Manuel Rivas: Todo es silencio

Se equivoca Manuel Rivas en esta novela en el tono y en el aliento cercano a lo mítico con que pretende contarnos una historia que, de haber salido más despojada y sin excesos literarios (algo caprichosos algunos, como ese intento chirriante y sucesivo de lenguaje lírico y aparición de frases hechas y propias de la lengua hablada, tan antagónico y tan poco compenetrado en este texto), y sin desconocimientos del pasado de un subgénero que le habrían evitado reducir algunas escenas a lo más superficial y rayano en la inocencia de un guión cinematográfico primerizo (como ocurre con el soborno al sargento Montes y los billetes que se caen) habría resultado más creíble, menos impostado. Quiere tallar Rivas, crear figuras que perduren, y el intento se nota demasiado, el aroma se vuelve demasiado personal y el autor dialoga hábilmente con sus criaturas, nos hace llegar sus voces y lo que les ocurre, pero los personajes quedan detrás de la voz del autor, que manda demasiado en ellos, que los lleva como en volandas. Manuel Rivas es sin duda un escritor que atesora méritos y logros, tiene una prosa en la que entra la poesía con fuerza y sabe tomar los caminos más certeros, pero esta historia requería un acercamiento de otro tipo, quizás hubiera sido mejor con algo más de ingenuidad y sin filigranas (cansa ese abuso del presente que marca acciones apareciendo en el territorio del pretérito, distrae innecesariamente), que distanciara y contrarrestara la voluntad del escritor de dejar en exceso su huella. Como indicaba un maestro de la narrativa cuyo nombre ahora no recuerdo, en la novela es preciso que haya una cierta ingenuidad por parte del autor, una calma que le recuerde que es preciso lo vulgar y lo anecdótico (pero funcional, de lo que ha dejado muchos ejemplos el gran novelista Juan Marsé en obras como "Un día volveré") en según qué trechos para que el conjunto resulte equilibrado. Se equivoca Manuel Rivas con este libro porque hay demasiado autor y falta novela, como a veces le ocurría a Francisco Umbral cuando se adentraba en el género novelesco. Falta arrastrar los pies y oír el ruido de la arena mientras el mar acerca su respiración pesada e infatigable.

Marta Sanz: Black, black, black

Fallida novela negra en la que se sustituye la rudeza de algunos clásicos por un exceso de literatura, de juego literario que deja sin armas a la trama policíaca y vuelve irreales a los personajes, faltos de esa encarnadura que los maestros de la novela negra conseguían mediante la caracterización objetiva y la observación atenta de realidades que acaso nada tenían que ver con las suyas pero a las que sabían revestir con el lenguaje adecuado para que resultaran creíbles y plausibles. "Black, black, black" es un noble intento por abrir otras vías, por sumar otra visión, pero resulta una narración exangüe, producto de una mente demasiado culturalizada, que no atina a descargar de posmodernismo a sus personajes y que no logra llevarlos a esa zona en que nos revelarían sus verdades, las que tan hábil y tan humanamente escritores como Ross Macdonald ponían ante nuestros ojos sin hacernos pensar que eran sólo personajes, una creación sobre un papel. Marta Sanz, una escritora a la que aprecio por otros libros, se ha equivocado al insistir en los recursos comparativos extraídos de anteriores novelas negras -cómo me agradaría no toparme con más alusiones y comparaciones con Marlowe, como en la música radiada no oír más la palabra corazón en las canciones de amor- y de guiños cinematográficos, pues aunque su labor sea la de limpiar y la de situar en otro espacio, en otro país y en otro lugar, no ha escapado a la corriente homenajeadora y forzosamente divertida por la que discurren muchas actuales novelas negras, que llegan a un callejón sin salida y no pueden saltárselo porque se han creado su propio lastre, que es consustancial e indisoluble de la concepción de la historia que nos narran. Son muchos los que han intentado, además, desviar a la novela negra hacia el camino de lo culto y lo evidentemente literario, pero este tipo de postura revela un distanciamiento equivocado, algo altivo y acomplejado, ya que "El largo adiós", de Chandler o "El hombre enterrado", de Ross Macdonald, por ejemplo, son novelas de una categoría fuera de toda duda, cuentan historias de absoluta vigencia, no desmerecen al lado de la más alta literatura y lo han logrado apostando por lo que este género mejor ofrece: la sinceridad como primera arma, la desnudez expositiva, la confrontación de espacios sociales y, sobre todo, el absoluto convencimiento en los materiales usados, que pueden provenir de zonas de derribo pero convenientemente tratados sirven para levantar obras de valía absoluta. No creo que esté todo dicho, que todo se haya contado desde todos los ángulos posibles, no creo que el mundo del siglo XXI, tan injusto y tan marcado por las desigualdades, con tantos problemas mentales y de sentimientos, no ofrezca historias en las que sumergirse con toda la perspicacia, con todo el convencimiento, con valor en sí mismas, alejadas del posmodernismo y de la estolidez. Falta quizá algo más de valor, de libertad, que se conseguirá probablemente apartándose de los circuitos más comerciales, de las plazas donde sancionan los que tienen una tribuna fija, y apostando por llegar de nuevo al corazón del dolor y del deseo de seguir viviendo pese a todos los contratiempos, pese a todas las trampas de la existencia que a cada uno le ha tocado en suerte.

Manuel Vázquez Montalbán: La rosa de Alejandría

Creo que "La rosa de Alejandría" es la novela más literaria, más cercana a la perfección del ciclo Carvalho. Vázquez Montalbán nunca estuvo más cerca de hacer lo que pretendía, esa novela-crónica que es hija de un tiempo y define ese tiempo con las armas y las palabras y las verdades y las realidades más inmediatas obtenidas de ese tiempo, en un ejercicio de creatividad casi instantánea y tocado por la gracia de la sugerencia y de la capacidad de síntesis más verdadera. La misma estructura, con esas dos historias que sólo coinciden al final, no aparece en ninguna otra obra del ciclo y demuestra que Vázquez Montalbán se tomaba muy en serio estas novelas de policías y ladrones, pues nunca antes ni después veremos tan claramente a Carvalho actuando de elemento catalizador, en un papel de mirada necesaria, de filtro para acercarnos a una historia de amores antiguos y fracasados con trasfondo de novela negra.
"La rosa de Alejandría" es más una novela de amor que una novela negra. La mitad del libro está dedicada al viaje de un marino, a su alejamiento de una Barcelona en la que ha vivido una historia de amor que se inició en su adolescencia y que sólo ha tomado cuerpo en la edad adulta. El marino huye y se busca, se reboza en los recuerdos morbosamente, medita y mira constantemente dentro, muy dentro de sí, para acabar de comprender qué ha sido de su vida, a qué obedecen los fracasos en las relaciones humanas, qué es el destino, qué el valor y qué ha sido de él, de sí mismo, en tantos años lejos de la mujer a la que quería. Vázquez Montalbán nos cuenta una educación sentimental en "La rosa de Alejandría", nos habla de los hombres y las mujeres que no podían amarse libremente, que se debían a una sociedad y una cultura que impedía el normal desarrollo de los sentimientos, del deseo, del amor. La mujer a la que siempre ha amado el marino se casó con un hombre de posibles, tiró hacia lo que le recomendaban, buscó el refugio del dinero y no se atrevió a buscar el reposo al lado de quien realmente la quería.
Pero los años no pasan en vano, y el autor de esta novela nos recuerda que no somos los mismos con dieciséis o diecisiete años que con cuarenta. La vida nos malea, nos arrastra hacia nuestras más íntimas verdades, la edad las saca a flote y las pone en manos de la oportunidad. La mujer amada de la adolescencia ya no es la mujer a la que amas en la edad adulta. Puede no serlo. No lo es en este caso, que se convierte en criminal porque aún hay quien se siente inocente dueño de su pasado, quien no comprende que el pasado y los sueños del pasado son pura ilusión cuando los enfrentas a la verdad cambiante del presente, a los ojos de quien quizá te amó pero ahora ya sólo te utiliza. Y de la frustración, del desengaño a la destrucción -propia o ajena- hay veces sólo un paso.
Con la narración de los días del marino que no sabe si volver a una Barcelona en la que le espera la realidad de la muerte, Vázquez Montalbán dejó una lección poco asumida por los continuadores de la novela negra española. Abrió ventanas y dejó que la casa del subgénero se ventilara. Nunca fue tan claramente novela con letras mayúsculas. Con la prosa trufada de imágenes poéticas y bien matizadas por un distanciamiento irónico y pudoroso -revelador del arma de artista del propio Vázquez Montalbán, a quien quisimos tanto-, con tantas y tan buenas páginas de literatura para la memoria y para el rescate de momentos que sólo la novela puede fijar y arrancar del olvido -las cortas apariciones del parado que no sirve para ayudar en casa y cuando hay una crisis se refugia en el cuarto de baño; el recorrido por un Águilas presente y un Águilas mítico que pervive en la memoria de Charo, la compañera de Carvalho, mediante las narraciones de su madre-, indicó caminos a los practicantes de la novela negra que no han de obviarse, que siguen abiertos, que a él le aseguraron un lugar en ese sitio al que no siempre van el crítico y el estudioso pero al que siempre regresa el que justifica todo el trabajo del que escribe: el lector.

(Con un saludo para mi amigo José Abad)