llamo al sueño con mis dedos en su piel, masajeando su espalda, su nuca, su cuello. Toco su cintura, deslizo un dedo por la suavidad de sus bragas, quizá con la yema del índice exploro en sus muslos un instante. Me doy la vuelta. Dentro de seis horas se levantará y saldrá del piso en silencio, fingirá que no hace ruido para no despertarme, me llamará a las doce y me preguntará cómo lo llevo. Yo estaré junto a una ventana, palpando el sol con los mismos dedos que la acarician cada noche, los ojos inútilmente abiertos y la mente llena de temor y de luz.

Ross Macdonald: El blanco móvil (5). La culpa.

Las mejores, las más profundas novelas de Ross Macdonald - con Archer dentro - nos presentan a personajes bien definidos, vistos hasta el fondo de su alma, con todas las pasiones y contradicciones que los habitan. La trama importa, pero sobre todo importan los porqués. Estamos en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Llegados a lo alto de la montaña, Archer y la hija del magnate encuentran una construcción que el padre de ella le ha cedido a un supuesto hombre santo. A Archer le llama la atención la estructura de lo que parece un pabellón de caza. "No es realmente un pabellón de caza. Lo construyó como una especie de refugio." "¿Refugio de qué?" Le aclara Miranda: "De la guerra. Esto pertenece a la última etapa de Ralph, la prerreligiosa [Ralph es su padre, lo llama por su nombre]. Estaba convencido de que se avecinaba otra guerra. Éste había de ser su santuario si llegábamos a ser invadidos. Pero superó ese temor el año pasado, justo antes de que comenzaran a trabajar en el refugio contra bombardeos. Los planos ya estaban listos. Pero prefirió refugiarse en la astrología." "Yo no usé la palabra ´manía´- dije.- Usted sí. ¿Hablaba en serio?" "En realidad no. -Sonrió algo forzada-. Ralph no parece tan loco si uno lo comprende. Se sentía culpable, creo, porque ganó dinero por causa de la última guerra. Y después fue la muerte de Bob [su otro hijo]. La culpa puede ser la causante de toda clase de temores irracionales."

"Salvador y Anguas"

Pocas, muy pocas veces lee uno un texto que verdaderamente convierta unas páginas de periódico en algo memorable. Marcos Ordóñez, en El País, lo ha hecho, hablando de Salvador Puig Antich y de Francisco Javier Anguas. Se ha estrenado ya la película "Salvador". Estas palabras, de un escritor insuficientemente reconocido, se vuelven indipensables para el que quiera saber más, para el que aún no sepa nada. Se habla de policías atípicos, de situaciones atípicas, de víctimas, de un lado y del otro, sin maniquieísmo.

Ross Macdonald: El blanco móvil (4). Algo absolutamente nuevo.

Viajan Archer y la hija del magnate desaparecido ascendiendo una ladera que les lleva a una alta montaña y mientras dialogan. Archer le confiesa que aprieta el acelerador porque le gusta sentir algo de riesgo, aunque controlado. Y luego le pregunta a la chica si le gusta conducir rápido también. Ella le dice que por ese mismo empinado y difícil camino ha ido a ciento sesenta. "Lo hago cuando me aburro. Finjo ante mí misma que encontraré algo... algo absolutamente nuevo. Algo desnudo y brillante, un blanco móvil en el camino." Archer le replica: "Encontrará algo nuevo si lo hace con frecuencia. La cabeza destrozada y el olvido." Ella se enfada: "¡Maldito sea! - gritó.- Decía usted que le gustaba el peligro, pero es tan apocado como Bert Graves." Éste es el abogado que ha metido a Archer en el caso, tiene cuarenta años y en cada gesto demuestra un excesivo amor por la muchacha siempre que coinciden en algún sitio. "Lamento haberla asustado. " "¿Asustarme? - Su breve risa se adelgazó y quebró como el grito de un ave marina.- Todos ustedes, hombres, todavía se adhieren al estilo victoriano. Me imagino que usted también cree que el lugar de la mujer es el hogar, ¿no?" Archer, separado, le contesta que no. Luego siguen camino en silencio.

Ross Macdonald: El blanco móvil (3). Romántica y egoísta.

Lew Archer está metido en un caso relacionado con la desaparición de un magnate del petróleo que de repente le escribe a su mujer para que reúna cien mil dólares. No quiere que sea en billetes mayores de cincuenta y de cien, no quiere que estén marcados ni que el banco anote la numeración. Lew está siguiendo una pista aún sin definir. Le aconseja a la esposa del rico que informe a la policía y presencia una discusión entre ella y su hijastra. El mundo de Archer incluye la introspección psicológica, los diálogos en que las personas se definen y hablan de sus interioridades. Así, cuando luego conversa con la hijastra, joven y bella muchacha de la que está enamorada el abogado del magnate, un hombre de cuarenta años, amigo de Archer, las palabras son reveladoras, es un instante de rara sinceridad que suele provocar con su actitud y sus propósitos nuestro detective. Él le dice que el abogado la ama y ella contesta: " Sé que me ama... Por eso no puedo abandonarme a él. Y por eso me molesta." Él se atreve a decirle, con tacto, lo que piensa: "Usted es romántica y egoísta. Algún día se precipitará a tierra, y con tanta fuerza que probablemente se rompa el cuello. O se le fracture, de todos modos, el ego, como espero." Ella no se achanta, sabe que le está recriminando algo muy visible: "Le advertí que era una inmunda arrogante - dijo demasiado ligera y fácilmente.- ¿Le parece un diagnóstico grave?" Archer no cae en la trampa: "No sea arrogante conmigo ahora."

Encadenados

Nada se le puede negar a Enrique Ortiz. Así que allá voy:


¿Eres hombre o mujer?: Big Jake ( Elmer Bernstein).
Descríbete: Ya quisiera yo (Ismael Serrano).
¿Qué sienten las personas cerca de ti?: Cuadros de una exposición (Mussorgsky. Intérprete al piano: Vladimir Askenazy).
¿Cómo te sientes?: Going home: Theme from Local Hero (Dire Straits).
¿Cómo describirías tu anterior relación sentimental?: Soleá (Miles Davis).
Describe tu actual relación con tu novio/a o pretendiente: Canon (Johann Pachelbel).
¿Dónde quisieras estar ahora?: Once upon a time in the west (Ennio Morricone).
¿Cómo eres respecto al amor?: Humility (Wim Mertens).
¿Cómo es tu vida?: Another brick in the wall ( Pink Floyd).
¿Qué pedirías si tuvieras sólo un deseo?: Rogativa de agua ( José Antonio Labordeta).
Escribe una cita o frase famosa: Round about midnight (Monk. Trompeta: Wynton Marsalis).
Ahora despídete: The end of affair ( Michael Nyman).


Como esto es una cadena, va para Clarice Baricco y Ninoska.

Ross Macdonald: "El blanco móvil" (2). Lew Archer.

Un detective privado puede ser también autocrítico. Lejos de los modelos que presentan a tipos intrépidos, atractivos, con vidas llenas de aventuras, el personaje de Ross Macdonald es de los que utilizan más la cabeza que los músculos. Y es consciente de dónde está, con quiénes se codea, de qué argucias se vale para obtener información y seguir adelante en los casos que le encargan. Por eso, cuando está fingiendo ser otro y anima a una vieja gloria del celuloide a beber para acabar llevándola al lugar que necesita, se ve en un espejo y su mirada se vuelve dura: " Intenté sonreír para alentarme. Yo era un buen tipo, después de todo. Compañero de la dureza, de lo mordaz, casos difíciles y marcas fáciles; ojo privado en el hueco de la cerradura de dormitorios ilícitos; informante de los celos, rata detrás de las paredes, revólver contratado por cualquiera a cincuenta dólares el día; pero un buen tipo, después de todo. Se formaron las arrugas en las comisuras de los ojos, junto a las aletas de mi nariz, los labios se despegaron de los dientes, pero no hubo sonrisa. Todo lo que conseguí fue una aviesa mirada famélica, como la burla de un coyote. La cara había visto demasiados bares, demasiados hoteluchos y baratos nidos de amor, demasiadas cortes de justicia y prisiones, postmortem y fichas policiales, demasiadas terminaciones nerviosas con el aspecto de torturados gusanos. Si hubiera encontrado esa cara en otro, no habría confiado en ella."

Ross Macdonald: "El blanco móvil". Fuera tópicos.

Sí, fuera tópicos. El detective privado que creó Ross Macdonald los elimina en el primer capítulo de la novela, publicada el año 1949 (qué bueno si hubieran tomado nota tantos que vinieron después). No se trata de un detective bruto, poco preparado, sino de alguien que tiene una cultura asentada y que narra de manera consciente y madura, utilizando un lenguaje muy literario, lleno de metáforas y de comparaciones, aunque no por ello sobrecarga el texto, no vuelve morosa la acción, no resulta cargante ni pesado. Lew Archer es un detective que narra y llena sus historias de sutiles destellos y acertadas imágenes. "Propiedad privada: color indeleble garantizado; no encoge los egos". "Después de llamar otra vez, abrió la puerta de acceso a una habitación alta y blanca, demasiado amplia y desnuda para ser femenina. Encima de la sólida cama había una lámina de un reloj, un mapa y un sombrero de mujer colocado sobre un tocador. Tiempo, espacio y sexo. Parecía un kuniyoshi." "Su voz era clara y fresca, pero había algo morboso en su risa, un ligero martilleo de amargura bajo la emoción." Son frases del primer capítulo, de las tres primeras páginas de la novela. Y no falta después la acción, la investigación, todo lo que esperamos de una novela negra de magna categoría. Fuera tópicos.

Ross Macdonald, Archer y Kerouac.

Existe un blog dedicado a Lew Archer, personaje creado por Ross Macdonald, el autor al que con más pasión he leído y seguido. Amílcar Romero es el artífice y quien además nos propone un encuentro entre Archer y el escritor Jack Kerouac, de la mano de William Pilgrim. La siguiente novela que comentaré en este blog es "El blanco móvil", de Ross Macdonald. Gracias, Amílcar.