Ross Macdonald: "El blanco móvil" (2). Lew Archer.

Un detective privado puede ser también autocrítico. Lejos de los modelos que presentan a tipos intrépidos, atractivos, con vidas llenas de aventuras, el personaje de Ross Macdonald es de los que utilizan más la cabeza que los músculos. Y es consciente de dónde está, con quiénes se codea, de qué argucias se vale para obtener información y seguir adelante en los casos que le encargan. Por eso, cuando está fingiendo ser otro y anima a una vieja gloria del celuloide a beber para acabar llevándola al lugar que necesita, se ve en un espejo y su mirada se vuelve dura: " Intenté sonreír para alentarme. Yo era un buen tipo, después de todo. Compañero de la dureza, de lo mordaz, casos difíciles y marcas fáciles; ojo privado en el hueco de la cerradura de dormitorios ilícitos; informante de los celos, rata detrás de las paredes, revólver contratado por cualquiera a cincuenta dólares el día; pero un buen tipo, después de todo. Se formaron las arrugas en las comisuras de los ojos, junto a las aletas de mi nariz, los labios se despegaron de los dientes, pero no hubo sonrisa. Todo lo que conseguí fue una aviesa mirada famélica, como la burla de un coyote. La cara había visto demasiados bares, demasiados hoteluchos y baratos nidos de amor, demasiadas cortes de justicia y prisiones, postmortem y fichas policiales, demasiadas terminaciones nerviosas con el aspecto de torturados gusanos. Si hubiera encontrado esa cara en otro, no habría confiado en ella."