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Donna Leon: Líbranos del bien (y 3). Crítica


Donna Leon es una escritora moral. En esta novela hay un planteamiento moral de la vida y de las relaciones humanas. Pero no se trata de una moral caduca, hecha de conceptos que tienen dos caras; no se trata de esa moral que vulgarmente llamamos moralina. Todo lo contrario: Donna Leon arremete en "Líbranos del bien" contra los que usan la cultura para refugiarse del mundo y sus cambios y se amparan en una moral impositiva, intransigente y destructiva, que otorga a sus poseedores una visión de túnel, de salvadores, de elegidos, olvidando que nadie es más que nadie, que todos los conceptos humanos tienen sentido en comunidad, en la plaza del diálogo permanente.
"Líbranos del bien" es una novela negra sin un solo asesinato, sin investigación que desemboque en la captura de un malo evidente y repudiable. Donna Leon pone mucha distancia entre su obra y la mayor parte de la novela negra actual, embriagada de sabores fuertes y con personajes de una sola dimensión. No en vano considera que el mayor escritor de novela negra es Ross Macdonald. Ha aprendido bien muchas de las mejores enseñanzas del maestro y puede decirse que en algunos libros de Leon hay algo del espíritu creativo de las últimas novela de Macdonald, algo de sus inquietudes, de su concienciación social. A Leon le preocupa la sociedad, la ceguera de los que tiene poder, sus excesos, sus ideas, cómo llegan a actuar sin traicionarse a sí mismos. Esta novela es un buen ejemplo: en ella un hombre tiene el poder de hacer el bien y hace el mal disfrazándolo de bien, adaptándolo a su visión de la vida para creer que hace el bien. Es un análisis dotado de un ropaje narrativo cuidado y con ritmo, tanto en la prosa como en la construcción de la historia. Pocas veces Leon escribe con descuido; sabe modular el interés del lector con meditaciones y escenas que siempre son un paso adelante, evita las repeticiones farragosas en que caen a menudo otros autores que se acercan al género negro y cierra con brillantez una historia que queda al servicio del lector que busca algo más que un pasatiempos, que necesita inmiscuirse, que quiere saber más sobre ciertos asuntos y recurre a la novela porque se siente cansado e indefenso ante la maraña informativa de los medios de comunicación, condenados al presente evanescente y disoluto diríase ya que por toda la eternidad.
El comisario Brunetti protagoniza esta aventura literaria. Leon no abusa de su presencia y sabiamente le dota de una compañía que lo equilibra y lo engrandece gracias a sus actos y a sus silencios: Paola, su izquierdista e inteligente y sensible esposa; el inspector Vianello, colaborador imprescindible, policía más realista y con los pies más en la tierra que Brunetti; la ciudad de Venecia, que parece abrirse tras un telón y se muestra orgullosa, bella y mítica, hermosamente cercana.
"Líbranos del bien" es una novela negra y social, social y negra, madura, hija de una autora que va tras los pasos de maestros como Ross Macdonald. Es una novela que, sin desfallecer, ya corre a ocupar un sitio al lado de logros mayores, imborrables, como "El hombre enterrado".

Donna Leon: Líbranos del bien

Unos carabinieri irrumpen de noche en el hogar de una pareja con un niño pequeño y se llevan a éste por la fuerza, después de golpear al padre, que ha acudido a defender a su hijo con todo el valor y el ímpetu exigibles. Se trata de un eslabón en una cadena de acciones contra familias que tienen a hijos conseguidos de manera ilegal. El comisario Brunetti deplora la acción al enterarse y condena la decisión de arrancar a los niños de sus padres para entregárselos a los orfanatos. En sus meditaciones, arriesgadas, valientes, poco propias de un policía de alto o mediano rango, llega a preguntarse qué es lo justo y lo injusto, qué es y no es ético, y tras una mirada en derredor concluye que su superior, el vicequestore Patta, no es un mal tipo, pues está convencido de que, pese a su "indolencia y vanidad", como no es un corrupto, como no tiene tratos ocultos con la mafia, el juicio humano que puede hacérsele no tendrá un mal resultado. E inmediatamente después, sorprendido por el cariz que toman sus propios pensamientos, se reprocha a sí mismo su condescendencia y se hace estas interesantes preguntas:

¿Es que hemos llegado a un punto en el que la ausencia de vicio es ya la virtud? ¿Nos hemos vuelto todos locos?