Didier Daeninckx: El gigante inacabado (2). Autenticidad


En una época en que triunfan los C.S.I. en televisión, en que estamos saturados de series policíacas y los periódicos y los telediarios nadan envueltos en aguas moteadas de la sangre de tanta violencia mediática -y real-, de tanta noticia con primer plano del lugar con restos humanos y sanguinolentos -no exagero: tras un atentado, tras una muerte en la calle, no se privan de mostrarnos el detalle en primer plano-, parece innecesario leer novela negra. Y quizá sea así si sólo buscamos más sangre y más violencia.
Pero hay autores, como Daeninckx, a los que podemos volver porque pocos como él han conseguido llenar sus obras de autenticidad. En las series de televisión no faltan las exageraciones, los despropósitos argumentales -ni en el cine, en algunos aspectos aún más echado a perder-, las continuas repeticiones de la fórmula. El público parece tomar una ración, no estar jamás satisfecho. El público -cierto público-no se empacha jamás. Pero quien se harta busca otra cosa, quien detesta la novela negra busca otra cosa. Y puede encontrar a este gran autor francés y disfrutar y pensar con sus libros, ya que en ellos se elimina lo obvio, se apuesta por un riguroso control de la trama y de los personajes para que no sintamos el regusto de lo conocido y recalentado.
En "El gigante inacabado", escrita en tercera persona, sabemos que un hombre cansado de su esposa que busca a una mujer de la que se enamoró cuando era muy joven, y que la encuentra, no es el asesino pese a que deja una grabación inculpándose y después se suicida. Lo sabemos porque le hemos visto llegar a la casa y toparse con la mujer ya muerta. La novela no nos arrebata por la investigación que nos llevará ante el verdadero culpable, sino porque nos fascina esa confesión falsa, la culpabilidad que azotó al hombre antes de darse muerte a sí mismo. El inspector Cadin -el mismo de "Asesinatos archivados", otra novela imprescindible- sigue una pista que sólo a él le interesa, que sólo a él le inquieta, y Daeninckx se apunta un nuevo tanto porque nos trae a nuestra realidad -francesa o española, da igual, las diferencias en lo que a policías y asesinos y víctimas respecta es inapreciable- una historia con los personajes más creíbles y nos aleja de las mixtificaciones estadounidenses otorgándole el protagonismo al único hombre que, por su profesión, puede llevar adelante una investigación en nuestras sociedades: un policía. Pero no un policía cualquiera, sino un policía inconformista, algo ahogado por el ambiente provinciano y los casos menores y archisabidos, un policía que podría haber existido y que habría obrado de igual manera, movido por un resto de idealismo y de afán de verdad.
Se acaban los grandes casos, amigos. Las grandes investigaciones se vuelven opacas, los asesinos importantes nunca son conocidos, los grandes crímenes se cometen lejos de los callejones y los espacios sórdidos. Antes que Mankell, antes que Donna Leon, antes que Vázquez Montalbán, detrás de Sciascia y Dürrenmatt, estaba ya Didier Daeninckx, con novelas como ésta, pulsando en los restos y sacando a la luz momentos de nuestra historia reciente que si caen en el completo olvido nos veremos obligados a repetir. Con un inspector físicamente pequeño y muy grande por su valor ciudadano, con ganas de llamar a las cosas por su nombre, con valentía y rigor, con un talento y una mesura que pocas veces la novela negra ha buscado y encontrado, Daeninckx tiene varias obras clásicas, a la altura de cualquier comparación, y leerlas ayuda a resituarse, a ver con ojos más abiertos y mejor, a ser más consciente de nuestro papel en este mundo que, si lo dejamos, convertirá a los seres humanos en una pasión inútil.