He aquí una de las pocas obras maestras que atesora el cine español, una película sorprendente y sobrecogedora, un acierto desde el primero hasta el último de su metraje, con unas interpretaciones sobresalientes y una dirección de sabio conocedor del medio. Conforme la historia va avanzando, es imposible no empezar a pensar, no tomar partido, no temer y no sufrir por lo que se intuye que puede pasar, eso que tan bien hacía el maestro Hitchcock, único en involucrar al espectador y sacudirlo y zarandearlo y llevarlo de acá para allá embobado y fascinado. En los silencios de esta película hay más vida que en muchísimos diálogos de otras, en la interpretación del excepcional José Sacristán hay un hálito de verdad que remite a los logros de esos grandes del cine lejano con nombre estadounidense o tan cercano con el nombre inmortal de José Bódalo. En la profundidad de la historia, su riesgo y su valentía hay una firmeza que devuelve al cine al mejor lugar posible, ese que emparenta con la alteridad y la fascinación y la empatía y la sorpresa y el encogimiento de los músculos del alma.
No creáis que soy hiperbólico con esta película porque sí: buscadla y trata de desmontar cada una de mis afirmaciones. Y dejaos llevar a un lugar del que se vuelve sabiendo que el arte no ha muerto.