Raymond Chandler: El largo adiós ( y 5). Crítica


Esta novela es una lección inolvidable sobre cómo se maneja el tempo narrativo. La da un autor de novela negra, pero creo que eso es lo de menos. Tenemos crímenes, asesinatos, investigaciones, presuntos culpables, revólveres, navajas, un detective privado, policías. Tenemos una historia que te agarra un pellizco en el estómago más de una vez durante la lectura. Pero ante todo hay en esta obra maestra de la novela negra, y de la Literatura con todas las mayúsculas que querías poner, una sabiduría que sólo poseen los más grandes narradores, dueños de un talento y una economía de medios que se ganan toda nuestra admiración y siembran a su paso el lugar de seguidores y devotos. Cómo Chandler deja que pase el tiempo, que lo ocurrido en la escena anterior se asiente en la memoria del que está leyendo, cómo consigue que los hechos más relevantes se alcen con fuerza, adquieran la categoría de hitos en el camino, me parece sencillamente magistral. Porque en esta novela no hay escenas de acción continuadas, desvelamientos a cada paso, sino personajes que hablan y se muestran, que dicen y callan, que evolucionan ante nuestros ojos maravillosamente.
Chandler critica al dinero, critica a una sociedad enferma que no ve o no quiere ver sus lacras, las llagas y el dolor que precisan de muchas capas de maquillaje para disimularlas. Los policías, soporte del sistema, reciben sus andanadas continuamente, aunque no todos: también hay uno, al menos, al que puede tildarse de rojo, descreído y crítico. Con una capacidad de síntesis prodigiosa, el autor estadounidense nos cuenta cómo es la ciudad de Los Ángeles, nos habla de las divisiones sociales, de las diferencias insalvables a causa del poder, tan mal repartido, tan cruelmente retenido por unos pocos.
Philip Marlowe es un ojo que ve, un ojo que sigue pistas, un ojo que mira porque necesita mirar y explicarse lo que está viendo. Nosotros le seguimos, le leemos y nos acercamos al lugar de los hechos, somos espectadores, sentimos las sacudidas del alma de Marlowe, la frialdad del que oculta el crimen, la desconfianza de los que no creen más que en sí mismos. Porque intuimos que en una sociedad como la que se nos muestra no puede existir la verdadera amistad, tampoco la sinceridad, nunca la lealtad. Y el romántico, sentimental detective privado Philip Marlowe anota cómo se queda solo, cómo ha de actuar solo, cómo estamos todos solos hagamos lo que hagamos y estemos con quienes estemos. Su humor alivia, ayuda a cicatrizar repentinas heridas pequeñas, ocasionadas en el devenir cotidiano, pero la amargura de fondo, la sensación insalvable de que nada puede ya cambiar nos pone un nudo en la garganta: hemos perdido tanto tiempo, hemos dado tantos pasos equivocados que cuesta mucho que pensar en volver atrás, desandar los malos pasos, volver a ese punto en que se podía ser romántico y sentimental y no parecer idiota, no ser objeto de la burla, el desprecio, el ninguneo. Philip Marlowe, detective, conecta con tantos lectores porque es un tipo como tú y como yo, sólo que vive en Los Ángeles y desempeña un oficio algo arriesgado y oscuro para sobrevivir.
También se habla del amor en la novela, no puedo pasarlo por alto. De amor equivocado, de amor huido, de amor soñado y volatilizado, de amor sin consecuencias, de amor demasiado punzante. En un mundo en el que no se cree en el de al lado, Chandler acierta al contarnos una historia de amor, porque el amor nos parece la única salida, la única manera de comunión con el otro, la única justificación para no ahorcarnos o vagar sin destino por las calles. El amor mantiene la coherencia de muchas mentes. Y también puede alterarla, destruirla. Nos atraen las historias llenas de pasión porque necesitamos algo desenfrenado, algo total. Chandler, profundo analista, nos obsequia con una historia de amor perfectamente contextualizada, transparente y oscura a la vez, obsesiva y final.
Y se habla, por supuesto, de la amistad. Sobre todo se habla de la amistad entre dos hombres, en un período difícil, pocos años después de la segunda guerra mundial, y de cómo la amistad ha de incluir algo más que la brevedad, el compañerismo, la amabilidad, el trato agradable. Se habla de que la amistad verdadera incluye unas normas y unos comportamientos que no han de ser únicamente personales, egoístas, que sólo sirvan para darse según es uno y nada más. Se habla de la amistad como de un lazo que no escapa a la influencia social, que puede capear las dudas y que es fruto de algo generoso, empecinado y abrupto en ocasiones y que nos hace salir de nosotros, superar nuestras fronteras y ser uno mismo y ser otro algo mejor de lo que somos cuando sólo somos nosotros mismos.
"El largo adiós" es la más extensa de las novelas de Raymond Chandler, la cima de su carrera y una de las mejores que se escribieron en el siglo pasado, una obra que perdurará. Una novela absolutamente mayor.

Ross Macdonald: La mueca de marfil (2). Intensidad lírica de la mirada

La intensidad lírica de la mirada del detective privado Lew Archer es excepcional, sirve para iluminar cuanto ve y narra, como en las grandes novelas de los mejores novelistas, en las que entramos con la mirada vacía y de las que salimos con la mirada llena, ampliada, más perceptivos y con la agradable sensación de que hemos ganado tiempo, hemos ampliado conocimientos, sabemos más del mundo y de lo que nos rodea, sabemos verlo mejor o con atención mejorada. No deja nunca de sorprenderme que Ross Macdonald sea un escritor de novela negra, que escriba páginas con detectives, asesinatos dentro. Pero, claro, eso deja bien claro su talento, su inigualada originalidad. En La mueca de marfil el nivel de acierto es mayor, las imágenes son de las que deslumbran con las palabras y a la vez calan hondo, dejan poso. El lector se siente como ante un escenario claramente iluminado, con personajes a los que ve moverse y a los que comprende mejor gracias a las pinceladas rápidas que una voz en off va murmurando, complementaria, que no insiste en la apariencia, sino que va hacia adentro, toca el alma del personaje y sale con un extracto, una muestra que nos lo hace creíble, cercano, comprensible. En una primera lectura, superficial, nos parecerá asistir a la proyección de una película, pero si leemos despacio, si nos demoramos releyendo un poco, pausando la lectura para asimilar mejor y degustar cada imagen -visual y textual- notaremos que el viaje es parecido al de ir en un viejo tren que entra y sale de túneles, llega a estaciones conocidas y desconocidas, aminora o acelera cuando conviene y nunca nos cansa ni incomoda. Sí: hay poesía en la novela negra, hay poesía en las novelas de Ross Macdonald.

Mi madre


Cuando tu madre muere en tus brazos el círculo se completa, porque ella te sostuvo en los suyos cuando naciste.


En recuerdo de mi madre, Aurora Rodríguez Castillo, que falleció en Almería el 20 de octubre de 2007.

Relato: Los problemas de España


-La ETA no es el principal problema de España.
-¿Y lo dices tú, que tienes un hermano que fue víctima de un atentado?
-Porque lo veo. Hay jóvenes que no tienen trabajo o que sólo ganan mil euros al mes y apenas pueden pagar la hipoteca y tienen que olvidarse de disfrutar: sólo trabajan, descansan y pagan.
-Viviendas que se pagan hasta en cincuenta años ya, sí.
-Y veo a ancianos, a viejos, que es como prefiero llamarlos y que me llamen, pues también soy un viejo, que con una pensión pequeñita no pueden soñar ya más que con sobrevivir.
-Y no hay arreglo.
-Sí, lo hay: cambiando la mentalidad. ¿Por qué un ejército no genera ingresos y sí tiene que generarlos la seguridad social, cuando la seguridad social somos todos y es tan imprescindible como lo que más? ¿Por qué los alcaldes se suben los sueldos con tanta desvergüenza, cuando sólo son mandatarios nuestros? ¿Por qué los bancos tienen bula para ganar cada vez más (y proclamarlo con toda la desvergüenza del mundo) y a la vez despedir a todos los empleados que les da gana? ¿Quién tiene ese dinero, dónde va a parar? Cuando la bolsa sube o baja me da igual: casi todas las cifras son inventadas, los ricos cada vez ganan más y los pobres cada vez somos más pobres.
-Los bancos son nuestros nuevos amos.
-Claro que sí.
-Son amos porque escapan a todo control. La ley de la selva, pero de otra manera.
-Eso es. Y, lo que te estaba diciendo, Marcos.
-Dime, Ernesto.
-No es la ETA el principal problema de España. Excepto para unos cuantos políticos que tienen las ideas fijas.
-Claro: eso lo dices porque tú no eres del Partido Popular.
-¿Cómo voy a ser del Partido Popular si en ese partido está un ex ministro de Franco? Que yo me acuerdo de que Fraga fue ministro con Franco.
-La gente cambia.
-Yo creo que la gente no cambia. Hace como que cambia, pero no cambia. Y si Fraga ha cambiado, mejor para él. Pero no deja de ser un ex ministro de Franco.
-¿Cómo se solucionan los problemas de los españoles?
-Apagando la radio un mes. Apagando la tele un mes. Saliendo a hablar con los vecinos. Haciendo reuniones y charlas para entendernos y saber qué piensan los más cercanos, los de nuestro rellano, los de nuestra calle. Se ha perdido el interés por lo que le pasa al de la puerta de al lado. ¿Cómo nos va a interesar lo que le pase a uno de Logroño o de Santander?
-La tele es una mal rollo, sobre todo los telediarios: yo, que ya sabes que soy creyente, cada vez que oigo que mencionan a un muerto o un asesinado o una mujer a la que han matado, digo o pienso: Que en paz descanse. Y me paso casi todo el telediario diciéndolo o pensándolo. Más que telediarios, son noticiarios de desastres y matanzas. Crónicas de sucesos.
-¿Como te va a extrañar que la mitad de la gente sea adicta al telediario y la otra mitad adicta a los programas del corazón?
-Adepta, hombre, se dice adepta.
-Pues adepta. Adepta, adeptos.
-Te olvidas del fútbol.
-El fútbol no me lo toques, cagontó. Que si me quitan el fútbol me matan, coño. Soy un jubilado, no tengo cuatro duros, no tengo casi diversiones. Quítame el fútbol y me matas, asesino.
-Vamos para atrás.
-Como los cangrejos.
-¿Y lo del terrorismo?
-Me marcho. Otra vez me duele la jodida pierna. Mañana pegamos la hebra otro rato.
-Di la verdad. Que te vas a ver el partido del Madrid.
-¿Pasa algo?
-Yo no puedo ser de un equipo como el Madrid. Ves los periódicos nacionales, la cantidad de información que dan del Madrid, la poca que dan del Barcelona, y en los titulares siempre es mala, casi siempre, y en cambio siguen a los figuritas del Madrid con una atención que ya sólo les falta preguntarles cada mañana si ha sido duro o blando lo que han soltado en el váter. Si eso es objetividad, si en el deporte hay tantos intereses, qué no habrá en lo demás, en todas las demás noticias. Ay, Dios mío.
-Pues pasamos de comprar el periódico también.
-Volveríamos a la Edad Media, hombre. Sin noticias, sin teles, sin radios.
-Eso es lo que yo quisiera: volver a mi edad media.
-¿Y solucionar los problemas?
-¿De la sociedad española?
-Sí.
-No.
-¿Cómo?
-Que no. Que nadie puede solucionarlos. ¿Trabajando tantas horas al día? ¿Tan agobiados con hipotecas y gastos con las tarjetas de crédito? ¿Con tantos anuncios de compre, compre, compre? Nunca me ha gustado la publicidad. Ahora, todavía menos. En la tele, las películas aguantan el logotipo de la cadena, y eso que son cultura. ¿Te has fijado que en la publicidad quitan el logotipo de la cadena? Es para lo que de verdad funciona la tele: para ahogarnos en anuncios. Desengañémonos: ha vencido la nueva ideología.
-¿Cuál?
-La ideología del consumismo.
-Ah.
-Bueno. Mañana dejo de ver telediarios y todo eso. Ahorraré luz.
-Inconsecuente. Te vas a ver el partido de fútbol.
-De algo que no sean deudas hay que morirse, amigo.
-De un infarto si tu equipo pierde.
-Apúntame dos y no seas cenizo.
-Hasta mañana.
-Hasta mañana.


(Foto: Gabriel Cualladó)


La extraña que hay en ti, de Neil Jordan (Los ojos de Jodie Foster)


Se habla en esta película de cómo el ser humano actual supera el dolor infligiendo dolor y prefiere efectuar una huida hacia adelante antes que pararse a meditar y a soportar el dolor de la pérdida. Creo que equivocadamente se la ha comparado con las películas de argumento concomitante protagonizadas por Charles Bronson, hace ya muchos años, en que se arrogaba el papel de justiciero y limpiador de basura de las calles. Porque yo no veo en el papel que interpreta Jodie Foster a una justiciera, sino a una persona desnortada, herida, que decide morir matando. De hecho, tras asesinar, se pregunta: "¿Por qué no me tiembla el pulso? ¿Por qué nadie me detiene?" Y en esa llamada al orden que está por encima de todos, en esa llamada de rescate que ella espera que se corporice en un agente de la ley, en un policía, se halla la clave del argumento, pues vemos con sorpresa que esa mujer ha asumido un papel que otros piden - el de luchadora contra los malos- pero que ella no quiere. Y es en el final algo esperado de la película cuando se constata lo que apunto, pues a la vengadora no le queda más remedio que seguir las directrices del agente de la ley y continuar con su papel aunque no lo desea, aunque la empuja a la muerte su deseo de matar. La película puede prestarse a esta lectura. Espero que no la rechacéis de plano. En toda historia de violencia siempre hay ambigüedad. Y más cuando el producto viene de Hollywood. Pero creo que hay que darle a esta película la oportunidad de verla desde otro punto de vista. Quizá los ojos de Jodie Foster, su destacadísima actuación lo requieran.

Raymond Chandler: El largo adiós (4). Ganar cien millones de dólares


Hay un diálogo en la novela que no me resisto a traer aquí. Habla Marlowe con su amigo Bernie Ohls, veterano polícía.


- No hay ninguna manera transparente de ganar cien millones de dólares -dijo Ohls-. Quizá la persona que manda cree que tiene las manos limpias, pero en algún sitio de tejas abajo hay gente a la que se pone contra la pared, hay pequeños negocios que funcionan bien pero les cortan la hierba bajo los pies y tienen que dejarlo y vender por cuatro perras, hay personas decentes que se quedan sin empleo, hay valores en la bolsa que se amañan, hay apoderados que se compran como si fueran un gramo de oro viejo, y hay personas más influyentes y grandes bufetes de abogados que cobran honorarios de cien mil dólares por conseguir que se rechace una ley que quería el ciudadano medio pero no los ricos, en razón de que reduciría sus ingresos. El gran capital es el gran poder y el gran poder acaba usándose mal. Es el sistema. Tal vez sea el mejor que podemos tener, pero de todos modos sigue sin ser mi sueño dorado.
- Hablas como un rojo- dije, sólo para pincharle.
- No sabría qué decir -dijo con desdén-. No me han investigado todavía.


Ésta es la esencia de la novela negra, amigos. Ojos abiertos, denunciar lo que funciona mal, atreverse -la novela se publicó en 1953 -, analizar, ir al meollo de los asuntos.


Nota: Es la segunda vez que leo la novela. La traducción de José Luis López Muñoz es muy destacable, un gran trabajo, digno de su gran nombre y mejor hacer.

Raymond Chandler: El largo adiós (3). Charlando con un multimillonario


Releer a Raymond Chandler es recordar la enorme influencia que su literatura ha tenido y tiene en la obra de otros muchos escritores, de muchísimos guionistas de cine y televisión, en autores de cómics. "El largo adiós" es la mejor novela de Chandler y una de las más importantes del siglo pasado -dentro y fuera del género negro - porque cada detalle está cuidado, porque en ella hay un análisis de la sociedad capitalista que sigue siendo absolutamente útil, porque los personajes nos parecen reales y míticos a la vez (¿de cuántas narraciones podemos decir lo mismo?), porque la sencillez en la escritura y la exactitud de la prosa, que puede parecer al principio escueta y algo cortante, reflejan a la perfección el alma y el pensamiento del hombre que narra, ese detective privado llamado Marlowe que sabe contenerse, que dice pero calla mucho, que mira y actúa con precisión y se esfuerza por no ser demasiado sentimental en un mundo en el que la sentimentalidad se valora como debilidad y flaqueza. Cuando Marlowe charla con un multimillonario que le está leyendo la cartilla, que le amonesta sin alzar la voz y le advierte con exquisito cuidado de no proferir una sola frase amenazadora, vemos que la influencia en las poses, en el discurso, en la disposición de los antagonistas es un modelo que han seguido muchísimos imitadores y alumnos del gran maestro estadounidense después hasta llegar a este momento, año 2007, en el que hay muy pocos narradores puros, innovadores en la narrativa negra, que optan por copiar o por añadir humor y se quedan en el plano sustrato del homenaje evocador pero baldío. Chandler es, aunque suene exagerado, toda una fuente, una corriente él solo, un camino increíblemente ancho y frondoso del que aún no han parado de beber y alimentarse tantos, tantos escritores...

Raymond Chandler: El largo adiós (2). Como en una canción de Pink Floyd


Raymond Chandler era más, mucho más que un escritor de novela negra. Y "El largo adiós" es más, mucho más que una novela negra. Ya he hablado de Marlowe, de la emoción que se instala en el lector siguiendo la historia de Terry Lennox. Después, Marlowe encuentra a un escritor en crisis que guarda un secreto y empuña una botella como su mejor arma destructiva. Está casado con un ángel, una mujer de belleza hipnótica a la que todos se acercan para conseguirla, aunque sólo sea por un rato. Pero el escritor, Roger Wade, le advierte a Marlowe que no malgaste sus energías: sólo podrá hallar al lado de ella el vacío, pues en el vacío vive, nostálgica y algo ida de la realidad, añorando al único hombre al que quiso, que murió durante la segunda guerra mundial y cuyo cuerpo nunca fue hallado, lo que la lleva a tener leves desvaríos que la hacen presentir al muerto -que en su imaginación no está muerto - "cuando voy a un bar tranquilo o estoy en el vestíbulo de un buen hotel a una hora sin movimiento, o en la cubierta de un transatlántico a primera hora de la mañana o ya de noche". Y es que esta novela, para ser bien leída, creo que precisa de un lector que no tema exponer su sensibilidad, que no busque el lugar común, que desee conocer las historias de algunos personajes que le emocionarán, le cogerán de la mano y le harán sentir la soledad, el desengaño, la incomunicación, pero también un hondo deseo de comunicarse, de no estar solo, de confiar en todo el mundo. Chandler escribe en "El largo adiós" sobre lo que no es y pudo haber sido y se quedó muy cerca de serlo: pleno, claro, digno de ser vivido. Como en una canción de Pink Floyd, "Comfortably numb", Chandler nos habla de algo que entrevimos, que sólo captamos en un reojo, que estaba completamente vivo y a nuestro alcance, tan cerca de nosotros que al saber que escapa nos deja una intensa sensación de pérdida, de melancolía, porque nuestra vida podría haber cambiado si lo hubiéramos cogido, si nos hubiera tocado o entrado en nosotros: la vida que estuvo a nuestro lado, que vimos por un instante y desapareció, esa vida que no hemos vivido, que pudimos vivir, que las contradicciones, los miedos, la sociedad nos impidieron vestirnos en nuestra piel. "El largo adiós" es un retablo de seres perdidos que se buscan, de seres que agonizan perdidos en sus indecisiones y sus temores, de seres que actúan y jamás se reconocen en su actuación. Es una novela en la que hay un detective privado y muchas almas insatisfechas y encarnadas en personas que incluso cuando hacen el mal dan lástima y mueven a la compasión. Es una novela, de verdad, irrepetible.


Texto recomendado: En el blog de John Constantine, sobre "El largo adiós", que revela aspectos de la novela que no deben pasar desapercibidos.

Raymond Chandler: El largo adiós


No es fácil que una novela negra te emocione, te emocione hondamente. Y no con disparos, con persecuciones, con escenas de tremendismo y osadía, sino hablando de la amistad. La cima de la novela negra es, para muchos lectores y críticos, "El largo adiós". También para mí. Chandler cuenta la historia de un hombre que ayuda a otro un par de veces, cuando se encuentra en mal estado, borracho y en sus horas más bajas. No le importa saber quién es ese borracho, no le interesa su historia: le ayuda porque quiere hacerlo y quizá porque es un sentimental. Ese hombre es Philip Marlowe, detective privado que puede ser duro pero que es muy humano, muy sensible al sufrimiento de los demás, alguien que sabe ponerse en el lugar del otro y que cuando cree en ese otro lo defiende sin importarle lo que cueste: la cárcel, en su caso. Porque el borracho tiene una esposa rica que aparece muerta y para salir del país recurre a su amigo Marlowe, que nada quiere saber y le lleva en su coche y se convierte en encubridor. Chandler dedica unas valientes, documentadas y reveladoras páginas a hablarnos de la cárcel y sus celadores, de los policías que golpean y son bravucones, de la las leyes y su cumplimiento que le arrebatan a uno por su valor literario y también por su valor de compromiso: qué envidia siente uno de que algunos escritores estadounidenses puedan y sepan hablar con tanto acierto de algunas lacras de nuestras sociedades capitalistas y deshumanizadas.
Por supuesto, hay algo de romántico y de hombre de otro tiempo en la actitud de Marlowe cuando acepta ir a la cárcel y se calla para no perjudicar a un tipo al que nada le debe, con el que ha compartido unos cuantos tragos y algunas conversaciones en las que no han faltado las descalificaciones personales. Un tipo que no le cae del todo bien, porque ha vuelto a casarse con una rica, hija de multimillonario, que lo utiliza como pantalla ante su padre y no se priva de recibir a cuantos amantes le apetece llevarse a la cama. Un tipo que, intuye desde el primer día, sólo puede traerle problemas. Pero en la actitud de Marlowe late una confianza en el género humano, pese a todo, y una afirmación que no podemos pasar por alto: todo hombre se merece una segunda oportunidad. Y que Marlowe sea capaz de ver los errores del otro, sepa tolerarlos es otra lección. El existencialismo también es esto. Marlowe es amigo de un tipo con las dudas y las contradicciones y los errores a flor de piel. Pero esos fallos no le hacen menos amigo de Marlowe, no hacen que Marlowe le valore menos, ni que rehúse ayudarle en un momento muy decisivo. Cuando se entera, aún detenido y ante un agente de la fiscalía del distrito, de que el tipo que era su amigo, Terry Lennox, ha muerto, tras pegarse un tiro en una habitación de hotel, dice Marlowe: "Salí...y cerré la puerta. La cerré tan silenciosamente como si dentro acabara de morirse alguien". Y el lector se emociona, sigue los pasos y los pensamientos no narrados de Marlowe y lamenta con él la pérdida.

(El largo adiós. Raymond Chandler. Cátedra, colección Letras Universales. Edición de Alfredo Arias)


Lectura recomendada: Un gran texto, dedicado a la novela "La búsqueda del absoluto" , de Honoré de Balzac, en la web Solodelibros

Manuel Valle: Raymond Chandler. Alma, corazón y vida


Hay libros que son un premio, un acicate. Este libro, sin duda, lo es. A estas alturas hemos leído mucho y con gran deleite a Raymond Chandler, le hemos considerado un padre, un hermano mayor, un maestro. Ha influido en nuestra manera de entender el cine negro, de leer novela negra, de contemplar a las mujeres, de ver la ley, a los policías, y hasta nos ha ayudado a valorar mejor la amistad. Pero no todo estaba dicho, menos aún en español. Gracias a Manuel Valle, profesor de la Universidad de Granada, podemos querer más y mejor a Raymond Chandler desde ahora. "Alma, corazón y vida" son las tres palabras elegidas por Valle para definir la obra del gran escritor estadounidense. No es casual, no es una equivocación. En casi trescientas páginas, Valle desgrana la obra y la vida de Chandler y de su máxima creación, el detective privado Philip Marlowe, sin duda el más mítico personaje de la novela negra. Y además le dedica a "El largo adiós", la mejor obra del género para muchos (también para mí), nada menos que 80 páginas. Soberbio trabajo, soberbia indagación y soberbios ejemplos los que elige para mostrar sus tesis Manuel Valle, que ha compuesto un libro de una altura asombrosa, digno del mayor reconocimiento, pues no sólo es un ensayo sino que además se lee también como una novela, tan hábilmente están montados cada capítulo y cada idea. Si este libro se hubiera publicado en los Estados Unidos no dudéis de que ya se habría convertido en manual de referencia del mundo chandleriano. Manuel Valle es un sagaz observador, un detective de la letra y el comportamiento humanos. Escribe muy bien -no es baladí apuntar esto en un tiempo y un lugar en que cada vez hay más descuidos en los textos y nadie se acuerda, por mencionar algo, de cómo se usa un vocativo-, estructura mejor y contagia la admiración y el deseo de leer a Raymond Chandler y novela negra. Un trabajo sobresaliente.



(Manuel Valle: El signo de los cuatro. Raymond Chandler. Alma, corazón y vida. Editorial Comares)

Richard Ford: La última oportunidad ( y 5). Crítica


Dicen que hay en esta novela influencias de Ernest Hemingway y de Faulkner. No seré yo quien lo niegue. Si Ford fuera un compositor y en una de sus obras latieran ecos de la grandeza de Mozart y Beethoven, yo creo que nadie se quejaría, empezando por él mismo. Pero sobre todo en esta novela está la mirada llena de piedad de Richard Ford, esa mirada personal, marca de la casa, que le hace inconfundible, dueño de un estilo difícilmente imitable, de una fuerza narrativa grande, palpable, deslumbrante en un relato lleno de seres aislados que quieren dejar de serlo, de hombres y mujeres que desean dinero y poder, que están cerca de la muerte y en la muerte pueden hallar su explicación. "La última oportunidad", no tardaré más en decirlo, es una novela negra maestra, una novela negra que se sitúa en la cima del género, al lado de "El largo adiós", "Cosecha roja" y "El hombre enterrado". Es un hito. Pero, a la vez, es una gran novela que, sin sacar un pie del género, se acerca a ese punto en que habitan las obras maestras de la literatura universal -así lo veía Raymond Carver-, porque Ford nunca baja el tono, nunca deja a los personajes a un lado para ofrecernos acción, nunca enrevesa la trama ni se olvida de que en circunstancias extremas las personas siguen siéndolo, siguen pensando, siguen sintiendo, siguen viendo. No hay demasiada historia en esta novela: abundan las reflexiones, los diálogos en que los personajes muestran sus dudas y su incapacidad para ir más allá de lo que ven y sienten, no falta ningún impasse y no sobra nada: en un mundo que ha vuelto la cara a lo sagrado, Ford nos muestra la vida de varios seres que buscan un sentido a su existencia, que necesitan asentar sus ideas, sus miedos, y que viajan al centro de un espacio en que se sufre por uno y por los demás, en que la confrontación con uno mismo será como un shock del que se sale para siempre con los ojos definitivamente abiertos o definitivamente cerrados. Sufren los personajes, están desnortados, y la mirada de Ford es de piedad, de comprensión, porque si miras a alguien fijamente durante un buen rato es difícil no sentir piedad por él. Elige Ford para esta historia a Harry Quinn, un ex combatiente de Vietnam que no llegó a saber si era mejor vivir con su mujer, abandonarla o que le abandonase, y que ahora intenta redimirse ayudándola a sacar de la cárcel a su hermano. Viaja a México y allí tiene un revólver y espera el dinero que ella traerá para pagar sobornos. Laten ecos de Graham Greene en los capítulos dedicados a las idas y venidas de Quinn por una ciudad en la que hay soldados, mucha pobreza, muchos turistas, mucha violencia que se presiente y acaba por sentirse: la extrañeza del extranjero, las dudas continuas que remiten a un pasado inacabado y sin asimilar emparentan a Quinn con algunos inolvidables personajes del maestro inglés, un autor que se acercó a la novela de acción y nunca ha acabado de ser admitido en el olimpo literario. Pero Ford supera a Greene porque Quinn es más creíble, está visto con mayor profundidad, es un personaje que está en la estela de otros debidos a Dostoievski, como el Raskólnikov de "Crimen y castigo", llenos de amargura sin dirección, de actos que no les satisfacen y les convulsionan hondamente, a la eterna espera de algo que nunca llegará. Y es que Ford escribió este libro como una queja, como una pregunta dirigida a la inmensidad, sin alzar demasiado la voz pero sin poder evitar formularla. Hay desesperación en Quinn como la hay en Raskólnikov, y también hay desagrado y también hay decepción. Richard Ford es un escritor existencialista, le pese a quien le pese, incluso al propio término. Quinn es un personaje ideado para reflejar al hombre de nuestros días, ese que prefiere no pensar, porque si piensa se amarga. Un hombre que merece ser comprendido, pese a su falta de compromiso, de entrega social, ya que se trata de un hombre a la deriva, herido de muerte por la cotidianeidad atomizadora y destructiva de cualquier creencia profunda. Por eso, Ford no escatima fragmentos de necesario lirismo, en los que hay sentimientos, hay contemplación placentera, hay ideas que parten de imágenes del pasado y sirven para conformar el alma de un hombre que se parece mucho a cualquier hombre y que piensa y nos dice con sus palabras algunas cosas que nos rondan, nos explican, nos dibujan con trazos más seguros. Los recuerdos de la infancia, el peso del pasado y los hechos que no tuvieron final aparecen así en la vida de Quinn, a lo largo de la novela, para confirmarle que está vivo, que merece la pena seguir viviendo aunque no sepa para qué le han servido muchos de ellos ni si le servirán en el futuro. Así, tan real como tú o yo, querido lector, ese personaje habita en una novela imprescindible, que da más que tiempo pide, que se queda en la memoria viva y cierta, más acá y más allá del término ficción.


(Foto de Richard Ford: Fred R. Conrad/The New York Times)

Richard Ford: La última oportunidad (4). Somos, sobre todo somos


La sensibilidad, la inteligencia de Richard Ford le dejan a uno asombrado, con la sensación continua de hallarse, mientras lee esta novela, ante un autor verdaderamente mayor, de la estirpe de los más grandes. La novela está construida de una manera sencilla y fácilmente engañosa: ocurren pocas cosas y el tiempo se dilata, se ensancha a la espera de sucesos inevitables que llegarán, con violencia y sangre de por medio, intuimos. Hay poca historia para el lector que busca acción y novedad. Ford ha optado por contar una historia que ocurre durante unos pocos días pero la llena de recuerdos y de otras historias provenientes del pasado de Quinn que transforman la cara de la novela y surten a la historia principal de muchísimos meandros que le sirven para hablar de un gran número de temas: la cobardía, la masculinidad, la soledad, la fidelidad, la niñez, la edad madura, la guerra, el fracaso, la huida. Todos ellos con un denominador común: la insatisfacción, la búsqueda continua de los personajes de un sentido a la vida. Un sentido que parte de la constatación de que nada es trascendente pero tampoco nada es del todo nimio, de que acaso no hay Dios pero la vida tiene horas y días con tanta fuerza y vigencia como la presencia de los planetas en el cielo, de que hay que escapar al dolor aunque eso nos haga más solitarios, vulnerables y pueda volvernos autistas sociales, de que repetimos con nuestras palabras, cuando acertamos a expresarnos bien, una música armónica que suena en nuestro interior siempre -aunque no seamos capaces casi nunca de oírla - y que desea la comunión, el entendimiento, la expresión más certera que nos procurará paz y el orgullo de saber que somos, al menos y sobre todo somos.


Recomendación: En El Cultural de hoy, una entrevista con Belén Gopegui, una escritora esencial que habla como pocos de nuestro tiempo, de nuestra realidad, y que ha publicado una nueva novela: "El padre de Blancanieves".

Richard Ford: La última oportunidad (3). Contar mucho


Tiene una gran ventaja esta novela sobre muchas otras: cuenta sin parar historias, pequeñas y grandes, cuenta constantemente y no sólo se limita a narrar, error que vuelve las novelas pesadas y anacrónicas y las aleja del lugar en que se hallan, liberadas gracias al cine, que es ante todo imagen y narración continuada. Ford detiene el presente y viaja al pasado para contarnos que el padre de Quinn perdió una mano trabajando con una desgranadora John Deere y cómo desde entonces fue más feliz, porque se convirtió en vendedor de desgranadoras, enseñando el muñón, y pudo mantener junto a él a su esposa, que seguramente le habría abandonado de haber seguido llevando su anterior vida. Quinn recuerda que su madre tenía pesadillas sobre la mano del padre y que él lo contemplaba todo desde la altura de sus nueve años. Y dos páginas más adelante se habla de que Rae prefería vivir antes en el Oeste que en Michigan. Y sabemos que Quinn estaba siempre cansado y no hablaba con nadie, algo que a ella le molestaba mucho, porque a veces se encontraba con algún compañero del colegio, por ejemplo, y aun así Quinn seguía anclado en su mutismo. Historias, historias, historias. La novela está llena de historias que invitan a la relectura.


Lectura recomendada: Breve historia del detective privado, en el blog de Francisco Machuca

Rosa Mora

Escribe en El País y de vez en cuando tiene la oportunidad de hablar mucho y bien de novela negra en el suplemento cultural Babelia. Es una mujer, una gran lectora y no la conozco, quede claro. Pero si escribo sobre ella es porque en España no somos muy dados a la loa a los vivos y cercanos, a los que pueden competir en espacio con uno. Vivimos en un mundo prisionero, atemorizado y atemorizador en el que hay que esperar a que la gente se muera para hablar bien de ella (da igual si nos caía bien el finado, la cuestión es sumarse a la actualidad y agregar unas líneas con nuestro nombre al tumulto informativo), un mundo en el que hablar bien del vecino es raro y hablar bien del desconocido aún más, porque queremos ver intereses en todas partes. Yo no tengo esa perspectiva de las cosas y, como me educaron para ser agradecido, quiero traeros aquí a Rosa Mora hoy, que sabe mucho, muchísimo más que yo de novela negra, ese género para el que falta cultura lectora (Francisco González Ledesma dixit) en nuestro país. Este pequeño homenaje a una persona que siempre ha creído en tantos escritores minusvalorados y que nos han dado tantos ratos inolvidables y tantos personajes que viven en nuestra memoria para siempre. Rosa Mora, muy viva y con un texto hoy en el periódico para el que escribe.

Gloria, de John Cassavetes



La mirada de Gloria /Gena Rowlands es de las que quedan, de las que no se borran jamás de la pantalla ni de la mente del espectador. Desde el principio, con la acertadísima música de Bill Conti, que le otorga profundidad y mayor sabor a cada imagen, sabemos que esta película no es una más, no está hecha para ser una más. Cassavetes la rodó con su mujer al frente, mimó cada detalle y cada plano. El niño al que persigue la mafia nos conmueve con su presencia algo agria y cortante, con su figura de hombrecito de pantalón largo y cabeza con pelo aureolado (la escena en que afirma que él es el hombre, es el hombre, es el hombre, resulta sobrecogedora; como otra en que se agarra a Gloria para que no lo abandone). Es una historia policial pero también la historia de un entendimiento a la fuerza, de una mujer que detesta a los niños y de un niño que se queda sin padres y ha de huir pegado a esa mujer. Cuando Gloria dispara con su revólver contra el coche de los mafiosos la película da un vuelco, porque en la cara de Gloria y en su arma hay una rabia profunda, un dolor que sólo podía salir así: con ruido, desesperación, con una agresividad defensiva que derriba cualquier barrera. Quizá el final sea un poco excesivo por su intento de sorprender y arrancarnos una sonrisa, quizá esté algo fuera de lugar, pero creo que sin esta Gloria no habría habido otras Glorias cinematográficas, no sabría hacia dónde haber mirado Ridley Scott, por ejemplo, y no nos sentiríamos todos tan identificados, hombres y mujeres, con un personaje tan necesario y magistralmente creado y expuesto.



Y aquí un par de meditaciones sobre Alberto Ruiz-Gallardón y La vivienda, derecho constitucional

Richard Ford: La última oportunidad (2). Dostoievskiano


Sé que a veces se me puede acusar de ser excesivamente dostoievskiano, pero hay escenas que me remiten al maestro ruso y no puedo evitarlo. Quizá porque de la maldad y del horror de la existencia pocos hablaron como él. Quizá porque en Dostoievski y en Ford late un sentimiento de piedad hacia los personajes que crean en sus libros y porque en su mirada la comprensión nunca falta, la escena que ahora os contaré me parece que ocurre en el México de finales del siglo XX y está escrita por Ford como podría haber surgido de la imaginación de un Dostoievski que viviera en la actualidad. Ésta es la escena: Quinn va en su coche y ve una camioneta de la empresa Pepsi que se ha salido de la carretera y a dos hombres que han cogido botellas -con las que se han llenado los bolsillos y la cintura de los pantalones- del vehículo bebiendo ansiosamente hasta que llega la policía y echan a correr, como niños, por un campo embarrado, huyendo. Cuando llega a la altura de la camioneta, ve Quinn que el conductor está dentro aún, tiene la cara ensangrentada y seguramente está muerto o a punto de morir. Es una escena estremecedora y está contada con una sencillez que la vuelve aún más aterradora. No pensemos en que se trata de México ni que el personaje -y el autor del libro- es estadounidense, porque me temo que la lectura sería muy errónea. Hay un gran simbolismo en ella que escapa a la localización y a la simplificación. Es una escena tremenda, real e infernal a la vez, compone una imagen que jamás olvidará el lector. Y para comprenderla creo que sólo se precisa ver lo que en ella se describe. No se trata de juzgar, sino de sentir, de no olvidar que la mirada de Ford siempre está llena de genuina piedad.



(Foto: Juan Manuel Castro Prieto)