Ross Macdonald: "La piscina de los ahogados" (2). Jóvenes prostitutas.

El caso se complica, como suele ocurrir cuando Archer aparece. La suegra de su clienta aparece muerta en la casa, ahogada en la piscina. A continuación, Archer oye discutir al matrimonio, ella dice que se va, él le pega, él le ruega que no se vaya y no lo deje solo y luego ella lo consuela. Por si se trata de un asesinato, Archer va tras Reavis, el chófer de la familia, al que ha conocido y que le ha abandonado en medio de una conversación en un bar en cuanto ha aparecido la policía. Habla con una de sus amigas, una muchacha que ejerce la prostitución, en la caravana en la que vive.

-En cierto modo me gusta usted, señor. ¿Habría algo que yo pudiera hacer?
Sus pechos se erguían como los cuernos de un dilema. Me apresuré a pasar junto a ella...
-¿Cuántos años tiene, Gretchen? - pregunté desde la puerta.
Ella no me siguió hasta la puerta.
-No es de su incumbencia. Unos cien, aproximadamente. Por el calendario, diecisiete.
Diecisiete. Un año o dos más que Cathy. Y tenían en común a Reavis.
-¿Por qué no vuelve con su madre?
Su risa resonó como papel desgarrado en una cámara con eco.
-¿Volver a a Hamtramck? Ella me abandonó en la Sociedad de Beneficiencia Stanislaus cuando obtuvo su primer divorcio. He vivido por mi cuenta desde 1946.
-¿Cómo se las arregla, Gretchen?
-Como usted decía, lo paso bien.
-¿Quiere que la lleve de vuelta al local de Helen?
-No. Gracias, señor. Tengo bastante dinero para vivir una semana. Ahora que sabe dónde vivo, venga a verme de vez en cuando.
Esas palabras despertaron un eco que duró cincuenta millas. La noche estaba llena de las voces de muchachas que dilapidaban su juventud y se despertaban aterrorizadas a las tres o las cuatro de la mañana.

Archer está de nuevo inmerso en un caso criminal que vuelve a ser también el escenario de una tragedia que supera ampliamente los -para otros- estrechos límites de la novela policial.