Manuel Vázquez Montalbán: La soledad del manager (4). Violencia doméstica


Me gusta la novela negra porque me gusta la novela social, porque me interesa la gente, porque no permanezco indiferente ante el mal que aqueja a otro, porque creo que hay que mirar nuestro lado malo para aprender: la vida es un aprendizaje que acaba cuando morimos. Incluso del anciano más vulnerable, más enfermo podemos llegar a aprender algo: hay miradas que comunican más que discursos enteros. Me gusta la novela negra gracias a autores como Manuel Vázquez Montalbán, un autor que se preocupaba por sus congéneres, que estaba comprometido con las mejores sociales, que analizaba y luego escribía, nos daba su punto de vista.
Las novelas permanecen muchos años después de haber sido publicadas porque a los lectores siguen tocándoles fibras íntimas que les mueven a meditar, a sentir, a llorar y a reír. "La soledad del manager" fue publicada en 1977 y en ella hay un caso de lo que hoy se denomina violencia doméstica. Pero no está metido con calzador: inteligentemente, lo inserta Montalbán en un momento en que Carvalho visita una comisaría, requerido por la policía, y en tanto aguarda a que le atiendan/interroguen. Un hombre que está a su lado, con las esposas apretándole las muñecas, le cuenta su historia: ha disparado contra su mujer y su hija con una escopeta por una discusión doméstica originada mientras levantaba media pared de ladrillos para hacer paellas en el jardín de su torrecita. Y es en las palabras elegidas, en el punto de vista, en la elección del lugar y del instante para contar esta pequeña historia donde apreciamos la calidad literaria de nuestro autor, su compromiso humano, su negación del sensacionalismo, e igualmente anotamos una vez más por qué la literatura necesita al realismo, al buen realismo, al realismo sincero, ese que nace de la voluntad y de la necesidad de hablar de lo que le pasa al que vive a nuestro lado, en la calle de enfrente, porque todos somos uno y uno es todos cuando tenemos oídos y tenemos manos para ayudar y voz para prevenir y piernas para correr en la dirección afortunada.

Manuel Vázquez Montalbán: La soledad del manager (3). Memoria y asco


Uno vuelve a ciertos libros porque de ellos extrae nuevas enseñanzas, nuevas sensaciones, porque no se agotan con la primera lectura. Consideraba Francisco Umbral esta novela la mejor de Carvalho. En la primera lectura que hice de ella, hace ya muchos años, anoté mentalmente muchas frases y pasajes que nunca he olvidado. Por algo será. Ver que Vázquez Montalbán utiliza en algún momento juntas la segunda persona y la tercera y la primera unas líneas más arriba me congratula: qué apuesta por la literatura de verdad es este libro, cómo no reconocerlo, cómo no recuperarlo. El problema estriba en que a Vázquez Montalbán nunca se le consideró un escritor genial, de la categoría de los más grandes, a la altura de un Vargas Llosa o - más cercano- un Eduardo Mendoza, autores de libros imprescindibles, y se despacha su creación lindante con la novela negra de manera harto frívola y desdeñosa. Pero "La soledad del manager" es una obra importante, digna de la más segura recuperación porque no hay engaño en ella, no hay caídas deplorables, hay literatura alta y profunda y repaso de un tiempo y un país como en pocos libros podemos hallar.
La habilidad con que transita Vázquez Montalbán por el mundo de las altas esferas y, a continuación, por las más bajas esferas es sencillamente magistral. La selección de personajes representativos de un tiempo y un lugar, la encarnadura novelesca y la cesión de la palabra para que se expresen, se digan y se revelen convierten la novela en un testimonio arrebatador e insoslayable. Carvalho visita a los amigos del muerto, los interroga y les deja hablar y ellos solitos lo cuentan todo, se definen, se sitúan, sueltan sapos y culebras, se rodean de conceptos como el dinero, la amistad, el triunfo, el fracaso, la vocación política y, envueltos en sus banderas de mentiras y verdades personales, arrojan un fresco literario que es preciso degustar con calma, como un plato cocinado a medio fuego que ha de comerse con la boca medio abierta, o medio cerrada, como gusten.
No se equivocaba Umbral: el animal social, político, contestatario, el escritor que era un profundo analista de la sociedad de nuestro tiempo, el narrador que servía verdades como puños y acertaba a crear personajes de una pieza, inolvidables, que en la mente del lector alcanzan la consistencia adquirida por otros tan imprescindibles como el Quijote o Sancho Panza está aquí en su mejor salsa, en su mejores dominios, en su mejor casa y nos habla con sus mejores palabras, sus más rigurosas frases henchidas de sentido y sentimiento justo. Qué alegría releer, redescubrir, celebrar.
En las páginas 112 a 114 de la primera edición, Carvalho recuerda a un muerto del franquismo, a las gentes de su barrio, su indefensión, sus miedos, sus silencios y su generosidad con los que eran más pobres que ellos y piensa que a su muerte todo aquello desaparecerá, cuando sus recuerdos se borren también se borrará todo lo que vio, sintió, padeció; teme por el futuro y teme que el asco nos invada, nos corroa, nos aniquile. Son tiempos de transición, de ideas rotas y de ideas que surgen, son tiempos de incertidumbre, como los actuales, como todos, y yo pienso que menos mal que nos quedan novelas como ésta, páginas que no dejarán que el olvido lo mancille todo con su manos llenas de borrones y creadoras de ausencias.


Recomendación: El pueblo de mi hermano

Manuel Vázquez Montalbán: La soledad del manager (2). Política y gastronomía en Barcelona


Hay política en las novelas de Carvalho. Es un ingrediente necesario, imprescindible, porque la visión de la sociedad que se nos plantea incluye a los que están en el poder, a los que se cobijan a su sombra, a los que padecen los excesos de los arriba, a los que viven sin pensar en los que tienen en el poder, o sea, a todos los que estamos en este mundo nuestro de aquí y de ahora, y Montalbán medita a la par que presenta las acciones y a los personajes, nos hace meditar con él, viajar intensamente hacia atrás para comprender los porqués del presente de la narración. No hay elecciones casuales, sino causales en estas novelas del ciclo Carvalho, concebidas como una crónica de un tiempo y un país.
En "La soledad del manager" utiliza Montalbán la más pura de las arquitecturas de la novela negra: dos espacios, uno que registra los sucesos de la actualidad y otro que, mediante flashbacks, enriquece la composición de los personajes y los dota de una profundidad admirable. Ha aparecido muerto el manager de una multinacional. Carvalho lo conoció brevemente, en un pasado contradictorio y algo secreto. Mientras investiga, por encargo de la viuda, quién es el asesino va recordando momentos compartidos con el muerto y afloran recuerdos de un tiempo en que España no había libertad, sino un régimen dictatorial, un franquismo que creaba marginados, torturados, mártires y callados héroes resistentes. Entre los que se oponían al franquismo estaba el propio Carvalho, un detective privado que estudió en la universidad y fue comunista, padeció prisión y todos los rigores que se le aplican al vencido. Estamos a finales de los setenta, con una democracia recién parida, muchos restos franquistas con ojos y boca pululando y amargando(se), con muchos jóvenes que van a subir al poder y se disputan la entrada al mismo. Carvalho habla, come y acepta citas en restaurantes que definen la manera de estar ante la comida de algunos personajes, bebe y fuma y con preguntas se acerca a las verdades, toma nota de las incongruencias y de las falsedades y, llevado por Vázquez Montalbán, registra con su mirada y señala con sus pasos caminos, travesías, entradas y salidas de una mágica Barcelona vista a ras de suelo que deviene entrañable y cercana, viva, inolvidable.


Texto recomendado: El sombrero de Wilder y la pipa de Chandler, de Francisco Machuca

Manuel Vázquez Montalbán: La soledad del manager


Vázquez Montalbán nunca dejó de ser un poeta. Los que le queríamos bien le reprochábamos en silencio que escribiera tanto, que no se concentrara en hacer la obra maestra que esperábamos de él. Sabíamos que escribía mucho porque no hacía otra cosa, porque detestaba ser un gandul, porque tenía muchas cosas pendientes por decir y por plasmar. Volver a Vázquez Montalbán es volver a los veinte, a los veinticinco años de nuestras vidas ya algo bataquedas y puntuadas de decepciones y muertes, incluida la del propio Vázquez Montalbán.

"La soledad del manager" fue la primera novela del ciclo Carvalho que leí. Buscaba entonces la sorpresa, la constatación de que era posible escribir en España buena novela negra. Ahora mis lecturas son más pacientes, más reflexivas, aunque no desdeño la sorpresa. Y la encuentro pronto, en las primeras páginas, donde Vázquez Montalbán deja correr su imaginación de poeta, de hombre atento al detalle caracterizador y sentimental. Porque el gran escritor barcelonés fue siempre, y ante todo, un sentimental, una persona llena de memoria viva, de padres y madres recordados y celebrados, de calles con infancias truncadas, de rincones por los que el tiempo ha pasado para ennoblecerlos. El estilo -que se estropearía, acaso por el exceso de páginas, por el cansancio que le producía la escritura de más obras carvalhianas -se muestra seductor y singular ya en los primeros trechos, la narración es ágil, la mirada profunda, y la novela negra celebra tener a un autor de tanta calidad detrás, que en 1977 usa la primera y la tercera persona en el mismo párrafo, que alterna diálogo y recuerdos sin romper las líneas, sin saltos extraños que despisten, asumiendo que Faulkner, Virginia Woolf, Joyce son una herencia y una proposición de enseñanzas que ningún escritor ha de desdeñar. Cómo empezó a disfrutar la novela negra española con Vázquez Montalbán, qué feliz fue, y con ella todos sus lectores.


Texto recomendado: Des del terrat, de Júlia

Rosa Ribas: Entre dos aguas



No es una recién llegada. Rosa Ribas ya publicó antes una interesante novela, "El pintor de Flandes", en la que se veía que se trata de una escritora de raza, con una prosa muy apta para la narrativa, para el flujo de las historias que nos cuenta. Además, su capacidad para crear personajes es alta, su psicologismo es bueno, sus narradores saben crear interés y sus personajes resultan cercanos y creíbles. En las primeras páginas de "Entre dos aguas" hay un muerto y un asesinato. Rosa Ribas va directamente al grano: entra de esta forma en la literatura policial sin rodeos, como el cultivador que tiene la ropa adecuada y la disposición óptima, sin llamar a engaño, vamos. En estos tiempos en que no se sabe, en muchas ocasiones, por qué apuesta el escritor, Ribas lo tiene claro: por el género. Y le pone un toque de humor y de crítica muy acertado: se inicia la novela con la resolución de un caso en que está metida la comisaria Cornelia Weber-Tejedor, su nuevo personaje, en su primera aparición en las librerías: la muerte a manos de su esposa de un tipo que, víctima de la teletienda, ha comprado a espaldas de ella un montón de cachivaches destinados a su disfrute en la próxima vejez. Rosa Ribas, ya digo, no es una recién llegada. Hay ciertos apresuramientos en su escritura que son fáciles de corregir, deudores de una creación demasiado sujeta al oído de su autora, que no es infalible, pero alguna repetición en la misma frase y alguna cacofonía evitables no desmerecen las bondades del relato, que se lee con avidez y con un disfrute al que es difícil resistirse.

Adiós, pequeña, adiós, de Ben Affleck


El buen cine negro nos emplaza siempre para que tomemos decisiones morales, para que comparemos las nuestras con las ajenas, para que caminemos por un territorio moral del que no puede escaparse ni hacer como que no existe. "Adiós, pequeña, adiós" es una gran película porque pone al espectador ante sí mismo, frente a los otros y en espacios por los que pueden transitar, ya sea personal o mentalmente, los que están sentados en sus butacas. Y lo es también porque cuenta con una gran interpretación de Casey Affleck, las brillantes y habituales de los veteranos Ed Harris y Morgan Freeman, y un guión y una historia que no pueden dejar indiferente a ningún espectador. Y con una realización sin duda sobresaliente.
Una niña desaparece. Trabaja la policía para encontrarla y además la familia contrata a dos detectives privados que conocen bien el barrio y a los que lo habitan, que no son mero fondo, sino parte fundamental de la trama, pues esta película habla de un lugar concreto y de unas gentes concretas, de una clase social muy determinada. No están de más los detectives privados, no están pasados de moda. Bien creados y bien interpretados -Casey Affleck compone al detective privado más creíble que he visto en los últimos años-, siguen representando al ciudadano mitad oficial y mitad particular que sólo tiene que rendirse cuentas a sí mismo - a su conciencia - y pueden llegar en los casos -en la búsqueda de la verdad última y decisiva- hasta el final. Y con estos detectives privados van cayendo las mentiras, va apareciendo la triste realidad que es una bofetada social y moral en la cara del espectador.
La estructura me parece sencillamente perfecta: una primera parte dedicada a la acción, a la investigación, al cierre en falso del caso. Hasta aquí llegan, aquí se quedan las intenciones de la mayor parte de los guionistas actuales. Pero la segunda parte es la que hace grande a esta película, la que la vuelve inolvidable porque, mientras caen los velos, el director y los actores nos entregan pedazos de verdad que están en la pantalla y que salen de ella, que nos tocan y nos conmueven. Con un ritmo que no acepta la alteración y rehúye el espasmo, a la manera clásica, sin golpes de efecto idiotas, avanzamos hacia la resolución del caso y tras los momentos álgidos de la historia, que a ningún personaje deja como al principio - gran acierto que subraya la intención plenamente moral de la película, entendido esto en ningún caso como moralina, sino todo lo contrario, ya que la capacidad crítica no escasea ni se nos hurta: moral, crítica y profunda, certeramente humano es este filme que no se nos olvidará fácilmente -, desmbocamos en una conclusión que admite muchas opiniones, muchos comentarios encontrados, y de eso se trata: de no pontificar, de no endilgar ningún panfleto, sino de ponernos ante los problemas de padres e hijos de nuestro mundo actual, ante la consecución de las lealtades y el enfrentamiento de las decepciones y de los desencuentros. Y es una película de cine negro, amigos, y está basada en una novela negra de Dennis Lehane -"Desapareció una noche", editada por RBA-. Nuestro género, tan vivo.