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Margaret Millar: Semejante a un ángel (y 5). Crítica


Que a Margaret Millar no se la lea más hoy en día sorprende, así como que no puedan encontrarse sus obras sino en librerías de viejo o en la red (menos mal que no quedan la red y las librerías virtuales, amigos). Si comparamos "Semejante a un ángel" con lo que en la actualidad la novela negra que triunfa nos ofrece, o sea, cachivaches tecnológicos y emponzañadas tramas con las rodillas hundidas en el pasado remoto o la insensatez más vendible, según siempre el último dictado de la moda (ahora, la escandinava, con más de lo visto y leído, con menos literatura y más acción y misterio y simplezas surgidas de la imaginación televisiva), Margaret Millar es una escritora de otro tiempo y de otro lugar casi irremediablemente desaparecidos.
"Semejante a un ángel" es una novela con todos los ingredientes para ser un best seller y estar en los escaparates de todas las librerías. Hay una secta, hay un asesinato misterioso, hay una desaparición inconclusa, un hombre que lo ha perdido todo en el juego y se redime por amor a una mujer y acaso gracias a un alma noble, hay una chica que quiere escapar de los tentáculos de la secta... Pero no hay nada en esta novela que se preste al fácil juego del libro con un preguión que alguien comprará y mandará adaptar a la pantalla. "Semejante a un ángel" es una novela y su autora la concibió como novela y la llenó de todo lo que las artes de la novela piden para que un texto sea bueno, inmiscuya al lector, se quede en la mente de éste una vez acabada la lectura. Es una novela con personajes firmemente creados y levantados, vivos, creíbles. Que hace gala de un magnífico uso de la tercera persona, esa que escasea en la novela negra, pues exige quizá mayor pericia, mayor atención a lo periférico, a un mejor escritor detrás de las letras cuando se quiere contar, como es el caso, una historia que, sin ser coral, no desestima la importancia de ninguno de sus protagonistas, no orilla las complicaciones caracterizadoras y no se contenta con ser un producto de laboratorio más.
Estamos ante una gran novela. En nuestro querido género hay una gran tendencia a largar historias contadas en una primera persona que nos arrumaca con lugares comunes y sonsonetes que nos evitan plantearnos otras cosas, que nos gustan porque no nos exigen esfuerzo, que se visten y desvisten con la gracia necesaria para no parecer siempre las mismas historias y siempre la misma música. "Semejante a un ángel" es un paso más en la historia de las obras destacadas de este género porque el planteamiento de Margaret Millar no es encorsetarse, reducirse, travestirse. Uno se cansa de leer a Marlowe en cientos de novelas escritas por Chandler y sus imitadores. Uno agradece que otras voces le seduzcan, le cuenten otras historias. Uno agradece que el autor de una novela negra no se agache, no se encoja, no trate al género como un pasatiempos, no lo considere antes de empezar a escribir ya como algo menor.
"Semejante a un ángel" es el fruto de una autora mayor, de recursos variados, que sabe indagar en el alma humana, que crea personajes femeninos como pocos lo han hecho antes y después. Que ejemplarmente se acerca a un tema y profundiza en él no mediante la mirada ocasionalmente interesada del investigador de turno sino desde el interior de los personajes que tienen su alma hundida en el tema, que son el tema. Pocas veces encontraremos esto en la novela negra, tan dada al viaje superficial, de turista, tan experta en rozar los temas y apenas nunca hincarles el diente. Margaret Millar habla aquí de una secta y lo hace desde dentro, con personajes que están dentro de esa secta, que la abandonan, que superan su paso por ella o no la superan nunca. Y en ningún momento deja de lado la trama policial, no cansa, no predica, no hace revelaciones idiotas. Quizá lo más flojo de este libro sea la figura del detective privado. O no. Quizá se trata de un detective privado menos novelesco, más cercano a lo real. Quizá esa sea la cuestión: "Semejante a un ángel" es una novela negra muy realista, psicológica y humana. Una de las mejores obras del género, una de esas que le habría gustado leer y recomendar, quizá, a Jean-Paul Sartre.


Texto recomendado: Sagarra rellegit, en el magnífico blog de Júlia Costa

Margaret Millar: Semejante a un ángel (4). Esperando en la cárcel

Margaret Millar observa y describe, con rápidos y certeros brochazos, los detalles más importantes de una escena, lo característico, lo decisivo. Me gusta su estilo austero, que siempre funciona siguiendo a la trama, que nunca la lastra ni la enlentece vanamente. Como muestra de esta concepción de la literatura en la que prima ante todo el ritmo, detengámonos a ver cómo describe a los visitantes de una cárcel, a los que aguardan para entrevistarse con los presos:

Había otras personas esperando: una pareja mayor que estaba de pie, junta, al lado del pasillo, intercambiando susurros inquietos; una mujer joven cuya identidad se ocultaba o se perdía bajo las capas de maquillaje; un hombre de la edad de Quinn, de ojos apagados y ropa llamativa; tres mujeres con uniforme azul con la artificialidad y la vigorosa alegría de grupo de las asistentas sociales voluntarias; un hombre y su hijo adolescente, que parecían haber tenido una pelea, ni la primera ni la última, sobre si venir o no; una mujer de pelo cano que llevaba una bolsa de papel rota. Por la desgarradura Quinn veía el brillo rojizo de una manzana.

Con un par de adjetivos, con una imagen, con un contraste, pone ante nuestros ojos a cada personaje y lo caracteriza, lo levanta en la ficción para que nos parezca vivo en la realidad con una sencillez y una sobriedad que despiertan toda mi admiración.


Texto recomendado: Mi nombre es Sheb Wooley, en el blog de Alma

Margaret Millar: Semejante a un ángel (3). ¿Dónde están todos los muertos?


El maestro de la secta se ha casado con una anciana que era la dueña de la finca y de la torre en la que ahora moran él y sus seguidores. Quinn habla con el maestro y, mientras, la anciana los espía. Entra de repente en el cuarto y empieza a hablar de los que ya se fueron, de los que murieron antes que ella, de una manera que la describe a la perfección en una escena que empieza siendo patética y acaba por enternecer, casi por acongojar al lector.

-... Ya te dije que estaba sola, triste, desamparada...
-No te han abandonado, Pureza.
-Entonces, ¿dónde están todos? ¿Dónde están mamá y Dolores, que me traía el desayuno? ¿Y Pedro, que sacaba brillo a mis botas de montar? ¿Y Capirote? ¿Dónde están todos? ¿Dónde han ido, Harry? ¿Por qué no me llevaron con ellos? Oh, Harry, ¿por qué no me esperaron?
-Calla, Pureza. Debes tener paciencia -atravesó la habitación, la abrazó y acarició su diezmado cabello y sus hombros demacrados.- No debes perder el valor, Pureza. Pronto volverás a verlos a todos.
-¿Me traerá Dolores el desayuno a la cama?
-Sí.

-Y a Pedro ¿podré golpearle con la fusta si no me hace caso?
-Sí -la voz del Maestro era un susurro exhausto-. Todo lo que quieras.
-Podré pegarte también a ti, Harry.

-Está bien.
-Aunque no muy fuerte. Sólo un golpecito en la chola, que pique un poco, para que sepas que estoy viva. Oh, qué lío. ¿Cómo podré darte un golpecito en la chola para que sepas que estoy viva si no estaré viva?
-No lo sé. Por favor, basta ya. Por favor, tranquilízate y vete a tu habitación.

El talento para el diálogo de Margaret Millar, su concisión y su acercamiento a un tema como el de las sectas no es meramente anecdótico en la novela, no es algo que aparezca sólo de pasada, como ruido de fondo. Y eso aleja a esta novela de tantas otras novelas negras que tocan los temas superficialmente, sin abordarlos en profundidad, como ocurre con la mayor parte de las que ahora se publican y se leen.


Lectura recomendada: relato "Estampa napolitana", en el blog de Mayte Llera

Margaret Millar: Semejante a un ángel (2). Desfalcos


El caso se cruza con otro, en que una mujer ha desfalcado, aprovechándose de su puesto en el banco de una pequeña ciudad, una buena cantidad de dólares. Quinn ha hallado la pista la pista del hombre al que buscaba, pero ha llegado tarde: sólo queda un rastro de muerte tras él, pues se mató en un accidente de coche. El caso está cerrado y los detalles los conoce gracias al editor del periódico local. Éste le cuenta la historia de la desfalcadora. Aquí, la pericia de Margaret Millar es grande, pues utiliza a un personaje neutro para hacerle llegar al lector -también a Quinn- la información mediante unos entretenidos diálogos. Eso le evita tener que recurrir al flashback, que salir de la historia rompiéndola, alterando su ritmo. Ya sabemos que Millar era esposa de Ross Macdonald, y la coincidencia en el planteamiento de esta novela con las de Macdonald de la serie Archer es innegable, pero eso no resta valor al trabajo de ninguno de los dos, pues difieren en la mirada -Millar es más punzante, no permanece tan atenta al detalle lírico ni a la psicología de los personajes - y en el hilado de la trama. Resulta sorpendente, eso sí, que sea en esta novela donde hallemos más dureza, no en las de Macdonald, y podríamos decir que "Semejante a un ángel" es más negra, más seca, más cruda. Volvamos al inicio. A las palabras del editor sobre la desfalcadora:

Me interesó otro punto. Alberta Haywood parecía una persona incapaz de cometer un delito semejante. Averigüé que esa apariencia es lo que tenía en común con los demás. El desfalcador medio no tiene antecendentes de deshonestidad, no actúa como un criminal, no se considera uno de ellos. Muy a menudo la comunidad tampoco les considera como tales, normalmente porque devuelven parte del dinero a la gente a la que han defraudado. La ciudad de Chicote respaldó seriamente a Alberta Haywood. Les robó más de cien mil dólares, pero los Boy Scouts tienen nuevo mobiliario en el club y la sociedad de niños inválidos tiene una furgoneta nueva. Es una forma de pensar absurda, por supuesto, como recibir una puñalada por la espalda y contentarte después con un pirulí para aliviar el dolor.

He aquí un ejemplo más de la validez de la novela negra, de la validez de la novela en general. Gracias a ficciones como ésta podemos entender mejor al que comete un delito, al que lo ampara, al que lo perdona. Gracias a novelas como "Semejante a un ángel" conocemos mejor al ser humano, sus contradicciones y sus prejuicios, sus miedos: lo que lo define, en lo más profundo, como ser humano.


Lectura (muy) recomendada: El relato "Dulce María", en el blog de Raúl Ariza.

Margaret Millar: Semejante a un ángel (1). Una hermana sin zapatillas


Quinn, un detective privado que lo ha perdido todo jugando en Reno, va a parar a un lugar algo perdido en el que hay una secta. Allí le acogen con cariño, como a toda alma descarriada, y tiene una interesante conversación con la Hermana Bendición, que al morir su marido quizá se trastornó, abandonó su mundo y buscó otro camino. La mujer tiene guardados 120 dólares y quiere que el detective busque a un hombre. No puede gastarse ese dinero en otra cosa, pues las reglas de la comunidad en que vive se lo impiden. Aunque añora tener unas zapatillas:

También yo estoy haciéndome vieja -dijo-. Hay días que son difíciles de afrontar. Mi alma está en paz, pero mi cuerpo se rebela. Desea ardientemente un poco de suavidad, de calor, de dulzura. Por las mañanas, cuando me levanto de la cama, mi espíritu siente un toque celestial, pero mis pies están tan fríos; y los picores de las piernas...Una vez vi en un catálogo de Sears la foto de un par de zapatillas. Me acuerdo a menudo de esas zapatillas, aunque no debería. Eran rosa y de pelo, suaves y cálidas. Eran las zapatillas más bonitas que he visto nunca. Pero, por supuesto, eran una debilidad de la carne... Con esas cosas hay que tener cuidado. Crecen y crecen como la mala hierba. Consigues unas cálidas zapatillas y pronto deseas otras cosas... Un baño caliente en una bañera de verdad, con dos toallas. ¿Lo ve?... Ya está. Pedí dos toallas, cuando con una es suficiente. Después de darme un baño caliente, desearía otro, y después uno a la semana, o incluso uno diario. Y si todos en la Torre hiciéramos lo mismo, estaríamos repantingados en el baño mientras el ganado se moriría de hambre y el jardín iría llenándose de maleza. No, señor Quinn, si me ofrecieran un baño caliente en este momento, tendría que rechazarlo.


Texto recomendado: ¿Somos el resultado de lo que aprendemos?, de Francisco Machuca