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Lorenzo Silva: Los cuerpos extraños




   Vuelve al principio Lorenzo Silva con esta espléndida novela, desanda un camino que no llevaba a ninguna parte con los últimos casos de Bevilacqua y Chamorro y se mete de pleno derecho en el grupo de los triunfadores de la temporada con un gran libro bajo el brazo que recupera plenamente el espíritu de esta serie de novelas negras que son obra de un gran escritor, un moralista con sentido y con hondas convicciones irreprochables. Lo hace, de nuevo, con una novela que está dentro del procedural, pero añade vivencias de los protagonistas fuera del caso que resultan amenas y solo lateralmente tópicas -el sabueso que trabaja demasiado y no tiene pareja estable, el fracaso amoroso por una causa algo melodramática- y un humor saludable, incuestionable e insobornable marca de la casa que vigoriza a los personajes, los dota de una verosimilitud mayor y nos los acerca con tacto y prudencia para no resultar en ningún momento empalagosos ni falsos héroes que visten máscaras ocasionales de antihéroes. 
   El asesinato de una alcaldesa es el punto de partida de una investigación que le sirve al autor para hablarnos de nuestro presente, nuestra actual corrupción, nuestra ahondada crisis y nuestras inseparables, sempiternas miserias humanas. Como Vázquez Montalbán en su serie Carvalho, hay entrevistas: los investigadores hablan con los implicados en el caso y se dejan empapar por la personalidad de cada uno, los gustos de cada uno, las ideas de cada uno, sin que eso aparentemente suponga un avance en el esclarecimiento del asesinato, como si se sumara información adiposa al relato; pero es solo una impresión fugaz y una poderosa habilidad de Silva, ya que al acabar la novela entenderemos que en el sagaz equilibrio de la narración y en la estructura de la novela no hay ningún fallo ni palabras sobrantes. 
   La radiografía, el espejo para reflejar y señalar sin miedo son armas valientes y que están muy bien manejadas, con dureza y sin hurtar pero también con compasión para el que la merece y con un optimismo final que emerge como sana noticia después de llevarnos a uno de los agujeros más desagradables de la actual crisis social: el agujero de la política de partidos jerarquizados y falsamente creados para el bien y la defensa del pueblo. Y es que Bevilacqua se empeña en separar al que daña al semejante, se empeña en reparar el daño llevando al culpable ante la justicia, se empeña en no mirarlo todo de manera cínica ni cruel, artísticamente desengañada ni sujeta a la pose fatalista tan recurrente en otras novelas negras. Bevilacqua, sargento de la guardia civil, apuesta a su manera por regenerar el sistema: combate al que daña a su semejante caso por caso, con los medios que tiene a su alcance, lo que me resulta creíble y ennoblecedor, sincero y valioso, como es también esta novela con la que Silva pone sobre la mesa de novedades literarias un libro que se apunta a perdurar y que se cuenta entre lo mejor de la serie Bevilacqua / Chamorro, o lo que es lo mismo: entre lo mejor de la novela negra escrita en nuestro idioma.  

Lorenzo Silva: La marca del meridiano




Se conforma Lorenzo Silva. No es extraño que el autor de una serie detectivesca protagonizada por unos personajes fijos tienda al conformismo y a la repetición, pues el escritor, como cualquier hombre, se siente cómodo en los espacios conocidos y con la gente con la que mantiene un trato habitual. Pero no puedo dejar de reprochárselo pues, a diferencia de otros autores que cultivan el género, Lorenzo Silva es un gran escritor. La marca del meridiano empieza bien, pero promete más de lo que finalmente acaba por dar. Es la historia de un guardia civil que cruzó el límite y que paga por haberlo traspasado muriendo cruelmente a manos de unos asesinos despiadados. La aparición del cadáver y la resolución del caso son impactantes y exagerados, se contradicen con el tono realista y a ratos inteligentemente costumbrista que es el sello de la casa. La investigación tiene su interés, pero se desinfla progresivamente, y más cuando aparece un elemento resolutivo que no está desde el principio y aboca la narración a una rememoración superficial de un pasado y una relación amorosa que ni conmueve ni es mostrada con acierto para que se vea su verdadera importancia, su trascendencia en la vida del brigada Bevilacqua, un personaje muy bien creado, ya mítico, amante de lo militar y defensor de lo mismo con un énfasis contradictorio pero muy agudo y volcado quizá en exceso en sus propias emociones y en su mirada al mundo, lo que acaso nos priva de saber más de otros personajes, como Chamorro. Esto se advierte también en los diálogos, dotados de buen humor e inventiva pero que suenan en ocasiones a dichos por el mismo personaje. Creo que Silva carga esta novela de demasiados guiños culturales -canciones, series de televisión, películas- y acerca la historia, sorprendentemente, a un producto prefabricado, endeble puesto al lado de otros logros del mismo autor. 

Lorenzo Silva: El lejano país de los estanques

Una extranjera alta, guapa, que imanta a hombres y a mujeres, se pasea por un pueblecito mallorquín disfrutando de la vida y de la compañía de los que la idolatran por su belleza y su sensualidad. Hasta que la matan y han de intervenir dos investigadores de la guardia civil llegados de Madrid que se mezclan con los veraneantes y, de incógnito, consiguen relacionarse con quienes pueden haber cometido el crimen. Ellos son Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro, los personajes más conocidos y celebrados de Lorenzo Silva.
La novela, siguiendo el ejemplo máximo de Raymond Chandler, está contada en primera persona por Bevilacqua, sargento con firmes convicciones y honda sensibilidad, en esta primera obra del ciclo, muy claramente deudora de la visión del mundo de Philip Marlowe, el personaje de Chandler que es el narrador de la mejor novela negra jamás escrita: "El largo adiós". En Bevilacqua hay cultura y se percibe inteligencia, pero nunca son un lastre, sino una ventaja que sumar a su labor investigadora, esclarecedora de las maldades y bondades de los presuntos asesinos, de los presuntos culpables. Nunca alardea Bevilacqua de su cultura ni de su inteligencia, pero parece bien claro que en una sociedad como la nuestra, en que tanto peso tienen el ocio y el arte -no directamente, en las portadas de los periódicos, pero sí en todo lo que se percibe detrás y se vive detrás, sin mediación imperialista y monetaria acechante-, en que la repetición y la historia son condicionantes de gran importancia, esa cultura y esa inteligencia resultan fundamentales para no caminar por espacios de brutalidad y sinrazón investigadores, dando palos de ciego, basándolo todo en el más que superado instinto y la más que superada corazonada. El policía de nuestro siglo es un agente social y cultural si es honrado -bien lo sabemos desde Carvalho-, si le preocupa de verdad llegar al fondo de las cuestiones, de los hechos, si tiene un auténtico deseo de abrazar la verdad. Ahí está también el Brunetti de Donna Leon para corroborarlo.
"El lejano país de los estanques" es una muestra más del talento de Lorenzo Silva, nuestro mejor escritor de novela negra. Aun siendo la primera de la serie no se trata de una novela menor: la resolución del caso muestra que lo elaborado de la trama no es capricho, no es simple enredo policial, sino que, por el contrario, aclara las zonas de sombra de la investigación y pone finalmente de relieve la importancia de los personajes, las pulsiones que los acometen, las contradicciones, las dudas, las zozobras del alma humana. Lorenzo Silva es un escritor progresista y humanista, no importa que estos términos coticen a la baja en este mercado de productos prefabricados actual: sus novelas negras crean personajes convincentes, plantean cuestiones que van más allá de la última página del libro y mueven a una sincera compasión por las debilidades humanas, incluso las más fácilmente rechazables, que son el mismo fruto de las motivaciones que llevaron a escribir a los autores más realistas y más comprometidos del pasado. En Lorenzo Silva no cabe señalar esto con trazos gruesos, no queda remarcado por la voluntad machacona del autor -como dejó claro en "Nadie vale más que otro", colección de cuentos que ya desde su título deja constancia de una visión de las cosas y de nuestra sociedad muy evidente y plausible-, pues no es en la letra gorda donde quiere moverse este madrileño. La asesinada de esta novela vive después de muerta; en las palabras de quienes la trataron y se acercaron a ella sin penetrar su misterio sigue viva su imagen y la fascinación que despertaba. En los pequeños detalles vamos sabiendo más de ella, vamos componiendo su personalidad gracias a los comentarios sueltos -que no suelen ser positivos más allá de las loas a su físico despampanante-, y cuando acabamos la lectura nos encontramos con que, aunque parecía estar muerta, de repente está viva y entera para el lector, es un ser que se muestra y se oculta, que se da y esquiva, que no se despega de nuestro recuerdo porque no hemos acabado de saber quién es, qué pinta en este mundo nuestro en el que el sexo plural y el disfrute sin medida son cada vez más importantes, más irrechazables. Lorenzo Silva medita sobre eso, nos deja preguntas -como hacen los autores más capaces y que tienen más en cuenta al lector- en una novela memorable que crece con cada relectura que hacemos, como la presencia, el valor de cada persona que se merece un segundo vistazo, un rato para pensar tranquilamente y de manera nada censuradora en cómo es y en qué se diferencia de nosotros.


Texto recomendado: "Pan con mantequilla y música", en el blog de Elèna Casero

Otro texto: " El éxito" (blog En la Aurora)

Lorenzo Silva: La estrategia del agua

Cuando algunos le dan vueltas a la idea de que la novela está herida, se halla moribunda o en paradero desconocido, vuelvo a pensar en Camus, en Sartre, en Faulkner, en Sábato, en Vázquez Montalbán. Y rearmo mis ideas. Porque en esta sociedad en que todo va tan deprisa, en que todo ha de caducar rápido, parece que no hay temas a los que hincarles el diente con razón y argumentos, pero es una impresión falsa. Lorenzo Silva viene a demostrarlo con una novela que no es política, que no es social, que no es hija del realismo crítico, pero que a la vez tiene dentro todo el deseo y todo el poder que esas intenciones novelescas nos dejaron como legado para que las usen y las reutilicen los autores que tienen la mirada puesta en el mundo, se implican ante lo que ven y no pierden el tiempo levantando teorías exculpatorias y vanas con que justificar su absoluto amor por los libros y su total indiferencia por los problemas de quienes están a su alrededor, que son visibles y perceptibles para cualquiera que no viaje dentro de una urna las veinticuatro horas del día. "La estrategia del agua" es la respuesta a algunos asuntos que a todos nos incumben (todos somos hijos, muchos son padres) y es una visión políticamente incorrecta de un autor que piensa, expone y arriesga, que sabe plantear y resolver mediante una clara técnica literaria un tema que levantará encontradas opiniones entre quienes lean esta valiosa novela.
Decir que Lorenzo Silva es el mejor escritor de novela negra español de la actualidad me parece algo casi superfluo. Ningún otro ha encarado nuestra realidad con tal independencia, con tanta literatura de por medio y tanta buena fortuna, de lo que dan muestra libros sobresalientes como "El alquimista impaciente" y "Nadie vale más que otro". En esta novela se reafirma en su apuesta por dar libros serios, rigurosamente documentados, notablemente escritos, expurgados de excesos de mixtificación y de chanza (no en vano, mucho de lo que se publica hoy en día dentro del género no es más que guiones novelados y cómics aderezados con palabras), que apelan al lector adulto y no se dejan lastrar por violencias gratuitas ni tramposas escenas de acción suscitadas forzando la trama. Bevilacqua es el personaje más creíble de nuestra novela negra, aquí y ahora y antes y ahora, y las narraciones de los casos que le tocan en suerte van construyendo una perfecta radiografía de la sociedad de nuestro tiempo desde la óptica de alguien que no es maniqueo, conformista, no se siente héroe ni antihéroe (qué cansancio de antihéroes que se vanaglorian de serlo porque suena bien y luego incurren en gestas que ni los más clásicos héroes podrían emprender) y que no miente, no enreda, sólo da testimonio. En "La estrategia del agua" nos cuenta el caso de un hombre al que matan por la espalda y que deja un hijo cuya custodia tiene su ex mujer. El asesinado tiene la suerte de que el caso se lo asignen a Bevilacqua, que no cree en los apriorismos y no se contenta con ver el historial del muerto y no lo encasilla de inmediato y va a buscar la verdad sin dejarse cegar por las lágrimas ajenas ni los mapas de las emociones de los que saben cómo fingir. Y las capas de mentiras caen una a una y vemos la verdad final que se ha construido ante nuestros ojos sin sorprendernos demasiado, porque Lorenzo Silva no quiere emponzoñar nuestra mirada con golpes de efecto vanos y va abriendo ventanas, apartando cortinas con delicadeza hasta que llegamos a las estancias y ante los personajes que saben y dicen la verdad de lo ocurrido.
No es, sin embargo, "La estrategia del agua" la mejor novela de Lorenzo Silva, que en "El alquimista impaciente" sigue teniendo su obra maestra, pues adolece de un exceso de humor algo ligero y repetitivo que sirve para que adelantemos en la lectura del libro pero a la vez llega a ser fuente de digresión excesiva en algunos momentos poco afortunados y porque en la nítida exposición de los temas tratados y del punto del vista del narrador/autor priva al lector de la libertad para llegar a algunas conclusiones, a sus propias conclusiones, podríamos decir, y se le conduce en exceso en una sola dirección. Se percibe aquí una influencia sana del Marlowe de Chandler, al que le profesa gran afecto Lorenzo Silva, pero falta algo de sus descreimiento cínico, de su distanciamiento moral, el de quien sabe la verdad y la dice pero al final acaba por pensar que nada es del todo acertado si quien lo cuenta es él mismo. Es una matización que estimo necesaria y que no le resta mucho valor a una digna y necesaria novela dentro del mejor ciclo de novelas negras escritas por un autor español vivo.

Lorenzo Silva: Nadie vale más que otro


Primer relato: "Un asunto rutinario".
Entre los méritos de Silva hay dos que se ven en el primer relato de este libro, "Un asunto rutinario", que son su crítica medida y eficaz a una sociedad que ha perdido sus mejores valores y el tratamiento de temas casi cotidianos, que podrían aparecer mañana en cualquier periódico, y que afectan a gente normal. En esta historia, un hombre de El Ejido, pueblo de Almería, es asesinado en Madrid cuando compraba droga. A qué se dedicaba el muerto -al negocio de los coches de segunda mano-, cómo lo engañaron, quiénes lo mataron no forma parte de una estrategia para entretener únicamente al lector, sino que Silva se vale de elementos de nuestra más cercana realidad para poner a ese lector ante un espejo que, mediante la literatura, le hará meditar y acaso recapacitar sobre ciertos asuntos muy útiles y muy próximos apenas situemos un pie en la calle: el dinero fácil, las drogas, los negocios fracasados, la delincuencia que viene de fuera. Es Lorenzo Silva un escritor realista, con todo lo que eso conlleva, y sus méritos son muchos y sobrados para decir que es un gran escritor, uno de esos que son hijos de su época y la miran con los ojos abiertos.

Segundo relato: "Un asunto familiar".

Los lectores habituales de Lorenzo Silva sabemos que el sargento Bevilacqua es un personaje especial, mimado por su autor y creado a conciencia, tanto que parece existir de verdad, como nos pasaba leyendo las aventuras de Plinio, el guardia surgido de la imaginación de Francisco García Pavón, tan absolutamente creíble. En el relato "Un asunto familiar" veo a Bevilacqua muy cercano a Plinio, a una filosofía vital que les emparenta y los convierte en inolvidables, ya que no hay en ellos la insulsez ni la violencia de otros que se han dedicado al mismo oficio investigador -aquí y en cualquier otro país- llevando su ego siempre por delante. Son observadores y también comprensivos, son humanos. "Por eso tenemos que cazar a este cabrón. Siempre habrá otros, y ya sabes lo que nos encontraremos cuando lo tengamos en la jaula, a un pobre tipo que nos dará todavía más lástima que asco." Porque de eso se trata también en la profesión de investigador: ver lo horrible sin cegarse, ver lo abominable sin perder el raciocinio. Con el trabajo que realiza, Bevilacqua se siente confiado y más o menos seguro, porque tiene que descubrir a los culpables y ponerlos a buen recaudo y sabe que efectúa una labor de limpieza interesante, inevitable, que no nos deja del todo sin esperanzas. Y en este caso, con una niña violada y tres familiares como sospechosos, la pesadumbre con que se mueve es superior, la tristeza más honda e intuye que la resolución del caso será abrumadora. El mal está hecho y hay que hurgar, hay que encontrar a quien dejó que su caballo interior se desbocara. Mira la foto de la niña muerta y piensa que ésa es "la cara que tenía antes de que la muerte se la vaciara de luz." Y ahora ha de encontrar al asesino, que se ha quedado también sin luz interior, tanto si es consciente de ello como si no. "Un asunto familiar" está escrito para ser leído y releído y gana cada vez que nos paramos a leerlo y a pensar.

Tercer relato: "Un asunto conyugal"
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No malgasta palabras ni fuerzas en tonterías Lorenzo Silva. Esto, que parece de poca importancia, en el reino de la novela negra tiene más de lo que parece. Porque mientras otros malgastan el ingenio y la fuerza en novelas con mucho ruido y pocas nueces, Lorenzo Silva afina y deja relatos tras de sí con plausible sencillez y ajustada inteligencia -la que pocos poseen en su justa medida, pues el escritor no ha de ser ni demasiado listo ni demasiado tonto, y hallar el punto justo es realmente difícil-, sin tiros al aire ni en cuerpos que no se lo merecen. Este relato es buena prueba de lo que afirmo, y además un paso más en la labor encomiable de un escritor progresista a todas luces que no se conforma con lo ya sabido y visto, que introduce en sus textos elementos para pensar y que los lanza a la sociedad para que todos los interesados piensen y escapen de la rutina a que nos abocan las noticias de los telediarios y periódicos de grupos de comunicación a que estamos tan acostumbrados pero a las que no escapamos porque tampoco nunca nos lo hemos propuesto. El tema del relato, los malos tratos, la muerte de un mujer seguramente a manos de su marido, no es un ejercicio de estilo ni de vanidad literaria en manos de Lorenzo Silva, sino un perfecto caso para mostrar otras cosas, otra mirada, otras intenciones, otro camino a lo trillado y dado por sabido con gesto de desdén casi siempre. Es un relato sencillo, transparente. Y además una de esas historias que dentro de cien años hablarán más y mejor de nuestra época que ningún documento, ninguna película y ningún ensayo. Para esto queremos la literatura, ¿verdad?

Cuarto relato: "Un asunto vecinal".
Aborda de nuevo Silva con inteligencia y riesgo en este relato un asunto que a todos nos incumbe: la inmigración. Aparece muerto un inmigrante ecuatoriano en un pueblo de Murcia y en la búsqueda del asesino nos presenta nuestro autor a una comunidad en la que un importante tanto por ciento de sus habitantes son personas venidas de otros países. Las relaciones entre ellos están muy bien esbozadas en tan pocas páginas, así como las de los inmigrantes con los autóctonos. Silva apuesta una vez más, crea desde su visión de hombre comprometido con nuestra realidad social, desde un punto de vista genuinamente progresista, con tacto y con riesgo, como decía más arriba, pues no se conforma con los lugares comunes e incluso en la última página del relato da un paso más y nos deja servida una honda, porosa meditación a la que nos convoca a todos los lectores que buscamos algo más que pasatiempos en los libros.

De alguna manera, este libro podríamos decir que son unos episodios nacionales, unas novelas ejemplares de un autor de nuestro tiempo, merecedor de figurar cerca de los antiguos maestros de nuestra narrativa que crearon episodios ejemplares.

Lorenzo Silva: El alquimista impaciente (introducción y guía de lectura de Germán Gullón)

Que un crítico y escritor de la talla de Germán Gullón escriba la introducción y se encargue de la guía de lectura de una novela negra escrita por un autor español en la colección Austral Narrativa es, sencillamente, para celebrarlo. Tenemos así la novela negra en el salón, en la mesa de estudio, entre los que más saben de literatura, entre quienes la estudian con detenimiento. Es para celebrarlo.
Gullón, además, escribe lo siguiente sobre ésta y otras novelas de Lorenzo Silva:

Entramos en sus textos y la desazón experimentada a diario por las noticias de la prensa, rebozadas de sensacionalismo, que llevan a experimentar un perpetuo estado de precariedad e impotencia, se desvanece.

Y eso es para celebrarlo doblemente, pues vemos que la buena novela negra no es ya para todos los críticos una hermana pequeña, un sueño eterno de quiosco, una bella durmiente e inútil, sino literatura a secas, literatura importante y con valores muy destacables, utilísimos en nuestra sociedad protestona e infantilizada, como muy bien señala el propio Gullón en su magnífico texto para el libro. Dice también Gullón, con muchísimo acierto:

La novela de crimen adopta con frecuencia la denominación de novela negra por una razón: estos textos exploran la zona en sombra donde florecen las motivaciones inconfesables de la conducta humana, sus orillas oscuras.

En el estudio analiza la obra y deja abundantes y novedosas meditaciones sobre la novela negra y una contextualización del género interesantísima, así como una acotación a la afirmación de Mari Paz Balibrea en un artículo considerando a autores como Lorenzo Silva y Alicia Giménez Bartlett más conservadores y conformistas que Vázquez Montalbán que me parece fundamental para saber por dónde va la actual novela negra española. Un libro imprescindible.

Lorenzo Silva: Nadie vale más que otro (2)


Los lectores habituales de Lorenzo Silva sabemos que el sargento Bevilacqua es un personaje especial, mimado por su autor y creado a conciencia, tanto que parece existir en verdad, como nos pasaba leyendo las aventuras de Plinio, el guardia surgido de la imaginación de Francisco García Pavón, tan absolutamente creíble. En el relato "Un asunto familiar"veo a Bevilacqua muy cercano a Plinio, a una filosofía vital que les emparenta y los convierte en inolvidables, ya que no hay en ellos la insulsez ni la violencia de otros que se han dedicado al mismo oficio investigador -aquí y en cualquier otro país- llevando su ego siempre por delante. Son observadores y también comprensivos, son humanos. "Por eso tenemos que cazar a este cabrón. Siempre habrá otros, y ya sabes lo que nos encontraremos cuando lo tengamos en la jaula, a un pobre tipo que nos dará todavía más lástima que asco." Porque de eso se trata también en la profesión de investigador: ver lo horrible sin cegarse, ver lo abominable sin perder el raciocinio. Con el trabajo que realiza, Bevilacqua se siente confiado y más o menos seguro, porque tiene que descubrir a los culpables y ponerlos a buen recaudo y sabe que efectúa una labor de limpieza interesante, inevitable, que no nos deja del todo sin esperanzas. Y en este caso, con una niña violada y tres familiares como sospechosos,la pesadumbre con que se mueve es superior, la tristeza más honda e intuye que la resolución del caso será abrumadora. El mal está hecho y hay que hurgar, hay que encontrar a quien dejó que su caballo interior se desbocara. Mira la foto de la niña muerta y piensa que ésa es "la cara que tenía antes de que la muerte se la vaciara de luz." Y ahora ha de encontrar al asesino, que se ha quedado también sin luz interior, tanto si es consciente de ello como si no. "Un asunto familiar" está escrito para ser leído y releído y gana cada vez que nos paramos a leerlo y a pensar.

Lorenzo Silva: Nadie vale más que otro

Lorenzo Silva es un escritor que se ha ganado con mucho mérito lectores y reconocimiento. Las novelas dedicadas a Bevilacqua y Chamorro, dos investigadores de la guardia civil, están por derecho propio en un lugar destacado de la narrativa policial española y creo que Silva ocupa un espacio interesante en ese otro lugar que denominan narrativa a secas, el sitio de la gran literatura. Silva tiene críticas habitualmente en todos los suplementos culturales y revistas literarias y, como es habitual, le tratan con aprecio y un poco de desdén, el que se reserva siempre para el autor de novelas bañadas por las aguas del género. Necesita Silva, eso sí, romper con la dinámica en la que veo que se está moviendo últimamente, inteligente pero algo átona, sin el vigor de las primeras novelas, sin su profundidad ni su valentía: le está perdiendo un poco el método, el utilizar la plantilla, riesgo que corren todos los autores que escriben sobre unos personajes habituales. Entre los méritos de Silva hay dos que se ven en el primer relato de este libro, "Un asunto rutinario", que son su crítica medida y eficaz a una sociedad que ha perdido sus mejores valores y el tratamiento de temas casi cotidianos, que podrían aparecer mañana en cualquier periódico, y que afectan a gente normal. En esta historia, un tipo de El Ejido, pueblo de Almería (¿dónde estarán nuestros escritores más punzantes, atrevidos y comprometidos que no aparece aún esa novela que tenga como protagonistas a los inmigrantes y los nuevos ricos de este paradigmático pueblo?), es asesinado en Madrid cuando compraba droga. A qué se dedicaba el muerto -al negocio de los coches de segunda mano-, cómo lo engañaron, quiénes lo mataron no forma parte de una estrategia para entretener únicamente al lector, sino que Silva se vale de elementos de nuestra más cercana realidad para poner a ese lector ante un espejo que, mediante la literatura, le hará meditar y acaso recapacitar sobre ciertos asuntos muy útiles y muy próximos apenas pongamos un pie en la calle: el dinero fácil, las drogas, los negocios fracasados, la delincuencia que viene de fuera. Es Lorenzo Silva un escritor realista, con todo lo que eso conlleva, y sus méritos son muchos y sobrados para decir que es un gran escritor, uno de esos que son hijos de su época y la miran con los ojos abiertos.