Juan Madrid: Un beso de amigo

   


   Lo que diferencia las novelas de Juan Madrid de muchas otras de género negro es que saben a verdad. Y se debe a que el autor fue periodista, es un hombre comprometido y atento a las injusticias sociales y no ha perdido un ápice de fuerza en su lucha por decir lo que otros callan. Son novelas en las que, como ocurría con las del ciclo Carvalho de Vázquez Montalbán, se hace crónica de un tiempo y de un país, y de una manera tan efectiva e imborrable como Baroja lo hiciera en su tiempo. Cuando pasen muchos años, se volverán a leer las novelas de Juan Madrid para saber qué pasaba entonces en nuestro país, quiénes tenían el poder y cómo lo utilizaban, quiénes eran los perdedores, los humillados y los vencidos. 
   Releo esta primera novela protagonizada y narrada por Toni Romano y tengo la certeza de que ha vencido al desafío del tiempo. Escrita en 1980, sigue siendo un perfecto ejemplo de qué es una novela negra: dura, indagadora, atenta a la realidad más inmediata, concisa, de fácil lectura y sin mentiras disfrazas con aire de best seller noble. La mejor novela negra es para cómplices, para lectores con el corazón aún vivo y consciente de que solo se sobrevive con los latidos cercanos de otros que respiran el mismo aire viciado. La mejor novela negra produce manchas que permanecen, es una mano manchada que se te acerca y te pide un apretón de amigo. La mejor novela negra no es una excursión campestre ni un paseo con bata antimanchas por el lado oscuro, por los callejones oscuros, por las caras oscuras de los perdedores y los asesinos. Sin análisis social no existe buena novela negra. Algunas de estas cosas las he aprendido leyendo a Juan Madrid. 
   Un beso de amigo se acerca a los manejos de algunos poderosos que mueven a las bandas fascistas en su beneficio, que ponen entre ellos y la verdad, entre ellos y el delito una distancia y a algunos subalternos muy fieles y muy útiles que oscurecen los caminos que llevan a saber, a palpar lo que es consistente e innegable, lo que podría servir para denunciarlos y juzgarlos públicamente. Toni Romano, un perdedor que se mantiene firme y aún erguido, se ve reclamado a participar en una historia en la que poco es transparente y de la que no sale porque no se lo permiten. Como todo peón, como todo utilizado, solo se bambolea, va a rebufo de la verdad, corre pero nunca logrará alcanzarla, o no conseguirá que sirva de nada quizá porque tampoco es su mayor propósito. Toni Romano es un personaje creíble, extraído de la experiencia directa del autor y no de otros libros, algo de lo que adolecen casi todos los personajes de novela negra. Ex boxeador, ex policía, frecuentador de muchos locales y conocedor de mucha gente de la calle, Toni no investiga crímenes, no aclara asesinatos, no cobra minutas para engrosar una cuenta bancaria, no se vanagloria de su intachable profesionalidad porque es un superviviente, un tipo que sale adelante con poco dinero y muchas razones propias, muchas ideas propias que lo alejan del prototipo de personaje de una pieza y sin tacha que es creado por una mente apaciguadora para unos relatos evasivos o contentadores, de buenos y políticamente correctos propósitos. Por eso, las novelas que le dedica Juan Madrid no son domesticables y superan las barreras del tiempo, encuentran nuevos lectores y son de nuevo leídas, lo que supone el mejor gozo para un escritor y el mejor logro, pues más allá de los reconocimientos, las críticas -positivas o negativas-, los estudios y las tesis está lo más valioso de la literatura, el reconocimiento más puro y justo, más duradero e inmarchitable.  El que, sin duda, obtiene -y se merece- con los lectores Juan Madrid, maestro de la novela negra y de la novela sin más adjetivación. 

Juana Salabert: La regla del oro






    Navidades de 2012, Madrid. Un joyero, centrado últimamente en la compraventa del modesto oro familiar de los asfixiados por la crisis, aparece degollado entre unos contenedores de reciclaje con un acusador mensaje encima. No es el primero. Semanas antes, otros “comprooro” fueron asesinados de modo similar en una capital vapuleada por los recortes y el miedo al porvenir inmediato, cuyo clima es el de una explosiva ciclogénesis social por debajo de las luces, enseñas y adornos festivos. ¿Nos hallamos acaso ante un asesino en serie, frente a algún demente “lobo solitario”, empecinado en una obsesiva “misión” de ajuste de cuentas contra quienes a diario sacan provecho de la creciente penuria ajena? ¿Qué vincula entre sí a muertos tan dispares, más allá del ejercicio de su profesión?


    Se encarga de la investigación el inspector Alarde, un joven y perspicaz policía empeñado en darle la espalda a sus propios fantasmas y traumas del ayer. Abierto e intuitivo, sensible y observador, no desdeñará tirar de ningún hilo de esta telaraña en pos del cabo oculto originario, del canto auténtico de la moneda. De su curso de voluntades codiciosas y desatinos cruentos emergerán las dos caras de la verdad. Porque en el corazón de esta historia, ambientada al sur del eurocontinente regido por fúnebre “regla de oro” constitucional, los latidos se desbocan, la fiebre y la muerte suben como cotizaciones del metal más preciado y las campanas doblan por doquier.



    Con la contundencia narrativa que caracteriza a Juana Salabert, la escritora nos brinda, a través de esta misteriosa serie de crímenes y de una galería de personajes versátiles y psicológicamente complejos, una audaz semblanza de la España del momento. “La regla del oro” es una trepidante y estremecedora novela policíaca.


       Edita: Alianza

    Andreu Martín: Bellísimas personas

       


       El acercamiento a la vida y a la personalidad de un asesino no es una tarea fácil, y tampoco apta para todos los escritores que dedican mucho tiempo en sus horas creativas a la narrativa criminal. Verter ideas repetidas en un texto, retorcer el argumento para enseñar lo complicado en la superficie aunque en el fondo no haya sino una simpleza alarmante, correr junto a un precipicio con una figurita en la mano que se dejará caer en el momento más oportuno está al alcance de muchos. Pero no lo está aproximarse al monstruo humano sin olvidar que es humano, sin convertirlo en un ídolo ni en un grotesco desecho, abriendo un juego que no sea una evasión sino un compromiso profundo con los seres que aún no están desalmados. Tarea para unos pocos, entre los que se encuentra el maestro Andreu Martín. 
       Que aquí vierte sus obsesiones y mueve el foco con brillantez absoluta mientras maneja a los personajes de la novela, a los personajes de la novela dentro de la novela de la narradora y protagonista y a los personajes de la novela que en definitiva es Bellísimas personas, escrita por Andreu Martín. Sí: hay un eco del Unamuno que hablaba con sus personajes, que se dejaba increpar, que sabía que vida y literatura eran lo mismo pero no eran lo mismo, que un personaje puede resultar más vivo que un escritor que siempre ha estado vivo. Con parecida ilusión juega Andreu Martín en este libro, con entusiasmo contagioso, sin mentir y sin recurrir a la socorrida metaliteratura como guiño fácil con el lector que ya está de vuelta de casi todo. El juego ficción/realidad es en esta novela el resultado de un planteamiento sincero ante las limitaciones de lo contado, de lo conocido, de lo que queda por conocer cuando alguien se interesa por un caso real, base de la que parte esta excelente novela. Martín, desde la ficción, le dice al lector que se puede jugar a imaginar, se debe jugar a imaginar, y se debe saber que se está jugando, se están poniendo unas verdades inventadas sobre el tapete que acaso queden como las verdades definitivas si nadie las niega, si nadie viene a decir que no son más que unas verdades literarias. 
       Bellísimas personas tiene una estructura muy bien asentada en esa plasmación equilibradísima de lo real y lo ficticio, en la que no se admiten derivas blandamente emocionales ni frialdades impostadas que romperían la fidelidad a lo ocurrido en los hechos reales, y para eso se vale de una narración en presente de indicativo que dota de un ritmo muy conveniente y lleno de generosa frescura a lo que se va contando, de un personaje femenino actualizado al tiempo presente con deseos francos y decisiones muy personales que a veces son contradictorias pero siempre tienen una explicación muy bien razonada, de una prosa ágil y moderna a la que no le faltan hondura en algunos momentos memorables ni frases para la relectura relajada, eso que hace de una novela algo más que un texto para usar y tirar. Y me parece que es una novela mayor, de autor grande, gracias también a su humor espontáneo y matizador que comparte muy bien espacio con todo lo trágico del tema, tema que no se lanza hacia el terreno pantanoso de la enjundia solo para vestirse de gala, porque sabe su autor que el veredicto más jugoso lo da quien sigue leyéndole y abonando para el recuerdo. Con una crítica dura y contundente -como es marca de la casa- a unas situaciones, unas personas  y unas leyes que nunca acaban de romper con lo peor del pasado del hombre, Martín es fiel a sí mismo y a su exploración de nuestro tiempo aún palpitante buscando nuevas perspectivas, nuevos personajes, historias paradigmáticas. Quizá por esto me trae a la memoria Bellísimas personas una novela de Ernesto Sabato, El túnel, tan celebrado en su tiempo y ya un clásico, y me hace pensar que acompañando a ese libro en un paseo por el jardín de las letras se entenderían los dos librods muy bien y se reconocerían seguramente como parientes cercanos. 

    Fabio Girelli: Villa Triste




    “Algunos lugares, como las personas, nacen con un destino marcado sin posibilidad de redención.”
    En Turín alguien tortura y mata a una joven. Simultáneamente, aparecen muertas las gallinas de un amable anciano y terribles secretos emergen del pasado de una gran villa abandonada.
    El comisario Andrea Castelli vive entre la dualidad de una mente brillante y una actividad febril; días de apatía total, melancolía e hipocondría en los que todo se para, desaparece, algo difícil de seguir por sus colaboradores. El inspector Giordano, su amigo y fiel asistente, se esfuerza por mantener a Castelli en un punto de equilibrio que éste parece incapaz de encontrar. Ambos deberán perseguir a un fantasma para poder unir los hilos que tejen la verdad del caso.



       Edita: Sd.Edicions