Ross Macdonald: La Wicherly


Novelas como La Wycherly prueban que Ross Macdonald es el mejor escritor que ha tenido el género negro. El libro lo publicó Alfa hace casi 30 años y no ha sido reeditado. Espero que RBA, la editorial que está trayendo de nuevo al público lector los libros del gran maestro de la novela negra, lo remedie. Si comparásemos esta novela con el grueso de lo que se publica hoy en día, con lo más destacado y lo más laureado, tendríamos la impresión de mirar a niños al lado de un hombre: por talla intelectual, moral y literaria. Porque en Ross Macdonald la novela negra es la expresión de los males más hondos del hombre, de sus problemas y sus secretos más profundos e irresolubles, de sus gritos de pánico cuando su esencia humana se halla ante el precipicio de los sentimientos definitivos. Así, matar y amar no se diferencian tanto, pueden confundirse, y basta un segundo de locura -o de irremediable lucidez- para matar o matarse. La novela negra de Ross Macdonald, como digo siempre, es la tragedia griega en el siglo XX y entre ricos, familias destrozadas y padres e hijos que no han sabido comunicarse, entenderse, amarse. A diferencia de casi todo lo que se publica actualmente, la novela negra de Ross Macdonald no es una excusa, no es una moda, no es un producto ni un eco vano de lo hecho en el pasado.
La Wycherly (1961) es un paso adelante en la carrera de Macdonald porque la indagación en el alma humana es más certera y afilada que en anteriores obras, porque contiene un final contracorriente y una confesión en la que hay una semilla shakespeariana innegable y muy bien asumida, no trasplantada por las bravas, sino perfectamente entendida y sembrada, cultivada y crecida en otras manos y en otra mente creadora que no por expresarse dentro de un género rebaja la integridad y la verdad de cuanto dice y propone. Macdonald escribe novela negra porque en este tipo de obra la violencia no resulta extraña, se puede hablar de asesinatos y de conductas inconfesables con la voz apropiada, nada religiosa ni sermoneadora ni lánguida ni catastrófica ni sensacionalista: desde el umbral de las cosas. Y su corpus novelístico, insisto, es el mejor que se nos ha ofrecido, ya que Chandler nos legó la novela más grande del género -El largo adiós-, pero también otras más flojas y sin atisbos de genialidad; ya que Hammett se marcó unos límites demasiado precisos y su behaviorismo lo perjudicó.  De los tres grandes, Macdonald es el que más insistió, el que más fe mantuvo, el que más lejos llegó. 
Hay en La Wicherly, por supuesto, aún rasgos del primer Macdonald y de lo pulp, como golpes con los que se desmaya al detective u oídos al otro lado de puertas para captar conversaciones decisivas, pero lo que distingue al mejor Macdonald no falta y brilla con mucha fuerza: la convicción de Lew Archer de que cuando te ha tocado una historia has de seguir hasta el final, caiga quien caiga -eso tan antiguo que se llamaba honestidad, deseo de saber la verdad, participar de ella-, la sensibilidad finísima del narrador que, mediante agudas y nítidas comparaciones, va cargando el texto de valor y de lirismo, a la vez que de sentimientos nada impostados, firmes y con raíces; la soberbia capacidad fitgeraldiana y hemingwayana del autor para diálogos de gran altura -el que mantienen casi al final de la novela dos amantes en la cama ya lo quisieran para sí muchos guionistas y muchos otros novelistas- y la concepción de personajes poderosos con pies débiles, vistos de frente y limpiamente; la apuesta decidida por la crítica y el cuestionamiento de valores en un momento en que la sociedad estadounidense pujaba por estar en los más alto del mundo, exportando valores y creencias -escribe Macdonald: La seguridad. El gran sustituto norteamericano del amor-; la convicción absoluta de que la novela es el mejor vehículo para exponer las contradicciones del ser humano, sus miedos y sus frustraciones -de un paciente con una enfermedad coronaria se dice en el libro: Se tocó el pecho delicadamente, como si encerrara a un animal enfermo que podía morderle-: como catarsis, como método de comprensión y asunción.   

Epitafios


Esta serie argentina, ofrecida en España por Canal +, tiene como protagonistas principales a un policía, un asesino en serie y una psicóloga. Tras un planteamiento sin demasiada originalidad, nos metemos de lleno en asesinatos, investigaciones, carreras, momentos de emoción con un ojo abierto y otro cerrado, pero después los abrimos ambos porque la interpretación de los actores es, como mínimo, notable y la realización más propia de una película que de una serie para televisión, con una fotografía muy destacable, una música perfectamente encajada y de gran intensidad y una evolución de la historia que, gracias al buen uso de la emoción hitchcokiana y al suspense nunca estirado hasta lo inverosímil, nos atrapa y no nos obliga a anticiparnos a la trama y sentir que estamos ante un déja vu ni a aburrirnos contemplando las mismas imágenes impactantes y las mismas frustraciones y devaneos con las conocidas fórmulas adrenalínicas. Julio Chávez, una vez más, borda su papel y Antonio Birabent compone muy acertadamente el papel de un asesino que a ratos parece amable y próximo y a ratos simplemente deseas ver atrapado y reducido. También las intervenciones de Paola Krum y, sobre todo, Cecilia Roth son de gran altura. El capítulo en que el asesino atranca la puerta de un edificio y se dedica a matar a los habitantes del mismo es quizá el más impactante y también el mejor.

Rafael Narbona y la novela negra

En El Cultural de este pasado viernes, 11 de noviembre, a propósito de una novela de Petros Márkaris, muy bien valorada por el crítico Rafael Narbona (Con el agua al cuello, título con claras connotaciones macdonaldianas), meditaba con mucho acierto el colaborador de esta estimable revista gratuita en torno al género negro. He aquí dos frases pocas veces mejor dichas: 

La novela policiaca plantea un misterio y promete un desenlace sorprendente. La novela negra mantiene la expectación, pero el misterio se mezcla con el estudio psicológico, el retrato social y los dilemas morales. 

Nuevas reseñas de Almería 66

Elèna Casero, bloguera y escritora, en su blog reseña el libro. Podéis leer la reseña aquí.


Herminia Luque, que acaba de publicar una nueva novela, en la revista Calibre .38 ha escrito también sobre Almería 66. Lo tenéis aquí.





Dashiell Hammet: "El agente de la Continental"


Hay en Dashiell Hammett un deseo de verdad que no es muy común. Una voluntad de no mentir, de no añadir a sus historias más que la ficción necesaria, las mentiras o invenciones imprescindibles. De ahí que no haya en este libro complicadas tramas detectivescas ni sorpresas encadenadas ni finales en que se desvela la identidad de un asesino. Hammett nos habla del hampa, de los delincuentes, de sus mentiras y sus maniobras para burlar la ley y a sus representantes. Como el narrador es un detective privado de una agencia, la Continental, el punto de vista está, obviamente, del lado de la defensa de la ley, pero la habilidad de Hammett es tan grande que hay detalles que no se pueden pasar por alto, como que el detective no tiene nombre y, en cambio, los asesinos y ladrones sí, y sabemos mucho de estos y de sus vidas y ese conocimiento nos sirve para pisar los charcos, mancharnos de agua y tierra, ser mientras leemos los delincuentes tanto como el detective que los persigue y busca detenerlos y llevarlos a la horca. Que el mundo de los malos sea más rico y esté contado con más detalles que el mundo de los buenos no indica que a aquéllos se les perdona su conducta ni se rebaje la importancia de sus hechos sangrientos. Pero Hammett ya no habla de malos sin pasado ni razonamientos, ya no habla del hampa para entretenernos y mostrarnos que los delincuentes son unos equivocados a secas, sino que nos está diciendo que esos seres están de ese lado y se defienden porque están de ese lado, acaso porque en la sociedad en la que les ha tocado vivir no hay más posibilidades para ellos que las de la fuga o la muerte.
Siete relatos integran este libro. En uno de ellos, escrito en los años veinte del pasado siglo, La muchacha de los ojos de plata, Hammett juega con unos ingredientes que serán primordiales en muchísimas obras del género: la mujer mala que maneja a los hombres a su antojo, el detective que lucha contra ella pero en algún que otro momento duda si pasarse de su lado y arrojarse en sus ojos, en su belleza, y dejarse vencer por la tentación. También la acción: hay muertes, hay asesinatos, hay persecuciones en coches rápidos, hay tontos enamorados y listos que se hacen ricos a costa de la imbecilidad de los demás. En medio de todo, el detective sin nombre, sin felicidad, sin recompensa que pueda valer de contrapeso a los sufrimientos que padece y los horrores que se ve obligado a contemplar. Y una pregunta, que creo oportuna y que cualquiera podría hacerse: ¿merece la pena leer a Hammet después de todo lo que se ha escrito, sabiendo que apenas nos sorprenderá ya lo que nos espera en las páginas de este libro escrito hace casi un siglo? Después de tantas películas, tantas series de televisión, tantas novelas que han copiado y desdibujado el modelo, ¿vale la pena volver a la fuente original? La respuesta es clara: sin duda, es como volver a mirar con ojos limpios de cansancio, fatiga y sueño una cara que nos espera y nos alumbra sólo con posar en ella nuestra mirada.

Miguel Sanfeliu: Los pequeños placeres

Seguro que no van a ser pequeños esos placeres, sino muy grandes leyendo este libro de alguien a quien admiro y respeto mucho, porque ha ido construyendo a un escritor de seguro talento -que es él mismo- con calma y con tesón, consciente de que juzga el tiempo amigo y porvenir, no las voces inmediatas y apresuradas.





Es una novedad, pero sólo en apariencia: son textos emparentados con lo clásico, con lo que llega para quedarse.

Ross Macdonald: La mueca de marfil

Ross Macdonald es un gran escritor, un fino estilista que llena las novelas de agudas comparaciones, de reveladoras comparaciones (algo que no desaparece cuando el texto es traducido a otras lenguas, que une dos ideas o dos imágenes y me parece un acierto cuando se maneja con la gran maestría de que Macdonald hace gala), de bellas comparaciones. La prosa es límpida, fácil de leer, pero se nota que está muy trabajada, que no es producto de un autor que escribe con piloto automático, sino que pule y encauza la creatividad para huir del barroquismo y de la oración larga mediante la utilización del adjetivo preciso, que a veces sustituye a varias palabras y evita la subordinada, elimina el exceso de palabrería y de vano lucimiento sin por eso restarle a la narración ningún tipo de información ni de color. Un muchacho negro con bañador amarillo lava con una manguera un cupé Ford desteñido que está "estacionado bajo un pimentero en el camino de entrada a una casa de una planta con galería" y una chica negra se le acerca: "Él sonrió cuando la vio y le arrojó, con un golpe de muñeca, rocío de la manguera. Lo esquivó y corrió hacia él olvidando su dignidad. Él rió y dirigió el chorro hacia arriba, directamente al árbol, como un surtidor de risa visible que me llegó en forma de sonido medio segundo después". Así narra Lew Archer, así escribe Ross Macdonald, autor que, sigo diciéndolo, es el mejor que ha dado este género, pues consiguió dar un paso más y logró llevar un poco más adelante la novela negra tomando el testigo de Hammett y Chandler.

Alberto Olmos (cita)

La literatura se hace con palabras, exclusivamente con palabras, y esas palabras, bien llevadas, bien torturadas, pueden ofrecer sensaciones que no ofrecen ni el cine ni el porno ni Apple.



(Entrevista con Alberto Olmos. Texto de Álex Gil. Revista Qué Leer,  nº 169. )


Foto: Ical / El Mundo

Rubem Fonseca: El gran arte (cita)

Afirma en la novela un forense lo siguiente:

Todos los grandes personajes de la literatura, si uno se fija, son asesinos. Comenzando por Caín - la Biblia es un libro de historias de homicidas- y siguiendo por Ulises, Edipo, Electra, Otelo, Macbeth, Raskólnikov, Sorel y otros. 

Perdidos en la Atlántida

Es el blog de la Librería Atlántida, de Granada, y en él se habla mucho y muy bien de libros.
Para visitarlo sólo tenéis que pinchar AQUÍ.

No habrá paz para los malvados, de Enrique Urbizu

Sin duda, lo más destacable de esta película es la interpretación de José Coronado, actor que empezó siendo mediocre (muy limitado, con un solo registro, de voz algo cursi) y ha alcanzado un nivel de excelencia impensable y también innegable. La película es él. Con sus miradas (duras, frías, fijas, hondísimas), con el tono de su voz (quebrada, rasposa, cortante), con su melena leonada, con la agresividad que imprime a cada gesto compone un personaje que asusta, que impide que relajes tu atención, que decaiga el interés de una película que no es tan brillante como la crítica reciente ha destacado, pues no cuesta ver algunas debilidades del guión y resulta fácil cansarse con lo que no es, en definitiva, sino otra trama policial con juez, policía bueno y policía malo, pequeñas sorpresas y final más que presumible. Eso sí, el cine español no puede alardear de ofrecer a la memoria muchas películas secas, directas, mantenidas en un pulso narrativo sin alardes ni estridencias vanas en el género negro y esta No habrá paz para los malvados se cuela en la lista y casi la encabeza directamente.    

Eugenio Fuentes: Contrarreloj

No le sobran a la novela negra española grandes autores. Eugenio Fuentes es uno de los mejores, pese a algún altibajo, y sus novelas suelen ser una muestra de talento y cordura. El talento lo tiene porque es dueño de una prosa de calidad, rara en el subgénero, con muchas frases subordinadas y creativas que lo alejan del esquema facilón y del behaviorismo, magistral en manos de Dashiell Hammett y vacuo en tantas otras. La cordura la posee porque no malgasta las fuerzas mentales en imaginar rocambolescas tramas cuyos finales son habitualmente, en las manos de los escritores de menor talento, polvo esparcido al viento: humanista por encima de todo, atento a los sentimientos y a las manifestaciones del deseo, el miedo, el dolor y la pérdida, sus historias nos hablan de personas, de sus racionales anhelos y sus locos accesos de violencia. La mirada de Fuentes es semejante a la de otros grandes autores que, dentro y fuera del subgénero negro, siempre manifestaron comprensión por sus semejantes y no juzgaron a la ligera ni condenaron porque sí. 
Contrarreloj es una novela que encaja muy bien en el conjunto que el escritor cacereño viene dedicándole al detective privado Ricardo Cupido. Es éste heredero de las formas y maneras de los detectives ingleses, se muestra reacio al uso de la violencia y recurre a forzadas artimañas para aclarar un dato o averiguar quién es el culpable de un asesinato sintiendo remordimiento, pues quisiera caminar por un espacio blanco e imposible que les está vedado a los que entran en las aguas sucias del crimen. No es más ni menos creíble que otros como el Bevilacqua de Lorenzo Silva, también personaje de novela irremediablemente, o como el Carvalho de Vázquez Montalbán, que desafiaba siempre a la lógica y a la realidad que hay más allá de toda historia de ficción. Se le achaca que es demasiado transparente, de una sola pieza, algo difícil de creer a estas alturas y con lo que ha llovido sobre la novela negra, pero cumple muy bien con su papel de observador, de héroe a pequeña escala (amado por mujeres que lo conocen y se sienten atrapadas por su cara o la esbeltez de sus manos; ensalzado por una serie de novelas a él consagradas en las que encuentra solución a todos los casos que investiga), y como nada percibimos en él que tienda a la exhibición vana, no extraña que nos caiga simpático, que nos parezca próximo y que se gane toda nuestra simpatía de lectores que apreciamos la novela negra pero también la sensatez y la buena literatura en general. 
Y encaja muy bien Contrarreloj en la serie dedicada a Ricardo Cupido porque la investigación de un asesinato en los días en que se desarrolla la más importante carrera ciclista del mundo, el Tour de Francia, no es una excusa ni un viaje turístico livianamente propuesto por Fuentes, sino una estancia muy bien planteada y con mucho sentido en el seno de una competición en la que los odios, las miserias, el esfuerzo, la dedicación, las pasiones de todo tipo están presentes y nos llegan muy bien contados partiendo de la admiración que Cupido siempre ha sentido por los ciclistas y por su implicación en el mundo de las carreteras y el pedaleo, como irá descubriendo el lector conforme avance en la lectura de la novela. Sirve, como acostumbra, Fuentes algunos tipos humanos interesantes y bien diferenciados, los define con pinceladas psicológicas sin tacha y sin oportunismo de ninguna clase: el fuerte de este autor, como él bien sabe, radica en estos hallazgos, en estas caracterizaciones humanas, de medida profundidad y digno realce, así como en la delicadeza en la exposición de los sentimientos de las personas, que nunca aparecen tomados a la ligera, sino elaborados con mimo y sutileza. Con estos ingredientes, la novela avanza en un tono deudor de otros de principios del pasado siglo, asumida y conscientemente, con una cierta ingenuidad que apenas la perjudica. Amparado en una prosa notable, que busca cada vez más la claridad y que nunca olvida la elegancia, Fuentes insiste en su búsqueda del talento desnudo, sin efectos ni artificios, de un talento limpio, propio de autores como Francis Scott Fitzgerald, con quien no costaría emparentarlo en el gusto por contar historias de individuos que buscan un lugar en el mundo. Quizá el defecto más evidente, y fácilmente subsanable, sea el que se encuentra en algunos diálogos de frases demasiados elevadas, en los que algunos personajes, como el Alkalino, hablan como si recitaran un texto muy elaborado, pero es sólo un defecto menor entre otros pequeños defectos que no restan apenas a un conjunto que devuelve a Eugenio Fuentes no al podio de los novelistas negros de nuestro país, sino a un podio internacional del que seguramente ya no podrá nadie bajarlo.

Qué leer y "Almería 66"

En la revista Qué leer de este mes (número 168), encontraréis Almería 66 en la sección de Novedades.

Rubem Fonseca: El gran arte


Poco conocido y poco leído en nuestro país, Rubem Fonseca es uno de los autores mayores de la novela negra, lo que atestigua la concesión del Premio Camôes en 2003, el galardón más preciado para los autores de lengua portuguesa, que recibió este gran escritor gracias a la escritura de obras como esta, considerada su mejor novela y un libro sin duda plenamente encuadrable en el género negro. Pues hay en él una investigación, asesinatos, escenas de acción. Escrito con un estilo conciso pero nada parco, sin alardes de ningún tipo pero sin carencias tampoco, El gran arte es sencillamente subyugante, está cuajado de personajes que escapan a la fácil  clasificación y que, aunque se acercan al estereotipo, nunca caen al precipicio de lo conocido y hartamente frecuentado. Rubem Fonseca, un autor imprescindible, absolutamente mayor, uno de los más grandes de los veteranos y vivos, no se acerca al género negro con la mirada del que se cree superior, tampoco para parodiar, sino que se mete de lleno y, con respeto y plena creencia en los materiales que maneja, nos cuenta una historia de violencia, poder y ambiciones que resulta fascinante, tanto como algunos clásicos de la literatura de siglos pasados, esos de nombres de campanillas y lugar en el olimpo de los grandes creadores. 
Contribuye a que esto ocurra la segunda parte de la novela, cuando, después de haberle dado voz a un abogado que ama a demasiadas mujeres, centro de la historia y narrador general, Fonseca desplaza la mirada  y narra lo que son y hacen los otros personajes fundamentales del libro, a los que normalmente solo vemos porque son observados por el narrador o protagonista. Se enriquece el libro, se amplía el alcance de lo contado, las perspectivas aumentan y El gran arte deviene obra coral y proteica, y Fonseca nos atrapa llevándonos a las casas de los ricos y a las de los pobres, mostrándonos los deseos y los sueños y los placeres buscados y encontrados de ambos, que no son iguales más que en el interés que despiertan en el lector. Sin ahorrar nunca en crudeza, en verdad -eso que, después de todo, escasea tanto en un género que quiere ser el heredero del realista de antaño y se pierde en la repetición hueca y vana de las fórmulas ajenas y copia lo lejano y pretende insertarlo en otra realidad que le es ajena e imposible, gran error de los miméticos-, e insistiendo en los apetitos sexuales caracterizadores, la historia se vuelve transparente y cercana aunque se nos estén planteando escenas en las que no falta la sangre ni los hallazgos más dolorosos, y Fonseca, un clásico de ahora y quizá ya de siempre, es capaz de dibujarlo todo con firmeza y  claridad absolutas sin recurrir a otra cosa que la nitidez, la sencillez, la proximidad que consigue con un talento amplísimo para decir y esculpir a un tiempo: esa maravilla que consiste en hacer avanzar una historia atendiendo a todos los recursos narrativos válidos y a la vez entregándolos como si la historia avanzara desnuda, sin condimentos, porque solo así es y puede ser, así solamente puede ser contada: sello de autor, estilo propio, maestría de quien sabe que habla despojado de artificios y trucos, de quien camina sin mirar sus huellas pero sabiendo que no falla ningún paso ni siquiera con los ojos cerrados al borde del precipicio. 
El arte mayor de la novela aplaude la aparición de obras como esta. Que podamos incorporarlas al catálogo de nuestra cosecha negra es para felicitarnos. El lector que busque entretenerse, podrá disfrutar con Mandrake, el abogado que se ve metido en un caso que lo supera y que alcanza a las capas más altas y a las más bajas de la sociedad: banqueros y sicarios. Se preguntará quién es el asesino que mata prostitutas y las marca con un P sangrienta, hecha con la hoja de un cuchillo, en la cara. Ralentizará la lectura en pasajes de amor y sexo. Se reirá con los parlamentos de un enano que se ríe de sí mismo y de todo el mundo. Asistirá a enfrentamientos entre expertos en el manejo del cuchillo -esa arma que nunca estuvo de moda y nunca dejará de estarlo-, apretará las mandíbulas cuando caen y se clavan los filos, porque casi duelen más allá de lo impreso. Corroborará que la corrupción no es un mal del pobre, que la cultura del que triunfa no es pequeña ni ahoga su odio frío. Y podrá acabar diciéndose que, con novelas como El gran arte, la nómina de grandes maestros es mejor y más defendible, y que la novela negra es la que más y mejor describe nuestro convulso presente.           

Fiódor M. Dostoievski: Los demonios (2)

Uno de los momentos cumbres de la literatura de todos los tiempos está en el capítulo 6 de la tercera parte de esta inmortal novela. En él, un suicida que dice que será Dios cuando muera, pues probará que Dios no existe y que él se convierte en Dios al matarse sólo porque desea matarse, porque está obligado a matarse para probar que no existe Dios y que Dios es el hombre, cualquier hombre, todos los hombres, se prepara para dispararse un tiro en la sien y antes conversa con un compinche que, revólver en mano, espera que el otro se suicide y está preparado para, en último caso, matarlo él mismo y cargarle dos asesinatos. El diálogo entre el suicida y el compinche -Kirillov y Piotr Stepanovich- se desarrolla en medio de la tensión y la insidia, la devoción y la duda, la mentira y la verdad, es un portentoso encuentro en el que la acción y el pensamiento son una sola cosa. Quienes afirmaron que después de Shakespeare estaba Dostoievski tuvieron presente en el recuerdo sin duda páginas como éstas, quienes amaron la novela negra seguro que leyeron este capítulo magistral de una inperecedera novela que es un antecedente y su logro máximo.

Fiódor M. Dostoievski: Los demonios

No es, por supuesto, Los demonios una novela negra,  y juzgo sin embargo que tanto ésta como Crimen y castigo son obras absolutamente imprescindibles para entender bien la novela negra y su historia, tanto o más que las lecturas ineludibles de los clásicos Chandler, Hammett, Macdonald y Highsmith (y Poe). Hay un asesino en esta novela, un manipulador que, metamorfoseado o reconvertido, aparece en muchos libros dedicados al subgénero. Hay varias escenas en las que este asesino empuña un revólver, golpea con él, dispara y mata. Hay confabulaciones y hay delaciones, escenas en las que los personajes se juegan la vida y en las que mueren ejecutados aquellos que han sido designados como víctimas. Los demonios es una de las mejores novelas de la literatura universal, y que contenga tantos elementos digamos negros la convierte en precursora, la sitúa en un lugar que no ha de obviar el aficionado y el entusiasta de la novela negra.   
Los demonios es la historia de una ciudad pequeña -y de un buen número de sus habitantes- en la que se ponen en práctica unas ideas encaminadas a subvertir el orden, a traer otras ideas y otros planteamientos vitales a un lugar anquilosado en el que mandan los de siempre. No hace mucho que los siervos han dejado de serlo, los ricos son los que mandan -terratenientes, militares, políticos, hombres de negocios-, se despide en masa a trabajadores. Un pequeño grupo capitaneado por Verhovenski, un hombre que no es especialmente inteligente pero sí hondamente vengativo, cruel y manipulador, se mueve en la sombra y planea y lleva a cabo varios asesinatos para alterar la paz social y sublevar los ánimos de los pobres, que esperan los apoyarán cuando vean que ante el desastre sólo cabe dar un paso adelante para evitar males mayores. Profesan en el grupo ideas seguramente socialistas, pero no importa cuáles sean estas porque, en manos de un líder que engaña, miente y azuza a unos contra otros para que nadie se fíe de nadie, da igual que se crea en el socialismo o en el fascismo, ya que -nos dice Dostoievski- si se manipula no hay verdad ni horizonte limpio.
Equivocadamente se ha tildado de conservadora a esta obra. El gran autor ruso concede todo el espacio necesario a la exposición y debate de las ideas y no les hurta complejidad ni verdad, sean cuales sean. Verhovenski, el malo y maquinador, no es detenido ni ajusticiado, sino que huye y desaparece: su figura queda definida sin lugar a dudas, pero no se le mata para ajustarle las cuentas, literariamente hablando. La novela está narrada mediante la voz de un cronista local que cuenta lo que sabe y añade lo que imagina, con lo que la voz del narrador de tercera persona Fiódor M. Dostoievski queda fuera de lo contado, aunque quepa identificar a uno con el otro -esto es ya extraliterario-. Hay retratos muy duros de los que tienen el poder. No se es complaciente con protagonistas como Varvara Petrovna, rica propietaria de la que descubrimos todos sus excesos de imposición y mando a través del dinero. Y hay un momento fundamental: el ex siervo y ahora ladrón y asesino Fedka le dice a su antiguo amo que no le hará daño porque nació siervo suyo, y poco después el amo ni siquiera recuerda si es cierto que perdió al siervo en una partida de cartas. Este viejo amo es Stepan Trofimovich, uno de los principales personajes de la trama. Ahora bien, lecturas interesadas ha habido siempre. Dostoievski es justo al dar voz a unos y a otros y alerta de los excesos de unos y otros, de las mentiras de unos y otros, y concluye con una imagen desoladora Los demonios, que somos todos desde su visión equitativa de la existencia, una visión que pone a todos al mismo nivel. No hay buenos ni malos, concluye el gran maestro ruso en esta obra imperecedera, pues todos nos movemos impulsados por los demonios que nos habitan y nos obligan a ser mentirosos, excesivos, vulnerables, una pálida sombra de lo que, como Piotr Stepanovich, soñamos un día que llegaríamos a ser.

(Nota: La traducción elegida para la lectura se debe a  Juan López - Morillas)

Edmundo Paz Soldán: Norte



No hay un norte para un asesino en serie. No lo hay en esta novela para ninguno de sus tres principales personajes. Paz Soldán nos habla de fracturas, de pérdidas, de situaciones de soledad y desesperación que tocan muy de cerca al asesino, a una dibujante y guionista de comics y a un pintor loco. Rotas las raíces que unen a una tierra, a unos seres queridos, los inmigrantes que entran en los Estados Unidos con piel morena y acento español no encuentran caminos fáciles, no van hacia un norte claro y esperanzador. Buscarse la vida sin apoyos y sin amor y sin comprensión de alguien cercano lleva a la desconfianza, al asesinato en un caso, a deshacerse de un hijo que no tiene un padre que lo querrá en otro, a desear que las paredes de un manicomio sean el mejor refugio del mundo en el último caso, en la tercera historia contada en Norte. Seres sin patria, sin hogar, extraviados por dentro y por fuera. Infelices.
Las tres historias están unidas por la voluntad del autor, no se engarzan apenas en la trama y el lector ha de unir hilos que lo sacan (sin alejarlo) de las páginas del libro, el mayor acierto de Norte. En algunas escenas en que el asesino mata, uno preferiría cerrar los ojos, saltar páginas, porque es verdaderamente terrible lo que se está leyendo. Paz Soldán no se recrea, pero tampoco elude: lo contrario sería hurtar y disfrazar, rebajar y mentir. Y este es un libro sincero, escrito no para sumar a la victoria de una carrera literaria, sino para hablar de unos temas de gran exigencia preparatoria, que resultan muy difíciles de abordar en una novela. Las dificultades las solventa el autor con un estilo escueto, sin alardes, rápido y preciso. El libro se lee sin saltar ningún escollo. No hay abuso del psicologismo. Y se sortea lo fácil y sabido con la economía de medios de que se vale Paz Soldán, con una prosa permeable al lenguaje hablado, que está dentro de los párrafos de la narración, algo que me parece de gran valor: atrás quedaron los tiempos de la prosa limpia y pulcra y distanciadora -soy un hombre bueno que cuenta cosas malas, late en tantos libros cargados de buenas e inocuas intenciones-para contar historias como esta, pues el escritor que se lanza al vacío quiere a un lector que sienta el vacío.
Intensa novela, planteada para que pueda entenderla y aproximarse a ella cualquier lector, con un cierto eco barojiano de fondo -por más que pueda parecer que es producto de una manera muy estadounidense de hacer, en la que se cuentan muchas cosas y el ritmo y la sucesión de escenas es esencial-, está en el centro de asuntos que ahora nos importan, resulta muy recomendable y tiene un pulso de escritor de gran categoría latiendo en todas sus páginas. 

Irvine Welsh: Crimen

En esta historia de un policía escocés que se enfrenta a su pasado y a sus miedos en tierras estadounidenses podemos encontrar un buen ejemplo de lo que la novela negra puede ofrecer en este momento de profusión de títulos y visitas esporádicas de autores de renombre al subgénero. Crimen muestra una doble vertiente que sirve para analizar por dónde discurre la novela negra aquí y ahora, dónde se hallan sus mayores logros y también sus más evidentes y subsanables errores. Entre los primeros cabe citar la atención y el acercamiento a un tema que preocupa a cualquiera que hoy tenga sensibilidad social y no se haya recluido en un corto mundo de egoísmo y cabeza bajo el ala: los abusos sexuales a menores. Que no son pocos y que sí se han combatido poco, muy poco. Ya he dicho en alguna ocasión que es una de las mayores lacras de nuestro tiempo. Y que todo empeño en erradicarlos siempre ha de ser bien recibido. Sumar ayuda. De los libros que, dentro de la novela negra, he leído puedo afirmar que este es el que mejor ha dado voz a las víctimas sin cosificarlas ni reducirlas a una simple estampa, un arquetipo. La niña a la que Welsh le permite hablar, expresarse, que sufre ante nuestros ojos de lectores dolidos no tiene una sola dimensión, dice cosas verdaderamente emotivas y es un personaje, de los pies a la cabeza, no un bosquejo ni una idea hecha palabras, personaje con un solo fin y una sola estrategia creativa. Welsh crea al personaje y lo rodea de detalles, de expresiones, de comportamientos que lo hacen parecer vivo y creíble. No lo toméis por algo menor, amigos. En demasiados guiones de películas recientes, en demasiadas novelas actuales se sirven los escritores de personajes como este para arrancar lágrimas, meditaciones apresuradas que no calarán, entretenimiento pero no meditación acorde con lo delicado del asunto, que si se ve de manera superficial se convierte tan solo en mera excusa, en viento que caldea o hiela e inmediatamente desaparece sin dejar rastro. Como digo, es lo más destacable de esta novela entretenida y de planteamientos compartibles, sin ninguna duda novela negra, aunque no se la venda como tal y aunque aparezca en Anagrama. Porque el recorrido de la trama es innegablemente el de una investigación, el de una venganza, el de un ajuste de cuentas con lo exterior y lo interior. Y aquí arranca el problema. 
La parte menos acertada de la novela debe sus carencias a la ineficacia de algunas escenas flojas que parecen sacadas de un producto que en cine llamaríamos B: la aparición del malo anunciándose a sí mismo pistola en mano mientras conversan sin advertir su presencia los buenos; la floja caracterización de los personajes secundarios malos, que son vistos de una simple ojeada, tachados de perjudiciales e incluso descritos en algún caso con rasgos repulsivos, recursos facilones y que son propios de la literatura también de clase B; el empeño del héroe -no completamente bueno ni sano, pero héroe al fn y al cabo-, que a todas partes llega, que a todos vence, capaz de toda la violencia y la rabia necesarias, catalizador al fin -como en tantas películas, series y novelas de acción - de nuestro malestar como espectadores, de nuestro deseo de reparación y justicia, pero únicamente en una historia concreta y sin llevarnos a la raíz social del asunto, donde están lo que se enquista, lo que verdaderamente habría que arrancar para que no hubiera más abusos ni más dolor callado: se contenta Welsh con mostrarnos a su héroe dando cabezazos, puñetazos, humillando a los pederastas y esquiva el análisis que, partiendo del buen camino iniciado con la plasmación de un personaje tan creíble como la niña, podría habernos llevado a una meditación profunda, sanadora del problema. Se queda, por contra, como la mayoría de las novelas negras que hoy se publican, en un aparato de corto alcance y de emociones primarias y falsa sensación reparadora que es solo un lenitivo. Céntrense pues los lectores en los diálogos entre el policía y la niña, préstenles a ellos la mayor atención. Hay ahí verdades enormes y literatura de la buena.

Novedades de Ilarión, Flamma, El Nadir y Roca

De vez en cuando, alguna editorial me escribe y me propone mandarme libros para que los lea y los comente en el blog. Suelo negarme ( hace poco la negativa fue para una editorial de las más grandes y conocidas). No me gusta leer por obligación. Hace mucho años ejercí de crítico en una revista, Foco Sur, dirigida por Diego García Campos. Lo dejé porque no me agrada estar atado a las novedades. Sin embargo, entre los libros que he recibido últimamente, hay algunos que creo que pueden interesaros.

Ilarión acaba de editar El país de los ciegos, novela finalista del Premio Lengua de Trapo y que firma un autor muy joven, nacido en 1981: Claudio Cerdán. Este escritor viene avalado por Carlos Salem, novelista y experto en el género negro. 

Flamma Editorial apuesta por un consagrado absoluto, una de las voces clave de la novela negra española. Viejos amores es un paso adelante en la trayectoria incomparable del más reconocido autor negro vivo: Juan Madrid.






El Nadir apuesta por la diversidad y por la calidad en libros como La sexagenaria y el joven, de la poeta rumana Nora Iuga, El mejor amigo del hombre, libro de relatos de Carmen Botello, y Crimen en Colonaki, del griego Yannis Maris, su primera novela y donde presenta al personaje del comisario Becas.










Roca Editorial lanza la primera entrega de una serie protagonizada por un inspector de policía barcelonés que cuenta con aptitudes inesperadas en una obra firmada por Julián Sánchez y que lleva por título La voz de los muertos.

15-M: una rectificación a favor de los que impiden desahucios

Qué bonito es rectificar, me dice Luis Castillo: Hubo un comentario en la entrada en la que escribiste sobre el 15-M que me ha hecho pensar. Me acusan de ser como el perro del hortelano, y quizá con mucha razón.  Dije cosas que ya no mantengo con el mismo énfasis, Paco. Este buen hombre me ha hecho pensar de manera más matizada. Sigo siendo un utópico, y por eso pierdo de vista la realidad más inmediata a veces. Miro el presente. Estoy con los del 15-M después de ver cómo han parado la expulsión de sus hogares de varias personas que no han podido pagar algunos plazos de la hipoteca. Es algo concreto y cercano. Me ha hecho reflexionar también, y mucho, un artículo de Antonio Orejudo, un escritor al que habrá que leer, Paco, en el que habla de ejecuciones y desahucios hoy en el periódico Público. Rectifico. Sigo pensando en la utopía, creo que hay que derribar muchas cosas, pero hoy quiero poner mi corazón al lado del sufrimiento y de la concienciación activa y palpable de esas gentes que han salido a la calle y consiguen que algunas lágrimas de desahuciados hayan sido aplazadas. No es poco, no es poco, y puede ser un primer paso muy importante. Bravo por ellos.

Foto: Juan Navarro (Público)

15-M y los antisistema

Me dice mi amigo Luis Castillo que a los de izquierdas se les ve muy contentos con esto de las acampadas y la resistencia pasiva y las manifestaciones de protesta. Que los del 15-M tienen muy contentos a algunos viejos luchadores y a los jóvenes descontentos y poco alterados a los de derechas, curiosamente. Lo dice de una manera en la que percibo ironía y desdén. Claro, me dice Luis, porque esto es muy descafeinado, hombre, porque este movimiento no cuenta con mis simpatías porque no va a ser más que agua de borrajas, Paco. Le contesto que me parece muy dura su mirada hacia una juventud con unas reclamaciones justas y muy democráticas. Quieren verdadera democracia, Luis.  Se ríe Castillo: Para que haya verdadera democracia hay que empezar otra vez, desde cero. Y estos chicos lo que pretenden es solucionar cuatro cosas, quieren arreglar el edificio y no ven que el edificio tiene los cimientos podridos. Tú todo lo ves podrido, Luis, cada día eres muy cáustico, replico. Sonríe y me dice: Y tú cada vez más inocente. ¿O no te das cuenta de que son conformistas con el sistema? No quieren cambiar nada, Paco, sólo pretenden que se hagan cuatro arreglos y seguir tirando, no ven ni quieren ver la enfermedad y se conforman con paliar los síntomas. Quieren dinero y paz y hogar. Quieren lo que casi todo el mundo. Pero no apuestan por nada nuevo, no apuestan por cambios de verdad, tan sólo exigen que lo escrito funcione, que lo dicho se cumpla. No, no me interesa el 15-M, Paco, porque yo no creo en este sistema y pido que los bancos paguen por sus pecados, que los políticos paguen por sus pecados, que el hombre sea de verdad persona. Nunca se ha llevado adelante el lema de la revolución francesa, todos quieren libertad e igualdad pero nadie se parte el pecho reclamando fraternidad. Habría que empezar por ahí, Paco. Qué pena que ya no haya ideas, sino quejas. Qué pena que ya no haya iniciativas, sino sentadas. Todo pasivo, Paco, todo pasivo. Es el signo de los tiempos. No, no me convence esto del 15-M, ese mensaje de que otro mundo fuera del capitalismo no es posible. El sistema se los tragará. Eso dice Luis Castillo, y yo me quedo mudo.

Foto: Alex Webb

La mitad de Óscar, de Manuel Martín Cuenca


Qué bien contada está la soledad en esta película. La soledad que duele, la soledad que pesa dentro, la soledad que amordaza, la soledad que mata. No hay banda sonora, porque la música callada la ponen los paisajes de Almería, sabiamente dispuestos en la escenas para que sean un personaje más, el más decisivo, el que le da sentido final a toda una historia que parte de los silencios para desembocar en un diálogo en el que se devela un secreto insalvable. El metraje es corto y hay algunos momentos en que se abusa del estatismo y los actores parecen marionetas con los hilos movidos a distancia por una mano demasiado severa. Pero sin duda se trata de una obra de alta calidad, perfecta para volver a ser vista pasados unos minutos después de la primera vez o acaso unos días, ya que con el argumento y el final conocidos se puede optar por una segunda visita que permita ahondar mejor, entender que no sobra ningún plano, ningún silencio, que la soledad perfecta de que se nos habla es humana, muy humana.    

Ana María Matute: La trampa (fragmento)

Soy un vulgar mercader. Me he autovendido, a pedacitos, poco a poco, para poder especular progresivamente con mi propia verdad. Empecé a comprarme pedacitos de mi propia verdad el día en que me dije: No puedo hacer esto, o aquello; hay un gran impedimento en mi vida, la gran responsabilidad que ello representa... Continué comprándome parcelas de autoverdad cuando se me reveló la fuerza de algunos muchachos que no han aprendido a especular, ni quieren engranarse en el sistema de autoconsumición que me atrapó a mí. Seguí vendiéndome mi propia verdad aun entre esos muchachos que no precisan, para rebelarse, ni el odio, ni la estolidez, ni el hambre. Pero son muchachos jóvenes, y yo he perdido al muchacho que fui. O, acaso, no lo tuve nunca, no lo fui nunca. Es una extraña sensación esta, como si me contemplase desde un ángulo, ajena y claramente; joven, como ellos, grotesco remedo de Gore Gorinskoe (portando a hombros una anciana que le golpea los ijares con los talones, que le azota, y le obliga a caminar entre frases amorosas: hijito querido, camina, camina, lindo muchachito...). Es como si, de pronto, les viese a ellos, delante de mí, doblando la esquina, perdiéndose. Y me he visto correr tras de ellos, con la anciana a cuestas, sintiendo sus golpes y sus dulces nombres: y les he gritado a esos muchachos que me esperen, que esperen, que no les quiero perder. Pobre y humillante verdad, muchacho envejecido, profesor de vacaciones para chicos que perdían el curso; oscuro corrector de páginas que hablan del petróleo, del porvenir del aluminio, de muchachas que besan a hombres maduros en el último capítulo, de traducciones infamantemente proferidas: irreconocibles idiomas en lucha despiadada contra el sucio, desgraciado y mísero hombre que arrastra un cadáver de anciana; heredero de un solo bien: la venganza. Pero he seguido, sigo, aún estoy en el límite mismo en que parece suspendida la desenfrenada carrera. Estoy aún comprándome, y vendiéndome. Cada vez me vendí más caro, cada vez me compré a mejor precio. He hecho conmigo espléndidos negocios. Mi verdad en venta ha sido bien autocotizada. Recuerdo que una vez, siendo niño, conocí a un hombre que contaba mentiras, y se las creía. Si no las hubiera creído, lo hubiese tenido por gracioso, o embustero. Pero, como las creía, sólo parecía un desdichado loco.


Lectura: Aquí, 15M

Ana María Matute: La trampa

De qué manera tan extraordinaria da voz Ana María Matute a sus criaturas dolientes, a sus personajes apesadumbrados en esta gran novela. No hay exhibición ni ganas de demostrar que es una gran escritora, una poderosa escritora que acierta a expresar dolores ajenos, miedos ajenos, tristezas ajenas. Y tampoco se metamorfosea la autora en sus criaturas, tampoco los hace hablar mediante una confesión parcelada en la que caben tan solo sus obsesiones y su renuncia a entender el mundo, a verlo como algo maravilloso pero inasible. No: Ana María Matute, nuestra mejor escritora viva, merecedora del Nobel -Camilo José Cela dixit- y de un reconocimiento que ha tenido un pálido reflejo con la concesión del Premio Cervantes, entiende a sus personajes, conversa con sus personajes, y eso es lo más difícil que cabe hacer ante la obra literaria: todo escritor sabe que lo más fácil es narrar desde la distancia, desde arriba, desde un punto en que los personajes al final sólo son pequeños objetos que se llevan de un lado a otro para que la estructura de la historia, la estructura del libro encaje y procure después estima y valía. Matute dialoga con su personajes, crea personajes que están vivos para ella y para el lector, que no cumplen con un plan prefijado e inexorable que los reduce a la estatura de pequeñas criaturas de papel y tinta. Y en nuestra literatura, y en cualquier literatura, eso lo han conseguido muy pocos.
Y qué prosa, amigos. Y cómo se alegra el lenguaje al estar en manos de tan magnífica creadora: los adjetivos lucen con vida propia junto a sustantivos que no conocían, con los que no habían coincidido antes. El ritmo es dúctil a la frase corta y definitiva y a la frase larga, con algún meandro inexcusable, y nunca se fuerza a las palabras a decir demasiado, nunca se las encapsula en oscuros significados, nunca se alargan las frases para poder decir después: aquí hay un estilo, una voluntad de estilo. Porque la novela está escrita en estado de gracia, es única e irrepetible incluso en la obra de un mismo autor; es lo que en el cine se llama obra maestra sin deseo de excluir, de elevar bajando a otros, sin ganas de que ondee como un estandarte. Aunque, la verdad, no acabo de entender cómo no se le ha prestado la debida atención a este texto tan extraordinario, cómo se ha olvidado que es una de las mejores novelas del siglo XX escritas en nuestro país. Quizás porque a algunos les queda algo lejos, porque Ana María Matute siempre ha sido modesta (y mujer), porque apareció en una época confusa, porque se mira con poca concentración hacia atrás, el caso es que no ha encontrado el eco que creo que merece una novela tan defendible, tan exportable, que nada tiene que envidiar a las del boom y Vargas Llosa, pongamos por caso, ni a las de Benet ni a las de nadie de la actualidad. Asumida a la perfección la raíz faulkneriana, dotada de valores absolutamente propios y de una cantidad grandísima de frases y páginas memorables -sólo recuerdo otra novela (Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos) en la que haya tanto para subrayar, para releer, para el alto glorioso de sorpresa y confirmación-, con unas meditaciones hábilmente intercaladas y sumamente útiles también hoy, recuento de un tiempo y un país y una situación pero también -uno de los grandes logros de la obra matutiana- con validez universal y sin fecha de caducidad a la vista, "La trampa" es una de las manifestaciones mayores e imborrables que el género ha dado en nuestra lengua.


(Con un recuerdo agradecido para Edenia Guillermo y Juana Amelia Hernández, autoras del libro La novelística española de los 60, que ojalá se reedite algún día)

Juan Herrezuelo: Pasadizos



Juan Herrezuelo es un excelente escritor. Por supuesto, a ustedes esta afirmación no les conmoverá. Se dice con tanta facilidad de un artista, en estos tiempos forzosamente posmodernos en que vivimos, que es grande, fantástico, excelente, que ya ni sorprende ni conmueve. Esta posmodernidad que nos viste estrechamente ha decretado que la genialidad es algo tan común como el buen oficio, el acierto parcial, el logro relativo, la labor simplemente bien hecha. Abres un periódico y hay, cada semana, críticas de libros de autores excelentes, fundamentales sin falta, de dos en dos y en surtido inacabable. Créanme cuando les digo que no. No hay un genio en cada esquina. No hay un excelente artista en cada esquina. Y, sin embargo, afirmo sin miedo a la hipérbole, al error del amiguismo, a la alabanza idiota que Juan Herrezuelo es un excelente escritor. Y lo es, para que ustedes vayan teniendo ya argumentos sólidos entre manos, porque es un excelente narrador. Y con esta afirmación, no les quepa duda, ya hemos dejado a un lado a muchos escritores, a muchos supuestos genios. Excelentes narradores, aquí y ahora, en esta España posmoderna nuestra, hay muy pocos.
Juan Herrezuelo es un excelente narrador. Sabía decir muy bien las respuestas exigidas por nuestro profesor de literatura Pedro Vázquez Cabrera en los exámenes de B.U.P. Eso le valió ser aprobado en un examen difícil, que contó sólo con dos alumnos aprobados. El otro fui yo. Pero no se imaginen que Juan y yo éramos dos alumnos modelos. Su mujer, Aida, podría testificar en nuestra contra. No le quitábamos tiempo a la vida ni a las lecturas de nuestros escritores favoritos para entregarlas a la devoción de los libros de texto. Estudiábamos para cumplir, pero amábamos la literatura y acertábamos a engalanar bien las respuestas de los exámenes. Menos mal. Si Juan no hubiera aprobado aquel examen no nos habríamos conocido. Les parecerá exagerado, pero cuando el profesor dijo que sólo dos habían aprobado, cuando reveló en clase los nombres, los amigos me miraron con afecto y algo de fastidio -nunca se olviden de que el éxito ajeno nunca lo creemos del todo merecido- y buscaron con la mirada la cara del otro tipo, que había dejado su silla y su espacio vacíos. ¿Quién es ese tipo? Nos preguntamos. Ah, sí, atinó a decir alguien: Es uno muy alto, que no habla mucho, que aparece y desaparece. Temimos que se tratara de alguien extraño, un ser de un relato de Poe, pensé yo.
Con el tiempo supe que no era nadie extraño. Coincidimos a la vuelta del instituto y muchas veces anduvimos y conversamos y le escuché hablar y me embobé siguiendo el curso de sus palabras. Aún recuerdo el día que pensé que se trataba de un excelente narrador: Juan leía con gran pasión los relatos de un tal Cortázar, un argentino con mucha imaginación, muy alto y parece que también un poco huidizo, y en la puerta de su casa, en el camino de regreso de las aulas no grises pero sí con poco color de aquel tiempo de nuestra juventud primera, empezó Juan a contarme los cuentos de Cortázar. Contar los relatos de Cortázar en voz alta no es nada fácil. No es como contar un chiste, ni una anécdota, ni un recuerdo: los relatos de Julio Cortázar tienen historia, claro, pero están hechos de imágenes muy difíciles de traducir en pocas palabras, tienen un ritmo literario muy difícil de trasladar a la narración oral, basan su mayor fuerza en la manera tan particular, tan personal de narrar de Cortázar. Sin embargo, cuando yo empecé a leer a Cortázar – y he aquí lo que tiene de gran valor lo que les refiero- no tuve la sensación de que los relatos que me había contado Juan Herrezuelo de vuelta del instituto fueran algo de un formato inferior, una adaptación rápida y seguramente demasiado resumida ni efectista. No, señores: el gran narrador, el excelente narrador que es Juan Herrezuelo había conseguido ser fiel al espíritu Cortázar, había sido de alguna forma un alter ego de Cortázar mientras me contaba los relatos del bueno de Julio Cortázar. El talento para narrar de este otro buen hombre, este autor del libro "Pasadizos" no era una casualidad, no era algo menor, sino una parte importante de su valía tan destacada y tan celebrable: el talento de un narrador excelente.

Vino a confirmarlo Juan Herrezuelo en los textos que escribía y sigue escribiendo, como este reciente "Pasadizos" confirma de nuevo. Abunda en los personajes que no ganan nuestro buen amigo y excelente narrador y escritor en "Pasadizos", vuelve a mostrarnos las vidas de los que no están arriba y proclamando sus públicas virtudes y públicas ganancias sociales y sentimentales. Insiste en su mundo de perdedores y es una buena señal de sinceridad el mostrar la cara verdadera del tiempo que nos ha tocado vivir, posmoderno y vencido y de seres desengañados. Se abre el libro "Pasadizos" y hallamos un relato titulado "Los invisibles". Es una buena declaración de intenciones. Escribe Juan Herrezuelo: "Quise forzar mi invisibilidad cuando tomé conciencia de que empezaba a ser tratado como si ya fuera invisible". "Y es eso lo que acabó importando, una especie de ir desapareciendo hacia atrás, hacia el que fui y ya no volvería a ser". Y ahí estamos en la clave:con este personaje y con otros anteriores, aparecidos en libros como "Desde el lugar donde me oculto" y "El veneno de la fatiga", nuestro escritor nos remite a un espacio perdido, nunca vivido enteramente con satisfacción pero añorado de manera rotunda, que es la infancia y la adolescencia, la "adolesinfancia", el territorio de una edad indefinida pero esencial en la formación de todas las personas. Con mucha habilidad, sin mencionarlo apenas, Herrezuelo nos remite a ese lugar perdido desde el que se mira el resto de la vida aunque ya se tengan cuarenta o cincuenta o sesenta años y se evalúa lo que uno es y no ha sido, sobre todo lo que no ha sido. Es la gran lección, es la gran obsesión del autor de "Pasadizos": me quedé en esa época, mi cuerpo envejece, mis deseos envejecen, mis sueños se deshilachan, nadie lo ve, pero yo sigo allí. El personaje de "Los invisibles", un inadaptado, un ser sensible, muy sensible que nunca se reconoce en los espejos, decide desaparecer porque él no es quien debiera, quien debió ser. Mírense ustedes ahora, aunque sea sin espejo, durante un segundo, o dos o tres, o los que necesiten. Si es preciso, callo yo tres segundos. O los cuento muy despacio. Uno dos tres. ¿A que casi ninguno puede decirse a sí mismo: Soy el que quería ser, soy el que soñaba ser? Pero eso no sabemos articularlo en palabras que nos calen, que nos sacudan, que nos saquen de la lástima paralizadora que nos embarga al vernos a nosotros mismos y ver nuestra tristezas. No, amigos: para eso está la literatura, para eso están los buenos escritores como Juan Herrezuelo. Imprescindibles, sí, estos escritores que nos hacen ver qué somos, qué perdimos en el intento, qué queda de lo que algún día soñamos ser. 



"Tempus fugit" es el quinto relato de este libro. La vida y el tiempo huyen, escapan, se dan a la fuga ante nuestros ojos como dos pájaros a los que amamos, a los que cuidamos cuando abrimos la jaula junto a una ventana. ¿Cómo huye el tiempo de quien amó y no supo amar o ser amado? ¿Sabemos decirles a los que están a nuestro lado cómo deben amarnos? Difícilmente, ¿verdad? Habría que empezar por amarlos correctamente, como ellos quieren que los amemos, no como nosotros creemos que quieren que los amemos. ¿Quién conoce de verdad a quien tiene a su lado, aunque lo ame intensa, desesperadamente? Este es otro de los temas capitales en la obra de Juan Herrezuelo. Quien haya leído "El veneno de la fatiga" sabrá que no basta con amar, con darlo todo, con darse en todo. Quizá nos amábamos mal, decían unos personajes de una película de José Luis Garci, director de cine y guionista y escritor con planteamientos y obsesiones temáticas cercanas a la del autor de "Desde el lugar donde me oculto". Las relaciones íntimas sufren colapsos inesperados cuando uno de los dos abre de repente los ojos, en mitad de la noche o preparando unas tostadas, y se dice: "No me siento amado. Me lo dan todo, pero no me lo dan bien, no como yo quiero. Nunca acabaremos de entendernos. " Esa sensación agria aparece en algunos personajes creados por Herrezuelo. Los personajes, algunos importantes personajes de los escritos de Juan Herrezuelo no temen sino quedarse solos, temen no merecer que los quieran porque son conscientes de que no quieren como sería necesario que quisieran, y en su debilidad hay un ejercicio de crítica que de nuevo vuelve fundamental esos escritos, de nuevo hace valiosísima su aportación al mundo de la literatura, pero, cómo no, también valiosísima su aportación al mundo de los que aún respiran y piensan y sienten y creen que quedan cosas por mejorar y que merece la pena intentarlo, porque quienes nos aman se lo merecen. ¿Cómo nos va a extrañar que en el relato "Los sueños deshabitados", el personaje tiemble sólo con pensar en estar al lado de su amada en el espacio impersonal pero pequeño e íntimo de un ascensor? Claro: los personajes de nuestro escritor temen a la realidad, temen que la realidad se corrompa si la miran a la cara, si ingresan en esa realidad, si son parte de esa realidad. El protagonista de "Los sueños deshabitados" no renuncia a amar, pero sí renuncia a manchar con sus dedos y con sus miedos y con sus deseos a la amada, y se lanza a soñar. Pero como el sueño es algo tan volátil, tan inasible, perfecciona un método de su invención, convierte los sueños en algo más, los dota de una verdad que nadie como el que no se sabe por completo puede dibujar, planear, llevar a cabo tan bien y tan concienzudamente. 



Pero no quiero dar una imagen de ser hipersensible y tendente a la evasión de la realidad , una imagen de tiquismiquis de este escritor que está aquí sentado cerca de quien esto lee. Porque, además, si Juan Herrezuelo sólo fuera el dueño de cuatro obsesiones, el pergeñador de cuatro historias que bucean en los mismos temas, la verdad es que sería un autor aburrido, limitado, insistente pero monótono. No sería, lo digo sin miedo, un excelente escritor. Y, como debo ser coherente con la afirmación de la primera frase de este texto, daré otros datos. En "Pasadizos", este libro que el Instituto de Estudios Almerienses ha tenido a bien publicar con un sabio criterio, hay otros relatos que ofrecen otras perspectivas y enriquecen el mundo narrativo de nuestro autor. "Silencio purísima y oro" es uno de los mejores relatos que he leído yo en los últimos tiempos. Releído, para ser más concreto y sincero, pues lo había leído hace algunos años. La prosa alta, magnífica, de largo aliento de Herrezuelo aparece aquí en plena libertad y absolutamente madura, poderosa, y señala claramente a uno de los mejores autores con los que cuenta nuestra literatura española no posmoderna de ahora. No posmoderna porque Herrezuelo tien que ver con William Faulkner, con Juan Carlos Onetti, con Julio Cortázar, con Marcel Proust, grandes que hicieron literatura pura y dura, desde dentro del alma de lo literario, sin juegos vanos ni metaficciones socorridas: con un texto de generoso léxico, con personajes creíbles, con descripciones que ponen un espejo con palabras, con páginas que son otra vida que añadir a la vida y la memoria. Sabréis -os tuteo desde este momento- que Juan es un apasionado de los toros. Pues bien: "Silencio purísima y oro" es un relato excelente incluso para alguien que no es un seguidor de la fiesta nacional como yo, que es más bien antitaurino, aunque eso no importa: la estructura de la historia, la inmersión en un duelo a vida o muerte conmueve a cualquiera que tenga sangre en las venas. Y no esperen un relato a lo Hemingway: el de Herrezuelo es mejor porque no hay pose, no hay una mirada exterior y festiva, sino una mirada cargada de genuina fatalidad, un escorzo imaginativo de un calibre mayúsculo, que al lector lo deja con ganas de volver al inicio del relato, a la plaza y la mirada nunca del todo animal del toro. Es uno de los mejores relatos que he leído, es una pieza de antología. 
Y dejo para el final "Volver a ser", el relato que cierra el libro "Pasadizos". Por dos motivos: es un relato que abre una nueva vía en la narrativa de Juan Herrezuelo y es mi preferido del libro, y nada mejor que acabar con lo que más gusta para dejar buen sabor en los futuros lectores de un libro. Quienes conozcáis a Juan sabréis que nunca ha sido, aparentemente, un hombre mundano. Lo habéis visto herido en batallas de celebraciones y de encuentros sociales, adaptado pero ausente, ensoñando mientras levanta una copa o mira a su mujer con ojos arrobados. En su literatura, Herrezuelo -este mismo Juan- es en buena parte el mismo hombre que vive bastante melancólicamente en los intersticios de la vida. O caso todo para él sea un largo intersticio. Bueno, si quiere que nos lo aclare ahora, cuando intervenga en su inexcusable turno. El caso es que esto induce a pensar que vive encerrado en su mundo de ensoñaciones y de regiones más transparentes, como diría nuestro camarada el poeta, José Luis Campos, a quien hoy no tenemos aquí y a quien mando un fuerte abrazo. Pero, señores, eso sería tanto como decir que Herrezuelo y Juan no ven más allá de sus narices y no oyen sino lo que late en sus mentes y en su pecho únicamente. Sería muy decepcionante. Un hombre muy limitado, un escritor muy limitado. No, no. Juan Herrezuelo es un hombre capaz de sentir y de escribir un relato como "Volver a ser", ajeno por completo a sus obsesiones principales: es la historia de un anciano que ha muerto, la indagación de un policía que se entrevista con los que le conocieron, gracias a quienes vamos sabiendo más de ese muerto, gracias a quienes vamos contemplando cómo ha sido una vida, cómo ha sido una muerte. Con un estilo distinto, que recoge el habla de la calle -de las calles de Almería – con tanta gracia y tanto acierto que cualquier alabanza mía se quedaría corta, mediante unos breves incisos de tres puntos para separar el monólogo de los entrevistados -enorme acierto narrativo, que democratiza lo que dice cada uno, que no separa en verdad sino que une, advirtiendo de que cuanto se dice de alguien es una parte y es el todo también-, unos incisos que nos permiten respirar y asimilar, nos vamos acercando al corazón de los ancianos de nuestros tiempos, estos en que sobran compras pero nunca abrazos, en que sobran vanidades pero nunca humildes besos, en que sobran gritos pero nunca amorosas palabras, con gran sensibilidad nuestro buen escritor nos sitúa poco a poco dentro de una historia que nos conmueve sin efectismos, sin trucos, sin a prioris, sin responder a un guión previo elaborado para vender mejor y colocar bien el producto. Porque el escritor Juan Herrezuelo cuenta algo que llega de verdad, con una voz que tiene mucho que ver con aquélla apasionada y generosa que me contaba los relatos de Cortázar viviéndolos como si fueran suyos. Juan Herrezuelo ha sabido mantener la humildad y el entusiasmo noble del escritor que empieza y por eso le auguro muchos lectores nuevos, muchos caminos nuevos, muchas historias nuevas que le saldrán al paso y que seguro que contará con voz bien modulada y atenta al que le escucha, al que le espera, al que oyéndole y leyéndole entenderá que la literatura es una extensión de lo vivido que, en manos expertas y limpias, siempre será una iluminación y un regalo. 


(Texto para la presentación del libro) 

Presentación en Almería del libro de relatos "Almería 66"

Con la presencia a mi lado de los escritores Miguel Naveros y Juan Herrezuelo, el próximo jueves presentaremos en Almería el libro de relatos que hace un mes fue editado por el Instituto de Estudios Almerienses. Os esperamos.

El abrazo de las sombras, de José Abad


Tercera novela publicada por el escritor granadino José Abad, "El abrazo de las sombras" es una obra importante, un libro de narrador sólido y de raza, maduro y dueño de un estilo poderoso que bebe de fuentes clásicas y es versátil, sereno y subyugante. La historia de Jorge Eneco, que viaja como estudiante a Siena y se topa con el otro, con aquel que sale de las sombras y busca el abrazo terminante y definitivo, en manos de un escritor menos exigente habría derivado hacia la gracia facilona y la domesticación creativa del best seller, pero en manos del cuidadoso y estimulante creador que es José Abad se convierte en una indagación válida y tendente a llevarnos hacia la luz del logro sincero que responde a la verdad del que indaga y comunica, del que indaga y no quiere guardarse para sí lo descubierto. "El abrazo de las sombras" es una novela psicológica, de fantasmas y de amor. Contada en primera persona, asistimos al proceso de integración de un muchacho tímido en el mundo con que se encuentra en una universidad extranjera, entre chicos y chicas desconocidos, sabemos de los primeros pasos de acercamiento a una muchacha por la que se siente atraído, conocemos sus miedos y sus carencias. A ayudarle viene una extraña sombra que le allana el camino, que le roba los recelos y le da a cambio una inesperada seguridad y le brinda un serie de casualidades favorables, casi irrechazables, que le abren a ese otro mundo, que le hacen triunfar en el amor. Pero ya se sabe que de ciertos favores se espera espera más tarde un pago, o al menos una devolución de lo adelantado, de lo regalado con condiciones. Y Jorge Eneco tendrá que enfrentarse a sí mismo para saber qué ha de pagar, con qué puede pagar.
No se piense por lo anterior que estamos ante una novela fantástica. Abad no abandona el tono realista, lleno de puntualizaciones y matizaciones necesarias para que sepamos que estamos ante seres plenamente de carne y hueso. Esta novela puede leerse también como si las sombras solo fueran sombras. Sin ellas, no pierde un ápice de interés la historia de Jorge en Siena, la historia de un Jorge enamorado. Pero para quien crea en las sombras, para quien las haya sentido alguna vez, Abad guarda también una dosis maravillosa de explicación y de apuesta, de develamiento y de misterio. Lo más importante es que esta notable novela no abandona nunca la vía de la pura literatura, de la más alta literatura, la que alza mundos que solo los grandes creadores saben meter en unas páginas que seguirán vivas cuando concluyamos su lectura. Siena es aquí real y mítica, los lugares de expansión nocturna de los jóvenes son espacios lúdicos en los que da gusto entrar y espacios míticos en los que ocurre lo que no puede ocurrir a plena luz en ningún otro lugar, la progresión hacia el amor es trayecto conocido y compartible y también trayecto mítico que saca a a luz la verdad humana de los enamorados. Todo eso está en esta novela que se lee con facilidad y se degusta temiendo la interrupción, que no decae en ningún momento y que no promete vanamente para luego no cumplir con las expectativas, como en tantas recientes ocurre.

EntreRíos




Carolina Molina, Mariluz Escribano y Remedios Sánchez nos hablan del monográfico de la revista EntreRíos dedicado al cuento en España.

Jaione Jaurrieta: Personajes y espacio en "Última noche en Granada "



Caracterización de los personajes

Los personajes en el libro, son diversos, muchos de ellos poco a poco se han ido formando según los acontecimientos que han ido transcurriendo en sus vidas.

Nuestro protagonista se llama Luis Castillo, tiene 35 años, es ex policía y actualmente se encarga de la vigilancia de obras, es un vigilante; dejó los estudios para trabajar en el taxi de su hermano y así poder tener algún dinerillo, es un hombre sano, no bebe, no se droga, no tienen ningún tipo de vicio, es un hombre bueno, pero guarda un gran secreto que no contará a nadie. Es un hombre al que le gusta la lectura de ensayos y le apasiona la Filosofía. Enamorado de Beatriz, amiga suya desde la infancia por la que siempre ha sentido algo, al igual que ella por él, será la que más adelante conseguirá dar un giro a la vida de Luis, logrando así que tenga una vida menos castigada. Castillo es un hombre valiente, que sabe tratar con delincuentes, drogadictos... Le apasiona su trabajo, le gusta y disfruta haciéndolo. La vida que tiene es monótona, vive solo en un piso pagado por sus padres, es una persona invisible para todo aquel que no lo conoce bien.

Un personaje muy importante que podemos hallar en la obra es Beatriz, una mujer casada con un hombre al que no quiere, casada por despecho tras la desaparición de Luis durante un tiempo. Una mujer que se siente sola y únicamente está a gusto cuando de encuentra en compañía de su amado. Termina odiando a su marido, Pablo, lo desprecia, le da asco... Ella sólo quiere estar con Luis; si fuera por ella, desde hacía mucho tiempo hubiera dejado a Pablo, pero Castillo no termina de decidirse, solo debe decir unas palabras para que ella lo deje todo por él. En una ocasión, tras un encuentro sexual con su amante, le dice a éste: “El engañado no eres tú, sino él”. En muchas ocasiones le ha propuesto vivir juntos, pero es el protagonista el que se niega, tiene miedo a que le pueda ocurrir algo, la quiere demasiado como para perderla para siempre por su culpa.
Beatriz en una ocasión es maltratada por su marido y es lo que le hace abrir los ojos a Castillo, se van a vivir juntos y al fin, ella deja a su cónyuge y todo lo a que él respecta, se va de casa sin nada, sin ropa, sin dinero... con lo puesto; comienza a vivir con Luis, y es entonces cuando empiezan a conocerse más, y se originan las largas charlas, ya no sólo son encuentros que duran ocho o nueve horas, sino que ahora pasan las veinticuatro horas del día juntos. En esas conversaciones es donde aparece la visión de ella, la que tiene de él: lo ve como un hombre impulsivo, cerrado, muy parecido a su padre, orgulloso, con una suerte increíble, irresponsable, y que eternamente va a tener el respaldo de su familia, siempre que lo necesite, cabezón, e inconsciente, y a la vez cree que es una persona noble, leal y bueno: es eso lo que hace que esté enamorada de él.
Beatriz es una mujer charlatana, segura de sí misma, que sólo se encuentra en equilibrio cuando se encuentra al lado del protagonista. Es gracias a ella que Luis da ese gran cambio, se enfrenta a todo, a su ex jefe de policía, a sus recuerdos, pensamientos y sobre todo al temido hermano del marroquí muerto.

Pedro es un compañero de la policía de Luis, eran compañeros de trabajo, patrullaban juntos, en un mismo coche. Él también mató a una persona poco minutos después de Castillo. En un principio, tras haber echado mano al gatillo y haber llevado a cabo su cometido, aseguró: “Sueño cumplido”; se podría decir que también se encuentra deprimido por lo ocurrido, pero a su vez está feliz de haber dejado a la policía, se retira y se va a vivir a su pueblo. Es allí cuando comienza a tener sueños con una niña, una novia que tuvo en su infancia, Mª Carmen Bravo Islas, está obsesionado, todas las noches sueña que está con ella, con diferente edad a la que tenían cuando eran novios, un noviazgo en el que el único acercamiento que hubo, fue durante unos pocos minutos, se agarraron de la mano. Estos sueños se podrían decir que son un escape para no pensar en lo que ocurrido. Él sabe que todo fue una encerrona, que estaba preparado el ir a matar a aquellos drogadictos y es en una visita que Luis le hace después de que este recibiera otra de un compañero del cuerpo policial, Julián, y le dijera que volviese a meterse en la policía porque si no estaba desprotegido, cuando Pedro le cuenta todo lo ocurrido, y le aconseja que no vuelva, puesto que lo que quieren Eladio ( ex jefe ) y Julián es poder manejarle a su gusto. Es una persona que de alguna forma le abre los ojos.

El moro rico es el hermano del marroquí que Luis mató aquella noche, quiere vengar la muerte de su hermano. Empezó trabajando en un concesionario de coches, y poco a poco fue subiendo de categoría, terminó siendo rico no se sabe muy bien cómo, y ahora con su gran fortuna ayuda a sus compatriotas a venir a España, les ayuda con las viviendas y les da trabajo... trabajo que seguramente sea ilegal. Es un hombre muy respetado por los partidos políticos, periodistas... pero no por la policía.

El tío Eduardo, un buen hombre, rojo, de 60 años, trabaja en el parquin del Palacio de Congresos de lunes a viernes, quiere tener una pensión decente y para conseguirla le faltan aún algunos años. Es un manitas, los fines de semana los pasa arreglando cosas en casa. Vive con su mujer en un cuarto piso sin ascensor. Es un hombre de cara ancha, manos grandes, con larga charla y tranquila, es una buena persona, que no insiste en temas, le resulta indiferente el tema de conversación, si se cambia lo acepta y se adapta al nuevo. En las visitas nocturnas a su sobrino, sin darse cuenta le ayuda a salir de su tristeza, y a la vez lo tranquiliza. Sale sin que su mujer se entere la mayoría de los día porque se encuentra dormida en el sofá.

Pablo es el marido de Beatriz, un hombre sumiso, que aguanta los desprecios de su esposa; un manitas en las tareas del hogar, siempre dispuesto a todo, persona tranquila, pasiva; es feliz con su mujer, aunque ella no lo quiera, con sólo tenerla a su lado lo es, y le basta. Suele ser muy respetuoso con todo el mundo, pero en un momento todo eso se pierde y se convierte en un hombre amargado, que no aguanta más esos desprecios, pierde los nervios y maltrata a su mujer, la golpea con los puños cerrados mientras llora. Tras pegarle, se va de casa llorando; se siente muy culpable e intenta arreglarlo, pero Beatriz no le perdona. Él se siente avergonzado por lo ocurrido, pero ella nunca se lo va a perdonar, aunque esté completamente arrepentido.

Laura, la madre de Luis, es una mujer sumisa, que nunca ha disfrutado de la vida. Ama de casa y llena de obligaciones, empieza a disfrutar de la vida cuando, tras pasar un cáncer de mama y la extirpación de un pecho, sus hijos se dan cuenta de todo lo que le ocurre y la sacan a la calle para que empiece a divertirse y a airearse.
El padre de Luis es un ex guardia civil que tras dejar su profesión se dedicó a ganar dinero para poder tenerlo y gastarlo. Con ideales franquistas, chulo, le encantaba dar ordenes, es orgulloso, pero siempre está cuando sus hijos lo necesitan.
Alfredo es el hermano del protagonista, taxista de profesión, siempre que ha podido le ha echado una mano.



Espacio en la obra

La obra se sitúa en Granada y sus alrededores, en diferentes barrios y pueblos del lugar.

En Cenes, en un lugar situado frente a la urbanización de Los Faroles, es donde transcurre el hecho más importante y sobre el que gira toda la historia. En un piso ocurrió todo, ahí Luis y su compañero, Pedro, entraron tras llamar a la puerta, les ofrecieron asiento y sin más dilación y sin temblarles el pulso apretaron el gatillo. Primero uno para matar al marroquí y luego el otro para hacer lo mismo con el español. En el piso de a lado se escondieron después tras haber ejecutado la acción, hasta que todo se calmara. Un piso vacío, sin muebles y con un frigorífico también vacío.

También en un piso está Luis la mayor parte del tiempo fuera del trabajo. En él Beatriz y el protagonista tienen sus encuentros más íntimos, y más tarde, pasará de ser un refugio, a un hogar, loque ocurrirá cuando ella se mude a vivir con Luis.

La mayoría del tiempo Luis lo pasa en espacios cerrados, como si eso de alguna forma le protegiera: está en cafeterías; bares como el de Pedro Antonio de Alarcón, donde dos hermanos sirven las mesas de manera rápida y atenta; pisos. Incluso se refugia para poder ponerse a salvo en un piso cuando, durante una guardia, lo intentan matar. Se esconde primero y unos instantes más tarde entra en un piso que está bajo su vigilancia, y eso termina salvándole la vida. Cuando sale a la calle rápidamente como ya he dicho antes, entra en los bares cercanos o se queda en su coche.

También hay espacios abiertos, aunque en mi opinión son de menor importancia. Uno de ellos es Cenes, un pequeño pueblo donde viven sus padres y Alfredo, su hermano.
Otro lugar que se menciona en el libro es el Parque Federico García Lorca, donde Luis va con su madre. En él se cobijan, pasean y se sientan en un banco. Durante esta excursión Luis pasa miedo, duda de si si por salir a la calle y exponerse de tal forma al público, les podría pasar algo a su madre y a él.

El barrio del Zadín también está presente en la obra, así como el Albaicín.

En una ocasión, Luis va a visitar a su amigo y ex compañero Pedro a su pueblo, que se encuentra cerca de Granada. Allí se siente más libre y aparte de pasar mucho tiempo dentro de la casa de Pedro y en los bares, pasean por la carretera y por las calles del pueblo; cree que en esas calles está más seguro, y lo mismo le ocurre una vez cuando piensa en irse a vivir a Cenes.

Jaione Jaurrieta es alumna de 1º de Filología Hispánica de la Universidad de Zaragoza. Trabajo realizado para la asignatura de Teoría de la Literatura, impartida por el profesor Alfredo Saldaña.