Andreu Martín: Bellísimas personas

   


   El acercamiento a la vida y a la personalidad de un asesino no es una tarea fácil, y tampoco apta para todos los escritores que dedican mucho tiempo en sus horas creativas a la narrativa criminal. Verter ideas repetidas en un texto, retorcer el argumento para enseñar lo complicado en la superficie aunque en el fondo no haya sino una simpleza alarmante, correr junto a un precipicio con una figurita en la mano que se dejará caer en el momento más oportuno está al alcance de muchos. Pero no lo está aproximarse al monstruo humano sin olvidar que es humano, sin convertirlo en un ídolo ni en un grotesco desecho, abriendo un juego que no sea una evasión sino un compromiso profundo con los seres que aún no están desalmados. Tarea para unos pocos, entre los que se encuentra el maestro Andreu Martín. 
   Que aquí vierte sus obsesiones y mueve el foco con brillantez absoluta mientras maneja a los personajes de la novela, a los personajes de la novela dentro de la novela de la narradora y protagonista y a los personajes de la novela que en definitiva es Bellísimas personas, escrita por Andreu Martín. Sí: hay un eco del Unamuno que hablaba con sus personajes, que se dejaba increpar, que sabía que vida y literatura eran lo mismo pero no eran lo mismo, que un personaje puede resultar más vivo que un escritor que siempre ha estado vivo. Con parecida ilusión juega Andreu Martín en este libro, con entusiasmo contagioso, sin mentir y sin recurrir a la socorrida metaliteratura como guiño fácil con el lector que ya está de vuelta de casi todo. El juego ficción/realidad es en esta novela el resultado de un planteamiento sincero ante las limitaciones de lo contado, de lo conocido, de lo que queda por conocer cuando alguien se interesa por un caso real, base de la que parte esta excelente novela. Martín, desde la ficción, le dice al lector que se puede jugar a imaginar, se debe jugar a imaginar, y se debe saber que se está jugando, se están poniendo unas verdades inventadas sobre el tapete que acaso queden como las verdades definitivas si nadie las niega, si nadie viene a decir que no son más que unas verdades literarias. 
   Bellísimas personas tiene una estructura muy bien asentada en esa plasmación equilibradísima de lo real y lo ficticio, en la que no se admiten derivas blandamente emocionales ni frialdades impostadas que romperían la fidelidad a lo ocurrido en los hechos reales, y para eso se vale de una narración en presente de indicativo que dota de un ritmo muy conveniente y lleno de generosa frescura a lo que se va contando, de un personaje femenino actualizado al tiempo presente con deseos francos y decisiones muy personales que a veces son contradictorias pero siempre tienen una explicación muy bien razonada, de una prosa ágil y moderna a la que no le faltan hondura en algunos momentos memorables ni frases para la relectura relajada, eso que hace de una novela algo más que un texto para usar y tirar. Y me parece que es una novela mayor, de autor grande, gracias también a su humor espontáneo y matizador que comparte muy bien espacio con todo lo trágico del tema, tema que no se lanza hacia el terreno pantanoso de la enjundia solo para vestirse de gala, porque sabe su autor que el veredicto más jugoso lo da quien sigue leyéndole y abonando para el recuerdo. Con una crítica dura y contundente -como es marca de la casa- a unas situaciones, unas personas  y unas leyes que nunca acaban de romper con lo peor del pasado del hombre, Martín es fiel a sí mismo y a su exploración de nuestro tiempo aún palpitante buscando nuevas perspectivas, nuevos personajes, historias paradigmáticas. Quizá por esto me trae a la memoria Bellísimas personas una novela de Ernesto Sabato, El túnel, tan celebrado en su tiempo y ya un clásico, y me hace pensar que acompañando a ese libro en un paseo por el jardín de las letras se entenderían los dos librods muy bien y se reconocerían seguramente como parientes cercanos.