Asesinato justo, de Jon Avnet


El interés de la película se centra en las interpretaciones y en los papeles asignados a los dos grandes actores que la protagonizan. Lo primero que nos decepciona es ver que están demasiado viejos, resulta increíble encontrarlos a estas alturas en la piel de dos inspectores de policía cuando ya las arrugas amenazadoras y los pliegues colgantes bajo los mentones revelan una edad en la que difícilmente puede seguirse al pie del cañón, menos aún en unos violentos Estados Unidos en los que tantos crímenes se producen y tan necesarios son los buenos reflejos y la buena condición física. En Al Pacino es más evidente que en Robert De Niro, quizá porque éste tiene algunos kilos de más y ofrece un aspecto más saludable. Brian Dennehy, que interpreta a un teniente, el superior jerárquico de ambos, presenta una imagen aún más desgastada y su corpachón se mueve por el celuloide casi como si lo hubieran preparado con cuerdas y atrezzo invisible para que no se muestre inclinado, vencido. La sensación viéndole le acerca a uno a la grima, la verdad. Pero en una industria que pretende hacernos creer que Stallone, con sesenta años, puede ser aún un púgil fuerte y arrebatador, que Harrison Ford está apto para la aventura con un corsé bajo la ropa que le mantiene las carnes en su sitio, que Clint Eastwood puede aún darles lecciones a unos delincuentes adolescentes bien armados, nada es de extrañar.
El guión falla, porque desde el principio el aficionado al cine negro sabe quién es el asesino y miramos con desdén la trama, dejamos pasar el tiempo con más imágenes de películas antiguas de Pacino y De Niro en la cabeza que con las de la película que estamos viendo. Algún crítico ha apuntado que la historia tiene ese toque fascista, justiciero, tan proclive a un cierto tipo de cine estadounidense de policías y malos a los que no se les puede echar el guante. No le quitaré yo la razón. Pero lo que más me molesta es la rutina, la prisa, el acomodo, la convicción del director y los dueños del dinero por largarnos un producto, algo digerible y que dé suculentos beneficios. La película es olvidable, menor, transcurre acotadísima y previsible, pero fastidia que esté tan medida para ser sólo lo que pretende ser -y recaudar-, nada más.
Queda por apuntar que juegan De Niro y Pacino a ser algo de lo que en otras películas fueron: oscuro, seductor y seguro de sí mismo De Niro; irónico, inescrupuloso, cambiante Pacino. Es revelador que en este esperado duelo interpretativo el ganador finalmente -en todos los sentidos- sea De Niro. Es como si nos dijeran, remarcándolo: ¿veis, son el número uno y el número dos de su promoción, lo captáis, lo entendéis? Y así los creadores del filme nos largan otra explicación que, como todas las de esta película, son innecesarias por su insistencia y su incapacidad para creer que el espectador ha evolucionado, es un adulto.