"The late show", de Robert Benton

Todo, desde el título, merece un comentario en esta película. Titularla en españa "El gato conoce al asesino " suena a chiste, a parodia, a acto de sabotaje. Pero quizá dentro de la película sí hay motivos para creer no en un sabotaje, pero sí en un abordaje. No le falta humor, no le falta acción, no le falta encarnadura de cine negro, no le falta la guapa mala. Pero hay que añadirle al detective privado viejo y cojo, al amigo/ayudante traicionero, a la clienta que habla hasta por los codos y le propone al detective, tras ayudarle a escapar de una situación en que la vida de ambos corría peligro, asociarse. Incluso hay una escena al final que seguro que influyó a los creadores de "Se ha escrito un crimen", con todos los personajes en una habitación mientras la mente del detective se pone en marcha y su boca dice las palabras que develan las verdades y los motivos y protagonistas de los asesinatos ( muy propio de Agtha Christie ). También hay otra, en un cine en el que se proyecta una película "caliente", que no dudo que a Garci le sirvió para crear otra parecida en "El Crack dos", así como el propio personaje del amigo /ayudante del detective pudo inspirar la creación del personaje del Moro, interpretado por Miguel Rellán. La película no nos sorprende, pero creo que su importancia se vuelve histórica: anticipa situaciones y personajes que vendrán después y que están en la memoria de los buenos aficionados ( ¿Esa mujer habladora, algo tonta - la clienta del detective -, ¿no habrá servido para crear al personaje de la secretaria de "Luz de luna"? ) La música, con varias canciones dulcemente interpretadas, son un homenaje y, a la vez, algo marchito, como toda la película, y me lleva a pensar que acaso el director se planteó así su obra: un adiós al género negro clásico y un hola al nuevo género negro, lo que los críticos han llamado Neonoir.

Sue Grafton: N de nudo ( y 3 )

Kinsey no es una detective que lo sabe todo y se pasea por la escena del crimen como si hiciera deporte. No duda en llegar al fondo de los asuntos que le encargan investigar y arriesga su vida porque no quiere tener miedos acumulados. Se mueve sola porque no soporta la compañía de nadie durante más de un par de semanas. Aunque tiene una pistola de un calibre más respetable, prefiere llevar consigo una del calibre 32. kinsey tiene debilidades y las muestra, porque nos lleva con ella sin apartarse, sin ocultarnos nada, hablándonos con confianza, aunque también con mesura. Se fija en los paisajes cuando conduce su coche y come mal y lo reconoce. Hace muchas preguntas y obtiene muchas respuestas, quizá porque nadie la ve como una estirada ni se imagina que va a utilizar la información para otra cosa que no sean fines puramente profesionales. No se regodea, no se jacta de ser buena, no trata de destacarse aunque nos habla en primera persona y sabe que estamos atentos a sus palabras, muy atentos, y que no nos cansamos de seguirla en sus investigaciones. Kinsey vuelve a su pequeña casita, habla con su casero y duerme de un tirón pensando en que ha de despertarse pronto y salir a hacer footing, no para alardear de buen tipo, sino para poder correr y escapar si se ve metida en una situación peligrosa. Concluye la novela y seguimos viéndola sola, entera y firme en sus convicciones, la vemos subir en su coche y dirigirse a la ciudad y sabemos que piensa en los nudos que ahogan, no en los corredizos sino en los sentimentales, los que pueden provocar un infarto y matar. Se compadece de quien ha sido víctima de uno de esos nudos pero no vuelve la vista atrás cuando entra en la autopista y las nubes empiezan a disiparse y el camino se hace más claro, más cálido, más conocido. Seguramente se parará a desayunar o a comer en algún restaurante de carretera y si nos cruzamos con ella no la miraremos dos veces, pasará a nuestro lado, saldrá fuera y volverá a su coche. Tiene treinta y cinco años y volveremos a saber de ella cuando un cliente la reclame, le proponga un caso y ella investigue y llegue a su conclusión. Investigadora privada, sí, dice sonriente al hombre al que quiere hacerle dos o tres preguntas. Es de nuevo la pequeña Kinsey, llena de dudas, sembradora de preguntas.

"¿Quién mató a la viuda?", de Mario Benedetti

De mayor me gustaría ser como Benedetti. Me gustaría llegar a instalarme en una calma sabia como la suya. Y expresarme con una ironía, un humor como el que reparte en persona y en sus escritos. El relato a que me refiero es breve, te dibuja sin esfuerzo una sonrisa en los labios y te hace pensar en cuánto se ha escrito sobre detectives privados y sobre crímenes, bueno y no tan bueno, sencillo y de manera compleja - menos esto, desgraciadamente -. Es el caso definitivo, la resolución definitiva y, pese a todo, queda abierto, ambiguo, como si detrás de tu sonrisa hubiera algo - otra sonrisa, un gesto serio - que te impele a leerlo de nuevo y pensar si de verdad es humor o burla lo que reina en esta historia, si se ha escrito para la sonrisa grácil y leve o pensando en una burla un poco malintencionada, crítica, incluso un poco punzante. Porque ¿no es inquietante que una persona se dispare con un revólver y pida, antes de morir, que le entierren con él, ya que es un hermoso revólver? De mayor me gustaría escribir como Benedetti, decir tanto con tan pocas palabras.

Novela negra existencial

Definición que encuentro en la contraportada del libro "El vuelo del ángel", de Michael Connelly (Byblos), y que yo siempre he asociado - inconscientemente - a las mejores novelas del género, empezando por las de Ross Macdonald. Durante algún tiempo he estado escribiendo yo una novela y, al acabarla, no sabía cómo definirla. Tenía un título, se lo cambié. Incluse estuve podándola, o sea, quitándole páginas hasta dejarla en la que considero su justa medida. Pero no sabía cómo definirla: era novela negra porque había un asesinato y una investigación - aunque a mi manera : el que mató investigaba dentro y fuera de sí por qué había matado - y una toma de conciencia sobre el acto de matar y sobre su continuidad. Como mis principales influencias estaban en Macdonald, Llamazares, Onetti, Benet, Delibes y Benedetti, pensando un poco - y añadiendo a Albert Camus - llegué a la conclusión de que era negra por su trama pero también existencialista, porque también había preguntas que me hubiera gustado hacerle a Sartre. Sin embargo, no junté las palabras. Así que, gracias a quien escribió esas líneas para presentar el libro de Connelly, logré juntar novela negra con existencialismo y por fin supe qué había hecho. Si algún día la leéis ya me contaréis si la definición era o no acertada.

Antonia Moreno: "Nos dejaron tocar"

Leyendo un relato de Antonia Moreno, titulado "Nos dejaron tocar", que no es policíaco ni negro, pero tiene una situación previolenta y un personaje que podría engrosar la lista de personajes que cometen un acto delictivo, vuelvo a pensar en cómo los autores de novela a secas nos invitan a ser innnovadores, a no recorrer caminos trillados, a sugerir más que a mostrar: como P.D. James, Antonia Moreno se recrea en las atmósferas y profundiza utilizándolas para contarnos cómo se llega al delito, qué lo promueve, qué hay en la mente de las personas frustradas, qué actos actos pueden llegar a cometer si unas palabras, una situación determinada logran caldear ese espacio frío en que residen los deseos de violencia y venganza que habitan en todas las personas. Un poco harto está uno ya de iniciar lecturas de novelas - igual pasa en las películas - en las que la trama arranca con un asesinato. Sé que se utiliza a veces como excusa, pero demuestra en muchas ocasiones que la imaginación no da para más y el género se apolilla, los inmovilistas lo dominan y lo vulgarizan. Os animo a releer "Sangre inocente", de P.D. James, porque de su lectura saldréis más sabios y con los ojos limpios de muchas telarañas. Eso me ha pasado a mí con Antonia Moreno, con su relato, del que he salido sabiendo más que cuando entré y satisfecho porque constato que aún hay maneras de narrar y presentar a unos personajes y unos hechos de manera profunda, original y muy efectiva sin recurrir a los tópicos, al fácil asesinato y a la mostración típica y superficial de tantos otros novelistas.

Sue Grafton: N de nudo ( 2 )

Reconozco que, como leyendo a Sue Grafton, no disfruto actualmente con ningún otro autor. Kinsey Millhone es un personaje creíble, cercano, su voz parece sincera, cordial, agradable como la que se usa en las confidencias en que no se destripa a nadie, sino que se confían fragmentos de vida sin más deseo ni pretensión que la atención del oyente. Me acuerdo de los días ya lejanos en que empezaba a leer a Raymond Chandler, a Vázquez Montalbán - "Los mares del Sur", "Los pájaros de Bangkok" -, Ross Macdonald - "El hombre enterrado" - y me creía todo aquello a pies juntillas, lo vivía como un niño, saliendo de mí para entrar en las historias que leía de tal manera que al cerrar el libro para una pausa la realidad me asaltaba con fuerza, los objetos de mi cuarto y cuanto veía por la ventana me resultaban nuevos, casi desconocidos, como si volviera de un lejano viaje que hubiera ocupado varios años de mi vida, que no me preocupaba demasiado - ni mirándola para atrás ni para adelante, porque el pesimismo no convivía entonces con las alegrías de la forma rara e incontestable en que lo hace en la edad adulta - y que sentía más amplia, profunda, más llena de asuntos, emociones, sensaciones, palpitaciones, entusiasmos: qué placer, qué alegría leer y sólo tener la cabeza puesta en lo que se lee, ajeno a preocupaciones mundanas y malditamente cotidianas, menores, forzosamente menores aunque nuestro espíritu encogido ahora no las vea así a menudo. ¿Habéis leído últimamente algo con absoluta entrega, por el absoluto gozo de leer? Algo que no os haga pensar: listo este tío, sí, fíjate en lo que hace ese personaje, ya, ya, ah, ahora me ha sorprendido, estoy cansado pero voy a seguir, tengo que acabar el libro, bueno, qué aburrimiento, ¿me salto estas páginas?, en fin, cuando acabe habré aprendido, será beneficioso, instructivo, útil, válido. Algo que no os haga pensar mientras leéis, que os atrape como un beso o una caricia. ¿No? Corred y conseguid un libro de Sue Grafton. De nada.

Sue Grafton: N de nudo

Dice Kinsey Millhone, la detective privada que creó hace ya algunos años Sue Grafton, que " Ni contratando al mejor detective del mundo averiguarás de qué está hecho un ser humano". Ayer escribí sobre dos novelas negras fallidas, las de Carlotto y Correa, y quiero ampliar las ideas que me llevaron a esta afirmación. La novela de Sue Grafton atrapa al lector y merece la pena porque nos habla de seres humanos. Para empezar. La frase del principio ya lo dice todo sobre las intenciones de nuestra autora: la novela negra que escribe Grafton trata sobre los seres humanos, de qué están hechos, qué secretos guardan, qué imagen les ofrecen a los que conocen y qué imagen guardan de sí y para sí mismos. Es la empresa que siempre ha llevado a crear algunas de las mejores novelas que se han escrito, géneros o subgéneros al margen. En la página 80 de "N de Nudo" aún no hay crimen y el interés - el suspense - estriba en saber qué era, qué hacía, qué preocupaba a un hombre que murió de un infarto. Para eso ha contratado la viuda a Kinsey, que revisa los papeles dejados por el hombre, habla con los que le conocieron, hace preguntas y encuentra algunas respuestas. ¿Es esto una novela negra? Sí, porque este género busca descubrir verdades, indagar en el alma humana, y a estas alturas, para resistir y seguir vigente, lo que no necesita son los tiroteos por doquier y los misterios de puertas cerradas, sino las indagaciones que nos ayuden a saber más de nuestra época y de los que pululamos por ella. Vaya: si ése fue el origen de la novela negra, me digo. Y acierta Grafton porque la novela negra actual - la mejor, que también hay otras variedades - es realista, tiene algunos toques costumbristas - quien ha leído a Zola y a Galdós saben de su grandeza - y es profunda porque no se queda en las balas sino que va al fondo de las almas. Ya lo decía Vázquez Montalbán: el detective privado es un catalizador, un mecanismo, un medio, no un fin. Si su voz narradora está bien modulada y no cae en la repetición, la vana anécdota ni el fácil regodeo en la violencia, puede haber novelas como las de Sue Grafton, que están en la cima del género.

Novelas negras posmodernas

Me topo últimamente con algunas de ellas: "La verdad del caimán", de Massimo Carlotto o "Quince días de noviembre", de José Luis Correa. Se percibe en ellas una voluntad de creación y de homenaje al género a la vez que me empalaga, me resulta muy engañoso, demasiado artificial. Son novelas que parecen haberse escrito como colofón a un género, en el borde mismo, antes de despeñarse. Las referencias a novelistas y películas negros aturullan, cansan, y en vez de resultar algo gracioso convierten la ligereza en falta de originalidad, en pesadez. "La verdad del caimán " tiene buenas intenciones, a un autor que intenta ser sincero y, contando una historia muy cercana a su biografía, trata de acercarnos a ambientes que conoce muy bien: pero eso no basta: la literatura, aunque se alimente de verdad, precisa de los ingredientes puramente literarios, como una comida: todas se hacen con parecidos ingredientes, pero la mezcla de ellos, el oficio, la concentración del cocinero, su buen gusto, sus estado emocionales son muy importantes: de lo contrario, los documentales serían mejores que todas las ficciones: y no es así. Con José Luis Correa me quedo paralizado: es un buen narrador pero lastra de referencias culturales - negras, claro - su novela hasta hacerla parecer un pastiche, como si no se creyera la importancia del género y sólo jugara con él, tonteara con él como con una chica a la que no se atreve a entrarle decididamente, a la que no cree merecerse: así, deambula alrededor de la historia, entra y sale de ella pero nunca llega a enviárnosla de una pieza para que la sintamos. Detesto a Tarantino y a los que buscan la inspiración en el arte para hacer más arte, a los que son un producto de la sociedad posmoderna en la que vivimos, de sensaciones superficiales y constantes referencias a sí mismos y a sus gustos y a su pequeño mundo. Si Eugenio Fuentes, Henning Mankell, Vázquez Montalbán, Juan Madrid fortalecieron con sus novelas el género fue porque creyeron en su fuerza, lo hicieron suyo, lo transformaron en la medida de lo posible, siempre sin complejo de inferioridad y sin ligereza. Claro que la novela no ha muerto: espero que estos insípidos ingredientes de la posmodernidad sí desaparezcan: detrás de Carlotto y Correa hay unos interesantes novelistas, en cambio su acercamiento al género es claramente fallido: la novela está muy viva, sólo hay que escribir y amarla: como cuando amas a esa mujer que luego te corresponderá o no. Ésa ya es otra cuestión.

Harper, investigador privado

Se mantiene el empeño del personaje original, Lew Archer, creado por Ross Macdonald: quiere llegar hasta el final en cada caso, sin importarle el peligro, cuánto le van a pagar ni qué puede encontrarse al terminar su investigación. Hay una búsqueda de la verdad, caiga quien caiga y pese a quien pese, porque a Lew nada puede compensarle - ni el dinero -atravesar por momentos duros y dolorosos, empezar y acabar solo una andadura en que conoce a personas con las que no volverá a tener trato, salvo llegar a ese punto en que las mentiras dejan caer sus velos y puedes enfrentarte al rostro de la mentira, a las motivaciones que llevan a matar, chantajear, tratar a tus semejantes como a animales. En esta historia, la idea de un secuestro parte de una pareja de enamorados que no tienen dinero y quieren reunirlo pronto y fácil y concluye con un asesinato por amor, el que comete un hombre que no sabe si mata sólo por un beso. Dinero - como el que buscan el creador de una falsa secta que en realidad es una tapadera tras la cual hay un negocio de tráfico de trabajadores mexicanos por el que les cobran a los trabajadores para traerlos de sus país y a los patronos en Estados Unidos por traérselos - , amor y muerte. Pasiones. Y en medio la razón, el frío convencimiento de un hombre que anhela tan sólo saber qué mueve a amar o matar. Siempre he preferido esta película y la otra historia de Archer/Harper - Newman inpuso el cambio de la letra: Archer significa arquero en inglés y no debía de gustarle: acaso no sabía que ese era el apellido del socio de Spade en El halcón maltés: le faltó un poco de sensiblidad negra-, "Con el agua al cuello", a las clásicas de Marlowe. Archer es más creíble y más próximo, menos aventurero y menos romántico - en el sentido clásico - que Marlowe: también más profesional, menos seguro de sí mismo y más antihéroe. Los temas que tocaba Macdonald también eran más profundos, su indagación en el alma humana más incisiva, y en la soledad de Archer se refleja buena parte de la soledad del hombre contemporáneo, que se relaciona con sus semejantes buscando su lugar en el mundo, su verdad más profunda, pero nunca la encuentra.

Cine negro

Libro de Alain Silver y James Ursini / Paul Duncan . Editado por Taschen.
Con textos en castellano y algunas fotografías a doble página, como en las monografías dedicadas a importantes fotógrafos, este libro -absolutamente en blanco y negro, salvo dos o tres excepciones coloristas - es de esos que el buen aficionado ha de buscar y tener. La portada, con los dedos de una mano reconocible - Robert Mitchum y su HATE, en La noche del cazador -, la contraportada con otros dedos no menos reconocibles - LOVE - ya invitan a la cinefilia, al recuerdo, la nostalgia. Además, muchas fotos de los rodajes no se han tomado desde la misma perspectiva con que se ha filmado la escena en la película, con lo cual son un descubrimiento absoluto. Aquí están las vamps, los detectives, los policías, los gansters, y también algún director dando indicaciones a los actores, como Robert Aldrich. Dividido en unos apartados cuyos títulos lo dicen todo - ¿Qué es el cine negro?, El crimen perfecto, La mujer en el cine negro, El detective privado, Oscuridad y corrupción, por ejemplo -, en un volumen tan bien cuidado como todos los de Taschen, el libro nos llena de imágenes la cabeza y nos invita a hacer asociaciones mentales y comparaciones que se convierten en un juego de mitomanía y memoria ideal para las pausas de las lecturas de novelas o para las tardes en que no tenemos ganas de hablar y queremos estar en nuestro cuarto, pero no solos, sino rodeados de aquellos que viven inmateriales y pujantes en nuestra vida.

El asesinato

A veces a un escritor de novela negra lo miran mal: con la cara de bueno que tiene el tío y no debe de serlo, ¿verdad?, porque se pasa un montón de horas solo, metido en un cuarto, encerrado, planeando crímenes - los que escriben sobre asesinos en serie, como dice mi sobrino, sí que la llevan clara -, eligiendo armas, disparándolas en su mente, tirando cadáveres, ocultándolos. Dios mío, ¿ estos tíos están bien de la cabeza? ¿No son unos sádicos reprimidos? A veces, me dijo el otro día un escritor de novela negra, le dan arrebatos y se sienta y escribe un poema rimado y que habla bien del ser humano. Se lo da a leer a su esposa y ella le dice que es magnífico, hombre, con lo sensible que eres tú. Este amigo va al supermercado y mientras coge unas latas de tomate frito o una bolsa de verduras preparadas mira a los que le rodean y se pregunta: ¿Seré un bicho raro? Se consuela a veces diciéndose que más morbosos son los lectores, que se leen lo que él escribe y a veces hasta se lo releen. Esos sí que son unos enfermos, aseguró un día, sentado frente a mí en un bar. Y me piden que les firme los libros y me dicen: Me gustó mucho su anterior novela, la del asesinato del estudiante. Mi amigo se bebió el café y puso cara de tristeza, de honda melancolía- esta frase es un poco poética, pero sé que me la perdonará cuando lea esta entrada del blog - y al cabo, como si despertara de un trance, sonriente, me dijo: Chungo es lo de Patricia D. Cornwell, tío, todo el día con su personaje ese de la forense. Recuperó la autoestima y lleva ya mi amigo un mes sin salir de casa, escribiendo otra novela, en la que muere un leñador. Ha decidido llevarse a su detective al campo y sólo meter un muerto en la novela. Cuando va al supermercado, pensando aún en que lo más desagradable lo ponen todos los días en los telediarios - y a la hora de comer, que no respetan nada, Paco -, ensaya una nueva manera - mental, eso sí - de matar a una víctima novelesca. La verdad es que siempre le he defendido, pero cada vez me cuesta más tomarme un café con él. Y ya nunca quedo a solas en su casa. Sólo voy si está su mujer - y mejor si están también sus tres hijos-. Mi amigo ha cambiado. Desde que ha empezado a hacer caso de ciertas opiniones, el rostro se le ha vuelto torvo y se le pierde la mirada y noto que la tiene fija en una persona y quizá está pensando en cómo la mataría si fuera uno de los personajes de sus novelas.

(Incluido en el libro Almería 66)

Ahora me llaman Sr. Tibbs, de Gordon Douglas

Ya el planteamiento, el ritmo más pausado y meditativo indica que la película es de otra época, su profundidad nada tiene que ver con las películas de ahora, tan huecas, con tanta acción para tapar las carencias de las tramas en que todo se da resuelto, masticado, sin aristas, plano en tantas ocasiones en cuanto a creatividad se refiere, tan deudoras de lo antes visto, como la posmodernidad exige. Las interpretaciones eran fundamentales y la planificación de las escenas servía para darnos ideas y mensajes con los que lidiar, con los que irnos a la cama llenos de dudas, porque eran aquéllas películas no llenas de palabras y escenas transparentes sino llenas de preguntas dadas a la discusión, al debate. Un predicador que habla de Dios y, acto seguido, defiende su papel político a las claras, su apuesta política sin ambages. Un policía que es su amigo y ve al gran hombre pero no quiere ver al pequeño, humano hombre que tiene pasiones y puede haber matado. Un padre que se enfrenta al hijo rebelde, le pega y le dice que haga una cosa por favor, vuelve a pegarle y vuelve a pedírselo por favor. Qué libertad en la década de los setenta. Qué retroceso en los ochenta, con la aparición de Reagan. Y así hasta hoy, en tiempos de recesión, de claro retroceso, en que lo evidente se vuelve opaco, en que lo conseguido se pierde y hay que volver a empezar de nuevo, tras el triunfo de unos valores reaccionarios que privilegian el dinero, la fama y el triunfo por encima de todo. ¿Sufre un policía al detener a un amigo, al enfrentarse al hombre caído, al predicador lleno de pasiones humanas? Merece la pena recuperar esta película. 

Flashback

En el libro La novelística de Antonio Muñoz Molina: sociedad civil y literatura lúdica, de Salvador A. Oropesa, encontramos este párrafo:

" Es curioso que una de las características principales del cine negro es la importancia que el sueño, especialmente en su sentido freudiano, tiene, lo que en lo literario se entronca con el surrealismo (por ejemplo, el uso que Hitchcock hace de Salvador Dalí). Muchas películas pertenecientes al cine negro contienen sueños o toda la acción no es más que un sueño, una especie de flahsback tras una experiencia traumática por parte del protagonista, así, Vértigo... de Alfred Hitchcock o Point Blank de John Boorman (A quemarropa...). "

Citas: Joan Ramón Resina

La forma de la novela policiaca se ha convertido en refugio de escritores y lectores reacios a sacrificar totalmente su capacidad de ilusión, aun cuando se vanaglorian de no hacerse ilusiones respecto al arte y la fantasía ( a los que cabe añadir la política, las ideas, la razón y la ética).

Joan Ramón Resina: El cadáver en la cocina. La novela criminal en la cultura del desencanto. Editorial Anthropos, 1997.

Al final del edén, de Larry Clark

Hay películas que no te atrapan por su belleza, por la interpretación de sus actores ni por el nombre de nadie de los que han participado en su realización. No digo que éste sea el caso, porque James Woods y Melanie Griffith me parece que son dos actores con merecido crédito. Pero os animaría a ver la película como si ninguno fuera conocido, como si todos fuesen principiantes o de un país remoto. Algo de esa intención hay en lo que nos cuentan, aunque no se puede decir que los motivos estadounidenses no estén por todas partes, desde los paisajes hasta las canciones - estremecedora Every grain of sand, de Bob Dylan, en los créditos finales -, pasando por la violencia contundente y seca. Creo que es una historia atemporal: un joven ladrón que se une a dos ladrones para dar golpes más serios-con mayores ganancias- y tiene un aprendizaje en el  que no faltan sorpresas muy desagradables ni tiroteos, un aprendizaje no de lo bueno -como en muchas novelas y en otras películas- sino de lo malo, de lo peor. Las escenas de violencia son cortantes, exactas, dolorosas por su concisión y efectividad. Y la relación del chico con su novia, que le acompaña en su aprendizaje de ladrón adulto, tan desoladora como uno de esos paisajes rotos y sin final de las carreteras vacías de los Estados Unidos. ¿Hay aquí convencionalismo, han conseguido con esta obra arriesgada evitarlo? Creo que sí, de sobra, han eludido los tópicos y han contado una historia de manera descarnada, con un acierto que la hace parecer una película adulta cuando la pones al lado de -pongamos por caso- cualquiera de Tarantino: aquí no hay violencia gratuita ni morbo. Al final del edén es una película necesaria, simbólica, sin concesiones, un duro canto a los valores perdidos y acaso nunca vistos, un retrato ácido y desamparado de los que nunca vencerán y saben que no pueden hacerlo. Si la ves con ojos limpios, puede que acabes sintiendo que cualquiera de nosotros podría ser uno de esos personajes desterrados, sin fe en nada que pueda darles fe, solos y terriblemente desesperanzados. Tú o yo. Cuestión de suerte.

Beltenebros, de Muñoz Molina ( y Payá Beltrán )

Comentaba hace poco con unos amigos qué pocos libros de estudios literarios se publican. Antes había muchos de comentarios de textos, otros que abordaban la obra de un autor -en su conjunto o una novela en particular -, otros que valoraban la narrativa en ciertos períodos. Ahora visitas las librerías y te encuentras muchos libros con títulos como "Escribir novela", "Redactar bien", "La creación del personaje", "La descripción", que, como veis, sucumben a la moda de la especialización, el parcelamiento continuo en que se nos obliga a vivir. Hay escuelas de letras y cursos de narrativa -supongo que interesantes, como los hay de cine- pero siempre he desconfiado de lo que está sujeto, programado, estipulado. Siempre he aconsejado hacer las cosas con pasión, dejarse llevar por el instinto, que es inteligentísimo, y moverse de un lado a otro por las derivaciones que marcan nuestros gustos literarios: si lees a Muñoz Molina, por ejemplo, y te informas de quiénes le han influido, llegarás a Onetti, a Borges, y el viaje será tan satisfactorio que te resultará inolvidable. Por eso quiero destacar hoy no el libro de Muñoz Molina, sino el estudio que en la edición de Cátedra presenta José Payá Beltrán, y que aborda temas tan variados como el suspense, las influencias cinematográficas de la novela, el estilo y el ritmo de la prosa o la utilización de la comparación. Son noventa páginas, centradas en Beltenebros, que suponen una pequeña guía y, a la vez, unos apuntes utilísimos sobre el proceso creativo de un autor y su obra. Tenía ya otra edición de esta novela y compré la de Cátedra tras echarle un vistazo al detallado y ameno trabajo de Payá. Si en cine hay muchos libros que comentan los entresijos de las películas, en literatura lo más parecido es esto. 

Jade, de William Friedkin

Este director nos dio la estimable Vivir y morir en Los Angeles. Esta película presenta un final que no es el típico ajuste de cuentas, la ley ganadora y el malo muy malo entregado a la justicia o muerto por la mano ejecutora de alguien que impide que el tipo vaya a la cárcel y salga libre después, etc. Hay una escena de acción con dos coches persiguiéndose muy meritoria, incluso en un momento de acción en el puerto (o junto a un río) parece que el coche respira, tiene vida propia, es como una bestia que anda y bufa y va a atacar y causar daños importantes a todo cuanto se ponga por delante. Es una escena memorable. El erotismo de Linda Fiorentino también es recordable, como los planos cercanos de su cara. La seriedad y el rigor de David Caruso también merecen destacarse. Y otro detalle más: hija de su época, la película tiene una serie de tics que la emparentan con otras parecidas y que tocan temas semejantes y con toques sensuales y de misterio parecidos. ¿Por qué ocurre esto? ¿A los guionistas les obsesionan una serie de temas que pululan cinematográfica o socialmente por el inconsciente colectivo de esa década? ¿Deja la película una fragancia permanente, como "Gilda" en su contexto, como "Rebeca"? Quizá no. Pero, siendo positivo, extraigo una idea común a algunas de las películas con las que está hermanada: una mujer que se libera, que se acuesta con quien quiere, que castiga al marido que le pone los cuernos poniéndolos ella, que es activa en la cama, que reconoce ser atrevida y ser la que manda. Sí, ya hay algo del reflejo de una época. Y el papel del hombre también queda retratado: pasivo o demasiado violento con ella, entregado o simple utilizador, sin término medio, si os fijáis. Sí, es una película para guardarla y volver a verla dentro de veinte años. 

P. D. James: La sala del crimen ( y 5 )

Las historias se olvidan, lo que queda son los personajes y las atmósferas, los ambientes. Esa es la primera enseñanza que le ofrece esta novela al escritor que ahora se está formando. No hay falsedad en P.D. James, no hay impostura ni exageración. Juega sus cartas descubriéndolas y no se guarda ases falseadores en la manga. Planteamiento, exposición y desenlace. Así está construida La sala del crimen. Una distribución meditada y correcta, con capítulos largos y abundantes detalles de lo que hace y piensa el personaje al que enfoca la luz de la narración. Claro que hay tradicionalismo en la investigación, en el desenlace, porque se trata de la heredera de Agatha Christie, que nadie se engañe ni se sienta engañado. El culpable es descubierto, el policía que investiga es muy inteligente y va por delante del lector, es independiente e incorruptible. Son tópicos, pero los supera la escritora con su talento y sensibilidad. En Agatha Christie la frialdad empaña los logros narrativos, por ejemplo, y en otros autores las buenas intenciones quedan hundidas por culpa de la impericia técnica. La novela es un artefacto, una creación que, como un cuadro o una escultura, precisa de ideas previas pero también de un alma que las ejecute, que las viva mientras van naciendo: de lo contrario, nacen muertas. La inteligencia de P. D. James se ve en la contraposición de caracteres y ambientes, en la facilidad con que se mueve la voz narradora junto a un personaje anciano y luego junto a un personaje joven. La sensiblidad de P.D. James hace que nos creamos a esos personajes, que los sintamos vivos, tanto si sus actos y pensamientos nos agradan como si nos repelen. Cuando cierras la novela, la detective Kate queda muy claramente definida en tu memoria, Dalgliesh también, y Tally Clutton, y Caroline Dupayne, y Muriel Godby. 

P. D. James: La sala del crimen ( 4 )

En una reciente entrevista, aparecida en el diario El País ( 15-4-2006), decía P. D. James que "Un novelista debe de ser capaz de comprender otras posturas y penetrar en los sentimientos de quienes no comparten tus ideas". Benditas palabras de alguien que simpatiza con los tories. Predicando con el ejemplo, uno de los principales personajes de su novela -Kate Miskin, detective inspectora- se detiene a pensar en la lucha de clases: "Siempre había considerado la lucha de clases el recurso de las personas fracasadas, inseguras o envidiosas, y ella no era ninguna de las tres cosas. Entonces, ¿por qué estaba tan enfadada? Había empleado muchos años y energía tratando de superar el pasado, de dejar atrás de una vez por todas su condición de hija ilegítima, el hecho de que nunca conocería el nombre de su padre, aquella existencia en el bloque de barrio con su abuela gruñona, el olor, el ruido y la desesperanza que todo lo impregnaba... Y aun así, dedicándose a un trabajo que la había alejado de los edificios Ellison Fairweather más eficazmente que cualquier otro, ¿no había dejado allí una parte de sí misma, una especie de vestigio de lealtad hacia los desposeídos y los pobres? Había cambiado de estilo de vida, de amigos e incluso, por etapas casi imperceptibles, de manera de hablar. Se había convertido en parte de la clase media. Sin embargo, a la hora de la verdad, ¿no seguía todavía del lado de aquellos vecinos casi olvidados? Y ¿no eran las señoras Faraday, la clase media próspera, culta y liberal, quienes al final controlaban sus vidas? ¨Nos critican por reaccionar con respuestas intolerantes que ellos jamás experimentarán -pensó -. No tienen que vivir en un barrio de viviendas del ayuntamiento con un ascensor cubierto de pintadas y una violencia incipiente pero constante. No envían a sus hijos a escuelas donde las clases son auténticos campos de batalla y el ochenta por ciento de los niños ni siquiera habla nuestro idioma. Si sus hijos se convierten en delincuentes, no los envían a un tribunal de menores, sino a un psiquiatra. Si necesitan tratamiento médico urgente, siempre pueden recurrir a la medicina privada. No es de extrañar que se permitan el lujo de ser tan puñeteramente liberales.¨" Lo que me lleva a pensar, amigos, que es cuanto menos sorprendente que sea en una novela policiaca donde encontremos unas meditaciones de este tipo, que no se encuentran ya en ninguna clase de novela, y menos aún que partan de la imaginación de una escritora que milita personalmente en la derecha. ¿Será que le ocurre como a Balzac, claramente reaccionario en su vida social y revolucionario en su obra literaria? No lo sé. La verdad es que la novela negra, por definición, pertenece al ámbito de la izquierda -no confundamos novela negra con novela policiaca, apartado en el que hay que situar a los escritores como Agatha Christie y seguidores, para los que el crimen y su resolución son un simple entretenimiento, a diferencia de Chandler o Hammett, que lo sitúan en escenarios con raíces sociales-, pero se dan casos curiosos como el de nuestra admirada autora británica que es capaz de incluir en sus páginas meditaciones que les resultan ya ajenas literariamente incluso a viejos novelistas negros, luchadores de la vieja izquierda. 

P. D. James: La sala del crimen ( 3 )

Me molestan los tópicos, siempre ha sido así, y no puedo ni quiero evitarlo. Cuando veo a esos policías fríos, distanciados, de vuelta de todo, me digo: ¿por qué no lo dejan?, ¿de dónde sacan fuerzas y motivación para seguir? El sueldo creo que nunca es suficiente. Pues bien, leyendo "La sala del crimen", de una autora tan bien documentada como P. D. James, me encuentro con estas líneas: " La ira en la escena del crimen era un sentimiento natural y a menudo constituía un acicate loable para entrar en acción; al detective que se hubiese vuelto tan indiferente, tan insensibilizado a causa de la naturaleza de su trabajo que ni la lástima ni el dolor hallaran un hueco para manifestarse en su respuesta ante el dolor y la destrucción humanos, más le valía buscarse otro trabajo" ( pág. 311, Byblos). Todos nos movemos guiados por las emociones, aunque unos por las más inmediatas y otros por las que tienen bajo control, enfriadas, dispuestas como en un catálogo para elegir la más adecuada en cada caso. Todos nos implicamos: sentimos dolor, pena, lástima, desprecio, interés ante el hecho luctuoso. Los escritores que lo saben y aciertan a transmitirlo crean a unos detectives que son héroes con su carga necesaria de antihéroes, de humanos, diríamos más claramente, y los lectores los reconocen, los siguen: pienso ahora en el Wallander de Mankell, tan lleno de sensaciones contradictorias, y en el propio Dalgliesh de P.D. James, al que su autora lo convierte en poeta, además de ser policía, con éxito y de manera creíble: consiguen mostrarnos los claroscuros del alma humana y nos reconocemos en ellos, nos sirven para meditar y aclararnos, para sentir con ellos mientras avanzamos en la resolución de sus casos. No os extrañaréis si os digo que Sherlock Holmes siempre me ha parecido sólo un personaje literario y que, por contra, aún pienso que algún día conoceré personalmente a Carvalho, a Wallander, a Kinsey Millhone.

P. D. James: La sala del crimen ( 2)

Hay momentos, cuando estás leyendo, en que el autor parece pasarte una mano por la cara y te despierta. Me ha ocurrido en un momento en que la secretaria y amante de un psiquiatra confiesa que se sentía más lejos de él cuando acababan de hacer el amor - esas tardes de labios cerrados elegidas por el psiquiatra para comer, hacer el amor, dormir - que tomando sus dictados en la consulta. La mujer le ama, incluso ahora que él ya no está con ella, de eso no tiene ninguna duda. Le ha amado durante mucho tiempo. Ha querido darle todo lo que podía darle. Pero ese algo inefable e inasible que los separaba le ha dejado una herida que intenta cicatrizar hablando, haciéndola palabras: dichas a un comisario en una investigación, sin que la presionen, sin que la fuercen a hablar ni a revelar su oculta relación con el psiquiatra. 

P. D. James. La sala del crimen

Leyendo "La sala del crimen", se llega a a la página 52 y se percata uno de que no ha habido crimen todavía, nada cruel ni ensangrentado, sino tan sólo un encuentro de dos amigos que van a visitar un museo. La capacidad envolvente de las atmósferas policiales que crea P. D. James es de sobras conocida, pero quizá menos su aptitud para hablarnos de otros temas. 

Tánger, de Juan Madrid: la película

La película no tiene el mismo argumento que la novela. La ha adaptado el propio autor y ha hecho cambios, ha actualizado la trama. Tiene las destacables interpretaciones de Ana Fernández y Jorge Perugorría. José Manuel Cervino vuelve a ser el malo. Fele Martínez tiene una aparición corta. Los cambios le sientan bien a la trama, ofrecen nuevas aristas, nuevas profundizaciones en los personajes. Son como variaciones, en lenguaje musical. Es una pelicula a contracorriente. Se atreve a hablar del neofascismo español y le pone caras. Se atreve a hablar de las redes de tráfico e inmigrantes y les pone cara. Se atreve a hablar de políticos, infidelidades, buenos aparentemente buenos y malos aparentemente malos y les pone caras. Yo creo que es una película adulta, a diferencia de la mayor parte del cine actual, con todo hecho, bien compartimentado, para que veamos lo blanco, blanco y lo negro, negro, sin contrastes, sin inquietudes, tan manipulado que da miedo y vergüenza a partes iguales. Esto sí es cine negro, cine en el que se denuncian cosas y se habla de la vida real, donde todos los delincuentes no van a la cárcel -si tienen poder, aún menos-, donde los inocentes son las primeras víctimas -a veces las únicas-, donde las mujeres siguen siendo débiles y utilizadas. Pocos directores y novelistas tratan al espectador y al lector sin insultarle, sin tomarle por un niño, y Juan Madrid es una excepción a tener en cuenta.

Juan Madrid. Tánger ( y 2)

La novela presenta una estructura interesante: se mueve pegada a varios personajes -está narrada en tercera persona-, que se encuentran pocas veces a lo largo de la historia, y nos da las emociones de un solo personaje en cada fragmento. El tema, los nuevos y viejos fascismos, arroja un saldo que estremece: antes había y ahora los hay, pegados siempre al poder y a los poderosos, que tienen acceso a las armas, a los que dictan las leyes y a los que pueden engañarlas. La primera función de la novela negra es la crítica al poder, la denuncia de las lacras que lo visten y lo arropan. Hay riesgo al practicar este tipo de literatura, pero tiene una recompensa: si Shakespeare nos hablaba de reyes y príncipes y nos contaba sus excesos, si su obra ha pasado a la posteridad es porque miraba y tenía el valor de mostrar las corrupciones y los asesinatos y los excesos de todo tipo radiografiando unas sociedades que ahora miramos con desdén y pálida rabia. Shakespeare pasó a la posteridad porque su obra es esencial y útil -además de tener a la más alta literatura de su lado, claro está-, porque habla de personas y personajes y situaciones que sirven para definir. Igual hace, salvando todas las distancias, Juan Madrid: contar la esencia de lo que ocurre, de lo que ve, con un lenguaje sencillo y muy efectivo, con calidad literaria. No hay escapismo aquí y sí mucha valentía, literatura comprometida, útil, hay una historia que se queda en nuestra memoria. Juan Madrid es uno de los mejores escritores españoles de novela negra. Un personaje como Leo el Cubano lo atestigua. U otro como el Rai. Son personajes muy bien definidos, sin simplicidades, sin psicología barata. Tienen las contradicciones propias de los que existen, ya sea en papel o en la realidad más palpable. Y que nadie se engañe: no hay aquí violencia gratuita, disparos a lo Tarantino, denuncia de escritor de salón. Juan Madrid ha investigado, ha olido los ambientes de la corrupción. De esa corrupción que es una sombra que habita en el pecho de muchos que creen estar al sol.

Diario de un detective privado ( II )

Los detectives privados estamos hechos de pasado. Sin el pasado, nuestra profesión no tendría sentido, seguramente no existiría. Buscamos a personas desaparecidas pero primero indagamos en su pasado, avistamos su vida desde una atalaya mental para encontrar los hechos más destacados y, a partir de ahí, centrarnos en cuatro o cinco lugares, cuatro o cinco personas. Quien desaparece voluntariamente siempre tiene un escollo en su pasado, una situación que no pudo digerir o una persona a la que no le dio lo que quiso o a la que le hizo algo que no debía. Si somos seres humanos es porque recordamos nuestro pasado. Eso nos diferencia de los animales. Busco a personas y por un rato trato de entrar dentro de ellas, de ser ellas, de sentir la música que les gustaba, y me pongo la ropa que preferían, me echo en una cama en la que durmieron e intento imaginarme qué las agobiaba, qué salida le habrían buscado a un problema complejo. El cine y la literatura se nutren del recuerdo, son recuerdos mutados en palabras y en imágenes. Cuando mi madre enfermó de Alzheimer me pregunté si debía de dejar la profesión. No lo hice, pero a veces me pregunto qué pasará conmigo el día que ya no sea capaz de recordar, el día en que todo sea un presente llano, sin profundidad, un eterno presente sin aristas, sin dolor y sin la felicidad de recordar un buen momento. Tendrían que aprobar la eutanasia. Yo dejaría escrito en un papel que me liquidasen justo al entrar en la época en que perdiera mi pasado. A mis familiares les dejaría todos mis recuerdos. No quiero dejar dinero ni objetos materiales. Sólo mis palabras, mis anécdotas, las historias que les haya contado una tarde bebiendo vino y sintiendo que el mundo es un largo campo lleno de agradables luces y muchos, muchos recuerdos.