Hay un tiempo para la sutileza y hay un tiempo para la denuncia frontal, para el golpe seco sobre la mesa, para el golpe seco con las palabras. John Le Carré, no solo el mejor autor de novelas de espionaje sino también uno de los grandes escritores vivos de la actualidad, apuesta por decir las verdades sin medias tintas en El hombre más buscado, denuncia implacable y señala a los culpables, los manipuladores, los ejecutantes de una justicia sin tribunales y sin leyes -o con leyes torticeras- expresamente, mirándolos a la cara, con una valentía encomiable y casi inaudita en esta época nuestra de escritores lights, entretenidos con los metajuegos y las historietitas de andar por casa. Le Carré mira hacia la escena internacional y estudia el estado actual del mundo y lanza sus dardos exponiéndose, señalando, implacable pese a sus ochenta años y una obra detrás que invita a recoger premios -a los que ha vuelto la espalda- y a saborear las mieles del triunfo. Airado, decepcionado, sobrecogido ante el avance imparable de la mentira y la manipulación, se atreve a abordar el conflictivo tema del terrorismo internacional con un personaje checheno, algunos alemanes, varios ingleses y algún que otro estadounidense sin cortarse, sin censurarse, sin quedarse a las puertas de la nada. Quizá a los lectores de ahora esta novela no los sorprenda en exceso, no los invite más que a un asentimiento tranquilo o borrascoso, pero no me cabe duda de que Le Carré ha levantado acta furibundo y con mente despejada para que en el futuro no solo la literatura y la palabra de los vencedores sobreviva, una empresa que aún le queda por acometer a la novela, ese género vilipendiado que cuenta lo que nos hurtan las historias generales, los documentales pacatos y los libros de texto escritos al dictado: y que tiene una o varias misiones que cumplir todavía, si no faltan autores valientes, arriesgados, comprometidos con el perdedor como el maestro Le Carré.