Reed Farrel Coleman: Cuadrado perfecto ( 5 ). Crítica

El placer de leer una historia que va hacia adelante y hacia atrás, que muestra a personajes antes y después, en un tiempo y en otro tiempo posterior, veinte años más tarde, cuando al fin el caso que investiga Moe Prager, ex policía, cojo, nada inocente, con un apreciable sentido del humor, llega a su verdadero punto final. No siempre se cierran las historias durante una investigación, las conclusiones no siempre son definitivas, se necesita que pasen muchos años para que todo esté concluido. Reed Farrel Coleman es uno de los mejores escritores de novela negra de la actualidad, se ha ganado el reconocimiento gracias a libros como éste, en que no hay violencia campando loca y a su anchas, retorcidos secretos, fragmentación folletinesca, caracteres tópicos, sino un verdadero compromiso con la novela negra, un atrevimiento oportuno que remite a los mejores clásicos -vuelta atrás que dignifica pero no es una copia, quede claro-, una creación de personajes seria y bien matizada. Coleman ha escrito una novela negra realista, en la que el detective es inteligente y actúa a la vez por propia iniciativa y adecuadamente guiado por los poderosos y el poder, en la que las pausas tienen mucho sentido -con escenas de amor que llenan, no rellenan-, en que la gente es normal, come, bebe, disfruta y, con mala suerte, también muere. Siguiendo la pista dejada por un muchacho que ha desaparecido, este detective sin licencia - que tiene familia, hermanos, como cualquier hijo de vecino - viaja hasta el engaño, la traición, la oscuridad en que se envuelven los que tienen un cargo y lo utilizan ante todo para sus propios fines. Con gran habilidad, nos lleva por los paisajes del año 1978 y los de 1998, hace que tenga sentido ese lapso intermedio de tiempo y nos descubre qué padecimientos asolaban a los homosexuales, qué motivos pueden llevar a un hombre a meterle un revólver a otro por el ano, qué define la esencia de la autoridad y de los hombres que creen ser más que otros hombres. Novelas como ésta necesitan lectores y estoy seguro de que crean lectores, empujan a leer más, a moverse felizmente en busca de nuevos libros. Coleman quizá esté en el grupo de los que saben trazar el cuadrado perfecto.

Excepción Cine 2: " Nuevas amistades", de Ramón Comas

Hay películas que no te dejan apartar un segundo la mirada de la pantalla y no es porque puedas perderte los tiros, las huidas, las persecuciones. Esta película no te deja porque está poblada de seres que llaman la atención y parecen hablar a nuestro lado, es como si los conociéramos y nos involucrasen en su historia, la de una época en que abortar era ilegal y llevaba a la cárcel o a la muerte por desangramiento a una mujer. Hay miedos, hay un deseo de guardar las apariencias, de seguir siendo unos señoritos que disfrutan y copan los puestos destinados a los ricos. Aunque para ello haya que ocultar a la chica con dolores, que acaso puede morir porque le han realizado el aborto a escondidas y en condiciones no muy buenas. Hay pánico a ir a la cárcel y planes de tirar el cadáver de la chica - si muere - por un terraplén y pegarle fuego al coche para que no se pueda averiguar qué le pasó. Hay un mundo de decisiones morales - como en el mejor cine negro - que puedes abordar libremente o que pueden caerte encima como un aguacero. Es una de las grandes películas del cine español, que adaptó una novela de Juan García Hortelano.



Lectura recomendada:"Cultura" de Gabriel Báñez y el pathos de la sátira

Reed Farrel Coleman: "Cuadrado perfecto" (4). La culpa

Hay temas que no pasan de moda, y que incluso con el tiempo, pese a los disfraces y a las medias mentiras, retornan invariables y más dolorosos. El sentimiento de culpa es uno de ellos. Estamos en el siglo XXI, la religión no domina nuestras vidas, pero no nos engañemos: vivimos en el siglo de la depresión, una mal que corroe y destruye, que es el cáncer del alma. En los países occidentales, una vez que ciertos problemas de supervivencia van quedando atrás -no para todo el mundo, que no soy un ingenuo, pero sí para la llamada clase media, que es la que me ocupa y preocupa -, surgen, estallan otros que igualmente matan. Moe Prager pasa un día con la hermana del muchacho desaparecido, porque se han gustado y se han sentido atraídos al conocerse, y todo va bien hasta que ella se queda callada, arrepentida de estar disfrutando con un hombre mientras su hermano anda perdido, acaso muerto, necesitado de ayuda. Un hombre al que no habría conocido, precisamente, si no fuera porque su hermano ha desaparecido. Prager, que afirma "Cuando mi vida pase ante mis ojos, lo hará en texto, por escrito, no en imágenes", es un tipo despierto y sensible y se da cuenta de lo que le ha cambiado el ánimo a ella de golpe: "Los judíos sabemos bien lo que es la culpa. La olemos en el aliento. La leemos en la expresión del rostro porque la vemos desde hace miles de años cuando nos miramos al espejo. La culpa es como la maldición de una bruja. Una vez proferida, no puede despejarse con la razón. No, Katy tendría que permitir que la culpa atenazase su mente y su corazón durante un tiempo antes de eliminar el conjuro." Por algo será que apuesto por estos detectives que además son seres humanos, creíbles.

Reed Farrel Coleman: "Cuadrado perfecto" (3). Naturalidad

La novela crece a mis ojos conforme avanzo, pero no porque en ella haya nada extraordinario, sino precisamente por lo contrario: la naturalidad con que avanza la historia, con que el personaje se va haciendo próximo y querible, por el cuidado de Coleman en el planteamiento de las escenas, que se van engarzando fácil y creíblemente. Me recuerda un poco a Walter Mosley, porque en las novelas de éste y su detective Easy Rollins hay momentos en que los personajes comen, aman, discuten al margen de la trama principal, del caso detectivesco, lo que dota de mayor verismo a las posteriores escenas de acción, de investigación, ya que antes de llegar a ellas nos hemos creído al detective no sólo como detective, sino también como persona. No es algo baladí lo que acabo de señalar, porque son pocos los autores que logran este realismo que invita a pensar optimista y satisfactoriamente que la novela negra es la novela realista de hoy, y leyéndola nos enteramos de los gustos y problemas de las clases medias, de los sinsabores de la vida cotidiana, de las pequeñas alegrías que deparan las horas más comunes de nuestras vidas. No soy un defensor a ultranza de la literatura estadounidense, ni de su cine, pero es imposible no admitir que sin esa literatura nos habrían faltado páginas esenciales del realismo último, dedicadas a las vidas de seres normales, poco importantes, que en verdad somos la mayoría. Un motivo más para leer a Reed Farrel Coleman, para leer novela negra. Qué buenos ratos pasa uno leyendo cómo comen, cómo se hablan en las pausas -digamos - algunos personajes.

Reed Farrel Coleman: Cuadrado perfecto (2). Chica fea, chico guapo y frío

Creo que, aunque soy un lector exigente, devoto de Moravia, Onetti, Cortázar, si leo tanta novela negra es porque necesito la sencillez, la serialidad, la narración llena de pequeñas historias que muchas novelas de este género brindan la oportunidad de conocer, además del alma de los seres humanos. Moe Prager visita a la novia del chico desaparecido, uno más en la larga lista de policías e investigadores que se han acercado a ella para hacerle preguntas. Sin embargo, esta vez la chica opta por contarle en profundidad la historia a este detective cercano y, ante todo, espontáneo, desenfadado. Ella es fea, una mujer consciente de que por la mañana, al descubrirla en la cama a su lado, un hombre la mira interrogador y arrepentido. Pero el guapo chico desaparecido la eligió a ella para sacarla un día a bailar y para salir de cuando en cuando. Se mostraba con ella frío, como alelado, pero cuando le dijo que se había quedado embarazada de él, se echó al suelo y hasta le besó la mano. Como eran estudiantes, ella no tenía claro si seguir adelante con el embarazo, no por falta de dinero, sino por lo que supone ser madre tan joven. Él le propone matrimonio, ella le dice que ha de pensárselo y entonces el chico la coge por el hombro con tanta fuerza que se lo disloca, acto que obliga a otros dos estudiantes a intervenir -ocurre en un cuarto de la universidad-. Ella miente, alega ante los médicos que se ha caído por una escalera, y ya no vuelven a verse más, sólo porque ella expresó una duda. Más tarde, aborta. Y unos meses después, el muchacho desaparece. Como veis, no hay moraleja final, sino que uno se queda aturdido, como ocurre ante los problemas reales que presenta la vida real, sin música al fondo ni un psicólogo susurrándonos en la oreja. Es el material del que están hechas las mejores novelas negras. De la vida misma.

Reed Farrel Coleman: Cuadrado perfecto (Walking the perfect square). (1) Crueldad.


Es una de las cosas sobre las que medito a menudo, y nunca llego a conclusiones que me consuelen ni me convenzan plenamente. La crueldad. Los actos crueles. Todos somos humanos, pero hay algunos que son capaces de planear y llevar a cabo movimientos llenos de crueldad que desembocan a menudo en la muerte del que padece la ira, la confusión, el deseo de venganza del que se libra de la crueldad que le ahoga. La crueldad, definitoria de un puñado de seres humanos, que nos deja sin esperanzas y pone un espejo ante nuestros ojos en el que vemos lo que ya nunca podremos olvidar y que, válgame Dios, hasta puede pegarse, transmitirse, como un virus. Dos casos en los que nada a sus anchas la crueldad se narran en las primeras páginas de esta novela que tiene como protagonista al detective privado Moe Prager, que nos lleva al año 1978 en una historia contada en primera persona, cuando ha causado baja en la policía por un accidente. Por una intuición, resolvió un caso y encontró a una niña desaparecida aún con vida, en un viejo depósito de agua, tras haber sufrido malos tratos durante dos días. Tenía siete años y la habían arrojado al depósito para que muriera, una vez que ya habían hecho con ella lo que habían querido después de raptarla. El padre de un muchacho desaparecido, pariente de un amigo de Moe, recurre a él para que encuentre a su chico, uno de esos cuya cara está en cientos de carteles por las calles de una ciudad (en este caso, Nueva York). Apenas da lo primeros pasos en la investigación, llega el otro acto de crueldad. Le telefonea su hermana y, llorando, le cuenta que su marido ha vuelto destrozado del trabajo. Es médico y ha atendido en urgencias a un bebé que han hallado tirado en la nieve. Todo indica que lo han arrojado desde un lugar alto. La policía encuentra al padre y lo lleva a urgencias. El marido de la hermana lo ve. Y recuerda que él ayudó a nacer al bebé poco tiempo atrás. No cabe duda: lo ha tirado por la ventana. Y ese padre sólo tiene una explicación: el bebé lloraba demasiado. Dice Moe entonces que "La crueldad es un recurso ilimitado." Triste constatación.


Recomiendo: Relato de Matías Candeira de Andrés, ganador del certamen "África Cuenta".

Relato a veinte manos: Unos cuantos años (10).

El inspector Lage me saludó levantando una ceja. Intentaba parecer un policía típico o quizás se burlaba de sí mismo. Tuve que pedirle una hora libre a mi jefe, que también levantó una ceja, pero él eligió la del lado derecho de su cara. Bajamos a la cafetería de Anselmo. (Francisco Ortiz)
Nos instalamos en una mesa al fondo y pedimos café, que era por mucho mejor que el de la oficina.Era sin embargo, un lugar poco usual para reunirnos. El inspector Lage no perdió el tiempo en rodeos, una vez que sirvieron el café, me dijo que necesitaban de mis servicios para un trabajo muy peculiar y peligroso. (José Romero)
Le expliqué que ya no era el mismo, que estaba cansado. Le dije que la cara del tipo del último encargo todavía se me aparecía por las noches. Pero a él mis problemas nunca le importaron lo más mínimo. Aún así, me esforcé por explicarle que no podía actuar siempre por libre, que mi jefe empezaba a estar descontento conmigo. El café empezó a hervir en mi estómago mientras sentía que estaba a punto de escupirle a la cara todas las cosas de él que me desagradaban. Lage mantuvo en todo momento su estúpida sonrisa. (Miguel Sanfeliu)
Y pensar que una vez esa sonrisa no me resultó estúpida, que una vez, cuatro años antes, aquella primera llamada del inspector fue como una bocanada de aire fresco que me hizo pensar que mi vida al fin se movía, que, de alguna manera, más allá de los engaños y las palizas, de todos los hombres que acabarían llorando frente a mí, y de todas las mujeres a las que mi comportamiento hacia ellos haría llorar, lamentarse, enviudar, alguien confiaba por fin en mí, tal y como yo merecía. Cuatro años después, cómo pasa el tiempo, Lage tenía muchos menos problemas, todos los que yo le había ahorrado, pero mi vida seguía en el mismo sitio, parada, a la espera. (Miguel Ángel Muñoz)
Y no es que no lo hubiera disfrutado un tiempo, le confesé a Lage. Antes al contrario. Yo creo que todos podemos ser artistas en nuestro curro si le echamos un poco de alma. Hasta putas he conocido que saben gemir como primadonnas cuando su cliente se les derrumba sobre las tetas como niñito tembloroso. Lage sabía que yo era un artista en lo mío, que nadie había como yo para descerrajar cráneos o astillar huesos. Pero un artista también necesita su reconocimiento, qué coño, y cuatro años de ver pasar los bonitos trenes es demasiado tiempo. Se lo expliqué a Lage más o menos con estas palabras. Él asintió al final, comprensivo, dándoselas de hombre de mundo o de filósofo. A continuación, antes de responder, encendió un cigarrillo mientras borraba la sonrisilla de la jeta y me miraba con los ojos un poco vidriosos, como de pariente pedigüeño. (Ricardo Vigueras)
Son demasiados años como para no saber que cada segundo de esa dilación llevaba implícito el grado de dificultad del trabajo. Pegó una calada profunda, la cosa iba a ser complicada. La segunda me dejó claro que sería dura. La tercera me encogió el estómago. La cuarta no la habría resistido, pero empezó a hablar antes.
- Alguien de la fiscalía está fisgoneando en asuntos que no le incumben.
Hice un gesto con la cabeza para que siguiera hablando, pero se limitó a escrutarme como si albergara alguna duda sobre si yo era la persona adecuada. Eso me hizo preguntarle:
- ¿Alguien a quien conozco?
Asintió mientras daba una última calada al cigarrillo y lo aplastaba medio consumido contra el cenicero. La forma en que me miró despertó en mí una terrible sospecha:
- ¿Una mujer? (Rosa Ribas)
Debí haberle dicho que estaba loco y negarme, pero Lage me tenía atrapado, nunca iba a poder sacármelo de encima, tuve que aceptar. Terminé el café de un sorbo y me despedí no sin antes decirle que estaríamos en contacto. Al salir de la cafetería miré el reloj, todavía me quedaban 20 minutos de la hora que le había solicitado al jefe, así que encendí un Marlboro, cerré el abrigo y me eché a caminar sin rumbo. ¿Por qué Lage me lo estaba pidiendo a mí?, ¿qué era lo que pretendía con semejante propuesta? Claudia F. había sido mi amante y ahora, Lage, que muy bien lo sabía, me estaba pidiendo que la eliminase. ¿Qué era lo que el inspector escondía tras todo esto? Los recuerdos se agolparon en la memoria, se mezclaron con las preguntas, perdí la noción del tiempo. (José Antonio Galloso)
No, no podía matarla. La amé demasiado y la envenené con mi amor. No era necesario que le apuñalara su piel, cuando su corazón se desangraba cada día. Cómo matarla cuando yo lo hice con mis ojos, con mi boca, con mis palabras, con mis silencios. Ella es una muerta viva.Me quedé parado en una esquina, deseando que el semáforo estuviera siempre en verde para permanecer ahí, estático en mis pensamientos. Los recuerdos empezaron a acecharme y busqué en la bolsa de mi pantalón la moneda que ella me regaló. Por años la he cargado, como una prueba de que sigue viva y cuando la vuelva a ver, le enseñaré la moneda. Ahora esa moneda me pesaba. Tenía que aventarla al vacío. Quizá dejarla en una calle parisina o en un rincón mexicano, o simplemente regresarla al Puente de los Suspiros.Me sentía como aquellos prisioneros que contemplan el mar y el cielo por última vez.No. No podía matarla. (Clarice Baricco)
Y tan no “podía” hacerlo que mis labios comenzaron a dibujar una curva que en el mejor de los casos se había convertido en una sonrisa. Recordé una frase escuchada en cierta mala película de detectives, cuando el subordinado recibía una orden similar a la mía: “Ella traicionó a la corporación y ahora sabes qué hacer, lo de rutina en estos casos”. Y esa rutina, válgame tanta claridad, era degollar a la señalada. Pero una cosa era rebanar el cuello de alguien en tiempos donde era tan lícito que policías y ladrones jugaran a los balazos y otra en días como estos, cuando del telenoticiero a la telecomedia hay sólo un paso. Pero se entiende que ya no eran momentos como para ponerme sentimental o dramático; si evaluaba los hechos sólo era un peón de rey y en el ajedrez, las enanas y tristes figurillas de avanzada no tiene otra opción… ¿Matarla como si fuera una desconocida? Evidentemente mi embrollo era ese: la conocía y de qué forma. (Omar Piña)
Decido tomar el tren para intentar poner cierto orden al tropel de cavilaciones que agitaban mi sangre. Ocupo el sillón individual cercano a una de las salidas que comunican con el siguiente compartimento, calculando en el reloj el tiempo que habría de tardar el tren para llegar a la salida Commowealth donde trabaja un ex-policia amigo mío que conoce a Claudia F. Trato de tranquilizarme y otra vez no logro contener la indignación y la rabia.
Estos cabrones, hijos de ratas, saben muy bien con quién se la juegan, no sé por qué se les antoja meterme en sus planes. Haré que se arrepientan de haberme llamado.
En ello seguía pensando hasta reparar en que iba casi solo en el compartimento. Apenas un hombre. El hombre era de pelo corto, cincuentón, con pelos negros en las orejas -iba sentado delante de mí-, miraba a todas las chicas que pasaban al otro lado del cristal, y de vez en cuando tambien se fijaba de reojo en una chica, que aparentaba no más de quince o dieciséis años, con minifalda, de postura muy erguida e insinuante pese a su edad, o precisamente por eso. La chica era gordita, poco atractiva, con la cara de facciones claras y despejadas. Se apoyaba lo que parecía el capuchón de un bolígrafo en la boca, al ritmo de la canción que sonaba por los altavoces, "Dime que me quieres", de los Tequila, pero en una versión posterior, de una película llamada "El otro lado de la cama", humorística y sobre las relaciones de pareja. Ella la murmuraba y la he mirado pensando que se cortaría, que no seguiría cantándola, pero ha seguido e incluso ha evidenciado un poco más que estaba cantándola bajito. ¿Soledad, necesidad de comunicación, de complicidad? Me apetece averiguarlo. Además, mirándola bien, su rostro ahora me sugiere que la he visto alguna vez en otra parte. (Ninoska Mermoud-Santiago)

Avanzamos. Ahora es el turno de Heriberto Rodríguez.

Eugenio Fuentes: "Cuerpo a cuerpo" (5).Crítica

Me parece indudable el salto de calidad y de perfección que esta novela de Eugenio Fuentes muestra en el conjunto de su interesante, estimable obra. Ha solventado algunos problemas que dejaban mal sabor en la lectura de anteriores novelas - la resolución de los casos, lastrada por el silencio interior del culpable, como muy bien ha señalado Miguel Ángel Muñoz; la presencia elusiva, y que se volvía indefinida, del detective, ahora muy bien sugerida con ese carácter de hombre que busca la verdad pero no renuncia a ver con piedad a las personas, incluido el culpable; la dinamización de los hechos que pueblan la vida de los personajes elegidos para contar la historia, ahora más imbricados, más vivos, más activos ; la perfecta mención de temas actuales que no sólo aparecen y ponen una fecha a los acontecimientos narrados sino que forman parte de su propio devenir y nos dejan la sensación plenamente confirmada de que estamos ante uno de los autores más talentosos de su generación y acaso el que se sirve de una prosa más limpia, sugerente y de carácter más literaria - habría que poner a su lado a Javier Marías, al último Zarraluki- de todos, y sin duda al que prefiero porque esa voluntad de estilo no se vale de florilegio alguno - sólo se encalla en alguna ocasión en ciertos diálogos, deliberadamente literarios también-, lo que evita el cansancio, la repitición, que al fondo suene esa musiquilla que identifica al autor forzado y voluntarioso. "Cuerpo a cuerpo", además, entra de lleno en la actual vida de los militares españoles, ya que la investigación que ocupa a Ricardo Cupido tiene que ver con la muerte de un comandante que aparentemente se ha suicidado. Contratado por la hija del fallecido, Cupido habla con otros militares, entra en ese mundo cerrado a los civiles y tenemos la oportunidad de examinar sus miedos, carencias, ilusiones y su acoplamiento a una realidad en la que un cetme y la munición que cabe en una mano sólo son símbolos de lo que fue el ejército en el pasado, cuando la tecnología no existía en el grado presente y los hombres valían más que las máquinas - o menos, según se mire-. Por supuesto, el enigma es decisivo, descubrir al presunto culpable no es baladí, pero Fuentes, un escritor sumamente inteligente, no pierde el tiempo en llevarnos a escenarios de acción y de misterio tonto, sino que incide en la creación de atmósferas, en la exploración del mundo interior de los implicados - cercanos en sentimientos al muerto, ya sean estos positivos o negativos - y de los que tratan de ocultar pensamientos y deseos que quizá han conducido a la muerte no tan clara del militar. Me alegraría que la crítica española ensalzara este libro, viera lo que de poderoso hay en su estilo, que no lo despachara como otra novela más de crímenes y le prestara la atención que sin duda merece. 

                                                       Meme destinado a algunos amigos de esta página: Aquí.

Eugenio Fuentes: "Cuerpo a cuerpo" (4). Clase media.

La novela va tocando temas que responden a las inquietudes de cualquier lector actual: el muchacho que tiene un accidente de moto y se ha tomado unas pastillas antes, el papel actual de los militares, el concepto del valor y del honor aquí y ahora, la venganza. Temas al que hay que sumar otro: la clase media. Cuando el detective pasea en bicicleta por la ciudad y entra en el barrio en que habita su clienta, se fija en que las viviendas seguramente precisarán de un costoso mantenimiento, tienen contratados servicios de alarma, y con toda seguridad las habitan gentes de clase media -"no necesariamente conservadora"- a la que el campo le queda muy lejos en el tiempo y en el espacio y para la que "el lujo no estaba en las joyas, ni en los vestidos, ni en frecuentar ambientes aristocráticos, ni en poseer fincas o fundar grandes empresas, ni en consolidar estirpes de apellidos con prestigio": se trata de una clase media "escéptica y bienintencionada que con frecuencia había tenido descendencia en los últimos años de fertilidad de las mujeres y que no aspiraba a que sus hijos fueran héroes ni hacendados ni millonarios ni genios, que tan sólo pretendía mantener su bienestar, que se conformaba con un futuro profesional para ellos similar al suyo, donde las incertidumbres, los conflictos y la inestabilidad mundial no los alcanzaran." Suscribo el análisis, y me gustaría destacar esa matización, clase media escéptica, pues también la veo yo así, escéptica, temerosa, derrotada pero sin evidenciarlo, que lleva su derrota y su aislamiento con dignidad y paciente, seguro olvido. Nuestra clase media actual, en la que cabemos casi todos.

Eugenio Fuentes: "Cuerpo a cuerpo" (3 ). El amor usado.

Creo que necesitamos a más escritores como Ignacio Martínez de Pisón, Pedro Zarraluki y Eugenio Fuentes. A escritores que se atreven a contar lo que intuimos, lo que vemos y no sabemos definir, lo que es un esbozo de realidad y puede adquirir consistencia cuando se explica en una novela, cuando se cuenta en una novela. Apreciaréis que en este blog hay muchas entradas dedicadas a fragmentos de novelas, a instantes que me han parecido muy destacables. Es deliberado. Las novelas son un todo y a la vez muchos pequeños detalles, muchos párrafos memorables.Prefiero las novelas en que hay oro y tierra, en que hay que trabajar, ser pacientes, en que el escritor da el callo cuando hay que darlo y se luce cuando hay que lucirse. Nadie tiene la genialidad de su lado todo el tiempo - ni siquiera Francisco Umbral -, nadie es indefinidamente sublime. Hay grandes novelas que no dejan huella en nuestra mente porque las constituyen andamiajes en que todo es una sola pieza, en que nada brilla por sí solo y nada contrasta. Una novela está llena de trabajo que requiere mano humilde y de arte que requiere mano llena de sensibilidad. Leyendo a Eugenio Fuentes uno recuerda estas cosas, y debe de ser por algo. Cuando se necesita contar bajando al ruedo, Fuentes baja; cuando se necesita contar sentado en una cima, Fuentes deleita. Hay una escena en esta novela - escrita con una calidad literaria que está muy por encima de casi todo lo que se escribe hoy en nuestro país - que le deja a uno admirado por su acierto y su verdad, por la adecuadísima selección de las palabras, por el movimiento de los personajes, por cómo vemos dentro de ellos mientros ellos actúan. Una escena en la que hay un militar y una esposa que se buscan, se desean, hacen el amor - que se alejan, ya no se desean, ya sólo se acuestan -: una escena de autor maestro, que ha captado la realidad tal cual es y la ha puesto en un papel para que leamos, nos asomemos, nos reconozcamos, sintamos el vértigo de saber y ser. No voy a escribir aquí ninguna palabra, no transcribiré ningún párrafo, contra mi costumbre de hacerlo habitualmente. Os remito a las páginas 168 a 172 de la novela. Acepto cualquier reclamación si alguien piensa que he exagerado.

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Me cuenta mi amigo Raimundo que acaba de recibir una nota de rechazo de una editorial. El pobre mandó su novela - policíaca- el viernes pasado adjunta en un correo electrónico y esta misma mañana le han remitido ya la respuesta, negativa, después de haber valorado la novela y no hallar que encaje en la línea de lo que editan. Me dice Raimundo que, aunque triste, también se siente afortunado, porque cree que va a pasar a la historia por haber conseguido algo que seguramente nadie hasta ahora logró: el rechazo editorial más rápido de la historia. Lo que puede valerle aparecer en algún libro de esos de récords. Según Raimundo, su novela ha sido valorada y desestimada no en días, sino en horas, ya que hace así sus cuentas: mandó el viernes a las 18:37 el manuscrito, se lo rechazan el lunes antes de las dos de la tarde, descuenta el sábado y el domingo porque son días para descansar y llega a la conclusión de que en algunas horas de la presente mañana han abierto el archivo, han leído su novela, han valorado su estilo, la historia, la trama, las intenciones líricas y narrativas, la adecuación de paginado y capítulos, la composición de los personajes y la ambientación, etc, y han podido concluir que no merece la pena publicarla. Me habla Raimundo sin pena, gozoso, porque en cuanto cuelgue el teléfono - tiene uno de esos antiguos - va a meterse en Google para buscar la dirección electrónica del Guiness. No sé si llorará antes o después, pero me parece claro que está triste, próximo a la desolación, pues ha tardado un año en escribir su novela y otro medio lo ha invertido en corregirla, operación en la que han caído muchas hojas, como en otoño. Raimundo es un escritor que nunca ha publicado una novela, que es un novel, y sabe que ésa es su cruz: el mercado editorial español se ha profesionalizado, hay más exigencia y mejores lectores de editorial -algunos muy rápidos, coño, que parecen pilotos de fórmula uno, ha apostillado -, lo que hace que todo el mundo vaya sobre seguro y se mire muy detenidamente la rentabilidad del producto. Ah, pobre amigo, que cree en la literatura, que tiene una visión nostálgica y romántica del escritor - ése que decía lo que sentía con pasión y con el diccionario de la verdad al lado, donde buscaba las palabras más profundas y bellas. Raimundo, le he dicho, publica tu novela en un blog, que no te cuesta nada, y con un poco de suerte te leerán más personas que si la editara una editorial como la que te ha rechazado, que podría haber editado tu libro pero habrías sufrido al ver que se pierde entre tantísima novedad, al fondo de las mesas de las librerías, y moriría al mes, cuando el librero la devolviera a la editorial -algo que pasa excepto que se trate de novelas que venden mucho o muchísimo y tienen detrás una promoción intensa-: alégrate, una vida nueva se abre ante ti. Puedes ser un innovador. Olvídate del Guiness y crea un blog ahora mismo, con el título de tu novela. Tendrás de inmediato comentarios de gente que te leerá y la novela estará más tiempo a disposición del público que si la vieras editada en efímero papel. Es el momento del cambio. Fíjate: escribe en Google el nombre de un autor, entrecomíllalo, escribe el título de una de sus obras, entrecomíllalo, y verás que no aparecen los críticos de los grandes periódicos, ni la editorial, sino primero y ante todo comentarios, críticas y valoraciones de personas que tienen un blog y escriben con placer, con absoluta libertad: esto sí es de verdad una revolución, amigo romántico.

"Hampa dorada (Tony Rome)", de Gordon Douglas


Hay películas que no ocupan mayor lugar en la historia del cine y uno no sabe bien por qué. Es el caso de esta película que tiene todos los ingredientes del cine negro clásico y que está muy bien realizada, con un estilo muy fluido y destellos de gran obra. No empieza con el consabido asesinato - qué alivio - y muestra pronto a los personajes y deja que se mueva entre ellos un detective inconformista, apostador y al que no se convence fácilmente. Hay una familia rica y una chica que pierde una joya pero que aparece pronto, a la vez que el primer asesinado. Con su revólver y su sombrero, un creíble Frank Sinatra en el papel de detective privado nos lleva por lugares lujosos y otros que lo son menos de esa Miami que es la ciudad ideal para vivir y gozar pero que también encierra miserias y muerte, vidas miserables con miserables finales. Me creo a Sinatra en su papel - memorable esa frase irónica que le dice al ascensorista antes de salir del ascensor: "Magnífico vuelo". Podría haber salido de la boca de Marlowe. Me creo a los demás actores y me creo la historia, sin excesos ni alambicamientos que pueden acabar por aburrir. Hay secretos en el pasado de algunos personajes, hay dos o tres escenas de acción bien planteadas y resueltas y un humor agradable, compartible, que nos acerca a ese detective privado que ama a las mujeres pero posterga las citas hasta que no acabe su investigación. Además, en la versión española las voces de doblaje son algunas de las que han hecho historia, de actores sumamente cualificados. Y ya sé que las películas dobladas pierden, pero hay doblajes de los años 50 y 60, también de los 70, que nunca olvidaré. Pasa a ser uno de mis favoritas esta película que no había visto antes y de la que poco había oído hablar. Aún nos quedan tantas cosas buenas por descubrir, ¿verdad?

Eugenio Fuentes: "Cuerpo a cuerpo" (2). Personajes tan creíbles.

Eugenio Fuentes es uno de los autores españoles que mejor bucea en la psicología de los personajes, que mejor ahonda en sus miedos y deseos. No hay personajes superfluos en sus novelas, no hay actos sin justificar, no hay acción dada al fácil entretenimiento. Con los materiales tradicionales de la novela policíaca, Fuentes cuenta historias desde dentro de los personajes, nos hace viajar y avanzar con ellos en la historia caracterizándolos –insisto- como pocos. Deudor de la mejor literatura realista, Fuentes narra en “Cuerpo a cuerpo” cómo el detective Cupido entra en la vida de varias personas que están relacionadas con un crimen, pero no nos seduce el escritor utilizando trucos sino poniendo ante nuestra mirada a seres perfectamente reales y creíbles. Un militar – el padre de Marina, la mujer a la que observaba Samuel desde su ventana – muere y el juez cierra el caso decretando que no hubo más culpable que el propio muerto: suicidio. Pero ni el carácter ni la manera de vivir, ni las ilusiones ni el comportamiento último del militar apuntaban a tan increíble final, y Marina, la hija, contrata a Cupido para que aclare qué pasó en verdad. Fuentes mueve entonces el abanico ante nuestros ojos y narra pegado a cada personaje, no desde la mirada del detective, sino desde los ojos de cada implicado. El sistema es efectivo, y el recorrido que hacemos, jalonado de detalles en los que los temas más actuales están presentes no por casualidad y no sin brillantez, se convierte en apasionante. Sabemos más de las preocupaciones de los militares que se hallan en la encrucijada de elegir entre seguir con la mirada nostálgica o resolver adaptarse a los tiempos, de los médicos anestesistas que pierden a algún paciente y eso les cuesta estar cuatro años sin empleo y casi sin vida, de los hombres que llevan empresas como si anduvieran por el filo de una cornisa con una sonrisa permanente en la boca para seducir a los que miran desde abajo, fascinados y aterrados a la vez. Uno quizá sea un asesino. Todos serán nuestros amigos mientras leemos esta inteligente novela.