Galardonada con el reputado Premio Hammett 2013, aparece ahora en nuestro país esta novela del escritor argentino Guillermo Saccomanno, nacido en 1948, ganador del Biblioteca Breve en 2010 con El oficinista. Ha recibido elogios de Adolfo García Ortega, Jorge Fernández Díaz y Marcelo Figueras, entre otros, y no son elogios menores ni parecen simplemente destinados a procurarle mayor atractivo al lector indeciso. La lectura del libro lo refrenda: es una novela singular, escrita a muy cortos trechos -aproximadamente de una página de media- y con una hábil mezcla de relatos cortos conjugados con una narración que avanza a fragmentos basada en una serie amplia de personajes que aparecen de cuando en cuando. La intención de Saccomanno tiene mucho de cronista y, sin que le falte nada de literatura al intento, es precisamente en la distancia corta donde se encuentran los mejores logros, en las pequeñas historias que, a modo de microrrelatos, nos cuentan las vidas, los momentos más destacados, las pequeñas hazañas y las tristeza y sinsabores de los habitantes de una Villa en la que hay mucha violencia, muchas mentiras y un poder corrupto que lo salpica todo. Crítica es la mirada del autor, que no se detiene ante nada y que no disfraza lo que ha visto y nos hace llegar -con su prosa ajustada, atentísima a lo coloquial y al hallazgo verbal logrado gracias a un buen oído y una mejor disposición literaria ante un material extensísimo, visto de manera algo pesimista y a ratos cruel, nunca exenta de buen humor y con un guiño puesto en la picaresca y otro en la memoria del cronista de sucesos- un puñado de fragmentos de vida que no aspiran a ser ejemplares en absoluto y que, dentro de muchos años, vistos en conjunto o por separado, nos servirán para saber por dónde andaban, qué motivaba, qué escondían los habitantes de las ciudades medias, esas que no son pueblos ni disponen tampoco de las ventajas de las grandes ciudades en cuanto a lugares de distracción, a lugares deparadores de agradables o desagradables sorpresas.
Hay mucho Faulkner en Cámara Gesell, y eso me parece motivo de regocijo, pues está bien asumida la herencia del gran escritor estadounidense, imposible de imitar pero creador de mundos y cultivador de puntos de vista narrativos que siguen siendo ejemplares y generadores de muy buena literatura. Quizá a Saccomanno le podríamos exigir algo de novedad en las historias principales, o preámbulos menos previsibles, pero eso quizá chocaría con la voluntad de decir verdades del autor, que lucha con lo ya sabido o conocido antes -y que nos ha llegado mediante otros libros, series de televisión y algunas películas que abordaron unas temáticas parecidas-, pero el uso de elementos ya conocidos supongo que tenían una intención de trampolín, de muelle con el que saltar a otros territorios y zonas que en manos de escritores de género con poca imaginación devienen simplemente literatura de fácil consumo y más rápido olvido. No es este el caso: Cámara Gesell fue escrita para durar y no seré yo quien apueste por que no será así.
Hay mucho Faulkner en Cámara Gesell, y eso me parece motivo de regocijo, pues está bien asumida la herencia del gran escritor estadounidense, imposible de imitar pero creador de mundos y cultivador de puntos de vista narrativos que siguen siendo ejemplares y generadores de muy buena literatura. Quizá a Saccomanno le podríamos exigir algo de novedad en las historias principales, o preámbulos menos previsibles, pero eso quizá chocaría con la voluntad de decir verdades del autor, que lucha con lo ya sabido o conocido antes -y que nos ha llegado mediante otros libros, series de televisión y algunas películas que abordaron unas temáticas parecidas-, pero el uso de elementos ya conocidos supongo que tenían una intención de trampolín, de muelle con el que saltar a otros territorios y zonas que en manos de escritores de género con poca imaginación devienen simplemente literatura de fácil consumo y más rápido olvido. No es este el caso: Cámara Gesell fue escrita para durar y no seré yo quien apueste por que no será así.