Seguramente, Dennis Lehane es el único autor al que leo sin incomodidad cuando en sus novelas me topo con muchas páginas de tiroteos, de violencia: porque sé que no es gratuita, que tiene un sentido dramático, necesario para la trama y la comprensión de la historia que se narra. Lehane no abusa de la violencia, no se recrea en ella, y él mismo ha confesado una de sus principlaes influencias es Shakespeare. La violencia es algo común en algunos lugares, es una palabra, una frase, un gesto habitual en los habitantes de algunas ciudades. Y Lehane lo recoge y lo plasma en libros como este, Un trago antes de la guerra, que se presentan duros y directos, sin concesiones, pero también con mucha sensibilidad y mucho sentido detrás de lo que se cuenta y de cómo se cuenta.
Lehane es uno de los grandes de la narrativa negra actual. Pocos libros pueden compararse a Desapareció una noche, excelente novela que plantea problemas morales con difíciles soluciones, que surgen sin manipulación emocional y sin excusas que eviten al lector enfrentarse a dilemas que están en la base deformada de nuestra borrosa sociedad del espectáculo y de las apariencias. Con Un trago antes de la guerra inició la serie de Kenzie y Gennaro, los detectives privados de Boston, y no pudo hacerlo mejor: un trago hondo y que deja buen sabor. Con las ideas muy claras -como pocos en el género, tan abierto a los paseantes y a los buscadores de fortuna-, con un afán evidente de abordar temas crudos y que requieren de un pulso firme y de una mente atrevida, Lehane encaja a sus detectives en una historia de mucha violencia con bandas urbanas que libran una lucha a muerte, con maltratadores que destrozan a sus familiares sin miramientos, con políticos que tienen mucho que ocultar, y los zarandea, los acerca a los golpes, permite que metan sus almas en rincones quemados de los que solo se puede salir con dolorosas e inocultables quemaduras.
Con una estructura sencilla, sin grandes enigmas que develar, sin acogerse a esquemas previos -marchando como los grandes escritores acostumbran: no paran hasta llegar a la última gota de sudor y al último rictus-, sin abusar de caracterizaciones psicológicas que pueden acabar mostrando un ropaje de cartón piedra, comprometiéndose con los débiles y los humillados, de una manera muy natural Lehane nos va llevando a escenarios que los lectores cómodos no conocemos, pero no nos horroriza, no nos castiga por nuestro alejamiento físico y espiritual, ya que una recia y arraigada capacidad de comprensión y una sutil, nada pringosa piedad se deslizan por toda la novela junto a los hechos más violentos como en una vía paralela y absolutamente compensada y equilibradora que ofrece oxígeno, sentimientos positivos-dudas saludables-, un poderoso aroma a honestidad y una congruente relajación al final del sufrido camino de los personajes investigadores y protagonistas de esta valiosa primera entrega de una serie inolvidable que dio después cinco afortunados frutos más
Con una estructura sencilla, sin grandes enigmas que develar, sin acogerse a esquemas previos -marchando como los grandes escritores acostumbran: no paran hasta llegar a la última gota de sudor y al último rictus-, sin abusar de caracterizaciones psicológicas que pueden acabar mostrando un ropaje de cartón piedra, comprometiéndose con los débiles y los humillados, de una manera muy natural Lehane nos va llevando a escenarios que los lectores cómodos no conocemos, pero no nos horroriza, no nos castiga por nuestro alejamiento físico y espiritual, ya que una recia y arraigada capacidad de comprensión y una sutil, nada pringosa piedad se deslizan por toda la novela junto a los hechos más violentos como en una vía paralela y absolutamente compensada y equilibradora que ofrece oxígeno, sentimientos positivos-dudas saludables-, un poderoso aroma a honestidad y una congruente relajación al final del sufrido camino de los personajes investigadores y protagonistas de esta valiosa primera entrega de una serie inolvidable que dio después cinco afortunados frutos más