Raúl Ariza: Elefantiasis


No se dejen engañar: quizá no les resulte conocida esta editorial, tampoco el nombre del autor, pero se encuentran ante unos de los mejores libros del año. Raúl Ariza ha ido dejando buenas muestras de su talento en un blog al que ha ido subiendo sus relatos con una asiduidad perfectamente establecida para que sus lectores siempre esperemos más y nunca nos sintamos del todo satisfechos. Tampoco nunca decepcionados. El talento de Ariza es grande, su estilo es versátil y su atención por los detalles y por la caracterización afortunada y eficaz de los personajes y los lugares que aparecen en sus historias demuestran a las claras que este autor empieza a publicar tarde -con algo más de cuarenta años- pero tiene un bagaje detrás que le sostiene y le hace a uno preguntarse cómo no ha aparecido antes en el mundo del libro. La mayor parte de los relatos de este volumen son notables, algunos realmente sobresalientes, y si la desidia y la ceguera de algunos degustadores de cuentos no se repite una vez más, veremos cómo se celebra esta aparición, este sensacional debut literario. "Sus días y sus noches", "La habitación desnuda", "Fuego", "Al sol de marzo": son ejemplos de lo que el relato corto debe ser, no un caminito de agudeza y sonrisas, sino pura literatura, gran literatura.
En pocas líneas, Ariza cuenta historias, crea personajes, apunta detalles que extrae en caliente de la vida real y en caliente nos los hace llegar, como si trasplantara emociones. Con su capacidad sintética, elusiva, con su vocabulario ajustado -mediante el que que consigue que sus historias vibren como las notas en un piano, despaciosamente, hasta que se pierden en una cercanía envolvente-, con su sinceridad -esa cualidad tan necesaria para mí en una época plagada de autores mentirosos, enfermos de posmodernismo, citas y recitas, homenajes y autohomenajes-, con su sencillez -el relato corto que cuenta, que no divaga, que condensa de verdad en pocas líneas algo que interesa saber-, con su bonhomía -Ariza ama escribir, se desnuda escribiendo y no se viste de ropajes de feria ni con trajes encopetados para buscar méritos ni reconocimientos- se presenta en el ruedo literario y gana, se impone, deja un libro que no se olvidará, que cuenta además con un prólogo que, como los relatos de Ariza, puede leerse varias veces, porque está muy bien escrito y cargado de razonamientos que suelen escasear en los que ponen con sus letras un prefacio a un libro.

Henning Mankell y una frase

Es una frase sencilla, muy del gusto de los narradores que han leído a Kafka, pues a primera vista no se aprecia gran cosa, pero cuando nos paramos a verla con más detenimiento encontramos ecos interesantes.

La ventana estaba abierta, la cortina que Mona había colgado se mecía al suave vaivén de la brisa y él se tumbó en la cama, relajado.

Es poca cosa, como digo. Pero ambienta al lector a la perfección con pocos detalles: esa ventana abierta, esa cortina, la mujer a la que ama, el cansancio y la relajación, una fatiga que intuimos que es algo más que física. Quizá faltan las frases que van antes o después para percibir cuanto digo. Wallander ( en el primer relato de "La pirámide") es joven, anda reñido consigo mismo porque no quiere volver a participar en ninguna manifestación contra las personas que protestan. ¿Por qué estaba abierta la ventana?, nos preguntamos. Sola no se ha abierto, claro está. Si Wallander la halla de repente así es porque él la ha abierto o la ha dejado antes abierta y no le ha prestado atención hasta que la brisa ha empezado a mecer la cortina. Pero si no llega a estar abierta, no habría visto cómo se mecía y quizá no habría sentido ganas de tumbarse y de relajarse. Algo se mueve sin que Wallander lo perciba por completo y él también se deja llevar por esa brisa y reposa y sus pensamientos se asientan.
A la par que este libro estoy leyendo uno de Almudena Grandes: "Atlas de geografía humana". Es una novela de gran categoría, escrita sabiamente, con aciertos psicológicos de primera magnitud. La prosa de Grandes es radicalmente contraria a la de Mankell y superior en casi todo, excepto en la concisión. Grandes suma y suma, Mankell cuenta sustrayendo. Con Grandes a veces uno siente la fatiga que producen las montañas de palabras, los largos parlamentos o las extendidas indagaciones que los personajes hacen dentro de sí mismos. La vida, nos dice Grandes, es un chorro de palabras, un cúmulo de detalles, está llena de escenas a las que podemos extraerles el sentido analizándolas detalle tras detalle: es preciso un esfuerzo. La vida, según Mankell, está llena de ideas que van y vuelven y se muestran fugaces aunque percusivas, en forma de breves imágenes que se mezclan con las imágenes que planta delante de nosotros el presente y no nos hacen ir siempre hacia delante, pues nos pellizcan y nos paran un rato y nos recuerdan que algo está sin resolver: es preciso recordar y juntar. Y hay una fuerza subterránea, precisa, que en la frase de Mankell además despierta la empatía del lector, le trasplanta al cuerpo de Wallander y logra que olvidemos que ha sido mediante letras y palabras como ha se ha producido ese milagro. No es poca cosa: se trata del milagro de los libros, del milagro que ayuda a que siga escribiéndose y sigan leyéndose libros en el siglo XXI, el de las pantallas y las conexiones a la red y el deslumbramiento de la ficción en tres dimensiones.
Por supuesto, lo ideal sería tener ambos estilos en un solo libro. Pero es difícil que un autor que escribe con frases largas y disfruta contando una escena en 20 páginas resuelva mostrarla en 4 ó 6. Y es muy difícil que un autor que basa la fuerza de sus estilo en la narración, en la sucesión de imágenes y de escenas apueste por detenerse de repente 20 páginas para acercar la lupa a un momento de la historia que quedaría en suspenso y detendría el avance de lo que se está contando. Quizá sólo unos pocos autores geniales o particularmente osados se lanzan a arriesgar, a combinar, a dar textos mestizos. Quizá si los hallamos encontremos a los escritores que mejor están contando en qué se ha convertido la vida aquí y ahora, cómo es nuestro tiempo.


Imagen: Adolphe Bouguerau