38, número 7


Se llama .38, el calibre más negro que se conoce, el utilizado en sus armas por Marlowe y Lew Archer. Es una revista que crece y va a más, con notables colaboradores y textos de mucha calidad. La edita Ricardo Bosque, responsable también del blog que más visito: La Balacera.

Pasaos a ver, a leer. Además, es gratis.

"Última noche en Granada": Texto de contraportada



¿Puedes haber matado a un hombre y no saber por qué lo has hecho? ¿Puedes seguir pensando después que no eres una mala persona? Luis Castillo, el protagonista y narrador de esta novela, tiene que hallar la respuesta a esas dos preguntas. Afortunadamente, no está solo: cuenta con Beatriz, una mujer que le quiere y le ayudará a dar los pasos más adecuados. Con ecos de novela negra y una escritura medida, lírica y muy narrativa, Última noche en Granada les gustará por igual a los que buscan una historia entretenida y a los que se acercan a un libro para ir más allá de lo contado, de lo aparente.





Texto recomendado: en el blog de Raúl Ariza, uno de los mejores dedicados a la creación literaria, un relato estupendo: "Extracto de unas diligencias"

Rafael Chirbes: Los viejos amigos


Desde un espacio en el que reinan la desdicha, el cansancio, la frustración, el deseo de desmemoria y de reconquistar la memoria está escrito este libro por sus personajes que hablan en primera persona y recuerdan que un día fueron amigos y quisieron la revolución y cambiar el mundo. No lo lograron. Ahora tienen dinero, pueden comprar por un rato a mujeres que darán satisfacción a sus cuerpos, se codean con gente importante, edifican, planean, cambian la cara de lugares en los que injertan edificios, sueños corruptos, deseos volátiles. Son los viejos amigos.
Rafael Chirbes es uno de los grandes, de los más grandes escritores españoles, uno de los que sólo se deben a sí mismos, de los que sólo responden de sus aciertos y errores ante sí mismos. Por eso está preparado para hacer un recuento de los años del tardofranquismo y los viejos sueños irrealizados que devienen en cansancio y memoria rota. Lúcido, implacable, el autor valenciano nos acerca a las vidas de varios personajes que lucharon por cambiar el mundo y no consiguieron ni tan siquiera cambiarse a sí mismos. Ahora que se reúnen para una cena, ahora que al fin es cada uno dueño de su cara y de su presencia, acompañarlos por su interior, compartir sus pensamientos y sus secretos resultará una tarea utilísima para saber qué ha pasado en nuestro país en los últimos años, cómo se corrompen los sueños, cómo se acomodan los vencidos y los vencedores, cómo se echa de menos a quien no está y cómo se sigue amando sin decirlo a quien está al lado y nunca se enterará ya.
"Los viejos amigos" es una novela dura, necesaria, sincera. Escuchando las voces que la habitan uno podrá entender mejor cómo se queman etapas, cómo se levantan mentiras, cómo se pacta con uno mismo para seguir viviendo cuando se ha visto que se es un imbécil, un inútil, un cobarde, un fracasado, un triunfador con coartadas morales delgadas como un trozo de papel. Carlos vende pisos y es un escritor frustrado. Guzmán es dueño de una productora y tiene un hijo que acaba de editar un disco. Pedrito Vidal cambió la revolución social por la edificación y la promoción inmobiliaria. Demetrio Rull es un pintor que nunca fue famoso y además es guarda nocturno. Jorge es un enfermo de sida que muere lentamente. Pau murió por culpa de las drogas y era hijo de Carlos. Personajes sacados de la realidad, que son pura realidad gracias a la técnica de Chirbes, a su acierto al darles a cada uno su voz, al dejarlos hablar y saber oírlos. Las voces no tienen filtros, no esconden ni hurtan, no divagan. Juntas ofrecen una perspectiva, un mejor conjunto que ayuda a entender por qué un día fueron a una y ahora cada una es simplemente una.
Chirbes no malgasta rencor, ironía, malhumor en esta novela. No ajusta cuentas con nadie, a no ser consigo mismo, con su mundo, con lo que ha visto. No es "Los viejos amigos" una novela de moralista, de escritor huraño; por el contrario, es la novela de quien se siente muy vivo en el mundo, de quien sigue palpando el mundo, de quien ama el mundo. En algunas páginas el lector casi llegará a emocionarse cuando las voces íntimas hablan de pérdidas sin solución, de momentos que pudieron ser otros, de miedos y de deseos inagotados. Gracias a esto, "Los viejos amigos" es una novela optimista, que saca del fondo lo peor y lo limpia, que bucea para poder respirar luego mejores y más limpios aires. Dentro de esta novela generacional, plural, sin moralina hay seres que dibujan su tiempo y se dibujan a sí mismos como lo haríamos todos si nos olvidáramos de los espejos y creyéramos firmemente, irrenunciablemente, en el valor de las palabras por encima de todo lo demás.

Ross Macdonald: Costa Bárbara

Entre el odio y el vacío se mueven muchos personajes de las novelas de Ross Macdonald. Anhelan cosas que cuestan vidas y tapan con mentiras ciertos agujeros de su pasado. El detective privado Lew Archer aparece en un momento previo a la eclosión de la violencia y las muertes, es el testigo de la quema final, del incendio abrupto y total en que arden los mentirosos y los asesinos. En esta novela, además comprende que es utilizado, que es un peón más en las tramas de los culpables, una ficha que se mueve en un tablero que otro ha puesto sobre la mesa y manipula a su antojo. Cuando está finalmente ante el asesino ve a un hombre que sufre, que padece dolor, pero también a un hombre que se concede a sí mismo la potestad de matar, de hacer concluir una vida que no había llamado a la muerte, que no la deseaba, que creía hallarse lejos de ella.
"Costa Bárbara" es otra de las tragedias griegas adaptadas al mundo de la novela negra por el gran escritor estadounidense Ross Macdonald. Está escrita en un estilo lírico, con trazos finos y deslumbrantes, con metáforas acertadísimas, con un uso de la comparación propio del gusto y buen hacer del poeta. Cada frase está cuidada al máximo, cada imagen está traída para vivificar la página y el conjunto armónico de la obra, y mientras uno se deja embargar por tanto buen gusto literario no puede dejar de preguntarse cómo es posible que les pase desapercibida una prosa tan sugerente a autores que están fuera del mundo de la novela negra, a exquisitos degustadores de la forma y la belleza de las palabras, cómo puede haber tanto necio que niega el pan y la sal a quien usa un género y partiendo de él es capaz de crear tanto arte. Pocas veces podrá el profano o el detractor encontrarse con una novela negra que trascienda todas las limitaciones previas, todos los muros, que vuele con tanto poderío y tanta fuerza hacia el espacio de las obras inolvidables. Ross Macdonald y su tragedia griega, sus hombres atormentados e indecisos entre el amor y la corrupción, sus mujeres doloridas y vulnerables, sus agentes violentos y prestos a ser ajusticiados son pura y hermosa literatura.
Recuperar los libros de un escritor que narraba mediante la voz de un detective privado parece una entrega a un ejercicio baladí, depauperado, evasivo. Pero si somos capaces de ver más allá de la convención de partida, de los tipos y las tramas criminales, veremos que Macdonald es un autor preocupado por lo que carcome al hombre que es vencido y mata para seguir, por lo que arrastra a la mujer que ha de ser imagen y pureza y medida vanidad y objeto de idolatría en un siglo cruel para ella. El detective Archer es la voz del escritor, los ojos del lector, las manos del lector que se inmiscuye, que entra en la historia para vivirla más de cerca. En Macdonald, el detective es un figura de compromiso, un individuo que se moja y se mancha porque cree en los seres humanos, en lo que les ocurre, que padece porque les ve padecer. Es una fgura realista, aunque pueda parecer lo contrario, es un espejo y es una mano que sale del espejo, que toca a quien se mira en él, a quien en él busca apreciación o castigo.
"Costa Bárbara" es una investigación sobre el dolor, la frustración, el miedo, el amor y el delito. Es una novela madura, que está llena de imperecederas palabras.


Nota: Hoy hace 94 años que, en un pueblo de California, nació Ross Macdonald

"Última noche en Granada": para los lectores


Una novela no existe, de alguna manera, hasta que uno no la ve en una librería, fuera de casa, libre e independiente, viviendo su propia vida. Hoy he visto mi novela "Última noche en Granada" en el escaparate de la "Librería Atlántida", en Granada, y he pensado que ha empezado a vivir, que ya no me pertenece sino parcialmente, que es mía pero también de todo lector que se acerque a ella y la lea.

La novela negra es la tragedia griega de hoy






Frase afortunada de José Jiménez Lozano, idea que alguna vez he defendido aquí, sobre todo a propósito de algunas novelas de Ross Macdonald.

Aquí está el enlace con la entrevista en que lo afirma.








Foto: Joan Colom

Leonardo Padura: Pasado perfecto

Leonardo Padura dice siempre que él no escribe novela policial, sino que utiliza algunos elementos de la novela policial para contar historias que le importan -y que pueden importarle a más gente-. Tiene toda la razón. "Pasado perfecto" no es una novela policial -o negra - al uso. No hay disparos en las esquinas ni persecuciones desenfrenadas ni trampas que el lector debe ir desentrañando para obtener una recompensa final que después se desvanecerá con el tiempo. Y a la par pierde toda la razón al afirmar que no escribe novela policial si tenemos memoria y situamos este "Pasado perfecto" en el lugar que le corresponde en la historia de la novela negra, donde entró con fuerza y para quedarse el año en que se publicó: 2000. Porque "Pasado perfecto" es una obra que no habría nacido sin "El largo adiós", de Raymond Chandler, y sin "La soledad del manager"y "Los mares del Sur", de Vázquez Montalbán. No afirmo esto como menoscabo, sino, por el contrario, para hacer ver de qué padres tan importantes dimana la novela, en qué corriente de la novela negra está encuadrada. Y puedo afirmar también que los logros de esta buena novela la hacen estar al lado de las predecesoras sin rubor y con alegría, ya que "Pasado perfecto" es una gran novela -negra y no negra, no negra y también negra-, una de las mejores escritas que yo he leído dentro del género y una de las más recomendables, de las más renovadoras de los últimos años. Partiendo de la tradición -"El largo adiós"- y de la necesidad de hacer crónica del tiempo vivido -"La soledad del manager", "Los mares del Sur"-, Padura crea una novela que es enteramente suya, de su época y de su visión de la vida en una Cuba a la que ama y a la que quiere por encima de todos los errores, de todos los personajes egoístas y todos los personajes interesados que vuelven su mirada hacia ese rincón del Caribe. Padura no copia, no se rinde al homenaje posmoderno y vacuo, sino que asume y y tiene en cuenta lo anterior y valioso para -como los mejores compositores- acercarnos unas páginas nuevas, vigorosas, necesarias y trufadas de una sinceridad imbatible.
"Pasado perfecto", por supuesto- por eso puede ser considerada una novela negra-, lleva dentro un hecho criminal: en este caso, la desaparición de un importante cubano que es director de la Empresa de Importaciones y Exportaciones del Ministerio de Industrias y la posterior investigación policial, que como pronto imaginamos culminará con el descubrimiento de un cadáver. Padura introduce el primer sesgo de inmediato: el desaparecido es un antiguo compañero de estudios del policía encargado del caso y algunos de los más destacados personajes de la novela son amigos o conocidos comunes, incluyendo a la mujer del desaparecido, a la que siempre ha amado Conde, el policía. Así, pasado y presente cobran la misma importancia y sabiamente Padura narra en tercera persona lo que ocurre ahora y en una primera repleta de buena literatura y de honda comprensión del monólogo y de los mejores aciertos de la literatura hispanoamericana de las últimas décadas (sobre todo Vargas Llosa y Cortázar) los recuerdos que los hechos actuales le traen a la mente a Conde. Hay páginas absolutamente sobresalientes entre los monólogos de Conde, que son pura y maravillosa literatura, negra y no negra, pues tanto para el lector que busca una historia entretenida como para el lector que busca literatura de calidad son absolutamente válidos. E insisto mucho en estos aspectos porque creo que con la serie dedicada a Mario Conde -seis novelas- el narrador y ensayista Leonardo Padura siempre ha tenido en mente la máxima exigencia, la máxima verosimilitud, y ha puesto todo cuanto sabía -que es mucho- en cada párrafo de cada libro. Y si "Pasado perfecto" es una magnífica novela negra, no es menos cierto que se trata también de una magnífica novela a secas, de literatura con todas la mayúsculas que queramos ponerle.
La nostalgia campa a sus anchas por cada escena, los recuerdos sirven para hablar de la revolución cubana y para verla según lo que iba a ser y lo que ha sido -o le han dejado ser-. Padura, como Hammett, como Chandler, como Vázquez Montalbán, entona un discurso crítico, ve la realidad con ojos nada complacientes, se empeña en señalar los defectos de la sociedad en la que vive, pero no se queda ahí: nos acerca sus apuestas, sus miedos, sus deseos mediante una ficción que adivinamos escuálida -palabra muy querida por Conde- en ocasiones, permeable, sólo ficción porque con la ficción parece que entendemos mejor, que empatizamos mejor. Padura, en "Pasado perfecto", con una historia en la que nada sobra, gracias a la implicación de todos los personajes en la realidad contada, al inteligente uso del pasado y del presente que se complementan y son uno y son dos imposibles de unir a la vez, ha escrito una de las novelas que marcarán el futuro del género, que no malgastan fuerzas en la anécdota policial, que usan valiosos materiales de la realidad que en otro tipo de novelas no le llegan al lector de manera tan real y sincera, tan útil y tan capaz de mover a la actuación, viejo deseo de los viejos novelistas mayores que siempre se acercaron a la cuartilla en blanco para dejar constancia de que habían vivido y merecía la pena seguir viviendo.


Cierra el blog "El síndrome Chéjov"


El abajo firmante lamenta el cierre de "El síndrome Chéjov", blog creado por el escritor Miguel Ángel Muñoz. Y, sobre todo, que desaparezcan los textos del mismo, donde podían encontrarse muchas páginas dedicadas al mundo del relato y entrevistas con autores de relatos españoles de alta calidad. Formaban un gran libro de incuestionable valor al que se podía acceder gratuitamente para aprender y degustar a partes iguales.
En una época pasada fui amigo personal de Miguel Ángel Muñoz y aunque el tiempo no siempre juega a nuestro favor y hoy no puedo decir lo mismo, tampoco puedo callarme ante la pérdida de la buena literatura y las buenas lecturas y comentarios de libros que en su blog podían encontrarse. Quedan muchos blogs buenos e interesantes en la red, pero esta pérdida es triste y honda, sobre todo para los que aman el relato y para los que empiezan a amarlo, a aprender cómo se escribe un relato, pues se han quedado huérfanos con este cierre inesperado de un veterano y reconocido bloguero que además es un buen escritor.
Desconozco por completo las causas; tampoco me interesan, en verdad, si van más allá de lo puramente literario. Creo que los que alguna vez hemos leído con pasión entradas memorables de ese blog -pienso en mi amigo Miguel Sanfeliu, por ejemplo- y hemos celebrado que alguien atinase a definir tan bien cómo era el camino para los que vamos por esta senda de libros y lecturas compartidas sólo podemos sentir pena. Los escritores se deben a las palabras, a los lectores, a quienes les siguen. Por eso este adiós inesperado creo que deja a más de un lector de blogs cariacontecido, estupefacto, herido. Espero que la buena obra de Muñoz quede y el acceso a sus textos no desaparezca definitivamente. Después de todo, un escritor es y será, ante todo, lo que escribe, lo que ha dejado escrito.

Giorgio Scerbanenco: Los milaneses matan en sábado

Esta novela es una elegía. Es el canto de un padre que se queda sin su hija, lo único que tiene. Y no se trata de una hija cualquiera: alta, hermosísima, bien proporcionada, cariñosa, casi perfecta. No es perfecta porque es retrasada mental y tiene una debilidad por los hombres que obliga al padre a una atención permanente porque ella puede irse detrás de cualquier hombre que simplemente le sonría y esté dispuesto a acariciarla. No todos los hombres se paran a pensar que en realidad cometen un abuso, que si no hay una voluntad adulta y consciente detrás en verdad es un acto semejante a una violación. Pero no todos los hombres son hombres. Muchos no han dejado de ser bestias.
Scerbanenco logra una novela de gran sinceridad y categoría sin abandonar nunca el tono elegíaco, sin impostar la voz, sin recurrir a trucos que deslumbren al espectador vanamente. Construye la historia con un padre que es un milanés sincero y valiente, leal y firme, al que vemos transformarse ante nuestros ojos mediante un juego de escenas en que nunca se baraja mal y jamás se abandona el acierto caracterizador. Con un policía que sabe de la piedad y de la dureza, que en su pasado tiene un hecho que le ha marcado y le ha vuelto más humano y a la vez más inhumano, pues no se mata impunemente, no se olvida impunemente (fue acusado de practicar la eutanasia cuando, antes de ser policía, ejercía la medicina). Con unos malvados que salen directamente del peor catálogo de depravados y estúpidos, de insensibles y de egoístas, hijos de la literatura del gran Dostoievski, el padre de algunos de los mejores personajes y el mentor de algunos de los mejores escritores de la novela criminal.
Son unos malvados que se llevan a la muchacha para prostituirla, para pasearla por las casas en que se abusa y se calla porque se recibe a cambio dinero, que usan a una persona como no usarían a una bestia, que la exprimen hasta que queda hueca e inservible, que nunca se arrepienten, nunca sufren por ninguno de sus actos, ni siquiera cuando deciden deshacerse de una muchacha retrasada mental golpeándola con una piedra en la cabeza y tirándola luego a una hoguera, en el campo, aunque aún no está muerta, para que se descomponga, se vuelva humo y nada.
El canto es triste y cada vez se vuelve más triste. Ante la tristeza no puede permanecerse impávido, inmutable. El narrador salpica con un humor negro algunas escenas, combate con objetividad el cataclismo de sentimientos rotos y maldades invencibles que es esta novela negra y psicológica, en la que importa muchísimo por qué pasan las cosas, qué lleva a que pase, qué empuja a que pasen. Reconozco que "Los milaneses matan en sábado", en la primera lectura y en la relectura del verano de 2009, me gana y me abruma, no en vano es una de las novelas que prefiero, una de esas pocas que me llevaría en una maleta si tuviera que salir de mi casa para no volver. Se debe al tono elegíaco, claro, a la voz narradora, tan ajustada y precisa, tan inmiscuida y tan inteligentemente alejada a un tiempo. Y, sobre todo, a que me creo esa historia que se cuenta, me creo a los personajes, me creo el canto. Y porque la tristeza humana sólo en ocasiones excepcionales puede conmovernos y darnos fuerzas para seguir viviendo. Como me ocurre oyendo este canto, leyendo este libro inolvidable.

Edward Wright: La luna de Clea

Clásica novela que tiene un planteamiento muy interesante y que decae conforme avanza la historia, "La luna de Clea" posee algunas virtudes destacables: la creación de un personaje muy bien perfilado y una ambientación muy cuidada y lograda. El ex actor John Ray Horn ha visto cómo su carrera se iba al garete después de golpear al hijo del dueño de unos estudios de cine, lo que le ha llevado a la cárcel y al ostracismo dentro de la profesión. Se gana la vida cobrando deudas de juego para un indio que era su compañero en las películas del Oeste con las que antes fue conocido, aunque nunca considerado un buen intérprete. Envuelto en una trama de violencia y de niñas que han sido víctimas de abusos, Horn se da cuenta de que una cosa es el cine y ser un cowboy en la gran pantalla y otra la pura y dura realidad. Wright consigue hacer creíble a su personaje, pero no logra que nos resulte simpático, quizá porque hay frialdad en la narración y, a medida que se suceden las escenas, se presentan giros hacia lo más conocido del género -disparos en la oscuridad, peleas y palizas, ricos y mafiosos vistos sólo desde fuera -, que le restan valor a la novela y casi anulan el valor del arranque, en el que no hay tipismo ni sensación de ya visto y ya leído con anterioridad. "La luna de Clea" es una novela con grandes posibilidades que muestra a la perfección a qué problemas se enfrentan los actuales autores de novela negra, qué difícil es decir nada nuevo dentro del género y, aun así, que por fortuna queda mucho y bueno por contar.

Benjamin Black: El secreto de Christine


La novela negra necesita a autores como Benjamin Black, o sea, John Banville, pues es sabido que tras el seudónimo está el gran autor irlandés, uno de los mejores escritores de nuestro tiempo. Y necesita a autores como este porque Black /Banville es, ante todo, un gran escritor, algo de lo que adolece la novela negra. Cuando escribe estas historias que firma con seudónimo, Banville no se deja llevar por lo fácil ni busca el halago que reporta el best seller culto. Sólo cambia de nombre para cambiar de método, para dejar entrar en su cabeza otras ideas, otras tramas, pero cuando decide abordar la plasmación de lo pensado y lo ideado no rebaja el nivel, no se entretiene tan sólo, sino que se vuelca con toda la pasión y todo el bagaje que muchos años de oficio le proporcionan. Banville no se refugia en Black para escribir obras menores.
"El secreto de Christine" -"Christine Falls" en el original: qué poco me gusta que se rebauticen las novelas cuando se traducen, la verdad sea dicha- es una novela fascinante. Atrapa por sus palabras, por las imágenes que logran alzar y hacen sentir esas palabras y por la sabiduría de quien maneja esas palabras, que se convierten en un festín para los sentidos. Sabido es que hay lectores que sólo quieren usar uno o dos de sus sentidos cuando leen. Pero también sabemos que existen lectores que ponen en funcionamiento sus cinco sentidos cuando hallan un texto magnífico, incitador. Para estos últimos, este libro será siempre sólo un camino feliz de entrada, un camino sin salida, porque no es que vayan a perderse entre los párrafos y las líneas, sino que nunca querrán abandonar del todo esta historia y a los personajes que le dan sentido y la fortalecen de una manera elegantísima y casi genial. No teman por acabar el libro: hay una segunda novela con los mismos personajes, con otra trama y más fascinación dentro.
Muchas veces he reclamado en este blog la presencia de un autor de categoría innegable, un autor de la categoría de Faulkner que escribiera una novela negra tan importante como una novela de Faulkner. No sé si este libro es la respuesta a mi demanda, pero no me cabe ninguna duda de que el autor sí es éste: sólo alguien como John Banville puede dignificar, ennoblecer, elevar a la máxima altura a un género. En "El secreto de Christine" hay personajes, para empezar, caracterizados como es conveniente, no a vuelapluma; hay una trama que no tiene hilos sueltos ni excesos por los costados más sangrantes; hay un sentido detrás de cuanto se narra y una ilación fraguada para lectores adultos, a los que no se miente ni se manipula con técnicas fáciles, algo a lo que tan acostumbrados estamos a encontrar los que leemos y amamos la novela negra, sobre todo en estos tiempos de productos y subproductos que encima nos quieren hacer creer que son de lectura obligada.
Banville/Black nos lleva por las calles del Dublín de los años cincuenta con serenidad y nos hace abrir los ojos ante todo cuanto pone ante ellos con su estilo sabio y exacto, sin adornos ni florituras, atento al detalle y siempre al servicio del avance riguroso de la historia. Por supuesto, puedes paladear las frases, puedes releerlas y releer muchos párrafos, pero nada te obliga, porque detrás de tanto buen hacer creativo con las palabras hay muchísimo buen hacer creativo con la historia que se nos está contando. Y hay en ella un bebé que una enfermera se lleva a otro país, donde lo cuidarán unas monjas y lo entregarán a una familia humilde para que lo cuide durante un tiempo. Hay un patólogo viudo que amaba más a la hermana de su esposa que a su esposa misma. Hay un viejo juez que juzga con la mirada y con sus silencios. Hay un médico especializado en traer hijos al mundo que siempre parece estar de perfil, no se sabe si viniendo o yéndose. Hay un grupo de personas poderosas que hacen con algunos niños lo que les da la gana, al margen de la ley, creando con ellas una ley propia, unas leyes secretas de obligado cumplimiento. Hay un viaje al Boston del otro lado del Atlántico en el que esperan respuestas, dolor y miedo.
Por supuesto, esta novela no es perfecta. Hay muchos secretos que salen a la luz, alguno no de fácil aceptación inmediata, y un movimiento de la mirada del narrador pegado a algunos de los personajes que en algún momento parece innecesario o excesivamente preparado, como ocurre con el final del chófer de Josh Crawford. Quizá Black /Banville ha querido redondear demasiado su obra y unir demasiados detalles y eso la perjudica, por cuanto que la novela negra no tiene que responder siempre al esquema del "todo puesto para que tenga un sentido antes o después". Eso le resta frescura, libertad. Y también podemos acusar a Banville de acudir a retardos de los momentos decisivos algo folletinescos, de algún golpe de efecto que hereda de dramas del pasado que nacieron para ser lacrimógenos. De eso es culpable nuestro buen irlandés. Ahora bien, amigos, son pequeños defectos en una gran obra, en una construcción sólida y bien armada, creíble y que sin duda es un paso adelante en la historia de la novela negra, pues ya nunca nadie podrá olvidar a Black/Banville ni "El secreto de Christine", que quedará para recordarnos que la prosa más literaria, más matizada, surtidora de bellas imágenes y utilizadora de los mejores elementos de la poesía puede ser útil, memorable también cuando se habla de crímenes, de palizas, de secretos oscuros, de violencia y de investigaciones en el filo. El gran autor de novela negra, el gran estilista reclamado ha aparecido. Yo hoy me siento más feliz y, como lector, más completo.


Lectura recomendada: "Como el humo", un relato corto -o microrrelato - absolutamente ejemplar, de gran calidad literaria, en el blog de Raúl Ariza.

Richard Ford: Un trozo de mi corazón

Un hombre se mueve llamado por las obsesiones de su prima, que le alcanzan y le obsesionan también a él, quizá porque siempre ha tenido esas mismas obsesiones: estar juntos, disfrutar juntos, ser juntos algo que no pueden ser estando con otras personas. Viaja y deja a una mujer atrás para reunirse con su prima y sus obsesiones, para abrazarla furtivamente, para amarla sin que se entere el marido de ella. Y en el viaje se encuentra con otro hombre, un hombre que se ha perdido, que no sabe encontrarse, que se ha tirado al agua de un río a medias buscando suicidarse y a medias buscando que lo rescaten quienes presencian su intento de hallar un sentido a su vida y a una posible muerte calculada. Son dos seres que en nada se parecen. Uno desea y actúa. El otro no desea, no quiere desear. Uno elige una dirección y corre. El otro quisiera volver atrás siempre y que no hubiera direcciones. En el sur de unos Estados Unidos donde no ha desaparecido el racismo, en el que ancianos aún vigorosos se expresan mediante improperios y palabras gruesas e insultos constantes que no siempre humillan y pueden ser a veces casi una muestra de cariño, en unas tierras perdidas, los dos hombres va a saber quiénes son y a dónde les llevan sus certezas y sus miedos.
Richard Ford es uno de los más grandes escritores de nuestro tiempo. Libros como "Rock Springs" y "El día de la Independencia" lo atestiguan. "Un trozo de mi corazón" es su primera novela, pero no es en absoluto una novela de principiante, una novela menor, sino una gran obra de un magnífico autor. Empieza con una escena en la que un chico dispara contra un hombre y lo mata. Ese hombre es el que ha recorrido muchos kilómetros para reunirse con su prima. El chico no lo conoce, no ha entrado en su vida más que en el momento en que lo mata. Con eso, Richard Ford nos avisa de lo imprevisibles que son nuestras vidas, de lo vulnerables que somos, de qué breve puede ser todo cuando corremos por un hilo que está a punto de romperse. Quizá nos dice que la propia existencia es ese hilo quebradizo. Y esta novela, magnífica crónica de un tiempo de ilusiones en fuga, de opacas y furiosas experiencias que huyen como caballos desbocados sin darnos tiempo a entenderlas y a saber si en verdad nos pertenecen, sirve para que sepamos un poco más, para que nos paremos a ver las vidas ajenas y a entender algo de lo que se escurre en la fugacidad y en la idiotez de lo que vuela ante nuestros ojos.
Richard Ford es un narrador excepcional, de los más grandes que ha dado la literatura en cualquier país y en cualquier época. Llega a la médula de las historias con una facilidad, con una sencillez, con una transparencia que me trae a la memoria a autores como Steinbeck y Fitzgerald, tocados por una especie de gracia que les evita alejarse del camino exacto, de las palabras exactas, de los hechos imprescindibles para que el lector tenga en todo momento la sensación de que no está ante una novela sino ante una historia absolutamente real, necesariamente real. En este libro, en que se alternan las partes vistas desde la perspectiva del personaje que busca a su prima con las del que se busca a sí mismo, hay unos capítulos breves, en cursiva, que traen recuerdos del pasado del segundo personaje de una categoría superlativa, de una concisión y una fuerza expresiva casi sin igual. Son como epifanías en la vida y formación de ese personaje, un muchacho que acompaña a su padre, viajante, y recorre con él ciudades y lugares que dejan una marca indeleble en su memoria y en su alma. Pocas veces he leído páginas con tanta calidad literaria y tanta verdad dentro. Son un ramillete de textos perfectos para la relectura, que pueden abordarse en cualquier momento, como si se tratara de pequeños poemas en prosa, y cada uno cuenta algo diferente, algo esencial, cada uno contiene una poderosa certidumbre que podemos casi palpar.
"Un trozo de mi corazón", novela que no le reportó a su autor muchos lectores al principio, cuando se publicó en los Estados Unidos, vuelve para abrazarse ahora con los que no supieron que este libro había sido publicado. Era una cita marcada en un calendario con paciencia y con sabiduría.


Texto recomendado: "En 140 caracteres más o menos", en el blog de Papelucho

Crónica negra (Un flic), de Jean-Pierre Melville

Esta película está llena de silencios. Y a mí, que siento devoción por las palabras -bien dichas-, pero también por los silencios -inteligentes, de efectiva elocuencia-, me resulta fascinante. Los diálogos se han reducido al mínimo, a la más pura esencia, y sólo aparecen cuando son absolutamente indispensables. Las miradas, como en pocas películas que yo haya visto, expresan a la perfección los sentimientos de los personajes, el odio y la violencia, el amor y el deseo, la inquietud y la arrogancia, y la cámara se para ante los ojos de los actores, los escruta, les concede un espacio cinematográfico casi inaudito desde que el cine dejó de ser mudo.
Es la historia de cuatro atracadores y un policía -el "flic" del título original -que trabajan, cada uno en lo suyo, con pasión y entrega, con profesionalidad y atención máximas. Unos roban bancos y también droga a traficantes para luego vendérsela a los propios traficantes y el otro cumple con su cometido sin dejar que una sola sonrisa aflore a sus labios. Inevitablemente se cruzarán los caminos y la historia se complica moralmente, queda abierta pese al duro final, deja planteadas cuestiones que el espectador ha de resolver por su cuenta y según su visión de las cosas, como ocurre con el mejor cine y el mejor arte, que puede suscitar y provocar, pero no incluye en sus páginas ni en su pleno espacio todas las preguntas y todas las respuestas. Melville legó a la posteridad una obra maestra de la elipsis y el silencio pujante, grávido, contrito, áspero y relumbrante. Una escena final de pura antología, tanto por la elección de los encuadres como por la velocidad a la que se desarrolla. Una entrada en el fundido en negro con que se acaba toda película cuajada de ritmo y de tensión dramática. Una película, en definitiva, que está tocada por la gracia del genio y que se situó en lo más alto del cine negro de todos los tiempos y ahí permanece, incontestable y ejemplar cuando se habla de lo mejor que el género ha dado, de qué caminos se han abierto con las cintas negras y aún no se han explorado del todo. Una película que seguro que resistirá el paso del tiempo sin merma alguna.

Sergi Bellver y Matar en Barcelona (Alpha Decay)


En la Bitácora de Sergi Bellver, un profesor y editor que sabe como pocos del relato y su técnica, hay un texto dedicado a un libro de reciente publicación que no puede dejar de tener un espacio en este rincón dedicado a la novela negra. Como el texto de Sergi Bellver es sencillamente excelente, dejo aquí la recomendación para su visita y la lectura de sus palabras entonadas y plenas de sentido.

Santiago Negro: una fiesta para los escritores y sus lectores


El Festival Internacional de Novela Negra Santiago Negro será una oportunidad única para conocer y dialogar con los principales exponentes de la novela negra de Chile y España.

El Centro Cultural de España, la Biblioteca de Santiago, la Cineteca Nacional, el Centro Cultural Estación Mapocho, la Universidad Diego Portales, la Universidad Central, la Universidad Católica de Chile, la Fundación Pablo Neruda y la Municipalidad de Pudahuel, se unen para realizar un evento inédito en las letras chilenas, el Primer Festival Internacional de Novela Negra Santiago Negro, actividad que se suma a otros encuentros de similares características, como la Semana Negra de Barcelona, la Semana Negra de Gijón y Getafe Negro.

El Festival Internacional de Novela Negra Santiago Negro será una oportunidad única para conocer y dialogar con los principales exponentes de la novela negra de Chile y España, quienes animarán un atractivo y singular programa de mesas redondas, talleres y lecturas que se realizarán entre los días 14 y 18 de octubre de 2009, en las sedes de las entidades organizadoras.

Los más de cuarenta autores nacionales e internacionales invitados a este inédito evento, participarán en el desarrollo de mesas redondas, lecturas, conversaciones con el público y talleres. Junto a lo anterior se exhibirán películas y series de televisión relacionadas con el género negro. Se contará con números musicales, presentaciones de libros y actuaciones de cuenta cuentos, más otras actividades dirigidas a los lectores de todas las edades.

Las mesas redondas estarán dedicadas a conversar sobre el estado de la novela negra en Chile y en España; los secretos y las motivaciones de los autores de novela negra; la literatura policial y los jóvenes lectores; la presencia de las mujeres en la creación de novelas policíacas; las huellas de los principales autores del género; y las claves para la creación de un detective de ficción, entre otros atractivos temas.

También se ha programado una serie de talleres dirigidos a estudiantes y público en general que tratarán sobre “los secretos para escribir una novela negra” y “las claves para ser un buen lector de narrativa policial”. Además, la Universidad Diego Portales dedicará su “Cátedra Bolaño” a uno de los autores españoles invitados, quien expondrá sobre su obra.

El Festival Santiago Negro tendrá una feria del libro dedicada exclusivamente a la exposición y venta de narrativa policíaca, tanto de autores chilenos, como extranjeros. Y la entrada a todas las actividades del Festival Santiago Negro será gratuita en todos sus escenarios.

James Lee Burke: El Huracán

En otros textos de este blog habréis podido leer sobre mis deseos de hallarme ante una novela negra tan importante como una novela de William Faulkner, con enjundia narrativa y creativa, que se acerque al género negro desde una perspectiva estrictamente literaria. No diré que "El huracán", de James Lee Burke, es esa novela, que cumple todo lo pedido, pero está en el camino.
La novela negra actual se halla empantanada en homenajes vacíos, investigaciones de técnicos y aficionados increíbles, sobrevive ahogada entre tantos volúmenes creados para las buenas ventas y para reportar beneficios cuantiosos y camina muy lejos de la verdad. Dashiell Hammett sigue siendo el faro porque bajó a la calle y desde allí contó lo que se cocía en su tiempo. Raymond Chandler sigue siendo un referente indispensable porque le puso literatura al invento y una dignidad creativa -en "El largo adiós" sobre todo- inigualable. Ross Macdonald nunca dejará de ser un maestro, porque dotó a los personajes de una profundidad psicológica sin parangón. Giorgio Scerbanenco añadió piedad y elegía a sus historias. Dennis Lehane trata temas con cuestiones morales al fondo que implican a la fuerza al lector. Lorenzo Silva, en nuestro país, nos ha acercado al mundo del policía realista y anónimo y sin grandilocuencia, cierto y fácilmente entendible. Y James Lee Burke, ese admirador de Faulkner que no desentona apenas, ha conseguido hacer historia con el Katrina de fondo y con un ritmo y unos personajes absolutamente creíbles y de una altura literaria magnífica.
"El huracán" es una gran novela. Quizá es un drama con ingredientes policiales, si queremos afinar en la catalogación. Todos los personajes tienen vida, se alzan ante nuestros ojos con atributos, con luces y sombras, y revelan que Burke es un escritor de gran talento, que nada tiene que envidiarle a ningún gran escritor de fuera del género. Nos habla de la pena y la redención, de la culpa y del remordimiento, de los pobres y los ricos, de los actos que condenan y los actos que ayudan a limpiar, de la familia y de los solitarios, de la venganza y del miedo, de la policía y de los delincuentes sin separarlos de manera brutal, como acostumbran en la mayor parte de las historias policiales y negras. La voz del narrador es cercana, confesional y arrebatadoramente sincera, incluso cuando habla del oficio de su dueño, un policía ex alcohólico y vulnerable que es, ante todo, persona y sabe mirar a su alrededor y sabe distanciarse y sabe criticar y criticarse. El poso de violencia de la historia no corre hacia un pozo aún más negro -o rojo, como prefiráis- y las historias que se cuentan no acaban todas en medio de escupitajos de armas de fuego. Son cuatrocientas páginas sin desperdicio, sin excesos, sin prisas pero sin pausas, que levantan una trama en la que hay lugar para lo muy destacable y también para lo reseñable a pie de página, para lo que destella y para lo que se muestra con una pequeña luz en medio de la tiniebla. Dave Robicheaux es un personaje muy faulkneriano, la novela y su ambientación son claramente faulknerianas, el acercamiento a los temas religiosos y trascendentes es faulkneriano. Y no como homenaje, sino como resultado del caminar por una senda. Burke tiene su propio mundo, pero también tiene un maestro y no oculta sus cartas. Se ha arrimado a un buen árbol.
Me gustan estas novelas en las que no hay prisas -sólo me disgusta el final, algo peliculero y ligero, algo fuera de lugar entre tantas buenas escenas-, en que los personajes se construyen ante nuestra mirada, en que se relacionan entre sí con asco, con vehemencia, con aburrimiento, con alegría o con dolor, como en la vida misma, en que vemos cómo las familias actuales sobrellevan el peso de la historia con fuerzas mermadas e ilusiones reverdecidas, en que un narrador que pertenece a las fuerzas del orden tiene los ojos abiertos y ve el mal fuera y dentro de su espacio de trabajo, en que los hombres y las mujeres luchan para mirarse en los espejos sin que haya vanidad de por medio. Me gusta que en "El huracán" no se abuse de la fuerza de un hecho histórico, que se haya integrado en la novela y en la historia no como un efecto ni como un relleno, sino como algo natural y de lo que había que hablar porque se ha vivido. Y es que, en definitiva, las mejores novelas son aquellas que nos hablan de vivencias y de recuerdos, nuestros o ajenos, posibles siempre, y nos dejan a personajes que nos hacen creer que están vivos y son tan reales como nosotros mismos.


Texto recomendado: "Revista Batarro", en el blog de Miguel Sanfeliú

E. L. Doctorow: Billy Bathgate (y 2). Crítica

Las grandes novelas que se acercan al tema criminal, que lo recorren y lo viven, que no pasan por su lado y no lo utilizan para propósitos estrictamente estilísticos o para insertar el nombre de un gran autor en la historia del subgénero siempre me han atraído. Me interesa saber qué hace un gran escritor con el mismo material que ocupa las horas de otros autores a los que por entretenerse en hechos negros nunca se les otorga el valor ni la importancia que en verdad tienen si se les mira sin anteojeras. En el caso de Doctorow podemos afirmar que se trata de un acercamiento honesto, creíble, profundo, sincero. "Billy Bathgate" es una obra maestra, una novela inolvidable, un clásico de la literatura mundial. Y, como además cuenta una historia de gánsteres, podemos traerla aquí sin ningún problema. En el cine -con películas de cine negro que son magistrales y nadie discute - no se arriesga demasiado al decir que "El sueño eterno" es un clásico, por ejemplo. En la literatura los prejuicios aún calan hondo en las mentes de los críticos y los estudiosos. Pues bien: digamos desde el principio que "Billy Bathgate" es una novela negra magistral.
Doctorow es uno de los autores mayores de nuestro tiempo. Es también -dicen algunos- uno de los pocos escritores verdaderamente de izquierdas que nos quedan. Analiza, profundiza, crea personajes y levanta escenarios con la mano del artista y la mente crítica de quien no se contenta o no se conforma con lo que ve. En esta novela describe a la perfección el mundo de los gánsteres y la época de su apogeo, en los años 30 del pasado siglo, y lo hace con la mejor mirada, que es la de alguien que empieza en las bandas, que es apenas un chaval, un joven que se inicia, con lo que el lector se identifica desde la primera página con sus deslumbrantes descubrimientos, con su hechizada fascinación pero también con su sensación de ser siempre un extraño, de estar dentro y fuera a la vez. Y el lector lee y siente su miedo, lo nota y lo comparte.
La prosa de esta novela es excepcional, el ritmo de las largas frases unidas repetidamente por una y que nunca alarga en exceso, que nunca cansa, que nunca une sino lo que puede unirse es una herramienta que yo nunca he visto mejor usada hasta ahora en ninguna novela. Si en otros autores los períodos largos son voluntad de estilo y en algunos trechos cansan, aburren, se vuelven excesivos, lastrantes, en Doctorow el uso de la conjunción dinamiza, vuelve los largos párrafos amenos, tanto que se beben a sorbos: leyendo la novela tiene uno la impresión de que no puede abandonarla, de que sería un desaire cerrar el libro, no seguir oyendo la narración de Billy Bathgate. Hay tantos aciertos en esa prosa, tantas profundizaciones en los caracteres de los personajes, en la descripción de un mundo que cada vez parece más lejano, tantas meditaciones útiles y novedosas que el lector siente agradecimiento y se cree la historia, jamás se siente abrumado por las palabras, incluso diría que olvida que está ante unas hojas impresas. Esto se lo debe Doctorow a su admiración y su buen entendimiento de novelas de Melville, de Twain. Sin ellas, no existirían "Billy Bathgate", seguramente resultaría imposible lograr su perfección.
Ocurren muchas cosas en esta novela. Lo más importante, desde luego, son los personajes y ese análisis que se hace de una sociedad podrida hasta la médula, en la que el dinero lo es todo, lo crea y lo destruye todo, pero Doctorow no cae en el solipsismo, no se regodea en los hallazgos, no abusa de su inteligencia analítica y todo lo deja en manos del hombre que recuerda la época que vivió cerca de un gánster poderoso y temible. Lleva a sus personajes fuera de la ciudad, nos regala escenas en el campo inolvidables, escenas de amor pocas veces contadas con tanta intensidad, escenas de sexo que arden con un fuego pocas veces tan bien expresado con palabras, escenas con muchos personajes y escenas de soledad absoluta, escenas en que todo se ve y escenas en que todo se intuye y ha de completarse en la mente del lector mediante los sobreentendidos, escenas que conmueven hondamente y escenas que encadenan sensibilidad y dureza como solo los mejores escritores son capaces de afrontar y escribir.
Dice Javier Tomeo que "Billy Bathgate" merece figurar entre las obras maestras de la literatura estadounidense del siglo XX. Añadiría yo que merece figurar para siempre en un rincón vivo de nuestra memoria.

(Edición de la lectura: Puzzle. Roca Editorial. Mayo 2006)

Texto recomendado: "La última oportunidad, Richard Ford", en el blog de Blanca Vázquez

Frozen River, de Courtney Hunt


El hielo está en "Frozen River" no sólo en el paisaje, sino en la mirada de la sociedad que deja de lado a los más débiles y desamparados, en las leyes que persiguen a quienes se están cayendo y no a quienes les mandan correr y huir, en el dolor y en el vacío de los personajes que la protagonizan, pues en su dolor frío y en su vacío helado hay una humanidad que clama y solloza en la nada. El remedio llega de los propios humillados y ofendidos, nace de ellos, de ellos brotan la amistad, la solidaridad, el deseo de estar juntos y luchar contra todo, aunque ese todo sea inmenso y les queden pocas fuerzas. "En Frozen River", como hace algún tiempo en "Adiós, pequeña, adiós", he encontrado el gran cine que atrapa, conmueve, hace sentir y pensar, que no te permite ser sólo espectador. El cine que uno tanto echa de menos.
"Frozen river" es la historia de dos mujeres que están solas, que desconfían una de otra pero tienen que unirse para conseguir dinero llevando en el maletero de un coche a inmigrantes ilegales de un punto acordado a otro, por lo que cobran la mitad al partir y la mitad al entregar la mercancía humana. Ninguna es feliz, ninguna hace ese triste trabajo sino porque no le queda más remedio. Una les sirve de cena a sus hijos palomitas de maíz y una bebida amarilla. La otra malvive en una caravana, apenada por el recuerdo de un hijo que le quitaron cuando dio a luz y al que ve muy difícil recuperar. No hay tópicos en esta historia, y está construida con una sabiduría que pocos muestran ya en la escritura cinematográfica: las escenas se encadenan, los diálogos son los precisos, la carencia de medios deviene ejemplar puesta en escena, los personajes tienen vida propia y no están a merced de los devaneos de la historia. Hay detrás, por supuesto, alguien que ha escrito un guión despojado y eminentemente literario, hijo del mal llamado realismo sucio, deudor de la mirada cargada de piedad de un Richard Ford. Y estamos ante una trama que cuenta sustrayendo, que no se abisma jamás en la redundancia ni en el sentimentalismo -y eso que hay oportunidades, muchas, con los niños que crecen solos, con la deudas de la madre, con la historia del niño robado-, porque entonces entraría en los terrenos de la mentira, de las concesiones, de las emociones pactadas y manufacturadas que tan abundantemente nos sirven en las películas de grandes presupuestos. Quien ha escrito "Frozen River" -la propia directora -ha ido a la médula de los asuntos, no ha movido la cámara por los desolados paisajes exteriores e interiores más que cuando era necesario y en la limpieza de las escenas -de las páginas- vemos que la verdad vence, descarnada y pura, como pocas veces en el cine actual.
Pero además está el final de la película, con las decisiones últimas de los personajes -decisivas, como las de la pareja de detectives de "Adiós, pequeña, adiós"-, que mandan todo un mensaje para quien quiera ver y quiera saber y sacudirse las legañas o las telarañas o la mugre económicosocial que tapa la mugre moral que nos envuelve. Con ese final, de película excelente pasa a imprescindible, a inolvidable.

E. L. Doctorow: Billy Bathgate (1). Primer capítulo

El primer capítulo de esta novela es un magnífico ejemplo para quienes empiezan en el mundo de la literatura, es ideal para las escuelas de jóvenes escritores. Doctorow narra con gran limpieza y gran precisión y una cantidad adecuadísima de detalles una escena en un barco vista a través de los ojos de un adulto que recuerda y que entonces era un muchacho, un aprendiz de gánster. Al colaborador más estrecho del jefe de los gánsteres lo han atado a una silla y le han metido los pies en un balde con cemento que va endureciéndose. Van a arrojarlo al mar. El hombre suplica que le maten, que lo hagan sufrir, insulta al jefe pero no consigue su propósito. Se desespera aún más cuando al camarote traen a la chica con la que estaba cuando por la fuerza lo arrastraron hasta el barco. Ella se asusta, vomita sobre su vestido. Después el jefe se la lleva y deja solo al que va a morir. Arriba, un ayudante del jefe habla con el piloto sobre los trabajos que hacían en el pasado, en barcos y lanchas, cada uno a un lado de la ley, pues el piloto fue teniente en un guardacostas y hacía la vista gorda ante ciertas embarcaciones que transportaban cajas con contenido nada legal. El hombre que sufre ruega que le maten, pero nadie quiere oírle.
Son 23 páginas magistrales, escritas con frases largas que nunca cansan, pues no se estiran porque sí, sino que poseen un ritmo mantenido y subyugante y lleno de información útil y necesaria. Bathgate dota al narrador de una mirada minuciosa pero también ágil, e inserta muchas emociones sin lastrar la narración, ya que no recurre a ningún tópico. La escena se alza perfectamente real ante la mirada del lector, cada persona se mueve y nos atrae, cada gesto anotado por el narrador nos cautiva también a nosotros. Es admirable verlo y saberlo y meditar después de haber disfrutado con el texto y concluir que sin ningún tipo de virtuosismo vacuo puede contarse tan bien una escena.


J. Ernesto Ayala-Dip y la novela negra

En un valioso artículo, "El placer del abismo", aparecido en El País, este crítico de merecido prestigio nos deja frases tan interesantes como éstas:

"Todos los caminos de la novela policíaca conducen al mal. Palabra tabú durante siglos, deviene ahora un concepto con el que se coquetea".

"Auden, a quien molestaba la palabra evasión cuando se refería a la novela policíaca, consideraba a Raymond Chandler un artista absoluto".

"No hay en la literatura policíaca detective privado, policía o periodista implicado en una causa criminal (además de conmoverse más o menos por sus consecuencias) que no sea consciente de que su operación de develación es ante todo una operación moral".

"Las sutiles inducciones del freudiano investigador Lew Archer de Ross Macdonald".

Frases muy certeras que aumentan mi estima por este buen crítico, que en el mencionado artículo defiende con pasión y razón las novelas de Fred Vargas y Stieg Larsson.



Texto recomendado: "Mis amores", en el blog de Graciela Barrera


Margaret Millar: Más allá hay monstruos


Es difícil entender por qué se olvida a un buen escritor. Hay modas, por supuesto. Hay opiniones, por supuesto. Pero también debe haber memoria. Creo que es muy justo recordar que Margaret Millar formaría parte del mejor grupo de escritores de novela negra que pudiéramos imaginar y juntar. Es un clásico, y me temo que la ha perjudicado no tener un investigador fijo en su libros que actuara como reclamo y como bandera. También, cómo no, ser una mujer. Y también que sus libros no discurran por caminos trillados, conformistas, los repetitivos mundos de asesinados y buscadores de asesinos.
Margaret Millar es una escritora muy completa. Creó personajes con vida propia, muy distintos y muy bien diferenciados en sus maneras de hablar y comportarse, ya fueran un abogado, un chico de catorce años, un policía, el dueño de un rancho o una madre medio loca. Sus argumentos no son retorcidos, sumamente complejos, no están trufados de violencia desatada ni disparos a mansalva. Millar escribe como lo haría quien no está anclado en un género, quien no se siente preso de un género y, sin menospreciarlo nunca, no se olvida de que las novelas están hechas de la carne y la piel de los personajes, así como de su alma y sus deseos frustrados. Millar elige situaciones criminales y escribe libros en los que se palpa lo que se dice, se siente porque es sólido, material e inconfundible. Millar era una escritora realista que entendió que la mejor manera de hablar de su época y de sus contemporáneos era a través de la tragedia, de la novela trágica y negra, que mucho tiene que ver con las obras de teatro del pasado en que al escenario subían personajes, trama, cuestiones por dilucidar y llanto, amargura, dolor, vileza, pero también desesperanza tenue, amor desenfocado, ternura quebrada, soledad provisional. No hay en Millar cinismo ni crueldad, no hay gratuitas páginas entregadas a la loa del nihilismo, no hay ningún derroche de frialdad ni de cerebralidad. Y, creedme, tampoco ingenuidad ninguna.
"Más allá hay monstruos" se desarrolla casi por completo en un juzgado y en un rancho. Hay un juicio para dar por legalmente muerto a un hombre que desapareció un año antes. La madre no quiere que el juez dictamine para siempre y la viuda espera que lo haga para poder seguir su vida. El capataz del rancho será un testigo indispensable. El policía que buscó al hombre desaparecido también. Millar se mueve entre los personajes con una agradable soltura, dejando detalles de lo que son y creen ser, de lo que les mueve y quizá también de lo que ocultan. Con una poderosa imaginería visual -muy deudora de los grandes escritores del sur de los Estados Unidos, empezando por William Faulkner-, Millar adereza, sin demasiadas comparaciones del tipo "como, como si, semejante a", el texto con elementos que nos hacen entender mejor lo que está pasando, que ayudan a careacterizar a lo personajes y a situarlos en su ambiente. No hay desperdicio en este texto. Millar escribe bien - qué pocos narradores negros actuales son capaces de hacerlo como ella, que nunca olvidaba que una novela es historia y palabras-, a ratos incluso muy bien, y jamás malgasta fuerzas en nada que no ayude a la trama a avanzar. En la economía de medios halla un cauce muy apropiado al sentido de sus narraciones, que son mesuradas, claras y profundas, aunque nunca pesadas, nunca cargantes -me vienen a la memoria Mankell y otros, que no aprendieron a pulir, que creen vencer sumando y sumando y sumando-: acercamientos perspicaces a asuntos que tocan el tema criminal y develan aspectos del alma humana con pericia y un tenue pudor que ennoblece sus historias y el sentido último de las mismas.
"Más allá hay monstruos" es lo que se escribía en algunos mapas medievales para señalar zonas de nuestro planeta a las que no se había llegado o era mejor no llegar. Millar titula así su libro porque detrás de todo lo que vemos y leemos se alzan algunas dudas: ¿habrá muerto realmente el hombre desaparecido, lo mataron ? ¿Qué ocurrió? ¿Damos el paso? ¿Vemos si hay monstruos? Que no tema ningún lector. En esta novela pequeña sólo en apariencia no habrá nada que lo asuste y sí mucho que le satisfaga. Es una obra pequeña sólo en apariencia de una autora mayor.


(Edición de la lectura: Bruguera. 1981.)

E. L. Doctorow y Miscelánea, una editorial a tener en cuenta

Hay autores con una obra fundamental detrás que, por mala suerte o por desidia editorial, no llegan a lectores que, aunque no lo saben, los esperan. Los periódicos y sus suplementos culturales, cada vez más dedicados a loar la cultura popularecha, que no popular -lo primero es sinónimo de muy conocido pero no de calidad; lo segundo es sinónimo de conocido y no excluye la buena calidad-, dejan pasar ocasiones magníficas y andan casi siempre a remolque de los acontecimientos. ¿Alguien recuerda que se le haya dedicado a E. L. Doctorow un espacio como el que merecen sus libros?
Miscelánea, que edita libros con buen gusto y selecciona con un criterio encomiable, se presenta de repente con tres novelas, tres, de E. L. Doctorow. Y no son cosa pequeña. Estamos hablando de "El libro de Daniel", "Ragtime" y "Ciudad de Dios", tres novelas de una altura inmensa, de una calidad incuestionable, que esperan a los lectores que auparán aún más a su autor al lugar que le corresponde, pues es un clásico vivo, un grande entre los más grandes narradores estadounidenses de todos los tiempos, digno de estar junto a Faulkner, Steinbeck y todos los demás que se os ocurran.
"El libro de Daniel" fue ensalzado por Joyce Carol Oates, que afirmó: "El arte a este nivel sólo puede ser causa de regocijo". Obtuvo una crítica en el San Francisco Chronicle digna de mención: "La novela versa sobre un tema muy comprometido: ¿qué sucedería si los niños que han visto cómo el FBI se llevaba a sus padres fueran de hogares de acogida a refugios, los visitaran en el corredor de la muerte, crecieran en un período histórico delirante?... Esta es una novela contemporánea extraordinaria, una obra sensacional." Doctorow es un autor de izquierdas, de los pocos que quedan. De los que se mojan. De los que no andan por los temas que elige como otros por la orilla de la playa. Se zambulle, se mancha, y consigue que el lector tambien se zambulla, también sienta deseos de mancharse con las historias ajenas, con los dolores ajenos, con los padecimientos ajenos. Doctorow analiza pero todo lo cuenta, lo cuenta: sus libros son eminentemente literarios, son creaciones poderosas con narradores inolvidables.
"Ciudad de Dios" es otra muestra de la capacidad de reinventarse de Doctorow, que asume un estilo modernista en "El lago", otro de larga frase y períodos largos pero dotados de un ritmo excepcional y ligero como nunca antes en "Billy Bathgate" y aquí inserta poemas, cartas, alza una sinfonía impresionista con la que se transforma y nos acerca al inacabado debate sobre Dios, sus creyentes, la religión, del que podemos esperar la misma hondura de siempre, la misma creatividad inigualable, la misma prodigiosa sensibilidad que acerca al lector al narrador y a los temas tratados, a cada escena de la novela sin esfuerzo, como si la historia estuvieran susurrándosela al oído.
"Ragtime" es esa clase de novela con que contados autores se chocan una vez a lo largo de sus vidas. Es más conocida que su autor, recurrente en conversaciones literarias y cinéfilas, raramente discutida y que ha llegado a todas las capas lectoras a que puede llegar un libro. Existen ediciones de quiosco, de tapa dura y de tapa blanda, está en colecciones dedicadas a las obras maestras: es una novela inmortal. Doctorow bucea como pocos en el pasado, jamás cae en las indolencias y las complacencias de la novela histórica, elige el pasado no para largar discursos encubiertos sobre el presente sino para decir más y mejores cosas que los historiadores, arranca pedazos de momentos muertos o enterrados y los combina con otros grandes, fastuosos, comúnmente conocidos, y con esa materia hace un todo indivisible, nada exhibicionista, siempre al servicio de la verdad, por cruda que esta pueda resultar. En "Ragtime" se habla de la situación de los inmigrantes, de las primeras huelgas obreras, de la discriminación racial. Pero se cuenta desde el punto de vista de los miembros de una clase media, con la que es fácil identificarse. Probablemente, dentro de doscientos años libros como "Ragtime" dirán más y mejor de quiénes somos y quiénes fuimos que los extensos tratados y estudios de fríos hombres de biblioteca que siempre se olvidan de los de abajo, de los que arrimaron el hombro, de los que son como tú y como yo.
Miscelánea, una editorial que no podía empezar mejor, se merece un aplauso por traernos de una tacada -en sólo seis meses- estas tres novelas imprescindibles de un autor al que seguramente le darán el Nobel un año de estos, cuando a los Estados Unidos les corresponda un premiado. Sin Updike, con el viejo Roth incordiando y libre aún por ahí, con Joyce Carol Oates y Anne Tyler cerca, los méritos de Doctorow no son menores ni quedan atrás. Una prueba más la aportaré próximamente en este blog, cuando os hable de "Billy Bathgate", la inmersión de Doctorow en los años treinta y los gánsteres de entonces, tan sobresaliente que por sí sola ya valdría para hacer de nuestro querido autor un clásico de la literatura del siglo XX.

Enemigos públicos, de Michael Mann

Las miradas son fundamentales en esta película, así como el sonido de los disparos, rotundamente reales, nada cinematográficos, que son como choques y como golpes secos contra algo duro, excepto cuando el impacto es contra un cuerpo. Johnny Depp mira y habla con su mirada, Marion Cotillard se expresa mejor con los ojos que con la voz, que con los gestos, y podemos decir que su relación -la del ladrón y su amada- transcurre en los espacios que abren los gestos que se dedican, en los huecos sin palabras en que con la intensidad de la mirada se lo dicen todo. Esto es lo mejor de una película decepcionante, rodada como si fuera un documental -así lo indican su progresión, el ritmo de las escenas y la elección del digital, un error a mi parecer, pues en los momentos en que se mueven mucho los personajes todo se emborrona, se emborracha la mirada y se repliega inevitablemente la atención del espectador-, fría, que no atrapa más que al final, que confía en exceso su validez a la interpretación de los actores y a la enjundia de los hechos pero que no nos involucra, no nos hace sentir simpatía apenas por ningún personaje. Michael Mann ha querido tirar por un lado terriblemente realista y evidente, claro hasta la saciedad, y se ha dejado en el camino la emoción, eso que uno también busca cuando acude a una sala de cine dispuesto a entrar en las vidas de los demás.

Isaac Asimov: El sol desnudo

Cómo nos divierte, cómo nos entretiene el viejo Asimov. Nunca fuerza la prosa, nunca retuerce los argumentos, siempre nos lleva de la mano sin alzar la voz, sin impostarla, como si fuera un sociólogo aficionado a la ciencia ficción que nos informa y nos narra a la vez. Su formación es vastísima, sus conocimientos amplísimos, pero sus novelas nunca caen en el error de ser eruditas, pesadas, plomizas. Al contrario. "El sol desnudo" tiene lo que las mejores novelas pueden ofrecer: un buen argumento, varias ideas originales y algunas imágenes inolvidables. Sólo la tira por tierra, de partida y según el prejuicio de muchos, saber que es una novela de ciencia ficción, ese género para chavales (claro, ellos le dedican más tiempo, cómo no, pues tienen más vida por delante y más deseos de saber qué habrá en su vida futura), para jóvenes que no enfocan bien su mundo y se evaden. Qué tontería. La mejor ciencia ficción arde de ideas, tiene dos pies en la más pura realidad, pero su mayor valor consiste en ponerlo todo en danza, en cuestionarlo todo, en reinventarlo todo. Salir de la realidad sin miedo es el mejor ejercicio que puede permitirse el lector. Y volver a la realidad con una mirada llena de crítica y de deseos de cambio es lo mejor que puede sucederles al lector y a la sociedad.
"El sol desnudo" es una novela negra del futuro, además de una novela de ciencia ficción. El universo de los robots inteligentes de Asimov brilla con su mayor fuerza en esta historia protagonizada por un policía de la Tierra y un robot del planeta Aurora que investigan varios asesinatos en Solaria, el mundo de los más avanzados humanos. Asimov nos habla de la soledad, del miedo al otro, de la independencia, del amor frustrado, del desengaño, de los espacios abiertos y los espacios contaminados, de las cualidades humanas y las aptitudes robóticas trenzando un argumento entretenidísimo, cabal y sin exceso de ningún tipo, algo que lamentablemente ya es difícil ver en la novela negra actual, tan dada a argumentos retorcidos, a idas y venidas de los investigadores y a golpes de efecto para colegiales. Salimos de la novela sabiendo más de un posible futuro de la humanidad y, sobre todo, mucho más de la humanidad en su conjunto y sin acotación de espacio temporal alguno. Y es que el viejo Asimov pertenecía a la raza de los humanistas, de los que querían saber más del ser humano y de sus complejidades, tanto íntimas como sociales, en las que fue un absoluto maestro, como demuestra su ciclo de la Saga Fundación, que tanto nos ayuda a entender la historia del pasado de nuestra humanidad.

Malas temporadas, de Manuel Martín Cuenca


Buena película, cuidada hasta el más mínimo detalle, que no por caer en algún error en su tendencia a dejar bien cerradas todas las historias de los diferentes personajes que la habitan y por deslizarse en algún momento hacia lo explicativo y lo abstracto abandona en ningún momento su planteamiento de filme abierto, sin discursos, sin explicaciones sobrantes. Pocas películas españolas pueden presumir de haber contado una historia de personajes con tan buen pulso como ésta, en pocas hay unas interpretaciones tan mesuradas y luminosas.En el cine actual sobran los discursos, el hábito de coger al espectador de la mano como a un chiquillo y llevarlo de escena en escena dándoselo casi todo masticado. "Malas temporadas" plantea algunas inteligentes preguntas que no tiene el mal gusto de respondernos a la ligera y con argumentaciones que demostrarían que se trataba de preguntas-trampa. Los guionistas han optado por mirar dentro de los vidas de varios personajes muy actuales y nos han contado algunos fragmentos destacados de sus vidas cuyo significado se completa sólo gracias a nuestra mirada. La inmigración, el desarraigo, la soledad interior y exterior, las ilusiones rotas, la mentiras que nos decimos para seguir viviendo son algunos de los temas abordados en esta película que es de las pocas en la actualidad que dejan algo palpitando dentro del espectador cuando cae el telón.

Javier Puche en "Microrrelato en Andalucía"


Es un bloguero y es un autor de relatos que ha sido incluido en el volumen "Microrrelato en Andalucía". Se llama Javier Puche. Participa con cuatro buenas pruebas de que es un escritor con talento. Un bebé que halla el secreto del universo, la mitad inocente y la mitad culpable del cristiano, el error de un hombre invulnerable, Alá y Yaveh jugando al billar y, por último, un mosquito que tiene memoria. Son cinco piezas muy bien escritas y muy bien resueltas, sin ingenios vanos de por medio y con ideas detrás. Siempre es una alegría encontrar a un nuevo escritor. Para quien no tiene el volumen de Batarro, visitar el blog de Javier Puche puede ser un primer paso, una manera de empezar a conocerlo.

RBA SERIE NEGRA


Una colección que me ha soprendido muy gratamente, porque apuesta por autores de gran calidad y por recuperaciones primordiales. Valgan tres ejemplos: el primero, el más destacado para mí, es la recuperación de Ross Macdonald. El mejor autor de novela negra no se merecía el silencio y la desaparición de las librerías de nuestro país. Lo rescatan con "La mirada del adiós", una de las más características novelas protagonizadas por Lew Archer. Psicología, compromiso social, escritura de primer nivel hallaréis en este libro. El segundo es James Lee Burke, que tenía dos o tres novelas publicadas y ya descatalogadas, y vuelve con "El huracán", ambientada en Nueva Orleans y con el detective Dave Robicheaux al frente. Burke tiene un prestigio como pocos en el mundo de la novela negra y fuera de él, pues sus ambiciones literarias parten de una admiración incondicional por el gran William Faulkner. El tercer y último ejemplo es Dennis Lehane, autor de una de las mejores novelas negras de los últimos años, un clásico reciente, "Desapareció una noche". "Un trago antes de la guerra" trae de nuevo a la pareja de detectives privados Patrick Kenzie y Angela Genaro. Lehane es quien mejor plantea dilemas morales en la actualidad, quien más invita a participar al lector en la toma de decisiones de los personajes, pues sus historias no acaban cuando el libro termina.
Son tres ejemplos de una colección de una importancia creciente y que considero absolutamente de referencia para los aficionados al género y a las novelas que son más, mucho más que historias de tiros y persecuciones, de buenos y malos, y que sirven para saber más de nuestra época y de la gente con la que convivimos.

Ricardo Bosque: Suicidio a crédito


No es un recién llegado. Ya publicó su primera novela, "El último avión a Lisboa", el año 2000. La segunda la conocéis muchos de vosotros: "Manda flores a mi entierro" (Mira Editores, 2007). También está incluido en "La lista negra. Nuevos culpables del policial español", de reciente aparición. Edita además Ricardo Bosque un blog de obligada visita diaria: La Balacera , pues se trata ni más ni menos que de una agencia de noticias en la que se nos informa cumplida y apasionadamente de todo cuanto acontece en torno a la novela negra y el cine negro. Por si fuera poco, ha creado una revista digital, de título .38, en la que pueden encontrarse artículos y creaciones de buen nivel.
Ricardo Bosque es una de esas personas a las que uno admira por su buen hacer y por su buen desempeño en todos los frentes. "Suicidio a crédito" es una novela en la que no faltan las sonrisas y los cabeceos de afirmación y reconocimiento mientras el lector se pasea por sus páginas. Paparazis, exclusivas, un galán del cine español de los años sesenta, el mundo del corazón y de los reality shows: nuestro mundo mediático actual está en las páginas de esta novela que recomiendo hoy para que disfrutéis leyendo y os acerquéis a una mejor comprensión de una parcela casi insoslayable de nuestra vida diaria.

Lorenzo Silva: Nadie vale más que otro


Primer relato: "Un asunto rutinario".
Entre los méritos de Silva hay dos que se ven en el primer relato de este libro, "Un asunto rutinario", que son su crítica medida y eficaz a una sociedad que ha perdido sus mejores valores y el tratamiento de temas casi cotidianos, que podrían aparecer mañana en cualquier periódico, y que afectan a gente normal. En esta historia, un hombre de El Ejido, pueblo de Almería, es asesinado en Madrid cuando compraba droga. A qué se dedicaba el muerto -al negocio de los coches de segunda mano-, cómo lo engañaron, quiénes lo mataron no forma parte de una estrategia para entretener únicamente al lector, sino que Silva se vale de elementos de nuestra más cercana realidad para poner a ese lector ante un espejo que, mediante la literatura, le hará meditar y acaso recapacitar sobre ciertos asuntos muy útiles y muy próximos apenas situemos un pie en la calle: el dinero fácil, las drogas, los negocios fracasados, la delincuencia que viene de fuera. Es Lorenzo Silva un escritor realista, con todo lo que eso conlleva, y sus méritos son muchos y sobrados para decir que es un gran escritor, uno de esos que son hijos de su época y la miran con los ojos abiertos.

Segundo relato: "Un asunto familiar".

Los lectores habituales de Lorenzo Silva sabemos que el sargento Bevilacqua es un personaje especial, mimado por su autor y creado a conciencia, tanto que parece existir de verdad, como nos pasaba leyendo las aventuras de Plinio, el guardia surgido de la imaginación de Francisco García Pavón, tan absolutamente creíble. En el relato "Un asunto familiar" veo a Bevilacqua muy cercano a Plinio, a una filosofía vital que les emparenta y los convierte en inolvidables, ya que no hay en ellos la insulsez ni la violencia de otros que se han dedicado al mismo oficio investigador -aquí y en cualquier otro país- llevando su ego siempre por delante. Son observadores y también comprensivos, son humanos. "Por eso tenemos que cazar a este cabrón. Siempre habrá otros, y ya sabes lo que nos encontraremos cuando lo tengamos en la jaula, a un pobre tipo que nos dará todavía más lástima que asco." Porque de eso se trata también en la profesión de investigador: ver lo horrible sin cegarse, ver lo abominable sin perder el raciocinio. Con el trabajo que realiza, Bevilacqua se siente confiado y más o menos seguro, porque tiene que descubrir a los culpables y ponerlos a buen recaudo y sabe que efectúa una labor de limpieza interesante, inevitable, que no nos deja del todo sin esperanzas. Y en este caso, con una niña violada y tres familiares como sospechosos, la pesadumbre con que se mueve es superior, la tristeza más honda e intuye que la resolución del caso será abrumadora. El mal está hecho y hay que hurgar, hay que encontrar a quien dejó que su caballo interior se desbocara. Mira la foto de la niña muerta y piensa que ésa es "la cara que tenía antes de que la muerte se la vaciara de luz." Y ahora ha de encontrar al asesino, que se ha quedado también sin luz interior, tanto si es consciente de ello como si no. "Un asunto familiar" está escrito para ser leído y releído y gana cada vez que nos paramos a leerlo y a pensar.

Tercer relato: "Un asunto conyugal"
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No malgasta palabras ni fuerzas en tonterías Lorenzo Silva. Esto, que parece de poca importancia, en el reino de la novela negra tiene más de lo que parece. Porque mientras otros malgastan el ingenio y la fuerza en novelas con mucho ruido y pocas nueces, Lorenzo Silva afina y deja relatos tras de sí con plausible sencillez y ajustada inteligencia -la que pocos poseen en su justa medida, pues el escritor no ha de ser ni demasiado listo ni demasiado tonto, y hallar el punto justo es realmente difícil-, sin tiros al aire ni en cuerpos que no se lo merecen. Este relato es buena prueba de lo que afirmo, y además un paso más en la labor encomiable de un escritor progresista a todas luces que no se conforma con lo ya sabido y visto, que introduce en sus textos elementos para pensar y que los lanza a la sociedad para que todos los interesados piensen y escapen de la rutina a que nos abocan las noticias de los telediarios y periódicos de grupos de comunicación a que estamos tan acostumbrados pero a las que no escapamos porque tampoco nunca nos lo hemos propuesto. El tema del relato, los malos tratos, la muerte de un mujer seguramente a manos de su marido, no es un ejercicio de estilo ni de vanidad literaria en manos de Lorenzo Silva, sino un perfecto caso para mostrar otras cosas, otra mirada, otras intenciones, otro camino a lo trillado y dado por sabido con gesto de desdén casi siempre. Es un relato sencillo, transparente. Y además una de esas historias que dentro de cien años hablarán más y mejor de nuestra época que ningún documento, ninguna película y ningún ensayo. Para esto queremos la literatura, ¿verdad?

Cuarto relato: "Un asunto vecinal".
Aborda de nuevo Silva con inteligencia y riesgo en este relato un asunto que a todos nos incumbe: la inmigración. Aparece muerto un inmigrante ecuatoriano en un pueblo de Murcia y en la búsqueda del asesino nos presenta nuestro autor a una comunidad en la que un importante tanto por ciento de sus habitantes son personas venidas de otros países. Las relaciones entre ellos están muy bien esbozadas en tan pocas páginas, así como las de los inmigrantes con los autóctonos. Silva apuesta una vez más, crea desde su visión de hombre comprometido con nuestra realidad social, desde un punto de vista genuinamente progresista, con tacto y con riesgo, como decía más arriba, pues no se conforma con los lugares comunes e incluso en la última página del relato da un paso más y nos deja servida una honda, porosa meditación a la que nos convoca a todos los lectores que buscamos algo más que pasatiempos en los libros.

De alguna manera, este libro podríamos decir que son unos episodios nacionales, unas novelas ejemplares de un autor de nuestro tiempo, merecedor de figurar cerca de los antiguos maestros de nuestra narrativa que crearon episodios ejemplares.