Sánchez Gordillo (Los pobres)

(Normalmente las conversaciones entre Luis Castillo y yo aparecen en el blog En la Aurora, pero esta vez me ha insistido para que también por aquí suba a la red este texto. Como somos amigos, así lo hago. ) 


Sánchez Gordillo (Los pobres)




Me dice Luis Castillo que está con Sánchez Gordillo, que quizá hasta acuda al encuentro de la marcha por Granada y se sume a ella. Estoy con los pobres, estoy con los engañados, estoy con la gente a la que le quitan para seguir dándoles a los ricos, añade. Y creo que hay que salir a la calle y dar la cara. ¿Te imaginas -me pregunta - lo que sería ver en las calles, juntos y unidos, todos a una, a los parados de España? Así no habría dudas de cuántos son, no habría dudas de que pasan faltas y necesitan, piden activamente ayuda. Obligarían a cambiar muchas cosas, estoy convencido, concluye. Y yo me quedo pensando en autores como Aldecoa, Fernández Santos, García Hortelano, que acaso saldrían a las calles y se sumarían a los grupos de protesta pacífica. Menciono esos nombres y Luis Castillo medita en voz alta: Qué lástima que haya tanta pasividad, tanto intelectual falso y vendido, tanto tipo empeñado en mirarse el ombligo. Siempre lo ha dicho mi padre: Este es el país de Sálvase quien pueda. ¿Sabes, Paco? Hemos pasado del capitalismo hedonista a otra cosa en la que ya la gente solo se necesita como las piedras para hacer camino. Y por el camino avanzan los poderosos, y pisan, y aplastan, y cada piedra es un trozo inútil de nada. Lo de Sánchez Gordillo abrirá ojos, creo, y por eso lo están criminalizando tanto: se ha salido de la senda marcada, se ha vuelto incómodo, suelta verdades como puños, irrebatibles. Ya no hay excusas, Paco: y el que llore después, que recuerde si antes ha salido a luchar antes de perderlo todo.  


Foto: Willy Ronis

Grupo 7, de Alberto Rodríguez




Deudora de una manera de hacer muy hollywoodiense, tiene esta película, sin embargo, algunos valores y aciertos que sirven para destacarla y recomendarla, pues su acercamiento a la violencia mediante unos personajes que no son ángeles caídos ni matones justicieros, sino simplemente policías muy humanos vistos frontalmente, sin tapujos, sin mentiras ni mixtificaciones, no resulta falso, sino muy creíble y muy sincero, merced a un alejamiento absoluto del maniqueísmo y de una gratuita, forzada e imposible voluntad de identificación. Resulta incómodo seguir las peripecias de los sujetos protagonistas -como ocurría en la serie The Shield, de la que ha tomado también algunos elementos imprescindibles para la estructura y la exposición de las escenas más crudas- y más aún verlos en sus momentos de intimidad, con parejas que están a su lado pero en realidad muy, muy alejadas de unos hombres que nunca sabrán vivir sin placa y sin delincuentes a los que interrogar y amedrentar. Pero, como digo, rezuma sinceridad la historia, y eso -además de la excelente interpretación de Antonio de la Torre, una vez más, y de la notable participación de los secundarios- la eleva por encima de No habrá paz para los malvados, el otro logro reciente del cine negro español, que en realidad es mucho más hueca de lo que a primera vista parece y no cuenta con un argumento tan sólido ni con un deseo de verdad tan intenso y no orilla ni quiere los tópicos más arraigados y vanos de la serie negra. No, no es una obra maestra, pero está impecablemente realizada -algo nada fácil en nuestro país cuando hablamos de cine de género- y seguro que irá ganando con el tiempo hasta situarse en un lugar del que no caerá ya nunca. 

Ross Macdonald: La mueca de marfil (3). Sábado a la noche

Fui a la barra que ocupaba por entero la pared izquierda del bar. Las mesas a lo largo de la pared opuesta estaban ocupadas y la barra llena de bebedores de sábado a la noche: soldados y chillonas chicas negras que parecían demasiado jóvenes para estar allí, mujeres maduras de expresiones duras con permanentes, viejos recobrando la juventud por milésima vez, prostitutas de ojos de asfalto trabajando para ganarse la vida con trabajadores borrachos, algunos fugitivos de la parte alta de la ciudad ahogando un yo para que naciera otro. Un griego grandote dispensaba, al otro lado del mostrador, combustible, afrodisíacos, narcóticos, con una melancólica sonrisa permanente.