Fiódor M. Dostoievski: Los demonios (2)

Uno de los momentos cumbres de la literatura de todos los tiempos está en el capítulo 6 de la tercera parte de esta inmortal novela. En él, un suicida que dice que será Dios cuando muera, pues probará que Dios no existe y que él se convierte en Dios al matarse sólo porque desea matarse, porque está obligado a matarse para probar que no existe Dios y que Dios es el hombre, cualquier hombre, todos los hombres, se prepara para dispararse un tiro en la sien y antes conversa con un compinche que, revólver en mano, espera que el otro se suicide y está preparado para, en último caso, matarlo él mismo y cargarle dos asesinatos. El diálogo entre el suicida y el compinche -Kirillov y Piotr Stepanovich- se desarrolla en medio de la tensión y la insidia, la devoción y la duda, la mentira y la verdad, es un portentoso encuentro en el que la acción y el pensamiento son una sola cosa. Quienes afirmaron que después de Shakespeare estaba Dostoievski tuvieron presente en el recuerdo sin duda páginas como éstas, quienes amaron la novela negra seguro que leyeron este capítulo magistral de una inperecedera novela que es un antecedente y su logro máximo.

Fiódor M. Dostoievski: Los demonios

No es, por supuesto, Los demonios una novela negra,  y juzgo sin embargo que tanto ésta como Crimen y castigo son obras absolutamente imprescindibles para entender bien la novela negra y su historia, tanto o más que las lecturas ineludibles de los clásicos Chandler, Hammett, Macdonald y Highsmith (y Poe). Hay un asesino en esta novela, un manipulador que, metamorfoseado o reconvertido, aparece en muchos libros dedicados al subgénero. Hay varias escenas en las que este asesino empuña un revólver, golpea con él, dispara y mata. Hay confabulaciones y hay delaciones, escenas en las que los personajes se juegan la vida y en las que mueren ejecutados aquellos que han sido designados como víctimas. Los demonios es una de las mejores novelas de la literatura universal, y que contenga tantos elementos digamos negros la convierte en precursora, la sitúa en un lugar que no ha de obviar el aficionado y el entusiasta de la novela negra.   
Los demonios es la historia de una ciudad pequeña -y de un buen número de sus habitantes- en la que se ponen en práctica unas ideas encaminadas a subvertir el orden, a traer otras ideas y otros planteamientos vitales a un lugar anquilosado en el que mandan los de siempre. No hace mucho que los siervos han dejado de serlo, los ricos son los que mandan -terratenientes, militares, políticos, hombres de negocios-, se despide en masa a trabajadores. Un pequeño grupo capitaneado por Verhovenski, un hombre que no es especialmente inteligente pero sí hondamente vengativo, cruel y manipulador, se mueve en la sombra y planea y lleva a cabo varios asesinatos para alterar la paz social y sublevar los ánimos de los pobres, que esperan los apoyarán cuando vean que ante el desastre sólo cabe dar un paso adelante para evitar males mayores. Profesan en el grupo ideas seguramente socialistas, pero no importa cuáles sean estas porque, en manos de un líder que engaña, miente y azuza a unos contra otros para que nadie se fíe de nadie, da igual que se crea en el socialismo o en el fascismo, ya que -nos dice Dostoievski- si se manipula no hay verdad ni horizonte limpio.
Equivocadamente se ha tildado de conservadora a esta obra. El gran autor ruso concede todo el espacio necesario a la exposición y debate de las ideas y no les hurta complejidad ni verdad, sean cuales sean. Verhovenski, el malo y maquinador, no es detenido ni ajusticiado, sino que huye y desaparece: su figura queda definida sin lugar a dudas, pero no se le mata para ajustarle las cuentas, literariamente hablando. La novela está narrada mediante la voz de un cronista local que cuenta lo que sabe y añade lo que imagina, con lo que la voz del narrador de tercera persona Fiódor M. Dostoievski queda fuera de lo contado, aunque quepa identificar a uno con el otro -esto es ya extraliterario-. Hay retratos muy duros de los que tienen el poder. No se es complaciente con protagonistas como Varvara Petrovna, rica propietaria de la que descubrimos todos sus excesos de imposición y mando a través del dinero. Y hay un momento fundamental: el ex siervo y ahora ladrón y asesino Fedka le dice a su antiguo amo que no le hará daño porque nació siervo suyo, y poco después el amo ni siquiera recuerda si es cierto que perdió al siervo en una partida de cartas. Este viejo amo es Stepan Trofimovich, uno de los principales personajes de la trama. Ahora bien, lecturas interesadas ha habido siempre. Dostoievski es justo al dar voz a unos y a otros y alerta de los excesos de unos y otros, de las mentiras de unos y otros, y concluye con una imagen desoladora Los demonios, que somos todos desde su visión equitativa de la existencia, una visión que pone a todos al mismo nivel. No hay buenos ni malos, concluye el gran maestro ruso en esta obra imperecedera, pues todos nos movemos impulsados por los demonios que nos habitan y nos obligan a ser mentirosos, excesivos, vulnerables, una pálida sombra de lo que, como Piotr Stepanovich, soñamos un día que llegaríamos a ser.

(Nota: La traducción elegida para la lectura se debe a  Juan López - Morillas)

Edmundo Paz Soldán: Norte



No hay un norte para un asesino en serie. No lo hay en esta novela para ninguno de sus tres principales personajes. Paz Soldán nos habla de fracturas, de pérdidas, de situaciones de soledad y desesperación que tocan muy de cerca al asesino, a una dibujante y guionista de comics y a un pintor loco. Rotas las raíces que unen a una tierra, a unos seres queridos, los inmigrantes que entran en los Estados Unidos con piel morena y acento español no encuentran caminos fáciles, no van hacia un norte claro y esperanzador. Buscarse la vida sin apoyos y sin amor y sin comprensión de alguien cercano lleva a la desconfianza, al asesinato en un caso, a deshacerse de un hijo que no tiene un padre que lo querrá en otro, a desear que las paredes de un manicomio sean el mejor refugio del mundo en el último caso, en la tercera historia contada en Norte. Seres sin patria, sin hogar, extraviados por dentro y por fuera. Infelices.
Las tres historias están unidas por la voluntad del autor, no se engarzan apenas en la trama y el lector ha de unir hilos que lo sacan (sin alejarlo) de las páginas del libro, el mayor acierto de Norte. En algunas escenas en que el asesino mata, uno preferiría cerrar los ojos, saltar páginas, porque es verdaderamente terrible lo que se está leyendo. Paz Soldán no se recrea, pero tampoco elude: lo contrario sería hurtar y disfrazar, rebajar y mentir. Y este es un libro sincero, escrito no para sumar a la victoria de una carrera literaria, sino para hablar de unos temas de gran exigencia preparatoria, que resultan muy difíciles de abordar en una novela. Las dificultades las solventa el autor con un estilo escueto, sin alardes, rápido y preciso. El libro se lee sin saltar ningún escollo. No hay abuso del psicologismo. Y se sortea lo fácil y sabido con la economía de medios de que se vale Paz Soldán, con una prosa permeable al lenguaje hablado, que está dentro de los párrafos de la narración, algo que me parece de gran valor: atrás quedaron los tiempos de la prosa limpia y pulcra y distanciadora -soy un hombre bueno que cuenta cosas malas, late en tantos libros cargados de buenas e inocuas intenciones-para contar historias como esta, pues el escritor que se lanza al vacío quiere a un lector que sienta el vacío.
Intensa novela, planteada para que pueda entenderla y aproximarse a ella cualquier lector, con un cierto eco barojiano de fondo -por más que pueda parecer que es producto de una manera muy estadounidense de hacer, en la que se cuentan muchas cosas y el ritmo y la sucesión de escenas es esencial-, está en el centro de asuntos que ahora nos importan, resulta muy recomendable y tiene un pulso de escritor de gran categoría latiendo en todas sus páginas.