John Updike : Terrorista (y 6). Crítica

Hay ocasiones en que sentarse delante de la pantalla y poner las ideas por escrito cuesta y resulta doloroso. Nunca escribo las críticas desde una alta perspectiva, desde una atalaya en que me siento dominador del texto leído y de todos sus personajes y de toda su trama, un pequeño dios juzgador que va a impartir sabiduría. No, no es así. Comento mayormente libros que me han ganado como lector, como persona, como ser humano. Libros a los que sé que les debo algo, con personajes de los que he aprendido, con historias que he vivido desde la tranquilidad espacial de mi sala de lectura y desde la implicación mental y emocional de mi cabeza y de mi espíritu. "Terrorista" es una novela extraña, una obra que quizá pudo ser maestra, pero que desgraciadamente no lo es. Acaso un 95 por ciento de este libro es magistral, incontestable, generador de nuevos escritores y de lectores que vivirán en sus páginas una experiencia humanamente inefable, como sólo el arte mayor puede ofrecer. Pero hay un 5 por ciento de errores, de caídas, de puntos débiles que acercan la novela a la literatura de quiosco, la hecha con prisas y para un público manejable, aturdible y apasionado de unas mentiras que no les importa que carezcan de lógica, de sentido, de sinceridad narrativa.Ya digo que me cuesta escribir esto, pero es que esas partes débiles de la novela están hechas para justificar, para ganar acaso lectores fáciles, para acercar este libro a las listas de los libros más vendidos. Para mí, Updike es uno de los mejores escritores vivos, de los más excelsos, más creativos e indispensables. Pero se equivoca al escribir esta novela del siglo XXI sólo con los materiales más tradicionales del realismo, con los más usados y canónicos, con los imprescindibles también. Porque pone de manifiesto con la escritura de esta novela que -y lo dice un lector realista, un incipiente escritor realista, el que esto suscribe- el realismo no basta, que las maravillas del realismo, las intensidades del realismo no bastan para contar una historia ahora y aquí, o en Nueva York: así, se alternan las secuencias en que vivimos con la mayor intensidad posible lo que se nos cuenta -qué maestro en describir sensaciones, encuentros y desencuentros es Updike- con los vacíos y las ausencias que se detectan al no contársenos otras cosas, al no utilizarse otros procedimientos -el flujo interior de conciencia, el monólogo, el diálogo sin tanta acotación- que pertenecen al realismo también y lo hacen más hondo, más versátil, más real -valga el juego de palabras -pues multiplica las perspectivas, las percepciones y abre caminos que consiguen alejar a la novela realista del anclaje al argumento hiperdefinido y con todos los elementos estérilmente en su sitio, que se vuelven acartonados y mudos como fichas de dominó bien ordenadas pero vueltas del revés. Y por eso creo que, cuando Updike tiene que entrar en un territorio que le es ajeno, se equivoca, peca de soberbio y no se da cuenta de que tras tanta documentación sobre el Islam y sobre las religiones le ha faltado igual dedicación para la necesaria documentación sobre los mecanismos del thriller, los vericuetos de las novelas policiales, y a la hora de rendir cuentas narrativas sobre ciertos asuntos al final de la novela que podría haber despachado con soltura se mete en berenjenales de los que sale enfangado, con la trama colgando de un hilo, y deja al lector con la sensación de hallarse leyendo unas páginas absolutamente imprevistas y gravemente equivocadas al romper el ritmo de la historia, la conjunción de motivos y acciones, la concreción de ideas y de mensajes corporeizados en ciertos personajes. Y hete aquí que este lector updikaniano, este lector español que admira a Updike por encima de casi todos los demás escritores, que nunca dejará de agradecerle al Updike de "Terrorista" la magnífica valentía al poner en solfa las lacras de nuestras actuales sociedades, sus dañinas contradicciones, sus vacíos devoradores, sus desbocados miedos y sus hirientes recelos y su individualismo autista y su incapacidad para abrir verdaderamente los ojos a la realidad real, tiene que concluir diciendo que cierra con dolor esta crítica de una novela en la que se percibe la existencia de todos los mimbres precisos para ser literatura excelsa y se ha quedado en extraño híbrido que da lo mejor y lo peor de una manera de concebir la literatura realista que, me temo, no puede ser la misma después de Joyce, Cortázar, Onetti, Kafka, Faulkner.

La feria del crimen. Nueva narrativa francesa (Edición de José Luis Sánchez-Silva)


Editado por Lengua de Trapo, este libro me sorprende gratamente porque la literatura negra francesa es poco conocida en España, está medio olvidada, aunque en su nómina hay autores tan importantes como Jean-Patrick Manchette o Didier Daeninckx. José Luis Sánchez-Silva es el que ha seleccionado los relatos que integran el libro -dieciocho, escritos entre 1980 y 2006-, el que los ha traducido y el que ha escrito un prólogo valioso, muy bien documentado, de verdadero conocedor y verdadero amante del género. No por bien sabidas viene mal recordar ciertas ideas que la novela negra ha aportado al mundo literario y el papel de algunas figuras -como el detective privado, el policía y el gángster- que han corporeizado esas ideas. Comparto la opinión de que Simenon se atrevió poco con las tramas negras y no se salió de lo políticamente correcto casi nunca. Me congratulo de que se apunte que escritores de la talla de Gide, Malraux, Camus, Sartre y Aragon eran también seguidores y defensores de este tipo de novela, de que se remarquen unas históricas aseveraciones de Manchette -"En la novela criminal, violenta y realista, a la americana (novela negra), el orden del Derecho no es bueno, es transitorio y entra en contradicción consigo mismo. En otras palabras: el Mal domina históricamente. La dominación del Mal es social y política". Me sumo a la reivindicación de Daeninckx - "es un escritor civil en la mejor tradición europea -como Émile Zola o Leonardo Sciascia-" y suscribo esta declaración de intenciones del autor de "Asesinatos archivados" (cuyos comentarios para este blog tengo preparados desde hace un par de meses y espero publicar pronto): "Cuando ves cómo los tipos de tu generación escupen los pulmones por culpa de las bombas de gas venenoso y cómo les cambian sus piernas de bailarines por unas ruedas, cuando te impiden brindar por los viejos tiempos, cuando dos obreros anarquistas, Sacco y Vanzetti, son condenados a la silla eléctrica y los Dillinger y los Capone están en todo lo alto, ¿qué otra cosa puedes hacer que escribir ´Los asesinos´ o ´Cosecha roja´?" Magnífico prólogo, magnífica puerta abierta a un libro que quizá acabe por convertirse en imprescindible.

John Updike: Terrorista (5). Cuando el amor se marcha por la ventana

Recuerdo que, tras una larga etapa alejado de la literatura, leí dos libros que me animaron a regresar a mi mesa, a mi lápiz y mi papel para anotar los nombres de los personajes: "Pastoral americana", de Philip Roth, una obra mayor la mires por donde la mires, y "La versión de Roger", una novela poco conocida de Updike que le recomiendo a todo el mundo. Cuando me acerco al final de "Terrorista" no puedo dejar de acordarme de esa época en que leía en los autobuses, junto a la ventana, la mente abierta a la ficción y cerrada a la rutinaria realidad, a la disminuida realidad en la que nos obligan a vivir. Y se debe a que también en esta novela consigue Updike emocionarme, me provee de nuevas meditaciones e ideas y me hace sentir que estoy viviendo unos momentos inolvidables en mi vida de lector. Acabo de dejar atrás unas págnas en que una pareja se separa, de repente, como si se hubiera producido un corte o un disparo inesperado, que deja víctimas. Narrar una escena romántica -una separación es ineludible en toda historia amorosa, ya sea definitiva o temporal- sin caer en el sentimentalismo ni en el humorismo idiota -a lo que se han aficionado cada vez más escritores, epígonos de Woody Allen-, sin alejar al lector y sin acercarlo demasiado tampoco, es una tarea difícil, apta sólo para maestros, y Updike lo consigue en diez páginas llenas de contenido, de belleza soterrada y de desilusión palpitante. Unas páginas de escritor clásico y al tiempo de escritor rabiosamente actual que hacen que -parecía imposible - aumente mi admiración y mi gratitud por este autor que quizá es el mejor de su generación y uno de los tres o cuatro vivos más grandes de este mundo lleno de asuntos aún por analizar, por narrar, por hacer comprensibles mediante la literatura.

Para Robert Frank, fotógrafo


Realizó un trabajo que nadie que lo vea podrá olvidar: subió a su familia a un viejo coche y paseó con ella por los Estados Unidos mirando, fotografiando, sintiendo desde los dos lados de la cámara y de la mirada, viendo lo que nadie había visto profesionalmente, captando lo que otros rechazaban, positivando lo que para otros eran fallos del medio, de la lente y del obturador. Robert Frank, el fotógrafo al que más he admirado, al que quise parecerme en mis años de fotógrafo de asociación y de exposiciones en Almería, al que presenté a alumnos del Centro Andaluz de la Fotografía en un curso aún como primicia, como autor por descubrir y reivindicar, como maestro secreto de un arte, el fotográfico, aún poco apreciado -aunque empiezan a venderse caras las copias y ya los listos de turno calibran y ensalzan, triste mundo éste del tanto vales tanto eres - y enmarañado con la presencia de tanto "artista que utiliza una cámara". Robert Frank es el fotógrafo de los intersticios, es el fotógrafo más democrático y más sagaz, el que se fija en los desfavorecidos, en los insignificantes, en los que son como tú y como yo: la camarera entristecida de un bar, el viandante, el caído en la calle, el negro de los Estados Unidos de la segregación racial. Qué poco se habla de esto, qué poco se dice que Frank es un autor social, un autor comprometido, un hombre de la calle que respeta y trata con cariño a los que son de la calle. Se le magnifica porque retrató a los americanos, pero se olvida que nadie quería publicar su mítico libro porque no ofrecía una imagen idílica de ellos; se le alaba pero se olvida que un día, en lo más alto, guardó su cámara y no hizo fotos para no repetirse, para no forzarse a sentir, para no ser una máquina detrás de la máquina; se le incluye en los libros de texto, se le dan premios, escriben sobre él los críticos cultos y los adoradores de los desiertos estadounidenses, pero no se tiene en cuenta que es indomeñable, inasible, como sus fotos, que está vivo y nada puede reducirlo, tampoco este texto, ni explicarlo, tampoco este texto, porque se ha colado por una rendija, porque ha hecho seguro una nueva foto que nos aclara la mirada, que es un ejemplo de verdadera libertad en este mundo gris y sometido a la presión de la publicidad, las marcas y los políticos que tienen amo y señor. Robert Frank es un artista libre. Cada palabra que decimos o escribimos sobre él nos lo acerca y nos lleva a salir de nosotros y nuestra reducida visión de las cosas. Robert Frank, con cada foto, nos regaló humanidad y auténtica libertad, auténtica fraternidad, arte que nunca va a caducar. En blanco y negro, sus fotografías son el mundo.


(Para Inma Lucena, que recuerda a Robert Frank, y para Nerea Plata, que espero que lo descubra pronto)

Caso abierto (Cold case)


Por supuesto, cualquier serie ideada para televisión busca tener un público mayoritario y éxito. Pero no todas recurren a lo que está esperando el público más juvenil, el que busca el entretenimiento y ha crecido viendo anuncios de televisión, que discurren rápidos, cegadores y generando muchísimas emociones visuales y poco profundas, poco trascendentes. "Caso abierto" es hija de su tiempo, así que la estética es importantísima pero no resulta cegadora, no elimina el mensaje. Se trata de una serie en la que se abren de nuevo casos del pasado -cómo le habría gustado a mi admiradísimo Ross Macdonald- y se llega al fondo de los hechos hasta dar con el asesino -algo inevitable y que obedece a la lógica agathachristense, pero que se utiliza también para llevarnos ante la cara de la verdad- y desenmascarar todo lo que el tiempo dejó oculto: ya sabemos que el tiempo puede ser un aliado o un enemigo, y en "Caso abierto" es las dos cosas a la vez. Nos emocionan de buena ley y nos cuentan historias bien urdidas, magníficamente mostradas -el primer caso es una novela negra de la mejor calidad- y bien resueltas que invitan a ver de nuevo el episodio y a relacionar mejor todos los elementos que lo integran. Es la serie que prefiero de entre todas las policiales que ahora hay en televisión. Y a ello contribuye sin duda la presencia de Kathryn Morris, rubia de pelo teñido con una mirada profunda, humana, capaz de transmitir como pocas.

POP-UP en este blog NO DESEADA

Me dicen varios amigos que en este blog aparece desde hace varias semanas  una ventana (pop-up)con publicidad. Comoquiera que tengo desactivadas en Opera y Mozilla las ventanas emergentes -son los navegadores que utilizo- no me había dado cuenta. Bien: yo no he autorizado que aparezca esa publicidad, no he activado ninguna cuenta de Ad-Sense y no tengo ni idea de por qué sale en mi blog. Precisamente siempre he defendido que un blog es algo gratuito y que no lo utlizaré jamás para ganar dinero. No sé cómo eliminar la dichosa ventanita y estoy buscando en foros de internet. Os ruego que,  si sabéis cómo hacerlo,  me lo comuniquéis. Pido mil perdones entre tanto. Un saludo, amigos.

John Updike: Terrorista (4). Anuncios y noticias en televisión


Un personaje afirma que a lo que de verdad le gustaría dedicarse es a hacer anuncios de televisión, para decirle a la gente lo que tiene que hacer, lo que ha de pensar. Y añade: "Las noticias son para lloricas. Fíjate en Diane Sawyer, la que sale en la ABC, que si pobres niños afganos, ay, ay, ay. Y si no, pura propaganda. Bush se queja de que Putin se está convirtiendo en un nuevo Stalin, pero nosotros somos peores de lo que el viejo Kremlim jamás fue, ni en su mejores tiempos. Los comunistas sólo querían lavarte el cerebro. Los nuevos poderes fácticos, las corporaciones internacionales, directamente quieren quitártelo. Quieren volvernos máquinas consumistas: la sociedad del gallinero. Todo el entretenimiento, campeón, es basura, la misma basura que tuvo a las masas como zombis durante la Gran Depresión, sólo que entonces te ponías a la cola y pagabas un cuarto de dólar por ver un peli, mientras que hoy te la dan gratis, porque los anunciantes pagan millones por minuto por tener la oportunidad de meterse en nuestras cabezas." John Updike vierte muchos mensajes en esta novela y lo hace de la forma más inteligente, recordándonos varias cosas muy destacables: el valor de la novela, su vigencia, su razón de ser jamás desaparecerá mientras se muestren los sucesos, los pensamientos, los modos de vida de esta forma, respetando la pluralidad, actuando el novelista mediante el punto de vista, olvidándose de plasmar sólo un lado, sólo una cara, eludiendo el maniqueísmo; para hablar de nuestro tiempo es preciso ser atrevido, hacer síntesis, no estar pendiente de subvenciones ni prebendas, no responder más que ante la propia conciencia creadora, que es auténtica, que da frutos imprescindibles y sin fecha de caducidad cuando afronta los problemas de una época y no se guarda nada en el tintero, se apresta a señalar los errores, excesos y mentiras que nos hacen menos humanos, menos personas, menos reales ante los demás y ante nosotros mismos.

Lorenzo Silva: Nadie vale más que otro (2)


Los lectores habituales de Lorenzo Silva sabemos que el sargento Bevilacqua es un personaje especial, mimado por su autor y creado a conciencia, tanto que parece existir en verdad, como nos pasaba leyendo las aventuras de Plinio, el guardia surgido de la imaginación de Francisco García Pavón, tan absolutamente creíble. En el relato "Un asunto familiar"veo a Bevilacqua muy cercano a Plinio, a una filosofía vital que les emparenta y los convierte en inolvidables, ya que no hay en ellos la insulsez ni la violencia de otros que se han dedicado al mismo oficio investigador -aquí y en cualquier otro país- llevando su ego siempre por delante. Son observadores y también comprensivos, son humanos. "Por eso tenemos que cazar a este cabrón. Siempre habrá otros, y ya sabes lo que nos encontraremos cuando lo tengamos en la jaula, a un pobre tipo que nos dará todavía más lástima que asco." Porque de eso se trata también en la profesión de investigador: ver lo horrible sin cegarse, ver lo abominable sin perder el raciocinio. Con el trabajo que realiza, Bevilacqua se siente confiado y más o menos seguro, porque tiene que descubrir a los culpables y ponerlos a buen recaudo y sabe que efectúa una labor de limpieza interesante, inevitable, que no nos deja del todo sin esperanzas. Y en este caso, con una niña violada y tres familiares como sospechosos,la pesadumbre con que se mueve es superior, la tristeza más honda e intuye que la resolución del caso será abrumadora. El mal está hecho y hay que hurgar, hay que encontrar a quien dejó que su caballo interior se desbocara. Mira la foto de la niña muerta y piensa que ésa es "la cara que tenía antes de que la muerte se la vaciara de luz." Y ahora ha de encontrar al asesino, que se ha quedado también sin luz interior, tanto si es consciente de ello como si no. "Un asunto familiar" está escrito para ser leído y releído y gana cada vez que nos paramos a leerlo y a pensar.

John Updike: Terrorista (3). Prefiero ser auxiliar, no enfermera


Updike es uno de los mejores escritores de la actualidad, y además está en plena forma. "Terrorista" es una novela ejemplar en algunos aspectos, de los cuales creo que destacan especialmente dos: su transparencia y la perfecta imbricación que las ideas tienen en la trama. La transparencia, para los que además de leer también escriben, es tan clara y tan magistral que acaba por resultar engañosa, ya que parece algo fácil, pero es justamente todo lo contrario. Como ya escribí, Updike parece hallarse en estado de gracia y nada sobra ni falta en la narración, que jamás cansa ni deja con sabor a poco. Se sigue la historia y a los personajes, sus motivaciones y sus secretos, sin esfuerzo alguno, como si nos hubieran otorgado algún poder que nos permitiera captar con profundidad y a la vez sin un detenimiento excesivo cuanto hay ante nuestros ojos lectores. Cuando el profesor visita a la madre y hablan sobre Ahmad, sin que éste los oiga, Updike no se apresura pero tampoco despacha la escena en cuatro o cinco páginas, y sin embargo no sentimos que haya una inflación textual, no se recurre a las descripciones para el relleno ni a las frases de puro contacto que devienen pura vaciedad. Y entronca esto con la perfecta imbricación de las ideas a que me referí más arriba. La madre es pintora aficionada, se gana la vida trabajando en un hospital, como auxiliar de enfermería -y aquí viene la idea, la crítica, la profundidad de Updike que no deja pasar nada sin aprovecharlo-,porque "no quise ser enfermera: demasiada química y también demasiado ajetreo administrativo; acaban siendo tan pretenciosas como los médicos. Las auxiliares hacen lo que antes solían hacer las enfermeras. Me gusta la parte práctica: tratar con las personas precisamente ahí, al nivel de sus necesidades. Poner cuñas."

Corazones solitarios, de Todd Robinson


Hay películas que están ambientadas en otra época y realmente parecen de otra época. Ésta es una de ellas y, sin duda, para bien, por su narración clásica, su ritmo legible y su intensidad emocional alta y sin trampas. No hay trucos en "Corazones solitarios", pues desde el principio se nos dice que los asesinos acaban en la silla eléctrica y no se fuerza el argumento ni las imágenes ni las interpretaciones para coger al espectador por el cuello, como en la mayor parte de los thrillers actuales, sin que importe que, al recuperar el resuello, luego el pobre espectador se quede con una sensación de desengaño y estupor vacío que es el resultado de la mentira de la trama. En esta película se trabaja con materiales nobles, con actores de verdad, con sus voces y sus medidos gestos y con los movimientos de una cámara que es una cómplice y nunca provocadora, nunca una testigo incómoda. Contada con muchísimo acierto al valerse de una estructura que en una doble mirada nos lleva a ver qué hacen por un lado los asesinos y por otro los policías, al descartar los guiños fáciles a un presunto público adolescente, al centrarse en ciertos asesinatos que casi nos hacen apartar los ojos de la pantalla, al no hacer apenas concesiones -a no ser las que se hacen a un género y a unos clásicos dados por este género que son verdaderamente insalvables -, arroja al final un dividendo muy alto en su vertiente creativa y nos deja con la sensación de estar paladeando algo que parte de lo mejor del cine negro y recorre un camino sin apenas escollos, que lega a la posteridad la voz horadante de Salma Hayek -en el original inglés, claro - y la constatación de que el cine de 2007, con policías y criminales dentro, podía ofrecer aún obras memorables.

John Updike: Terrorista (2). Contemplando la decadencia


Las cuarenta primeras páginas de este libro están escritas de forma deslumbrante: nada sobra, todo está ajustado al milímetro, como si el autor hubiera gozado de una concentración lindante con la gracia. Habla Updike de tantas cosas en tan corto espacio, de manera tan sencilla y tan reflexiva, que uno siente que está ante unas páginas maestras, ante un autor que en la esencialidad -como dice Miguel Ángel Muñoz - ha hallado la magia. Es una novela de un autor adulto y para adultos, una novela con conciencia de obra mayor, rebosante de frases afortunadas, con una adjetivación ejemplar y genuina, de imágenes que son absolutamente cercanas y, por lo mismo, más difíciles de convertir en literatura. Tras unas primeras páginas dedicadas a Ahmad, Updike elige a otro personaje, Jack Levy, responsable de las tutorías en el instituto en que estudia aquél, y su andanada contra lo superficial, lo idiota, lo degradante de nuestra actual sociedad sigue adelante, ahora desde otra perspectiva, la del que mira más hacia atrás que hacia adelante, la del que se imagina ya muerto y dramáticamente vencido sin haber vivido en verdad lo esperado, imaginado, planeado. "Ha perdido el buen camino en el bosque oscuro del mundo. Pero ¿hubo buen camino alguna vez?" Levy se levanta aún de noche, mira por la ventana, piensa. Y hay acción en este tiempo parado: la mirada y los pensamientos de Levy viajan y tienen una vida intensa, nos hablan de los años de noviazgo con su esposa, de las salidas que hacen juntos al cine, y también de coches y su soberana presencia, de las viviendas menguantes de la actualidad, de los hijos que se alejan de los padres acaso definitivamente.

John Updike: Terrorista


Que un thriller -así lo describe la editorial en la fajilla, según palabras de Justin Cartwright, de The Independent- empiece con un párrafo tan bien escrito y lleno de adjetivos me complace enormemente: "tentadoras melenas", "flamantes pendientes", tatuajes fatuos", "desaire apático". Quiero esto decir que la novela en que hay acción también puede dar cobijo a la gran literatura y que algunos estilistas -en España tenemos a un gran escritor, que cuida y mima su prosa: Eugenio fuentes- pueden escribir sobre temas de acción sin que se les mire por encima del hombro. ¿Quién va a poner en duda ahora la importancia de John Updike, uno de los escritores esenciales de nuestra época? Partiendo de una tercera persona muy pegada al protagonista, Updike pasea la mirada por los estudiantes, sus figuras engalanadas y las aulas del instituto en que estudia Ahmad, un chico de dieciocho años que no ve a semejantes sino a demonios encarnados en los cuerpos de los que comparten espacio con él, demonios que "quieren llevarse a mi Dios". Y en su fuero interno late un deseo incontrolado, aniquilador, una fuerza que quizá, para que no le destruya, tendrá que salir matando y borrando a esos demonios. Updike, valiente, actual, profundo, escribe una novela para almas que no duermen lánguidas ni para los que están de vuelta de todo. A veces, todavía, abrir un libro puede ser una verdadera aventura moral, puede ser decisivo en nuestras vidas. "Terrorista" empieza con un órdago a la grande.

Michael Collins: Castrato (2). Nuestro sistema de prisiones


Insisto en que no es lo mismo novela policíaca que novela negra. En la primera lo importante es la investigación, el develamiento de una identidad y un culpable. En la segunda, la radiografía social y los personajes son absolutamente fundamentales. Nada es puro, por supuesto. Pero en "Castrato" podemos encontrar elementos que ayudan a clarificar la cuestión. Collins ambienta la novela en Santa Bárbara, ciudad de California, y ayuda a su imaginación a que visite los sitios que pueden definir a las clases sociales elegidas y sus integrantes. Cuando nos lleva a una vieja casa que está siendo reparada por unos presidiarios que participan en un programa especial vemos que las historias de la novela negra no provienen enteramente del subconsciente y que hay un trabajo previo muy interesante, una delimitación de escenarios y espacios que brindan al lector la oportunidad de conocer más y mejor, de poder ponerse en la piel de los desposeídos, los humillados y también los que son exactamente igual que él: clase media. Porque este tipo de novela no se escribe para que lo paladeen las clases altas, creo que eso ya lo tenemos todos bien claro.
- Usted es detective, señor Fortune. ¿Qué opina de nuestro proyecto?
- No conozco su proyecto.
- No hay mucho que saber, en realidad. Traemos a prisioneros no violentos, de prisiones de mínima seguridad, para que hagan trabajo comunitario, básicamente para propietarios ancianos que no pueden permitirse pagar reparaciones. Creemos que hay formas más útiles de castigar a los delincuentes no violentos que encerrándolos en prisiones demasiado llenas. Viven con familias del barrio y tienen que trabajar en firme.
- Casi cualquier cosa tiene que ser mejor que nuestro sistema de prisiones.
- ¿Conoce bien nuestro sistema de prisiones, señor Fortune?
- Sé que deshumaniza a todo al que no mata.
- Más del ochenta por ciento de los que salen vuelven en menos de cuatro años. Sólo la Unión Soviética y Sudáfrica tienen índices más altos de encarcelamiento. Ésta es una manera de sacar a los que todavía pueden cambiar y así romper el ciclo.
¿Por qué se leerán estas novelas del género negro dentro de doscientos o trescientos años? Porque en ellas están las verdades de nuestro tiempo.



Texto recomendado: Tardes de diumenge, de Júlia.

Robert Wilson: Los asesinos ocultos (y 5). Crítica


Hay que ser ambicioso para escribir una novela de casi quinientas páginas. Hay que saber manejar trama y personajes con destreza. Hay que dominar ambientes, caracterizaciones, detalles. Robert Wilson, después de "Condenados al silencio" (comentada en este blog), se atreve con una novela en la que hay un atentado, sospechosos africanos, sospechosos sevillanos, policías y agentes del servicio secreto. Y malos tratos, corrupción, hasta un emergente partido político que no ama precisamente a los que vienen de Marruecos. Hay que ser un buen escritor para manejar muchos datos, para no mentirle al lector, para atraparlo durante tantas páginas. Wilson se vale de varios personajes y varios escenarios ya presentados en anteriores novelas y aborda temas absolutamente actuales pero no se pilla los dedos: apunta teorías, ideas, pero en ningún caso trata de ir más allá de donde la lógica puede llevarle, con lo que respeta así una regla que no suele ya respetarse en los best sellers: la credibilidad. Y es que Wilson también respeta al lector, no lo coge de la mano para llevarlo a lugares que al terminar la lectura del libro se nos olvidan sin más, sobre todo por culpa de un exceso de fantasía, como a tantos otros les ocurre. Wilson escribe para mucha gente y lo sabe, es consciente de sus limitaciones pero también de su bagaje y "Los asesinos ocultos" es, por tanto, algo más y mejor que un entretenimiento, nos deja a un personaje más perfilado y humanizado, el inspector Falcón, y una mirada crítica sobre los elementos que se usan para manipular y matar a los ciudadanos de un mundo cada vez más lleno de mentiras, manejos oscuros y hombres de paja. Es bueno saber un poco más de nuestro aquí y ahora, que nos lo cuente alguien con los ojos limpios y con actitud poco complaciente. Wilson no ha escrito su mejor novela, pero no me ha defraudado tampoco. Aunque sigo prefiriendo la anterior, no dudaría en recomendar la lectura de ésta. Apagad la radio, la televisión, y dejáos llevar por las frases, las imágenes, por el placer de leer. Cuando mengüe el sonido de tanto disparo enlatado empezaréis a disfrutar.


(Foto: Agencia Efe)

Robert Wilson: Los asesinos ocultos (4). Políticos con carisma


Mientras la ciudad anda preocupada y temerosa con que pueda haber más atentados, mientras el inspector Falcón investiga, un nuevo político emerge para solucionar los problemas - o, al menos, conseguir más votos y hacerse socio del Partido Popular, dicen los que mandan en él-, un joven que aún no tiene todo el carisma, pero puede llegar a tenerlo:

- El carisma no es más que una forma intensa de fe en ti mismo... Jesús Alarcón ha tenido siempre esa seguridad. Ha tenido que afrontar serios reveses personales, lo que, para mí, da una medida del hombre mucho más atinada que su capacidad para manejarse en las finanzas internacionales. Posee esa fuerza interior y ese sentido común que poseía nuestro anterior presidente...

- Muy bien...Y, por cierto, estoy de acuerdo contigo en lo del carisma, en que es una forma intensa de fe en uno mismo. Pero también hay en el carisma algo que ciega. El amigo más íntimo del carisma puede acabar siendo la corrupción: crees que puedes hacer lo que sea con impunidad.

Y es que la bomba no siempre mata, sino que también da nuevas vidas, según la retorcida manera de ver y vivir de ciertos oportunistas. Falcón, el inspector, opina al respecto: "El terror no es más que una herramienta para provocar un cambio. Miren el caos que ha creado esta bomba. El terror concentra la atención de la gente y crea oportunidades para los poderosos. La población de esta ciudad está huyendo. Con un pánico así, lo más inimaginable se vuelve posible."
Robert Wilson narra, pero también da datos, analiza, y eso convierte esta novela en ficción pero a la vez en un valioso documento que, desde la imaginación, viaja hasta una realidad palpable e inquietante, con manejos tras el telón que podrían dejarnos verdaderamente helados a los ciudadanos sencillos. La historia tiene como escenario Sevilla pero pienso que podríamos cambiar la localidad e incluso el país y veríamos que se habla de males que aquejan casi a cualquier país occidental, donde la verdad oficial es una y la verdad auténtica otra. Felicitémonos por tener a escritores como Wilson, que valientemente nos acercan a los pozos y nos asoman y, sin movernos de nuestras casas, nos ayudan a saber un poco más, a ser menos ingenuos y a estar menos desinformados.


(Foto: Robert Frank)

Robert Wilson: Los asesinos ocultos (3). Empresa = secta religiosa


Ha estallado una bomba en un edificio en cuyos bajos hay una mezquita. Muertos, heridos, confusión, ruido de ambulancias, muchos cámaras de televisión, jóvenes armadas con micros buscando cazar exclusivas, policías y Javier Falcón al frente de la investigación. Son muchas páginas y están narradas con gran pulso, verosimilitud y los detalles necesarios, sin sensacionalismo, de manera vívida y reveladora de la potencia creadora de Wilson, en la que hay imágenes perfectamente adaptables al cine pero también continuas meditaciones sobre la marcha y lo que vamos viendo que son pura literatura, esos elementos que engrandecen el noble arte de la ficción. Un poco más adelante hay un ejemplo magnífico, cuando Falcón visita una empresa llamada Informaticalidad: la narración, en una tercera persona muy próxima al personaje, alterna la acción con rápidas meditaciones que dibujan a la perfección lo que ve y siente un Falcón fastidiado, incómodo en aquel lugar:
- ¿En su empresa hay mujeres, señor Torres?
- La recepcionista que le ha atendido es...
- ¿Cómo hace la selección de personal, señor Torres?
- Ponemos anuncios en escuelas de administración de empresas y en agencias de colocación.
- ... ¿A cuánta gente han despedido este año?
- A nadie.
- ¿Y en los dos últimos años?
- A nadie. Nosotros no despedimos a nadie. Se van solos.
- Así les sale más barato.
Falcón no puede dejar de ver dónde está, y en el servicio descubre "una placa electrónica sobre cada urinario en la que aparecían citas de la Biblia y máximas inspiradoras sobre el mundo de los negocios. Informaticalidad extraía lo mejor de sus empleados rodeándolos de una cultura no muy distinta a la de una secta religiosa." La empresa es propiedad de un grupo inversor estadounidense. Ya fuera, observa Falcón que "El edificio de Informaticalidad , una jaula de acero recubierta de cristal opaco, reflejaba los alrededores. En lo alto del edificio había cuatro banderas con logos de empresa: Informaticalidad, Quirurgicalidad, Ecograficalidad, y por último un cartel un poco más grande que mostraba unas gafas a través de las cuales se veía un horizonte y, por encima de ellas, la palabra Optivisión. Alta tecnología, instrumentos quirúrgicos robóticos, máquinas de ultrasonidos y equipo de láser para corregir defectos visuales. La compañía tenía acceso al funcionamiento interno del cuerpo. Podían ver en tu interior, quitarte e implantarte cosas y asegurarse de que veías el mundo igual que ellos. Eso desasosegó a Falcón."


(Foto: André Kertész)

Otro texto: "Adorar al patrón"