Nicolas Freeling: El rey del país lluvioso (y 4). Crítica

Leyendo a Nicolas Freeling se obtiene una intensa sensación de realidad, algo que escasea en la novela negra, demasiado dada a crear figuras míticas y poco creíbles. No importan demasiado las tramas -conseguir esto ya lo sitúa a una gran altura, más acá y más allá de cualquier valoración acotada por el género-, importan los personajes y sus actos y la mirada del narrador y de los personajes sobre la historia que se nos narra. Porque los personajes hacen la obra, participan de lleno en su creación con sus meditaciones -¿leería Freeling al Unamuno de "Niebla"?, ¿le gustaría esa obra?: preguntas que quedan tristemente sin respuesta-, la hacen avanzar y la hacen real de una manera espléndida y muy digna de estudio. Freeling no malgasta la pólvora en salvas -no hay tiroteos idiotas, violencia novelesca, embrollos estúpidos, enigmas imbéciles -, no engaña al lector jamás: así, sus creaciones alcanzan un grado de intensidad y cercanía sorprendente y mu difícil de igualar, lo que espero sirva para que se rescate a tan gran autor, para que se reediten sus libros, para que se le lea sin complejos ni pétreos alejamientos.
"El rey del país lluvioso" le debe su título a un poema de Baudelaire. Y en sus versos se halla la explicación de una vida, el tormento de una vida rota e ineficaz, la de un millonario que escapa de su vida y de sí mismo sin dirección, sin control, sin ideas seguramente y sin saber que corre hacia su propia destrucción. Le sigue Van der Valk, un inspector de policía holandés que se considera ante todo -seguro y sincero, sabedor de sus limitaciones- un profesional, un hombre sin demasiada imaginación, un funcionario. Pero sólo imaginando puede llegar hasta el fugitivo, que en su huida ha conseguido un apoyo muy necesario: una joven y hermosa muchacha que se ha enamorado de él. Freeling no nos abastece de acción, no nos deslumbra con persecuciones de coches, sino que indaga en el alma humana, se concentra en mostrarnos cómo son el fugitivo, la esposa de éste y el policía que está metido en la historia sólo porque ha de cumplir con su trabajo. Y la indagación es brillante, profunda, enriquecedora. Cuando se acaba el libro, el lector puede estar seguro de que no ha perdido el tiempo, de que no lo ha matado leyendo otra novelita más del género negro, y por contra podrá decir que es un poco más sabio, mejor conocedor del ser humano, sus miedos, sus anhelos y sus frustraciones. Si algunos afirman que la novela negra es la literatura social de nuestro tiempo, que en la novela negra hay un acercamiento a la realidad como no lo hay en ningún otro tipo de novela, quizá sea porque han leído a Freeling.