Francisco González Ledesma: Méndez




   ¿Acaso es necesario presentar a Méndez?
   El viejo inspector Ricardo Méndez, hijo de los barrios bajos de Barcelona, eterno principiante que cree más en la verdad de las calles que en la de los tribunales, y que deja escapar a más delincuentes de los que consigue detener. Fracasado, olvidado y tronado, devorador de libros, arrastrando entre coñac y coñac la nostalgia de su antiguo mundo, encandilado por el recuerdo de las mujeres que ya no puede amar. Desengañado, sarcástico, solitario y solidario, rebelde, compasivo y tan humano. Simplemente Méndez. ¿Acaso no se merecía un libro para sí solo?
Helo aquí caminando por las soledades y miserias de su ciudad, cazador de sueños perdidos y de heridas ocultas, al acecho de la tragicomedia escondida en las esquinas, con su mirada de vieja serpiente capaz de sondear las tardes muertas de una vida, los resortes íntimos de los delitos, la cara oculta de los poderosos y la historia enterrada en la casa de una madame.
Un recorrido por el mundo de Méndez en veintidós historias inéditas de Francisco González Ledesma. Veintidós destellos de humor y virtuosismo, melancolía e ironía, veintidós joyas negras esculpidas por el gran maestro de la novela policíaca española.


   Edita: Almuzara

Jack London: La invasión y otros terrorismos

   


   El conjunto de relatos de La invasión y otros terrorismos reúne una muestra relevante de la literatura que ha hecho de Jack London uno de los mejores narradores norteamericanos del siglo XX. Es difícil no asombrarse con el espléndido relato de política-ficción de “La invasión” (publicado por primera vez en 1910), en el que London predice no solo la explosión demográfica de China sino la guerra bioquímica, hechos que la historia se ha encargado de hacer realidad. O no estremecerse con la que frialdad con que el ladrón de pieles Subienkow burla el brutal destino que Makamuk le tiene reservado en el relato “Cara Caída”. Como imposible dejar a medias el relato “Los hijos de Midas”, que relata el terrible —y elegante— chantaje con el que una implacable organización secreta lleva una peculiar y efectiva lucha de clases hasta las últimas consecuencias. Y así podríamos hablar de todos y cada uno de los seis relatos, y la interesante autobiografía, que configuran este volumen.

   El lector que aún tenga la suerte de no conocer a Jack London tiene la gran oportunidad de entregarse a su literatura en este libro. Que no se espante el lector que teme a los clásicos o considera obsoleta la obra de Jack London, pues sigue perfectamente viva, tanto, que no descartamos que el lector se estremezca de placer ante el ingenio y la capacidad de anticipación de estos relatos.

   La vida de Jack London (1876-1916) es la historia de una obstinación en la literatura y la supervivencia. Su niñez y juventud están repleta de devaneos y aventuras: en la granja californiana donde trabajó de peón encontró la irrefrenable pasión por los libros y el aprendizaje, y a los once años, tras abandonar la granja, devoró la biblioteca pública de Oakland. La supervivencia le llevó a ser contrabandista, pescador clandestino, luego ¡se enroló en la policía marítima!, marino, carbonero, vagabundo, buscador de oro… Hubo un momento, tras visitar los congestionados centros industriales de Oriente, en que London se dio cuenta que el trabajo no libera de nada. “Desde entonces”, dice London, “he trabajado siempre para librarme del trabajo.” Así Jack London da rienda suelta a sus deseos de convertirse en un gran escritor. En 1900, con veinticuatro años de edad publica su primera novela, y lo que sigue es historia y mito: London escribe más de cincuenta libros, y se convierte en el escritor norteamericano más popular del siglo XX.


   Edita: Laertes

Don DeLillo: La Estrella de Ratner

   


   Una señal de radio procedente de un astro lejano, la estrella Ratner,  ha llegado   a
la Tierra. Todo indica que se trata de un mensaje enviado por una inteligencia extraterrestre.
   En un lugar secreto de Asia central, los mejores científicos de todo el mundo han fracasado en sus intentos de descifrarlo. La única esperanza es Billy Twillig, un joven matemático del Bronx que con sólo catorce años ya ha sido galardonado con el Premio Nobel. El genio inocente de Billy se encuentra pronto enfrentado a los desvaríos de una comunidad de académicos lunáticos que compiten entre sí para resolver el enigma del universo. De este viaje al centro del cerebro y sus ficciones a bordo de una peligrosa nave de locos, nadie regresará siendo el mismo.





   Edita: Seix Barral

Alberto Mussa: El misterio de la Casa de los Trueques

   



   Río de Janeiro, 1913. En una histórica mansión, que el médico polaco Miroslav Zmuda utiliza como clínica, se produce un sangriento y aparentemente inexplicable asesinato: hallan al Secretario de la Presidencia de la República estrangulado, atado a una cama y con los ojos vendados. Solo un pequeño círculo de iniciados sabe que detrás de la fachada del centro médico se esconde el mejor prostíbulo de la ciudad, «La Casa de los Trueques»: hombres, mujeres, parejas, todos encuentran en las habitaciones del doctor Zmuda lo que mejor se adapta a sus necesidades. Un secreto templo de la transgresión, donde todo es posible, siempre bajo la atenta mirada del doctor Zmuda, sexólogo avant la lettre y dedicado a estudiar las relaciones sexuales de sus «clientes». La investigación del protagonista, el perito de la Policía Sebastião Baeta, conducirá al lector —a través de los misterios de Río de Janeiro, de los ritos de la capoeira, el modo de vida de origen africano, y de los escándalos lujuriosos de la historia de un Brasil desconocido— hacia un final del caso totalmente inesperado.
Una auténtica revelación de la literatura brasileña, obra multipremiada, que es a la vez una novela negra, un relato erótico y una «guía» histórica del Río de Janeiro más sexual.

   «Los policías tradicionales, que pertenecían a otra generación, compartían el vicio de creer que los crímenes eran obras literarias: seguían buscando la coherencia psicológica aun cuando las evidencias objetivas, establecidas científicamente, señalaran en otra dirección…



David Peace: 1974





   «La autopsia tras la muerte de la niña de diez años Clare Kemplay ha revelado que fue torturada, violada y estrangulada. La policía de West Yorkshire retiene los detalles exactos de las lesiones, pero el inspector jefe George Oldman, en una rueda de prensa ofrecida hoy a primera hora, calificaba la extrema crueldad del asesinato de “difícil de concebir”.» 1974, West Yorkshire, se acerca la Navidad. Eddie Dunford, corresponsal de sucesos del Evening Post, empieza a tener firma en la cabecera del periódico. La desaparición de una niña de diez años –cuyo cadáver aparece en un solar en construcción, con unas alas de cisne cosidas a la espalda– es su primer gran reto profesional. El periodista recuerda antiguos casos sin resolver de niñas desaparecidas y encuentra un vínculo entre los crímenes. Turbios manejos inmobiliarios, concejales sobornados y policías corruptos se interpondrán en su investigación… David Peace, en su serie de cuatro novelas Red Riding (de la que 1974 es la primera), «ha hecho por la región de West Yorkshire lo que Raymond Chandler y James Ellroy hicieron por Los Ángeles» (Yorkshire Post). Una narración vertiginosa, violenta, atroz, en la que se combinan datos históricos e imágenes mentales, presente y recuerdos, realidad y sueño. Un autor que se ha convertido en un nuevo clásico, el más prestigioso de la novela negra de hoy.


   Edita: Alba

Léo Malet: Calle de la Estación, 120

   


   Entretenida y bien escrita novela negra de un maestro francés poco leído en nuestro país y que trae del olvido la editorial Libros del Asteroide con tres recuperaciones interesantes, esta novela y dos más que no son un puro pasatiempos ni una pesarosa vuelta a lo mismo, ya que Malet era un escritor con ingenio y con las ideas claras: un anarquista que juntaba a su detective privado Nestor Burma con la policía pero solo para llegar al fondo de la investigación y valiéndose más de los funcionarios del orden que dejándose llevar por ellos, sana y alegre visión que hace de esta novelita breve y muy bien urdida un soplo de aire fresco en esta época de inspectores y detectives de homicidios tan poco creíbles, tan poco realistas. 
   Publicada en 1942, Calle de la Estación, 120 aún tiene demasiado apego a la resolución del caso mediante la capacidad deductiva casi sobrehumana de su protagonista, abusa de las casualidades y apunta a un final no muy sorprendente, pero tiene en su haber una prosa muy bien adjetivada que ya quisieran muchos autores de la actualidad, un ritmo rápido y nunca impostado, una acción y una ambientación -dos ciudades, una estación de tren, un villorrio, casas abandonadas- verosímiles e intrigantes y un personaje que nace en este libro con una fuerza tal que no es de extrañar que le durase al autor durante otros treinta  y dos títulos más. No sé por qué, me imagino a Malet como a un Baroja cautivado por la novela negra y dispuesto a dar su opinión sobre unas cuantas cosas de las que estaba muy bien enterado. Con ánimo festivo he leído quizá por eso esta estimable novela. 

Manuel Delgado: El espacio público como ideología





   Si urbanistas, arquitectos y diseñadores pueden concebir el espacio público como un vacío entre construcciones que hay que llenar de forma adecuada a los objetivos de promotores y autoridades, es decir, como un complemento para operaciones urbanísticas, existe otro discurso en el que este concepto se entiende como la realización de un valor ideológico. El espacio público es entonces el lugar en el que se materializan diversas categorías abstractas como democracia, ciudadanía,convivencia, civismo, consenso, etc, y por el que se desearía ver transitar a una ordenada masa de seres libres e iguales que emplean ese espacio para ir y venir de trabajar o de consumir y que, en sus ratos libres, pasean despreocupados por un paraíso de cortesía. Sin embargo, como afirma Manuel Delgado al analizar ese sueño de un espacio público hecho de diálogo y concordia, éste se derrumba en cuanto aparecen los signos externos de una sociedad cuya materia prima es la desigualdad y el fracaso. 


Andreu Martín: Cómo escribo novela policíaca




   Cómo escribo novela policíaca de Andreu Martín empieza como unas memorias, como si el autor, después de escribir tantas novelas policíacas, hubiese decidido pararse a reflexionar sobre su trabajo. Pero a las pocas páginas lo que leemos es un ensayo muy completo sobre los secretos del género. Un repaso a su historia, a sus protagonistas, a sus trampas y al modo en que se debe escribir una novela negra. Una excelente guía de escritura para cualquier autor que quiera aprender de este experto novelista, para los lectores que quieran acercarse a su obra, o para los críticos que busquen profundizar en las claves del género desde una fuente muy directa.
   El concepto de juego es esencial para entender mi obra. Andreu Martín
   La obra de Andreu Martín crea adicción. Juan Miguel López Merino


    Edita: Alba

Iris Murdoch: El unicornio



   Una historia que combina con magistral eficacia la intensidad de la novela gótica y la fascinación del cuento de hadas. Una novela impresionante en la que Iris Murdoch explora las fantasías e indecisiones que gobiernan a todos aquellos que han sido condenados a una entrega apasionada, aunque sin esperanza.
   Cuando Marian Taylor acepta un empleo de institutriz en el castillo de Gaze y llega a ese remoto lugar situado en medio de un paisaje terriblemente hermoso y desolado, no imagina que allí encontrará un mundo en que el misterio y lo sobrenatural parecen precipitar una atmósfera de catástrofe que envuelve la extraña mansión, y nimba con una luz de irrealidad las figuras del drama que en ella se está representando. Hannah, una criatura pura y fascinante, es el personaje principal de ese pequeño círculo de familiares y sirvientes que se mueven en torno a ella como guiados hacia un desenlace imprevisible. Pero Marian no puede saber si ese divino ser es en realidad una víctima inocente o si estará expiando algún antiguo crimen.
   Traducción de Jon Bilbao
   Prólogo de Ignacio Echevarría

   Edita: Impedimenta

Eugenio Fuentes: Mistralia

   


   Crea Eugenio Fuentes las novelas del detective Ricardo Cupido mediante instantáneas que definen a los personajes y nos cuentan, desde muy adentro, cómo son, qué los motiva y qué los impulsa a querer, odiar, apartarse, celebrar sus triunfos o esconder sus miedos. Son instantáneas psicológicas, efectivas y con un equilibradísimo sentido de la narrativa que nunca agobia con un exceso de datos y jamás paraliza el devenir de la historia, aunque en ocasiones la enlentece, la demora, evidenciando el esfuerzo de Fuentes por no hacer una novela negra al uso, a lo estadounidense, con acción loca o virulencias incontroladas. Pero acaso se le olvida que estamos ante un tipo de novela que acaso precise de algo más de movimiento, que quizá sería mejor no hacer con piezas separadas de un puzzle ingenioso y bien balanceado, que la materia oscura del crimen no es una pieza aislada, sólo un hallazgo casual y execrable. Mistralia es una novela que está muy bien escrita, pero que adolece de mayor sentido de la realidad, ya que el lector ha de creer primero en un detective casi imposible -que investiga abiertamente crímenes, algo que no se permite a ningún detective privado español, personaje tipo muy bien presentado por Andreu Martín en sus mejores relatos; que es demasiado inteligente y fiable, humano y nada mezquino, un manos blancas inefable; que se impone como un policía cuando debería encontrar miedo y repulsa en muchos, casi todos los sospechosos; que es bien parecido y atractivo: rémoras de personaje/héroe que nuestro querido autor no ha sabido orillar-, después en la existencia del crimen como algo aislado en la materia narrativa, una excrecencia repelente que apenas casa con el mundo que se nos presenta, muy bien ordenado y casi limpio en apariencia por mor de la buena literatura de que hace gala el narrador, algo que ocurre también en la serie dedicada al inspector Adam Dalgliesh, creado por P. D. James. Les falta suciedad a las novelas de Cupido, contagiarse del mundo de Carvalho, Archer y Méndez, alejarse de la resolución de los casos por el detalle que encaja en los pensamientos certeros del detective para que no se nos exija más de la cuenta en lo referente a verosimilitud, dejar de seguir observando el crimen como los autores victorianos, que lo tenían como algo excepcional y remediable, como una mancha en un hermoso traje de vestir, así como apostar por el buceo en el otro lado y poner distancia con las historias en que los investigadores corren a restituir con su sapiencia el orden alterado para calmar el ánimo de los bienpensantes defensores de lo correcto y jerarquizado. El crimen siempre tiene unas raíces sociales, encierra mala baba y desesperación, y la sangre hace agujeros en el alma: eso lo han contado muy bien Vázquez Montalbán, Andreu Martín, Juan Madrid y Francisco González Ledesma. 
   Aprecio a Eugenio Fuentes, a quien conozco personalmente, pero no puedo mentir: esta novela es blanda, cuando habla del amor lo hace en términos demasiado sentimentales, el final está dibujado en letra gorda, subrayado, hecho una papilla de fácil digestión y absorción en su fácil aunque inane crítica, y al igual que ocurre con el Lorenzo Silva menos consistente, encuentro despeños muy salvables excepto si se piensa demasiado en el lector o en las lectoras, permítaseme la imprudencia: sabemos que las mujeres de mediana edad y sin muchos problemas económicos son quienes más leen, quienes más compran libros, pero ellas ya tienen a las autoras y autores que les escriben y de estos pesos pesados de la novela negra española yo espero más, mucho más: atrevimiento, renovación, rompimiento de sus propias reglas. Me ha costado acabar la lectura de este libro, como el de muchos otros escritores actuales, porque veo demasiadas costuras, demasiada horizontalidad, demasiado respeto a unas reglas editoriales que, por supuesto, favorecen un oficio y recompensan con un número seguro de lectores pero restan libertad al creador y lo convierten en muchas ocasiones en alguien semejante a un funcionario gris.
Mistralia no es una mala novela. Eugenio Fuentes ha llegado a lo más alto con la prosa, la claridad expositiva y la precisión psicológica, pero se ha detenido delante de sus propios límites, se ha impuesto a sí mismo un alto que empeñece logros, que lo domestica ante el lector que ya no se conforma con la fórmula. Mistralia está muy bien escrita: la adjetivación -tan escasa en la novela negra, rebosante de superfluos imitadores de Dashiell Hammett-, el sentido y el ritmo de la frase, la magnitud del párrafo y del capítulo han sido mirados y mimados por alguien que no menosprecia al género y lo practica sin complejos. Pero eso no ha de bastarle a Eugenio Fuentes. Porque si no nos olvidamos jamás del Carvalho de Los mares del Sur ni del Méndez de Peores maneras de morir ni del Archer de El hombre enterrado es porque entre los fallos hay algo muy auténtico, muy real, que comunica de una manera muy profunda con el lector más allá de las palabras y de la fructificación únicamente literaria y asienta en su memoria un poso de verdad que nada puede borrar.