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Me muero yo también con Updike


Uno no puede llorar porque muera un escritor, alguien a quien no ha visto nunca. Pero creedme si os digo que tengo un nudo en la garganta y ganas de llorar. Se muere con John Updike también algo de mí, porque en un tiempo yo quise ser John Updike, como él o él, qué más da. Quise escribir como él escribía, ser incisivo, corrosivo, tener un ojo en lo real y otro en lo imaginado, quise sentir una enorme libertad trabajando, aunque sin perder de vista jamás la estructura de mi labor, de la novela.
Siento que se muere una parte de nuestras vidas también. Se van yendo los escritores verdaderamente importantes y decisivos, los que daban ganas de escribir mientras estábamos metidos en sus páginas, los que creaban vocaciones y formas de mirar el mundo, el arte, todo. Nos quedamos sin referentes.
En fin. Es así. Todo tiene su plazo, su vigencia, su actualidad y su finalidad. Tomadme por pesimista, pero creo que con Updike el género se muere también un poco, nos quedamos sin uno de sus pilares. Y me temo que apenas hay continuadores. La novela anda algo enferma, algo desasistida, de alguna manera eso que llaman su crisis es un estado y un síntoma irrebatible. Queda la obra de Updike, pero se va con él una parte del futuro, que ya nunca será, nunca existirá. La novela vale cada vez menos fuera del interés por el entretenimiento, por ganar dinero, por ser alguien como artista. Los auténticos creadores no tienen apenas voz, los escritores originales desertan o no encuentran la posibilidad de llegar al público general y la novela se enroca, se repite, se ahoga en aguas estancadas. Qué mala noticia que nos deje Updike. La novela, ese género amado, nunca se recuperará.


Foto: Getty/Hulton archive

John Updike : Terrorista (y 6). Crítica

Hay ocasiones en que sentarse delante de la pantalla y poner las ideas por escrito cuesta y resulta doloroso. Nunca escribo las críticas desde una alta perspectiva, desde una atalaya en que me siento dominador del texto leído y de todos sus personajes y de toda su trama, un pequeño dios juzgador que va a impartir sabiduría. No, no es así. Comento mayormente libros que me han ganado como lector, como persona, como ser humano. Libros a los que sé que les debo algo, con personajes de los que he aprendido, con historias que he vivido desde la tranquilidad espacial de mi sala de lectura y desde la implicación mental y emocional de mi cabeza y de mi espíritu. "Terrorista" es una novela extraña, una obra que quizá pudo ser maestra, pero que desgraciadamente no lo es. Acaso un 95 por ciento de este libro es magistral, incontestable, generador de nuevos escritores y de lectores que vivirán en sus páginas una experiencia humanamente inefable, como sólo el arte mayor puede ofrecer. Pero hay un 5 por ciento de errores, de caídas, de puntos débiles que acercan la novela a la literatura de quiosco, la hecha con prisas y para un público manejable, aturdible y apasionado de unas mentiras que no les importa que carezcan de lógica, de sentido, de sinceridad narrativa.Ya digo que me cuesta escribir esto, pero es que esas partes débiles de la novela están hechas para justificar, para ganar acaso lectores fáciles, para acercar este libro a las listas de los libros más vendidos. Para mí, Updike es uno de los mejores escritores vivos, de los más excelsos, más creativos e indispensables. Pero se equivoca al escribir esta novela del siglo XXI sólo con los materiales más tradicionales del realismo, con los más usados y canónicos, con los imprescindibles también. Porque pone de manifiesto con la escritura de esta novela que -y lo dice un lector realista, un incipiente escritor realista, el que esto suscribe- el realismo no basta, que las maravillas del realismo, las intensidades del realismo no bastan para contar una historia ahora y aquí, o en Nueva York: así, se alternan las secuencias en que vivimos con la mayor intensidad posible lo que se nos cuenta -qué maestro en describir sensaciones, encuentros y desencuentros es Updike- con los vacíos y las ausencias que se detectan al no contársenos otras cosas, al no utilizarse otros procedimientos -el flujo interior de conciencia, el monólogo, el diálogo sin tanta acotación- que pertenecen al realismo también y lo hacen más hondo, más versátil, más real -valga el juego de palabras -pues multiplica las perspectivas, las percepciones y abre caminos que consiguen alejar a la novela realista del anclaje al argumento hiperdefinido y con todos los elementos estérilmente en su sitio, que se vuelven acartonados y mudos como fichas de dominó bien ordenadas pero vueltas del revés. Y por eso creo que, cuando Updike tiene que entrar en un territorio que le es ajeno, se equivoca, peca de soberbio y no se da cuenta de que tras tanta documentación sobre el Islam y sobre las religiones le ha faltado igual dedicación para la necesaria documentación sobre los mecanismos del thriller, los vericuetos de las novelas policiales, y a la hora de rendir cuentas narrativas sobre ciertos asuntos al final de la novela que podría haber despachado con soltura se mete en berenjenales de los que sale enfangado, con la trama colgando de un hilo, y deja al lector con la sensación de hallarse leyendo unas páginas absolutamente imprevistas y gravemente equivocadas al romper el ritmo de la historia, la conjunción de motivos y acciones, la concreción de ideas y de mensajes corporeizados en ciertos personajes. Y hete aquí que este lector updikaniano, este lector español que admira a Updike por encima de casi todos los demás escritores, que nunca dejará de agradecerle al Updike de "Terrorista" la magnífica valentía al poner en solfa las lacras de nuestras actuales sociedades, sus dañinas contradicciones, sus vacíos devoradores, sus desbocados miedos y sus hirientes recelos y su individualismo autista y su incapacidad para abrir verdaderamente los ojos a la realidad real, tiene que concluir diciendo que cierra con dolor esta crítica de una novela en la que se percibe la existencia de todos los mimbres precisos para ser literatura excelsa y se ha quedado en extraño híbrido que da lo mejor y lo peor de una manera de concebir la literatura realista que, me temo, no puede ser la misma después de Joyce, Cortázar, Onetti, Kafka, Faulkner.

John Updike: Terrorista (5). Cuando el amor se marcha por la ventana

Recuerdo que, tras una larga etapa alejado de la literatura, leí dos libros que me animaron a regresar a mi mesa, a mi lápiz y mi papel para anotar los nombres de los personajes: "Pastoral americana", de Philip Roth, una obra mayor la mires por donde la mires, y "La versión de Roger", una novela poco conocida de Updike que le recomiendo a todo el mundo. Cuando me acerco al final de "Terrorista" no puedo dejar de acordarme de esa época en que leía en los autobuses, junto a la ventana, la mente abierta a la ficción y cerrada a la rutinaria realidad, a la disminuida realidad en la que nos obligan a vivir. Y se debe a que también en esta novela consigue Updike emocionarme, me provee de nuevas meditaciones e ideas y me hace sentir que estoy viviendo unos momentos inolvidables en mi vida de lector. Acabo de dejar atrás unas págnas en que una pareja se separa, de repente, como si se hubiera producido un corte o un disparo inesperado, que deja víctimas. Narrar una escena romántica -una separación es ineludible en toda historia amorosa, ya sea definitiva o temporal- sin caer en el sentimentalismo ni en el humorismo idiota -a lo que se han aficionado cada vez más escritores, epígonos de Woody Allen-, sin alejar al lector y sin acercarlo demasiado tampoco, es una tarea difícil, apta sólo para maestros, y Updike lo consigue en diez páginas llenas de contenido, de belleza soterrada y de desilusión palpitante. Unas páginas de escritor clásico y al tiempo de escritor rabiosamente actual que hacen que -parecía imposible - aumente mi admiración y mi gratitud por este autor que quizá es el mejor de su generación y uno de los tres o cuatro vivos más grandes de este mundo lleno de asuntos aún por analizar, por narrar, por hacer comprensibles mediante la literatura.

John Updike: Terrorista (4). Anuncios y noticias en televisión


Un personaje afirma que a lo que de verdad le gustaría dedicarse es a hacer anuncios de televisión, para decirle a la gente lo que tiene que hacer, lo que ha de pensar. Y añade: "Las noticias son para lloricas. Fíjate en Diane Sawyer, la que sale en la ABC, que si pobres niños afganos, ay, ay, ay. Y si no, pura propaganda. Bush se queja de que Putin se está convirtiendo en un nuevo Stalin, pero nosotros somos peores de lo que el viejo Kremlim jamás fue, ni en su mejores tiempos. Los comunistas sólo querían lavarte el cerebro. Los nuevos poderes fácticos, las corporaciones internacionales, directamente quieren quitártelo. Quieren volvernos máquinas consumistas: la sociedad del gallinero. Todo el entretenimiento, campeón, es basura, la misma basura que tuvo a las masas como zombis durante la Gran Depresión, sólo que entonces te ponías a la cola y pagabas un cuarto de dólar por ver un peli, mientras que hoy te la dan gratis, porque los anunciantes pagan millones por minuto por tener la oportunidad de meterse en nuestras cabezas." John Updike vierte muchos mensajes en esta novela y lo hace de la forma más inteligente, recordándonos varias cosas muy destacables: el valor de la novela, su vigencia, su razón de ser jamás desaparecerá mientras se muestren los sucesos, los pensamientos, los modos de vida de esta forma, respetando la pluralidad, actuando el novelista mediante el punto de vista, olvidándose de plasmar sólo un lado, sólo una cara, eludiendo el maniqueísmo; para hablar de nuestro tiempo es preciso ser atrevido, hacer síntesis, no estar pendiente de subvenciones ni prebendas, no responder más que ante la propia conciencia creadora, que es auténtica, que da frutos imprescindibles y sin fecha de caducidad cuando afronta los problemas de una época y no se guarda nada en el tintero, se apresta a señalar los errores, excesos y mentiras que nos hacen menos humanos, menos personas, menos reales ante los demás y ante nosotros mismos.

John Updike: Terrorista (3). Prefiero ser auxiliar, no enfermera


Updike es uno de los mejores escritores de la actualidad, y además está en plena forma. "Terrorista" es una novela ejemplar en algunos aspectos, de los cuales creo que destacan especialmente dos: su transparencia y la perfecta imbricación que las ideas tienen en la trama. La transparencia, para los que además de leer también escriben, es tan clara y tan magistral que acaba por resultar engañosa, ya que parece algo fácil, pero es justamente todo lo contrario. Como ya escribí, Updike parece hallarse en estado de gracia y nada sobra ni falta en la narración, que jamás cansa ni deja con sabor a poco. Se sigue la historia y a los personajes, sus motivaciones y sus secretos, sin esfuerzo alguno, como si nos hubieran otorgado algún poder que nos permitiera captar con profundidad y a la vez sin un detenimiento excesivo cuanto hay ante nuestros ojos lectores. Cuando el profesor visita a la madre y hablan sobre Ahmad, sin que éste los oiga, Updike no se apresura pero tampoco despacha la escena en cuatro o cinco páginas, y sin embargo no sentimos que haya una inflación textual, no se recurre a las descripciones para el relleno ni a las frases de puro contacto que devienen pura vaciedad. Y entronca esto con la perfecta imbricación de las ideas a que me referí más arriba. La madre es pintora aficionada, se gana la vida trabajando en un hospital, como auxiliar de enfermería -y aquí viene la idea, la crítica, la profundidad de Updike que no deja pasar nada sin aprovecharlo-,porque "no quise ser enfermera: demasiada química y también demasiado ajetreo administrativo; acaban siendo tan pretenciosas como los médicos. Las auxiliares hacen lo que antes solían hacer las enfermeras. Me gusta la parte práctica: tratar con las personas precisamente ahí, al nivel de sus necesidades. Poner cuñas."

John Updike: Terrorista (2). Contemplando la decadencia


Las cuarenta primeras páginas de este libro están escritas de forma deslumbrante: nada sobra, todo está ajustado al milímetro, como si el autor hubiera gozado de una concentración lindante con la gracia. Habla Updike de tantas cosas en tan corto espacio, de manera tan sencilla y tan reflexiva, que uno siente que está ante unas páginas maestras, ante un autor que en la esencialidad -como dice Miguel Ángel Muñoz - ha hallado la magia. Es una novela de un autor adulto y para adultos, una novela con conciencia de obra mayor, rebosante de frases afortunadas, con una adjetivación ejemplar y genuina, de imágenes que son absolutamente cercanas y, por lo mismo, más difíciles de convertir en literatura. Tras unas primeras páginas dedicadas a Ahmad, Updike elige a otro personaje, Jack Levy, responsable de las tutorías en el instituto en que estudia aquél, y su andanada contra lo superficial, lo idiota, lo degradante de nuestra actual sociedad sigue adelante, ahora desde otra perspectiva, la del que mira más hacia atrás que hacia adelante, la del que se imagina ya muerto y dramáticamente vencido sin haber vivido en verdad lo esperado, imaginado, planeado. "Ha perdido el buen camino en el bosque oscuro del mundo. Pero ¿hubo buen camino alguna vez?" Levy se levanta aún de noche, mira por la ventana, piensa. Y hay acción en este tiempo parado: la mirada y los pensamientos de Levy viajan y tienen una vida intensa, nos hablan de los años de noviazgo con su esposa, de las salidas que hacen juntos al cine, y también de coches y su soberana presencia, de las viviendas menguantes de la actualidad, de los hijos que se alejan de los padres acaso definitivamente.

John Updike: Terrorista


Que un thriller -así lo describe la editorial en la fajilla, según palabras de Justin Cartwright, de The Independent- empiece con un párrafo tan bien escrito y lleno de adjetivos me complace enormemente: "tentadoras melenas", "flamantes pendientes", tatuajes fatuos", "desaire apático". Quiero esto decir que la novela en que hay acción también puede dar cobijo a la gran literatura y que algunos estilistas -en España tenemos a un gran escritor, que cuida y mima su prosa: Eugenio fuentes- pueden escribir sobre temas de acción sin que se les mire por encima del hombro. ¿Quién va a poner en duda ahora la importancia de John Updike, uno de los escritores esenciales de nuestra época? Partiendo de una tercera persona muy pegada al protagonista, Updike pasea la mirada por los estudiantes, sus figuras engalanadas y las aulas del instituto en que estudia Ahmad, un chico de dieciocho años que no ve a semejantes sino a demonios encarnados en los cuerpos de los que comparten espacio con él, demonios que "quieren llevarse a mi Dios". Y en su fuero interno late un deseo incontrolado, aniquilador, una fuerza que quizá, para que no le destruya, tendrá que salir matando y borrando a esos demonios. Updike, valiente, actual, profundo, escribe una novela para almas que no duermen lánguidas ni para los que están de vuelta de todo. A veces, todavía, abrir un libro puede ser una verdadera aventura moral, puede ser decisivo en nuestras vidas. "Terrorista" empieza con un órdago a la grande.