Esta es una novela llena de recuerdos, de memoria, de pasado y de un tiempo que se ha ido; por lo tanto, una novela melancólica. Las calles, las gentes y la manera de recordarlas parecen de otro tiempo, parecen surgir de una manera de contar de otro tiempo, ya ido y que no volverá nunca. A pesar de que se nos cuenta una historia muy actual, también es una historia muy antigua. Francisco González Ledesma, escritor veterano y ciudadano mayor, cuenta como quien se despide. Espero que no sea así, porque su habilidad para atrapar al lector y su sinceridad las íbamos a echar mucho de menos, así como su acertado sentido crítico de la realidad. Peores maneras de morir es una novela negra, y eso en el mundo de Ledesma quiere decir una novela crítica. Una de las pocas que hoy en día pueden encontrarse en el panorama literario español, empachado de productos editoriales.
No es una gran novela, porque no tiene un gran argumento sobre el que sustentarse, pero sí es un buen libro, porque dice mucho y muy bien sobre unos seres que son reconocibles. Ledesma no escribe gran novela porque recurre a muchos tópicos del género negro y de la literatura popular, con sopresas al final de un capítulo, apariciones inesperadas de personajes en sitios insospechados, con escenas de violencia más efectistas que plausibles. Se vale de lo que otros han llamado material de derribo para hablarnos de un país y una época mediante la crónica de lo violento y lo criminal, lo pasional y lo que vive en las calles, el gran mundo de este y de todos los libros de la serie dedicada al inspector Méndez. Ahí busca Ledesma y de ahí extrae lo que más vale de esta narración: las descripciones de la ciudad de Barcelona, la puesta en escena de sentimientos aún vivos que han sorteado la quema del tiempo, los diálogos sacados de las calles y la poesía de lo que está cerca de morir pero aún no ha muerto y tiene mucho valor, las conversaciones sin disimulos, los honestos desos de saber quién mueve algunos hilos, lo sensible y todavía emocionante que son una luz y una sombra que viven en una escalera o en una ventana casi remota. En este terreno no hay nadie como Ledesma, el escritor al que casi se cargó la censura franquista y que sobrevivió gracias a un alias forzado -Silver Kane-, el escritor que fue abogado rico y prefirió ser pobre para decir sus verdades. En Peores maneras de morir vale más el texto que la historia -aunque nunca está de más que se nos cuente quién está detrás de los que explotan y esclavizan sexualmente a menores-, y eso es porque Ledesma sabe de qué tiene que hablar, emite mediante su narrador de tercera persona opiniones bien fundamentadas y clarificadoras y se atreve con diálogos en los que se plasman inaplazables verdades que están en algunos periódicos y en las mentes de quienes sufren por culpa de tanta injusticia de despacho y de hombre trajeado.
Como lector de Baroja, como lector de Vázquez Montalbán, a veces pienso que cuando hablamos del futuro hay que saber mirar mejor hacia delante, y que a la postre quedarán los que hablaron de su tiempo yendo a la médula de las cosas, contando sin miedos y sin reservas (equivocándose en parte pero siendo muy valientes, nunca elusivos), valiéndose sin vana ostentación de un mundo personal y sincero; que quedarán los que no buscaron la novela maestra por encima de todo, confiados en su ego y en los triunfos celebrados por sus vitoreadores, sino los que fueron más humildes y trabajaron con una idea definida y centrada: quién sabe si uno de esos no será Francisco González Ledesma.